Esta no fue nuestra noche (nos violan y nos roban)
Primera parte de una noche difícil de olvidar..
Esa vez regresábamos de cenar de la Roma. Me había encontrado de casualidad a Emma con una amiga suya, y de hecho terminamos compartiendo la mesa los 4; ellas dos, Nicté y yo. En ese entonces creo que ya estaba tirándole la onda a Emma, porque recuerdo la tensión y la excitación que sentía al tener en la misma mesa a dos mujeres tan distintas entre sí que sentían atracción por mí, y que incluso me había fajado ya. Bueno, con Nictzé ya había cogido en repetidas ocasiones, y con Emma todavía no se me ha hecho, pero nos dimos unos ricos agarrones en el elevador. Cómo me habría gustado que Emma se hubiera ido en la camioneta con nosotros aquella noche, para que también hubiera sido partícipe de todo lo acontecido más tarde.
De Emma me encanta su figura esbelta y juvenil; debe medir alrededor de 1.65m, y pesar menos de 55kgs, tiene la piel blanca, o tal vez morena clara, y el pelo negro, largo y muy chino. Su cabello es tan sensual que dan ganas de hacerle un chongo algo flojo y meterle la pija por ahí hasta tocarle la nuca, sintiendo como ese suave y sedoso cabello ensortijado se hace nudos entre empellones, sudor y mecos. Como decía, es delgada, así que no tiene mucha cadera, pero tiene unas ricas nalguitas, que se acentúan en los vestiditos ceñidos que a veces usa, y que dejan imaginar una textura lisa, y una consistencia ligeramente flácida a pesar del ejercicio que hace cada noche antes de acostarse. De hecho, lo que más hace son abdominales, así que sí se siente un abdomen plano y fuerte; un par de veces he tenido el gusto de acariciarla de esa parte del cuerpo y la verdad me llevé una grata sorpresa, pues no sabía lo del ejercicio hasta esa vez que la toqué «sin querer» en algún roce en la oficina. También tiene un rico par de tetitas, que nunca he sabido qué tanto son de ella, o qué tanto son los sostenes, o push ups que use, pero hay días que, por ejemplo, cuando usa su suéter de cuello de tortuga, se le marcan unos abultados y firmes pechos que me hiptonizan y me dejan con la verga dura todo el día. Sin duda es lo que más morbo y curiosidad me provoca de ella, saber de qué tamaño son sus tetas y qué forma tienen, cómo son sus pezones, qué tan grandes serán sus aureolas, y qué tan rositas serán.
Por el otro lado, Nictzé es una venezolana deliciosa, gordita, chaparrita, de 1.55 aproximadamente, con varios kilos de más que no le restan, más bien le añaden mayor sensualidad. Es muy blanca, de pelo castaño claro, largo y muy lacio. Tiene una cara con facciones muy bonitas, también acentuadas por la ternura de su robustez. Lo mismo pasa con sus tetas y su culo. Debo decir que ese culo es el más grande que he tenido desnudo. Es enorme, redondo, carnoso pero suave a la vez, y bastante amplio. Sus senos también son los mejores que he comido. Son grandes, perfectamente simétricos y redondos, a la vez que son firmes e increíblemente suaves; la gravedad ni los años se los han colgado, e incluso acostada mantienen su forma vuluptuosa y erguida. Sus aureolas son rosaditas y pequeñas, y sus pezones son también rosados pero grandes, redonditos y carnosos. Era como si tuviera dos gomitas, duras, respingadas e ideales para mordisquear. Si no las hubiera magreado y degustado incontables veces, podría haber apostado que esas tetas eran de plástico; así de perfectas son. Pero a pesar de todo lo antes descrito, el mejor rasgo de Nictzé es su ninfomanía. Siempre está caliente, es súper deshinibida, manda nudes sin pedírselas, ha cogido con decenas de weyes, al grado de tener un mapa mental al que le va tachando las nacionalidades de las vergas que se ha comido. Además, la mama como nadie, disfrutando cada lamida y cada succión. Le encanta comerse los mecos y que se corran en sus tetas, o adentro de ella. Su máximo en la vida es tener un hijo, y lo demuestra con cada oportunidad que tiene, drenando toda la leche de sus amantes. Yo que estoy muy lejos de ser un semental solo pude aguantarle tres rounds el mismo día, aquella vez que fuimos de viaje a Tepoz, y de hecho, más de una vez recuerdo haberme dejado convencer para que me la cogiera sin condón, y mañosamente me rogaba para que después de un ratito de cogérmela de misionero, cambiáramos de posiciones para que ella se me montara y me cabalgara frenéticamente hasta que le dejara la última gota de semen dentro de ella. Lo curioso es que a pesar de ser tan puta y golosa, también era muy cariñosa y tierna. Recuerdo que me decía que le gustaba coger conmigo porque era de los pocos que la veía a los ojos cuando se la estaba metiendo. Y que le gustaban mis gestos cuando me corría dentro de ella.
El caso es que ese día, cuando nos fuimos de la Roma con dirección a mi depa, se nos ocurrió que para llegar juntos, yo subiera mi bicicleta a la cajuela de la camioneta de Nictzé. De ese modo pude ir todo el camino metiéndole mano debajo del vestidito floreado y escotadísimo que traía esa noche. Me gustaba irla calentando, así llegaríamos directo a coger en cuanto entráramos al departamento. Iba haciendo tan buen trabajo, que ella a pesar de ir manejando también me venía sobando el bulto con el pantalón abierto, y en los altos aprovechaba para bajarme el boxer y darme unas ricas chupadas. Recuerdo que en alguno de esos altos pasaron por un lado de la camioneta dos chavos de esos que limpian los parabrisas, todos mugrosos y claramente intoxicados por solvente, y se nos quedaron viendo descaradamente, silbando y pidiéndole que también a ellos se las mamara.
– Uff, no mames ya viste a la pinche vieja esa? Bien puta mamándola en el carro, ahhh jajaja, bien zorra la hija de su puta madre! JAJAJA. A ver, carnal, comparte no seas culo! Deja que me la chupe a mí también! Jajajaja.
Con tanto grito, Nictzé lejos de separarse de mi verga, se aferró más a ella y empezó a succionar con una fuerza como si por mi uretra saliera oxígeno, lo cual me hizo correrme de inmediato. Estaba en plena descarga dentro de su boca, cuando el sonido de forcejeo en una de las puerta nos hizo salir del trance y finalmente arrancar apresurados, y bastante asustados. Si no hubiéramos traído los seguros, esos cabrones se habrían podido colar al interior de la camioneta, y la historia hubiera sido distinta, aunque quién sabe si hubiera terminado peor que lo que sí pasó.
Como si hubiera sido un aviso de lo que nos depararía esa noche, continuamos el camino con una mezcla de adrenalina, nervios, excitación, pero no dijimos mucho tampoco. En mi mente seguía repitiendo las guarradas que le gritaron esos dos changuillos, y de pronto ya me estaba imaginando cómo ese par de weyes sucios y harapientos le arrancaban el vestido y le frotaban sus olorosas y tiesas vergas en toda la cara y entre las tetas a mi guarra acompañante, y mientras ella se resistía pidiéndome que la defendiera, yo me pajeaba como loco viendo cómo abusaban de sus jugosas carnes justo a lado de mí.
En estas cabilaciones me encontraba cuando llegamos a la calle del edificio donde vivía en ese entonces. Ya era como la 1am y todo se veía solitario, y bastante oscuro. La colonia tenía mala fama, pero la renta era barata, y hasta ese entonces no había tenido ningún tipo de incidente. Pero esto cambió apenas nos bajamos de la camioneta; mientras sacaba la bicicleta de la cajuela, se acercaron dos tipos con facha de malandros, y a punta de pistola nos pidieron que les diéramos todo lo que traíamos. Los culeros estos no tenían más de 18 años, eran delgados y como si fueran parientes, tenían la misma facha, estatura y complexión, además de la expresión de gandallas sin esperanzas y con desprecio por todos los que fueran más afortunados que ellos, como posiblemente lo éramos nosotros.
– Orale, pinches weritos, no la hagan de pedo y cáiganse con todo lo que traigan, o si no aquí se los carga su puta madre.
– Aguanten, no sean mala onda, por favor! – les pedí todavía, todo pendejo. Me cayaron de un puñetazo en la boca del estómago.
– Cállese, hijo de su pinche perra madre, si no quiere que nos los quebremos a los dos. – Estaba recuperándome en el suelo cuando escucho que uno le dice al otro:
– No mames, banda, ya viste a esta ruca? Tsss qué tetotas!
– Uffas, compa, sí está bien pinche buenota. Qué ganas de pegarle un pinche violadón aquí mismo.
– NO, por favor, ya ahí muere! Llévense todo y déjennos en paz, por favor.
– Jajaja, cómo ves a este pendejo, compa? Ha de querer que le volemos los pinches sesos.
– Además, qué te metes, pinche wero, si se ve que a ella bien que le encanta la verga. MIRA, todavía ni le hacemos nada a esta pinche golfa y ya trae los faros bien prendidos! Jajajaja.
Y efectivamente, los pezones de Nictzé podían dibujarse en su vestido a pesar del brassier de encaje negro que traía puesto. Además se veía roja y jadeante, como si hubiera traído un vibrador de esos que tienen control remoto. Estaba observando eso cuando uno de los chacales, el que no traía la pistola, se le repegó a Nictzé y con las dos manos la sujetó fuertemente de cada nalga, introduciéndolas por debajo del vestido floreado que le quedaba holgado, mientras le repegaba todo el paquete y le decía más vulgaridades cerca del oído.
– Carajo, mami, estás bien pinche sabrosa. Acábame de criar con esas tetotas. Ya te pusimos cachonda? Qué haces con este pinche wero si te gustan tanto los chakas como nosotros? Ahorita vas a saber lo que es bueno, mami. Vas a aflojar o te vas a poner pendeja? Mira que ya me tienes bien caliente, pinche puta.
Mientras le decía todo esto, el bato se empezó a abrir el zipper con una mano, ahí a media calle, mientras seguía agarrándole el culote gordo a Nictzé con la otra mano. El wey de la pistola y yo no hacíamos nada más que quedarnos mirando tal escena.
Nictzé no decía ni una sola palabra, pero sus agitados suspiros y los leves gemiditos que se le escapaban parecían estar invitando a los malandros a que continuaran con aquello.
-Te gusta, mami? Te pone cachorra que te cojamos aquí en la calle? Mira, siente cómo me pusiste bien pinche duro con ese perro culazo.
Ella me sostenía fuertemente de la mano, mientras el cabrón ese se aferraba a sus nalgas, mientras intermitentemente le magreaba las tetas, al tiempo que la iba arrimando más y más hacia él y le restregaba el bulto que se le hacía en el boxer. Todo esto alternado con besos en el cuello con mordizcos y lamidas lascivas por toda la cara. Qué pinche fajesote le estaba metiendo la puta rata esa. Yo mientras le rogaba al wey de la pistola que nos dejaran en paz, que ya tenían las cosas. – ¡Ya déjala! Imagínate que unos culeros le hicieran eso a tu hermana. Apenas le había terminado de decir esto al del faje cuando el de la pistola me mete un cachazo en la cabeza y me dice: ¡Cállate a la verga, pendejo! Además, su hermana no es tan puta como esta puerca, jajaja. Mira cómo ella solita ya se está sobando contra la verga de mi carnal. ¿Ya quieres que te violemos, verdad, puta?
En eso, el morro se baja el boxer y con una maniobra complicada logra sacársela por el zipper; ahí fue cuando supe que todo valdría madre. De su pantalón se asomó un trozo de carne que con todo y que la estaba sujetando con toda la palma de la mano, le sobresalían como 2 manos más, y eso que apenas estaba semi erecta. Esa verga no solo era enorme, también era oscura, gruesa y venosa como ninguna verga que haya visto jamás en alguien de la vida real (y eso que me he comido varias en los últimos años). En cuanto el man se sacó la reata, Nictzé se puso roja como tomate y abrió tanto los ojos que hubiera competido en el Guiness contra esos afroamericanos que casi parece que se les van a salir de las cuencas, además de que me apretó la mano con todas sus fuerzas. Para ese punto no sé si su reacción fue de terror o de éxtasis, porque la otra mano del malandro ya le había sacado una teta por encima del escote y se le apretaba fuerte y frenéticamente, rosando con esa áspera palma el endurecido pezón.
El man pasa un par de minutos restregándole esos dos tercios de verga ya bien parada por entre las blancas y tersas piernas de Nictzé. Y con la fuerza de su erección le levanta el vestido floreado y le da unos firmes empellones sobre esa vulva hinchadita y regordeta. Para ese entonces, yo ya permanecía callado y totalmente hipnotizado por la escena que estaba presenciando a escasos pasos de mí. Lo único que me sacó del trance fue ver que el que me tenía sometido ya tenía una pistola en cada mano, la de metal, y la de carne. ¡Y vaya calibre! La verga que tenía enfrente no le envidiaba nada a la del otro cabron. También era prieta, muy gruesa y venosa, pero era todavía más cabezona que la que estaba punteando a la perrita de Nictzé. Al ver esa verga, ya no pude disimular más mi excitación, porque mi boca abierta y mi trago de saliva fueron demasiado obvios. El paria ese volteó a verme, pero no dijo nada, simplemente esbozó una sonrisa y comenzó a hacerse una suave paja, mientras seguía contemplando como su compa se seguía dando un agasajo con tremendas carnes.
De pronto, en un brusco movimiento el ratero toma a Nictzé por ambos brazos y la gira de espaldas al tiempo que la empuja contra la camioneta que estaba atrás de nosotros, levantándole el vestido, bajándole el calzón hasta el suelo y hundiendo tremendo mástil entre las nalgas ya marcadas y rojizas por el magreo recien cometido. Mientras le pasaba una y otra vez el grueso falo por la raja entre esos cachetotes como quien intenta por repetidas ocasiones que su tarjeta de crédito sea leída por la maquinita, el man le sacó la otra teta del brassier y del vestido y se la estuvo amasando mientras que con la otra mano sujetaba las de ella apenas por encima de donde terminaba la lína de su prominente culo, y por donde asomaba de rato en rato un glande rojizo y brilloso de todo el líquido preseminal que le estaba escurriendo, y que comenzaba a embarrarles las manos a ambos. Luego, le sacó la verga de entre las nalgas y se la empezó a meter por entre la cueva que hacían sus muslos y su pubis, acelarando cada vez más las embestidas, al tiempo que le metía los dedos índice y medio a la boca y le escupía espesos gargajos sobre la comisura de las nalgas que se deslizaban hasta perderse en esa zanja. Después del tercer escupitajo, le sacó los dedos de la boca y comenzó a ensartárselos en el ano ayudándose de la saliva que justo había dejado de resbalar al encontrarse con los pliegues de su hoyito (que, a pesar de su ninfomanía, seguía hasta entonces sin ser jamás penetrado), mientras con la otra mano separaba con dificultad sus nalgas para facilitar el acceso de sus delgados pero largos dedos.
Yo, que seguía sin perderme cada detalle de lo que pasaba a mi lado, comencé a sentir que el dorso de mi mano también le estaba salpicando algo calentito. Para este punto, aunque seguía muerto de nervios y de terror por lo que nos estaba pasando, estaba disfrutando como loco de todo el morbo que que envolvía la escena. Sin pensarlo mucho, comencé a mover mi mano lentamente hacia donde adivinaba que estaría la verga de mi agresor, quien de hecho ya había bajado la pistola y también se encontraba muy entretenido con todo el show. Al acercar más mi mano, topé con algo que colgaba tibiamente, y sin pensarlo mucho me aferré a ello delicadamente para comprobar que estaba sosteniendo sus enormes, sudadas y lampiñas bolas. El man no dijo ni pío, y de hecho, lo único que se escuchaba eran los suspiros entrecortados de Nictzé y las porquerías que su abusador le decía al oído: ¿Te encanta, verdad putita? ¿Quieres mi vergota, mami? ¿La quieres? Vas a ver que te voy a meter un pinche cogidón bien rico. ¿La quieres por tu culito, perra? Pinche puerca, estás bien puto buena. Las pinches weritas sabrosas como tú son las más putas, verdad?
Por mi parte, después de varios segundos que se sintieron eternos, comencé a ponerme en cuclillas sin dejar de mirar hacia un lado, hasta posicionarme a escasos centímetros de la verga hinchada del wey de la pistola. Ambos nos mirábamos de reojo, y ninguno decía nada, pero tampoco era necesario. Él solito acortó esos centímetros y puso la cabeza de su pene en la punta de mis labios, a lo que yo por fin dejé de hacerme el tonto y volteé la mirada para contemplar extasiado aquella bestia que se erguía tiesa pero encurvada frente a mí con la punta babeante de un líquido viscoso y de fuerte olor que limpié sutilmente con un besito embarrándome los labios y el bigote, para luego introducirme de un bocado todo cuanto me cupo, llegándome casi hasta la campanilla. Ahí ya no me importó nada y comencé a comerme esa pija con todas mis ganas y con la mejor de mis faenas, atragantándome de carne hasta provocarme arcadas, lamiendo de la base hasta la punta, mientras con una mano le seguía masajeando los huevos, y con la otra le hacía una frenética paja.
Entre mis arcadas y sus suspiros, llamamos la atención de los otros dos que estaban también disfrutando de lo suyo. Cuando el cabrón volteó a vernos soltó tremenda carcajada y dijo: ¡jaja, pinche güero puto, saliste más tragón que tu vieja! Eso no puede ser, ¿verdad putita? Nada más por eso, ahí te va la verga. Y sin más, le sacó de golpe los dedos del ano y los reemplazó por su vergota totalmente parada, venosa y palpitante, arrancándole el primer grito desgarrador. Yo no pude decir ni hacer nada al respecto porque justo al escuchar el grito, sentí cómo una de las manos de mi violador me presionaba con fuerza hacía enfrente desde la nuca, provocando que esa vergota se introdujera hasta mi garganta, al tiempo que sentí una fría presión sobre la sien, lo cual me hizo imaginar lo peor y no pude más que apretar fuerte los ojos y seguir engullendo verga hasta que sentí cómo las embestidas en mi cara se detuvieron bruscamente solo para dar paso a un estallido de semen que por la fuerza con la que fue expulsado casi dio a parar directamente a mi esófago. Para cuando esto pasó, en toda la calle solo se escuchaban los sollozos y adoloridos gemidos de Nictzé, acompañados por el aullido de algunos perros de la cuadra que le hacían coro como si supieran lo que estaba pasando en plena calle, pero pronto fueron interrumpidos por el sonido de una sirena que irrumpió abruptamente aunque todavía a lo lejos. Al escuchar este ruido, ambas lacras saltaron hacia atrás sorprendidos, sacando de golpe cada verga de su respectiva funda. Nictzé cayó al suelo de rodillas y yo alcancé a suavizar su derrumbamiento porque ya me encontraba sentado en el suelo, tosiendo y escupiendo residuos grumosos de mecos. Los culeros estos, se metieron sus vergas al pantalón y salieron corriendo como las ratas que son, el mío montado en mi bicicleta, y el de ella corriendo con nuestras demás cosas. Todavía antes de irse, uno de ellos nos gritó: ¡Adiós, putitas! Ya sabemos dónde viven! ¡Otro día pasamos a terminar lo que iniciamos! Y sin más, se escabulleron velozmente por entre los callejones aledaños, y cuando dejamos de verlos, apareció por fin una patrulla que se detuvo frente a nosotros. Se bajaron de ella dos policías gordos, prietos y viejos con más cara de villanos que de héroes, y nos encontraron abrazados, sollozando totalmente humillados y con la moral destruida. Como pude, me limpié los rastros de leche que me quedaron embarrados en la barba y les conté lo que nos acababa de pasar. Los puercos se nos quedaron viendo sin expresión alguna en sus rostros, y luego de decirse un par de claves de policía, nos dijeron que nos subiéramos con ellos a la patrulla para ir a buscarlos, pero mientras ayudaba a Nictzé a incorporarse y acomodarse la ropa, noté cómo ninguno de los dos le quitaba la mirada de encima a sus tetas semidesnudas, a la vez que el más desagradable de ellos se sobaba descaradamente el abultado paquete que se le marcaba con el uniforme apretado. Cuando por fin logramos subirnos a la patrulla, y arrancar, alcanzo a distinguir una voz en la radio que les pregunta a los oficiales si necesitan refuerzos, a lo que uno contesta: Negativo, central. El llamado al que acudimos era falso, repito, era falso. Nos disponemos a terminar nuestro turno, cambio y fuera, central. Apenas estaba procesando lo que acababa de escuchar cuando el otro policía voltea a vernos y nos dice: ay, güeritos, me cae que esta no es su noche…
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