AMA POR PRIMERA VEZ
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Apenas entramos en la habitación le ordené que se desnudase, me quedé observándole de arriba a abajo, quieta, sintiendo como crecía su nerviosismo y su excitación.
Lo había conocido hacía unos meses gracias a un amigo común de SST y lo cierto es que nuestros gustos y nuestras expectativas eran bastante similares. Es un hombre de unos 50 años bien conservado, alto, con el pelo canoso y muy expresivo. La primera vez que quedamos para tomar café, me complació ver su excitación mal disimulada en los ojos cuando hablábamos de nuestras perversiones, o cuando miraba mi escote. Desde que vi aquella mirada tenía ganas de hacer esto, someterlo, dominarlo, tratarlo como una “zorra”, porque sospechaba que él se pondría como una moto cuando lo hiciera. Y ahí, delante de mí, estaba la confirmación de mis sospechas.
Cuando se quitaba una prenda me quedaba mirándole, inquisitiva, severa, veía cómo se ponía nervioso, casi temblando, intentando darse prisa. Luego lo corregía, diciéndole qué prenda tenía que quitarse a continuación o le daba órdenes tácitas, simplemente señalando, con el dedo o la mirada, para que él entendiera qué era exactamente lo que debía hacer. Cuando por fin se quitó el calzoncillo, ya estaba completamente empalmado. Yo completamente vestida y el ya empalmado; me encantó tenerlo así.
A continuación le di la bolsa donde habíamos traído todos nuestros juguetes y le pedí que los fuera sacando uno por uno y me los fuera enseñando. Mientras lo hacía yo me coloqué a su lado, sobándole el culo, palmeándolo de vez en cuando, cuando me parecía que se rezagaba demasiado. Así fue descubriendo todo el repertorio que iba a usar con él aquella mañana; un vibrador pequeñito, otro un poco más grande, un consolador mediano, el arnés, un consolador grande realístico, la fusta, las pinzas, el lubricante, los preservativos… Le hacía comentar, tocar, palpar cada uno de ellos, recordándole que ese día su culito iba a probar un montón de pollas.
Sin embargo, con lo primero que jugamos fue con las pinzas. Él había traído unas de plástico muy duras y angulosas. Las probé en mi mano e hice que él también las probara, y le dije que él era mi juguete y que no quería romper mi juguete el primer día.
– ¿Las sientes? –le pregunté- Esas podrían dejarte marcas y hacerte daño.
Así que le hice probar también las que había llevado yo, mucho más feas, pero mucho más suaves también, más redondeadas y que apretaban menos. Tras hacérselas probar en la mano empecé a ponérselas en el cuerpo; una en cada pezón y otras dos en el centro del escroto. Quería que cuando moviera las piernas sintiera las pinzas moviéndose y tensando su piel; sabía que no le dolerían demasiado, pero que las sentiría, que le recordarían a quien pertenecían aquellos pezones, aquellos huevos…
Una vez adornado, mi juguete estaba preparado para recibir un poquito de disciplina.
– Te pedí que trajeras una cuchilla de afeitar y no lo has hecho. Eso merece un castigo. Apoya las manos sobre la cama y saca bien el culito, que voy a azotarte, putita. Quiero que los cuentes, y que des las gracias por cada uno de ellos ¿entendido?
– Sí, mi Señora.
Empecé con la mano, alternando un azote bien fuerte en cada nalga, hasta llegar a 10. “Uno. Gracias, mi Señora… Dos. Gracias, mi Señora…” De vez en cuando daba el azote más centrado, buscando golpear un poquito sus huevos pinzados. Sabía que él lo notaba, y que se excitaba con ello, sentía cómo su voz iba cambiando… “Seis. Gracias, mi Señora” A cada azote acariciaba o rozaba con las uñas la piel enrojecida. “Diez. Gracias, mi Señora” Luego cogí la fusta y continué azotándole, haciendo que bajara más el torso hacia el colchón y que cerrase bien las piernas, sacando más aún su culito. Ahí ya no me reprimí, azoté la zona baja de las nalgas, impactando en cada azote sus cojones, y rozando después con mi instrumento aquella zona sensibilizada por el golpe. Me excitó su sumisión, como mantenía la postura sin huir ni un milímetro, al contrario, seguía ofreciéndose para mí, empalmado a más no poder, controlando el tono de voz. Continué hasta el “Veinte. Gracias, mi Señora! ummm ¡Cómo me estaba excitando todo aquello!
Sabía que su culito estaba especialmente sensible ahora, y no pude más, cogí un poquito de lubricante y empecé a acariciar su ano y a meterle un dedito poco a poco hasta que lo tuve metido bien hasta el fondo, mientras le susurraba despacio:
– Este culito está suplicando que se lo follen, ¿eh, zorra? –toqué su polla húmeda mientras se lo decía- Estás goteando con solo imaginarlo.
No me lo pensé dos veces y cogí el más pequeño de los juguetes que habíamos traído; un vibrador algo más gordito que mi dedo pulgar. Se lo metí despacio tras untarlo con crema y, una vez dentro, lo encendí y empecé a moverlo en círculos, mientras le preguntaba:
– ¿Es esto lo que querías, puta? ¿A que sí?
– Sí, mi Señora.
Le obligué a mirarme a la cara a través del espejo que tenía delante; quería ver su cara de puta hambrienta, me ponía como una moto verlo. Estuve unos minutos jugando con ese vibrador, mientras de vez en cuando le cogía la polla y se la apretaba bien fuerte. La tenía dura como una piedra, mojada de excitación. Lo veía tensar los brazos de vez en cuando, intentando evitar que las pinzas de los pezones tocasen la cama. Cambié de juguete. Esta vez le metí uno muy puntiagudo con estrías en espiral, lo metí hasta la mitad, despacio, sabía que no le dolería porque ya estaba empezando a relajarse. Yo en ese punto estaba muy cachonda ya.
Empecé a desnudarme mientras seguía moviendo el juguete, haciendo que entrase cada vez un poquito más. Me quedé en ropa interior, sujetador y bragas negros, con los botines aún puestos y empecé a tocarme sobre las bragas mientras seguía follándolo. De vez en cuando estiraba un poquito de las pinzas, ora de los pezones, ora de los testículos, quería que las siguiera sintiendo.
Ese juguete duró poco, me moría por meter algo que tuviera tamaño de una polla de verdad. Cogí uno, el siguiente en tamaño, que tenía una cabecita marcada y durita y un tronco largo y no demasiado grueso. Miraba en el espejo su cara, con los ojos cerrados y la boca abierta mientras lo metía, ese pequeño respingo cuando pasaba la parte más gruesa…
– Sé que te ha dolido un poquito, pero ya ha pasado lo peor, ahora tu culo de puta solo va a disfrutar. Voy a hacer una cosa, te voy a dejar esto metido quieto, tú procura que no se te caiga, aprieta el culito para que no se te caiga.
– No sé si podré, mi Señora.
– Más te vale poder –y le di un buen azote para que recordase las consecuencias de una indisciplina.
Me quité el sujetador y así como lo tenía me tumbé delante de él, dejando su boca a la altura de mi pecho.
– A ver cómo lame las tetas mi perrito.
Él no se atrevía a moverse, por el consolador, por las pinzas, por las órdenes… Pero alargó la lengua y empezó a rodear con ella mis tetas despacio. Yo aparté la braguita y empecé a masturbarme, estaba absolutamente empapada:
– ¿Quieres probar a qué sabe mi coño, sumiso?
– Sí, mi Señora
Mojé bien mis dedos en mi coño y los pasé por mis pezones. Entonces empezó a chuparlos con más intensidad que antes. Me gustaba tenerlo así, casi sin poder moverse, empalmado, chupando… Pero quería tenerlo más al límite, así que me quité las bragas, agarré mi consolador favorito, uno largo y realístico que después iba a usar para penetrarlo, le hice cogerlo y empezar a masturbarme con él, de esa manera mi sumiso solo podía aguantarse con una mano; casi temblaba al cambiar de postura. Yo empujaba esa mano que asía el consolador marcándole el ritmo de la penetración. Estaba tan cachonda que tardé apenas un par de minutos en correrme.
Mis jadeos invadieron por un momento la habitación. Cuando hube acabado le hice sacarlo despacio, lo cogí y se lo pasé por los labios, hundiéndolo en su boca, follándosela un poquito, porque quería que mi perrito degustase su premio.
Cuando me hube recuperado un poco volví a incorporarme. Comprobé que el consolador seguía en su sitio, lo moví un poco para que lo sintiera bien.
– ¿Te duele?
– No, mi Señora. Me duelen un poco las pinzas –se me habían olvidado por completo-.
– Es que llevas mucho rato con ellas puestas. Vamos a quitarlas, al menos de momento.
Primero las de los pezones, las abrí despacio procurando no estirar de ellas, y rocé con las yemas de los dedos la zona liberada, ahora hipersensible, haciendo que mi sumiso volviera a estremecerse. Hice lo mismo con las de los testículos. Sentí cómo esa piel se ponía erecta, arrugándose con el roce de mis dedos.
Habíamos pagado una habitación por horas con jakuzy y yo quería probarlo, así que dí una nueva orden a mi sumiso:
– Ven. Quiero que llenes la bañera porque después querré que nos bañemos.
Despacio mi sumiso se incorporó, mientras yo sujetaba el dildo que aún tenía metido por el culo. Lo acompañé, empujando el dildo, dándole golpecitos pequeños, para seguir follándolo mientras caminaba hacia la bañera. Él desconocía el funcionamiento de los mandos, así que tardó un poquito en abrir el grifo. Luego le hice probar la temperatura del agua, mientras yo seguía moviendo la polla en su culo… Estaba a tope, su polla goteaba y no pude reprimirlo; cogí esas gotitas con los dedos, rozando su glande y luego pasándolos por sus labios y haciendo que me lamiera los dedos.
– ¿Has visto lo cachondo que estás? … cómo te gusta tener el culo petado, puta?
La bañera ya se estaba llenando. Volvimos a la cama pero esta vez le hice tumbarse boca arriba, subiendo las piernas y apoyando los pies en mis hombros. Le costó hacerlo con el pollón aún metido, pero lo hizo sin rechistar. Volví a meter el dildo grande en su boca de puta, deleitándome viendo cómo lo chupaba. Y entonces saqué aquel que aún ocupaba su culito y metí el mayor de todos los juguetes que habíamos traído. Parecía increíble, él que me había dicho que su culito no estaba muy acostumbrado, que tuviera cuidado porque no sabía si lo iba a soportar… Y ahí estaba mirándome con esa cara de placer mientras se lo follaba una y otra vez. Bajé mi cara hasta sus huevos para mordérselos, estirando un poquito aquella piel arrugadita.
– ¿Cuántas pollas te han follado hoy, puta? Te gustaría que fueran reales ¿verdad? –y mientras lo decía cogí su polla durísima y goteante, fuerte, estrangulándola, sin dejar de mover el consolador, cada vez más fuerte, cada vez más rápido, cada vez más adentro.
– Cuidado, mi Señora… Es que estoy a punto de…
– ¿Te quieres correr, zorrita? Cógetela y pajéate para mí, quiero que te salpiques esa puta cara.
Se corrió como un bendito, temblando, con las rodillas recogidas hacia arriba, mientras yo lo follaba, le mordía los huevos, le acariciaba los pezones… Me encantó controlar su placer de esa manera. Cuando se hubo corrido, le saqué despacio el consolador del culo, y le di un pañuelo para limpiarse. Pero a mí me había puesto como una moto y quería volver a correrme. Le di uno de los consoladores que no habíamos usado para que volviera a masturbarme. Él que decía que cuando se corría una sola vez, ya se quedaba sin ganas de continuar, volvió a empalmarse masturbándome. ¡Joder, cómo me puso! Volví a correrme de forma casi inmediata.
Tremendo, me lo estaba pasando de vicio y ahora estaba satisfecha y relajada. La bañera ya se había llenado, así que nos metimos en el agua templada y me recosté sobre él, mientras charlábamos sobre lo que acababa de suceder. Mi sumiso se culpaba por haber querido correrse tan rápido. Yo flipaba, llevábamos más de una hora, él empalmado desde que habíamos cruzado la puerta, y él diciendo que se había corrido demasiado rápido. No me importaba. Mis tetas se movían al ritmo de sus dedos rozándolas y de las burbujas de la bañera, las sentía colándose entre mis labios y moviendo mi clítoris, me estaba volviendo a encender con la conversación y con el movimiento.
Le hice ir a buscar un consolador para volver a pajearme, ya que sus dedos no me gustaban tanto. Tardé un poquito más que las veces anteriores, pero volví a correrme, esta vez de forma un poquito menos intensa.
Ufff Menos mal que estaba flotando, porque la verdad es que estaba un poquito cansada. De todas maneras ver la verga enhiesta de mi sumiso me daban ganas de seguir jugando con ella, así que aprovechando que mis piernas flotaban en el agua, empecé a masturbarle con los pies… a veces cogiendo su polla entre ambas plantas, a veces sujetándola con los dedos de uno de los pies y haciendo rodar los dedos del otro sobre el glande, sacudiéndola de un lado a otro, rozándola… Era un mero entretenimiento para mí, como jugar con una muñeca, pero mi sumiso se estaba poniendo como una moto otra vez. Seguí haciéndolo hasta tenerlo de nuevo a punto, y entonces paré. Quería que supiera que su placer me pertenecía, que cuando saliera de aquella habitación, lo hiciera cachondo, con ganas de más.
Sonó un timbre que nos avisaba de que faltaban 15 minutos para acabar el tiempo que habíamos alquilado la habitación, así que salimos de la bañera, nos vestimos recogimos todo el “equipaje” y nos fuimos.
Fue mi primera experiencia como Ama, y la disfruté de principio a fin. Mi sumiso está deseando repetir a pesar de que nos dejamos un montón de cosas por hacer. Creo que la próxima vez haré que me folle mientras lo tengo enculado… Lo estoy desando y me consta que él también.
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