Adiós novio – Bienvenida perra. Capítulo I Introducción
Así que solo le dije que fuera paciente, tendríamos todo el fin de semana juntos y apenas llegábamos. Esa noche sería solo el comienzo..
Siempre lo critiqué. Llegué a llamarlo mojigato y morrongo. Sabía que él deseaba siempre una verga dentro suya o dentro de su boca, pero aun así no se sentía libre de manifestármelo.
Lo peor de todo es que yo deseaba que él lo reconociera. Lo amaba, de hecho, lo amo cada instante, y es la persona con la que deseo continuar el resto de mi vida, pero necesitaba a como fuera lugar que esta lujuria que siento por él fuera recíproca.
Ante todo, quería que él me viera en la intimidad y sintiera que a su lado estaba su macho, su amo, su dueño; que se sintiera protegido por mí y que me temiera al mismo tiempo; que me mirara a los ojos desde el suelo, arrodillado y sintiera que la mayor felicidad suya sería complacerme y que al final, nuestra vida normal sería la de una pareja perfecta, pero en la intimidad, él solo deseara servirme, estar a mis pies y ser llamado “mi perra”.
Ahora solo quedaba lograrlo, y para hacerlo, tendría que hacerlo vivir la experiencia más fuerte que habría vivido hasta ahora. Este fin de semana no lo olvidaría nunca y sería el comienzo de su vida como mi novio y perra. ¿O lo perdería en el intento?
Llevaba preparando este fin de semana durante más de un mes. Por nuestro trabajo, poco podíamos compartir más de pocos ratos, pero esta vez sería diferente. Por una parte, él había podido lograr un descanso laboral de una semana, y por la otra, yo solo me dedicaba a prepararlo todo.
Él solo sabía que, de su descanso, el fin de semana estaríamos juntos, viajaríamos, conoceríamos algo, y en su mente, su deseo era estar al lado de su novio, tomados de la mano, salir y comer, seguro beber un poco, y al final hacer el amor. Yo deseaba lo mismo, pero con una diferencia. Lo que yo deseaba ocurriría era después del fin de semana, porque para ese fin de semana mis planes serían distintos.
Licor, depravación, drogas, consoladores, un látigo, un cepo, muchos instrumentos de tortura y de inmovilización esperaban por tener contacto con ese cuerpo.
Su piel era una piel blanca perfecta acorde a sus 21 años. Suave, dulce que pedía a gritos ser marcada con mi correa. Una piel que necesitaba volverse roja para saber que ya no se trataba de un niño dulce y tierno el que la poseía, sino que ese hombre entregaría todo su cuerpo a mi desmedida lujuria.
Yo, por el contrario, 34 años, velludo, completamente activo y muy cerdo, estaba listo para someterlo y culiarlo de la forma más salvaje posible. Juntos llevábamos 7 años como novios y pocas veces hicimos el amor de forma romántica. A mí me encantaba era ponerlo a gemir duro y para eso él era un dios, solo que aún faltaba llegar más allá.
Se llegó el día prometido, viernes 2 de febrero. Lo recogí a las 3 de la tarde y viajamos durante 6 horas. Al llegar, nos hospedamos en un hotel cualquiera, dejamos nuestras cosas y él quiso besarme. No lo correspondí. Aunque anhelaba hacerlo, tenía que cambiar la forma en que me mira, quiero que me vea con lujuria, que baje a mis pies y los bese, que me ofrezca todo de si y que me suplique que haga con su cuerpo lo que se me venga en gana. No cederé.
Así que solo le dije que fuera paciente, tendríamos todo el fin de semana juntos y apenas llegábamos. Esa noche sería solo el comienzo.
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