Amante a Los líos
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por wastedLalo.
Cuando me llevaron a mi nuevo hogar estaba muy asustado.
Desconocía todo de mis nuevos amos y además estaba muy triste por que mi antigua ama me había vendido.
Para un esclavo era un deshonor ser vendido por su amo.
Tenía 10 años cuando una noche mi señora Aisa me comunicó que recogiera mis escasas pertenencias porque a la mañana siguiente vendrían a por mí.
—Te he vendido, Uzi — me dijo mientras como cada noche permanecía a sus pies, acurrucado, besándoselos.
Levanté mi cara de niño y mis inmensos ojos marrones la miraron desolado.
No entendía.
Me iba a vender, no, me había vendido.
Por qué? Qué había hecho mal? La señora Aisa levantó ligeramente su pierna y me puso la planta de su pie sobre la cara para obligarme a bajarla, a colocarla en el lugar que correspondía a un esclavo.
Yo era inmensamente feliz con mi señora Aisa.
Me había comprado cuando sólo tenía cuatro años y había vivido siempre con ella.
Era su esclavo y su mascota.
Mis labios besuquearon la enorme planta del pie que presionaba mi cara y me sometí.
Yo no era nada, un miserable esclavo que no tenía derecho a hablar de mi futuro.
—Por ser la última noche te dejaré que duermas a mis pies dentro de la cama — me concedió mi señora Aisa.
Me pasé la noche llorando abrazado a sus maravillosos pies.
Me había acostumbrado a su olor y a su tacto.
Pensaba que me moriría lejos de ella.
Para mí era más que mi ama, mi señora… era como la madre que nunca había tenido.
La señora Aisa me compró en el orfanato al poco tiempo de ingresar en él.
Mi madre había muerto
Pronto me hice imprescindible para mi señora Aisa y ella para mí.
A veces me pegaba pero no me importaba porque después de pegarme solía abrazarme para consolarme.
Al día siguiente la ayudé a vestirse como hacía cada día y cuando estuve listo llegó su nuevo esclavo: una muchacha muy tímida y muy hermosa.
Entendí que mi señora Aisa se había cansado de mí y prefería ahora una tierna muchacha que calentara su cama.
Cuando vinieron a por mí me abracé a las piernas de mi señora Aisa pero la mujer que tenía que trasladarme a la casa de mis nuevos amos me lazó el cuello por el dogal de esclavitud que siempre tenía que llevar y tirando con fuerza de mí se me llevó a rastras.
Me metió en la trasera de una furgoneta donde había otros niños como yo.
En la tercera y última parada que hizo la furgoneta, la distribuidora abrió el portón trasero e hizo descender a una niña y a mí.
Nos puso una correa en el dogal de esclavitud que llevábamos al cuello y nos llevó arrastrando hasta una alta verja.
Una mujer de unos treinta años se hizo cargo de los documentos y de nosotros.
Cerró la inmensa verja y al oír el motor de la furgoneta alejándose supe que no volvería a ver a mi señora Aisa.
Cruzamos un frondoso jardín caminando detrás de la mujer que tiraba de las correas que iban unidas a nuestros collares de esclavitud.
Me fijé en sus pantorrillas.
Eran bonitas.
Calzaba unos zuecos negros que brillaban cuando el sol se reflejaba en ellos.
Mi compañera se tropezó y cayó de bruces.
La mujer se detuvo y la miró furiosa.
Retrocedió un par de pasos y pateó a la muchacha con sus bonitos zuecos.
No dijo una sola palabra.
Se limitó a pegarle y luego siguió arrastrándonos.
—¡ Johana! — oí una voz dulce pero firme y la mujer se detuvo como si se hubiera quedado paralizada.
De detrás de un seto salió otra mujer.
Una señora de unos veinticinco años, muy guapa, muy elegante.
La tal johana tiró de nuestras correas y nos obligó a arrodillarnos.
Era evidente que se trataba de una de las señoras de la casa pues Johana también se arrodilló.
—Son los nuevos esclavos, Johana? — le preguntó la señora.
—Sí mi señora— musitó Johana con la cabeza prácticamente pegada al suelo.
Yo me quedé de rodillas, inmóvil y mis ojos se clavaron en los elegantes zapatos de tacón que calzaba la señora
—Lávalos bien… y cuando estén adiestrados e instruidos los traes a la casa para que los veamos.
—Sí mi señora — respondió johana temblándole la voz.
La señora se alejó.
Permanecimos un tiempo prudencial de rodillas mientras oíamos el taconeo alejarse y después proseguimos la marcha.
Llegamos a la parte trasera de la mansión.
Era una casa de tres pisos y detrás de sus muros adiviné uno o más patios porque por detrás de ellos se alzaban las copas de varias palmeras.
Se trataba de una casa rica,.
Me fascinó la gran cantidad de ventanas y celosías que podían verse en sus altas paredes.
La puerta de las cocinas estaba abierta y por ella entraban y salían algunas esclavas.
Por fuerza habían de serlo porque todas llevaban el collar de esclavitud que nos distinguía de las personas libres.
Johana nos entregó a una muchacha más joven y le encargó que nos lavara y depilara.
—Cuando acabes los instruyes en lo básico.
La instrucción duró cuatro días.
El primer día nos lavaron con agua helada y restregaron nuestros cuerpos con cepillos de púas de alambre hasta hacernos saltar la piel
Deshollinaron nuestros agujeros y cavidades para dejarlos limpios, quemaron nuestras ropas y finalmente nos pusieron tobilleras y empulgueras de cuero que contaban con anillas.
—Ponganse las manos a la espalda — nos ordenó Alicia , la muchacha a la que había encargado johana nuestro adiestramiento.
Con gran facilidad unió las anillas de nuestras muñequeras y quedamos con las manos esposadas a la espalda.
Alicia soltó una risita divertida.
—Práctico, verdad? — dijo y con la misma facilidad que nos había unido las muñecas las desunió.
Me fijé que Alicia también calzaba zuecos negros, como los de johana .
Eran bonitos y su suela de madera producía un hipnótico ruido al caminar, parecido al de los tacones de los zapatos de mujer pero más sordo.
Alicia vio que me fijaba en sus zuecos.
— Ustedes son esclavos-mascota, perros, y por tanto siempre iran totalmente desnudos y no tienen derecho a llevar zapatos, de ningún tipo.
Ahora vengan de rodillas que os explicaré lo básico — dijo con su voz dulce y volvió a dejar escapar una risita.
Mi compañera, que se llamaba belén , y yo, obedecimos.
Alicia,
apoyó su lindo trasero en el sobre de una mesa y nos miró con satisfacción.
—Cuando esten con las amas la mirada siempre al suelo.
No podrán hablar, sólo se les está permitido ladrar y ulular.
Son perros, no lo olviden, por tanto no pueden andar sobre sus pies, siempre deben desplazar a cuatro patas.
Cuando una de las amas los requiera lo primero que harán es besarle los pies y esperar en posición.
Luego entrenaremos las posiciones.
»No podrán hacer sus necesidades si no los autorizan.
Estuvimos hasta la noche practicando las diferentes posturas y todo aquello que Alicia sabía que nos harían hacer, como ir a buscar un palo y traerlo con los dientes, transportar todo tipo de objetos con la boca, tales como un cenicero, un cuenco con uvas o dátiles, una fusta, unas zapatillas o unos zapatos e incluso unas botas.
Las posturas básicas eran tres: la de espera o sentado, la de postración o adoración y la juego.
La de espera es sentado sobre los talones, el cuerpo erguido, los brazos pegados al cuerpo, las manos colgando fláccidas y la lengua fuera y jadeando.
La de postración o adoración es con la barbilla tocando el suelo, al igual que los antebrazos y las palmas de las manos, rodillas juntas y el culo en pompa, lo más elevado posible.
La de juego es echado de espaldas, boca arriba, con brazos y piernas doblados y en alto y los muslos separados para que mis atributos queden a expensas del ama.
Dormimos en la perrera, un recinto situado en las dependencias de los esclavos, en la que en lugar de camas había jaulas que sólo admitían estar a cuatro patas o echados.
Había una docena de jaulas pero la mayoría estaban vacías.
No nos dieron de comer ni de beber hasta la mañana siguiente.
Nos depertó Alicia golpeando los barrotes de las jaulas con un palo llamado fusta rígida.
Nos puso dos cuencos delante de la jaula, uno contenía una mezcla de deshechos de comida triturados y en el otro agua.
Alicia nos esposó las manos a la espalda y nos hizo comer directamente con la boca.
Al terminar la que sería nuestra única comida del día —el resto del día teníamos que lograr que las amas nos arrojaran algo de su propia comida al suelo, o al aire— nos adiestró a desplazarnos sobre nuestras rodillas con las manos esposadas a la espalda.
Estuvimos todo el día practicando.
Las rodillas se me hincharon como botas de vino.
Mi antigua ama me dedicó a ejercer de mascota pero sólo cuando a ella le apetecía.
Cuando la señora Aisa me llamaba «Uzi» yo ya sabía que debía convertime automáticamente en mascota.
El resto del tiempo podía caminar normalmente y usar mis manos.
A partir de ahora la situación iba a ser muy distinta.
En casa de las señoras Gazmey íbamos a ser perros permanentemente.
A la segunda mañana el dolor en mis rodillas era brutal.
Apenas podía desplazarme con un mínimo de soltura.
—No te preocupes, , hoy lo pasarás mal, pero mañana será más llevadero y así hasta que se te forme un callo y ya no notes más dolor — me consoló Alicia, que era tan dulce como severa manejando la fusta rígida.
Al menor error nos pegaba con dureza allí donde sabía que nos haría más daño.
Después del vomitivo desayuno pasamos el día adquiriendo velocidad corriendo a cuatro patas, lo mismo que al siguiente día.
Al final de nuestro adiestramiento básico Alicia procedió a anillarnos: a mí los testículos y a belen los pechos.
Se trataba de una forma de estrangulamiento con un aro de metal que se cerraba con un mecanismo parecido al de las esposas y mantenía aprimidos mis testículos y las tetas de belen.
Alicia me acarició las bolas con suavidad.
?Mmmm… qué tersas — murmuró.
Yo gemí, lloré de dolor.
Alicia se rió con su cristalina carcajada.
—Duele, verdad? Te acostumbrarás.
Nuestras amas consideran que los esclavos debemos vivir siempre con dolor.
Ya las iran conociendo — volvió a reírse.
—No confundir los esclavos-animales con los esclavos-mascota.
Los primeros son animales de trabajo y los segundos animales de compañía o animales domésticos.
Los animales de trabajo sustituyen a los caballos de tiro y los bueyes, los animales de compañía o domésticos básicamente a los perros — nos explicó Alicia que estaba sentada sobre una mesita y balanceaba las piernas despreocupadamente mientras belen y yo permanecíamos en posición de espera.
Yo seguía como hipnotizado el movimiento cadencioso de los pies de Alicia a y ésta, que se dio cuenta, me golpeó con la fusta rígida en las manos que colgaban fláccidas de mis costados.
El golpe resultó tan doloroso que me puse a llorar.
Alicia se rió de mí.
—Por Dios, Uzi, si lloras por este golpecito de nada lo vas a pasar realmente mal cuando te suelte en la casa.
Las amas tienen una facilidad terrible para castigar a los esclavos.
El menor error lo castigan, y muchas veces incluso sin que el esclavo haya cometido ningún error, sólo por capricho… y te aseguro que sus castigos van mucho más allá de un simple golpecito — me asustó la joven esclava.
Alicia sacó un documento de una carpeta que estaba sobre la mesa y lo examinó.
—Tal vez no debería decírte eso, pero me caes bien, muchachito — me dijo Alicia con su permanente sonrisa — sabes porqué fuiste comprado a tu ama?
—No.
La joven esclava volvió a golpearme las manos con la fusta rígida.
De inmediato dí dos ladridos que significaban negación.
Me iba a resultar muy difícil acostumbrarme a sustituir el lenguaje por los ladridos.
Todo me iba a resultar difícil.
Mi vida con mi señora Aisa no había estado en absoluto reglamentada, tan sólo por una máxima: debía obedecerla en todo lo que me ordenara.
—Aquí dice que te excitabas oliendo y besando los pies de tu antigua dueña.
Es eso cierto?
Iba a responder que sí pero en el último momento di un ladrido.
—Bien, pues ese es el motivo.
Querían un esclavo-mascota que se excitara con los pies femeninos — me sonrió Alicia mientras dejaba caer al suelo su zueco negro y levantando la pierna me acercaba su pie a la nariz «huélelo y bésalo» me ordenó sin abandonar la sempiterna sonrisa de sus bonitos labios.
Obedecí y sentí cómo se me removía el pene dentro de la anilla de constricción que oprimía mis genitales.
—Y tú, perrita, sabes porqué has sido adquirida?
Belen negó con la cabeza al tiempo que daba dos ladridos, advertida ya de que era mejor no olvidar las reglas si no quería recibir un palo con la fusta rígida que Alicia manejaba con prodigalidad.
Alicia apartó la olorosa planta de su pie de mi cara y la acercó a sus pechos grotescamente deformados por las ataduras que los constreñían.
Pinzó el pezón de uno de ellos con los dedos de su pie y pude ver cómo emergían unas gotitas de un líquido medio blanco medio transparente que supuse que era leche.
Esa leche se posó sobre la uña del dedo gordo del pie de Alicia que lo acercó de nuevo a mi cara.
—¡Lame, perro! — me ordenó.
Después de que dejara sus deditos limpios Alicia leyó el informe de belen y supe que desde pequeña había sido tratada con unas hormonas que hacían que sus mamas, a pesar de no estar preñada y de su juventud, producían desde hacía más de un año leche materna de manera constante.
—A las amas les encanta la leche tomada directamente de las ubres de sus esclavas y al parecer en tu caso no es necesario que estés preñada para que la puedan obtener de ti.
Belen se sonrojó cuando su peculiaridad fue hecha pública del mismo modo que lo había hecho yo cuando aireó mi debilidad por los pies de las mujeres.
A continuación nos hizo un breve detalle de quienes iban a ser, de hecho ya eran, nuestras nuevas propietarias.
—La familia gazmey funciona como un matriarcado desde hace siglos.
Actualmente la matriarca y persona que detenta la máxima autoridad es la señora Cardi.
Después están sus hijas, las señoras becky, laura y Kim.
Le siguen sus nietas, las señoritas natti, Karol y indy.
Finalmente están los amos, Talib, que es el esposo de la señora cardi y su hijo Yei que es el esposo de las señoras.
No se confundan , no es el amo Yei el que tiene tres esposas, sino que son las señoras, becky laura y Kim que tienen un mismo esposo.
»No fueron sido asignados a ningún miembro de la familia, por lo que cualquiera de ellos los usará a su antojo y tendran que obedecerlos a todos.
A pesar de lo que pudiesen presuponer debido a que tiene tres esposas, el amo Yei no va demasiado bien servido en cuanto a sexo por lo que usa a los esclavos para aliviarse.
Los primeros meses fueron extremadamente duros.
Después poco a poco me fui aclimatando.
Entendía cada vez mejor lo que esperaban de mí y con la práctica fui logrando sobrevivir con cada vez menos castigos.
Como es normal con el tiempo he ido adquiriendo filias y fobias, preferencias y rechazos.
La señorita Kim es mi ama preferida, de eso no tengo la menor duda.
.
Por el contrario es a su madre, a la señora Cardi, a la que más temo.
En estos momentos me encuentro en el salón verde y oro.
Los salones de la casa se distinguen por el color que predomina en la pintura de sus paredes.
Me hallo en posición de espera, es decir, el culo sentado, los muslos separados, el cuerpo erguido, los brazos pegados al cuerpo, las manos colgando fláccidas y la lengua fuera.
Escucho un taconeo que reconozco al instante y sólo de adivinar a quien pertenecen estas pisadas me remuevo inquieto y jadeo con mayor insistencia.
En el momento en que ella entra en el salón ya estoy en posición de adoración, de rodillas, el cuerpo doblado hacia delante, la barbilla tocando al suelo, los brazos y las manos pegados a los costados y en contacto con el suelo desde los codos hasta los dedos, los muslos ligeramente separados para mostrar mis genitales anillados.
Oigo el sonido, ahora más lento, de sus tacones.
Sé qué zapatos calza por cómo arrancan ruido de las baldosas.
Son unos escarpines de salón de tacón pequeño, mejor mediano.
Sólo me falta saber el color.
Se está moviendo por detrás de mí.
Debe buscar una revista en el revistero porque escucho el roce del papel al ser removido.
Su fragancia termina de confirmarme que se trata de ella.
Siento un escalofrío y todos mis músculos se estremecen.
Me saluda apretándome ligeramente los testículos, como sólo ella sabe hacerlo, sin causar dolor, solo estremecimiento.
Pasa por delante de mí y se sienta en frente, en el sofá.
Desde mi posición sólo puedo ver sus zapatos, son rojos, sus finos tobillos y sus elegantes pantorrillas.
Nada más.
Pero no necesito ver más.
Es ella, el ama Kim.
No me dice nada.
Cruza una pierna y abre la revista.
Sigo en mi postura de adoración.
Inmóvil.
Mi vista clavada en el zapato que se apoya en el suelo.
El otro está fuera de mi alcance de visión hasta que ¡Oh, milagro! se desprende de su pie y queda en equilibrio apoyado en sus deditos.
No me dice nada.
Lee.
Quiero que me diga algo, que me ordene algo, pero Kim sigue leyendo en silencio, un silencio que se rompe en el momento que el zapato que cuelga de sus dedos se ha desprendido y cae al suelo con un estrépito sordo.
Es mi hora.
Avanzo sin levantar la cabeza, con la barbilla que sigo teniendo pegada al suelo, haciendo ligeros avances de mis rodillas.
Llego junto al zapato solitario.
Con la cara me lo coloco de tal manera que atraparlo por el tacón con la boca me resulte sencillo.
Ya lo tengo.
Ahora muerdo para que el zapato quede bien sujeto y voy levantando la cabeza.
Ante mis ojos aparece el pie desnudo del que ha caído el zapato que tengo en mi boca.
Me giro, me contorsiono de manera que puedo introducir los deditos del pie descalzo en la embocadura del zapato.
Empujo.
El pie está quieto.
Finalmente lo acoplo y una sensación de triunfo muy agradable me invade por completo.
Sigo con la cabeza elevada.
Saco la lengua y la paso por el empeine del rojo zapato.
La mano del ama Kim recompensa mi esfuerzo acariciándome la calva.
Me estremezco.
Vuelvo a la postura de adoración y me quedo quieto.
—¡Patitas arriba, perrito! — oigo que me dice la dulce voz de mi ama Kim .
«Patitas arriba» es la manera casi infantil con que Kim designa la postura de juego.
Rápidamente me doy la vuelta, me echo sobre mis espaldas, levanto brazos y piernas, los dejo caer, ligeramente hacia fuera, doblados por codos y rodillas y separo los muslos.
La blanca mano de la señorita Kim desciende del brazo del sofá y va a posarse sobre mis anillados genitales.
El dolor es extremo cuando percibo el contacto de su mano sobre mi hinchado miembro.
Los dedos de nacaradas uñas recién manicuradas se deslizan sobre la tersa piel de mis testículos.
Los acaricia con las yemas de los dedos y luego les da un ligero apretón.
—Duele perrito? — me pregunta cuando oye mi estremecimiento.
Rápidamente doy dos ladridos breves que significa que no, que no me duele.
Veo que asoma sobre el lado del sofá y me mira.
Me sonríe y yo bajo los párpados, me está prohibido mirarla.
No puedo verla pero intuyo que sigue mirándome, con esa sonrisa que me vuelve loco.
Su mano se posa de nuevo sobre mis henchidos genitales.
Esta vez las yemas de sus dedos rozan mi amoratado glande que continuamente va expulsando gotitas de líquido preseminal.
Apoya la yema del pulgar en el agujero del glande y cuando la retira un hilillo seminal la sigue.
Kim se ríe.
—Qué es esto, cochino? — me pregunta seria.
Comienzo a gemir.
Emito unos patéticos sonidos a medio camino entre el gruñido y el llanto.
No puedo hablar por tanto debo transmitirle pesar, angustia, miedo.
—Sabes que lo tienes prohibido.
Si mamá se entera te castigará.
Vaya, vaya, así que lo que buscas es que te castiguen, es eso, no? — pregunta en un tono casi infantil.
Redoblo mi patético ulular.
Tengo que mostrar terror.
La mano de la señorita Kim se posa sobre mis doloridos genitales y me los amasa, lo que me incita a generar más cantidad de ese líquido transparente y pegajoso que brota de la punta de mi miembro.
Ahora el terror es mucho mayor.
Si sigue así eyacularé y salvo orden expresa de alguna de mis amas me está terminantemente prohibido vaciar mis testículos.
Ningún fluido puede salir de mi cuerpo sin la pertinente autorización.
La señorita Kim sigue amasándome los genitales con gran dulzura y mis lamentos crecen en intensidad.
Ella ríe.
En el último momento, cuando estoy a punto de llegar a la explosión retira su suave mano.
Jadeo.
Estoy sudando.
La señorita Kim arroja la revista al suelo, se calza los zapatos y se va.
Recupero mi posición de espera.
La señora Cardi, la matriarca, la gran señora, gusta de sacarme a pasear.
Une una corta correa a una de las anillas de mi dogal y el otro extremo lo ata a su tobillo, lo que me obliga a gatear con la cara pegada a sus pies.
En ocasiones me une las muñequeras a mi espalda con lo que seguirla se convierte en una tortura.
En estos momentos la sigo por el sendero que lleva a uno de los campos de algodón que tienen en su vasto jardín con el único objeto de divertirse viendo el trabajo que deben realizar los esclavos-animal.
El ama Cardi siente un placer especial al contemplar el esfuerzo de esclavos tirando de arados o carretas cargadas.
La acompaña su nieta Indy, la más pequeña, hija de la señora Laura La niña siempre lleva un pequeño látigo en sus manitas y se hace seguir por niños esclavos simplemente para tener a quien azotar cuando le apetece.
Esta vez lleva a Sarah, su esclava personal, una esclava-perro.
A Sarah la hace ir a cuatro patas con las manos atadas a la espalda.
La señora cardi se detiene al llegar a la linde del campo de trabajo y se sienta en un banco.
Yo me coloco en posición de adoración.
La correa es tan corta que mi barbilla casi toca sus pies.
Inmediatamente saco la lengua y me pongo a lamer sus zapatos.
—Abuelita — dice la amita indy — por qué tu esclavo tiene amoratadas las bolas?
Se refiere a mis testículos que por el anillado me veo obligado a mostrar de manera ostentosamente obscena.
—Es por el anillado, indy .
De esta manera están siempre a la vista y nos resulta cómodo tocárselos, o apretárselos, según queramos excitarlo o castigarlo — le explica su abuela.
Indy se coloca detrás de mí.
Yo sigo lamiendo los zapatos de mi señora cardi y ella saca los pies y los apoya sobre ellos.
Mi lengua lame ahora sus dedos y sus uñas.
La erección que tengo es brutal.
Los pies de la señora cardi me recuerdan a los de mi ama Aisa.
Podía haberlo imaginado.
Tener a aquella niña detrás de mí con mis testículos obscenamente expuestos es casi una provocación para ella.
El grito de dolor que brota de mi garganta es brutal.
Acabo de caer al suelo de bruces, sobre los pies de la señora cardi .
—Parece que le duele, abuela.
Cada vez que le piso las bolitas a mi esclavo se retuerce y grita como acaba de hacer tu perro.
La patada ha sido tan fuerte e inesperada que estoy llorando de dolor.
La señora Cardi se ríe de la travesura de su nietecita.
—¡Perro, tus sucias bolas han manchado las botas de la señorita indy
límpiaselas!
Como puedo me pongo a cuatro patas y me doy la vuelta.
La señorita indy parece satisfecha.
Le gusta causar dolor a los esclavos y sabe que si les pisa o les patea los testículos el dolor es insoportable.
No la miro a la cara.
Me inclino sobre las botas de la niña y empiezo a lamerlas.
La señora cardi contempla satisfecha mi humillación.
La señorita indy levanta un poco una de las botas y yo de inmediato paso la lengua por la suela.
Me la pisa bajando con rapidez la bota al suelo y se ríe, con su risa infantil, mientras me retuerce la lengua bajo la suela de su bota.
—No grites Perro, no grites… si te duele aulla o ladra — me dice la señoracardi.
Finalmente la señorita indy me deja en paz y se dedica a mortificar a su esclava.
La señora cardi hace tronar sus dedos y gateo, con la lengua fuera, dolorida y sucia, y me dirijo a sus pies.
Debo ir demasiado lento para el gusto de mi ama porque de repente su mano atenaza mi oreja y me obliga a acercarme más deprisa.
Me empuja hacia abajo y me ordena ponerme en posición de juego, de espaldas sobre el suelo, con los brazos y las piernas dobladas por los codos y las rodillas, fláccidas, sin tensión.
—Vas a jugar con su cosa, abuela? — pregunta la señorita indy que en ese momento se entretiene pisando la mano de su esclava al tiempo que ésta tiene que lamerle la bota con la que se la pisa.
—Sí hija.
A los perritos les gusta que juguemos con sus cosas sucias — le contesta su abuela que levanta un pie y posa su planta sobre mi cara mientras baja su mano enjoyada y comienza a amasar testículos y polla.
El olor de la planta del pie de la señora Cardi pegada a mi cara desata en mí una poderosa erección que el anillo constreñidor apenas puede controlar.
Indy observa el considerable crecimiento de mis genitales con asombro.
—¡Abuela, mira esto abuela! — la niña señala mi pene que ahora parece un hierro al rojo vivo.
—¡Jajajajajajaja…, es un cochino! Verdad,indy? — le dice a su nieta mi ama mientras pasea la carnosa planta de su pie por mi cara, aplastando mi nariz y mis labios con ella.
—Por qué le crece, abuelita? — se interesa la señorita indy.
—Porque se excita con mis pies, es un perrito pervertido al que voy a castigar ahora mismo.
Sé que ahora lloraré de dolor.
La señora cardi disfruta con el dolor de los esclavos.
Mientras sigue excitándome con sus olorosos pies con parsimonia se lleva un pitillo a la boca y lo enciende.
Da una fuerte calada y tras exhalar el humo con evidente placer me acerca la incandescente brasa del cigarrillo al amoratado glande.
—Le vas a quemar esa cosa, abuelita? — pregunta excitada indy dando palmadas de alegría.
La señora cardi le sonríe y asiente.
Me estremezco de dolor al sentir la quemadura en mi glande.
Me toca con la brasa, la mantiene y luego la retira para dar otra calada al pitillo y formar más brasa.
Gimoteo bajo la planta de su pie.
La señora cardi me pone ahora el talón en la clavícula y me libera el rostro.
Ve que estoy llorando y eso la excita.
Vuelve a taparme con su planta que posa sobre mis labios y me los pisa.
No puedo besarle el pie, se me clavan los dientes en los labios.
Vuelve a quemarme el glande.
Esta vez mantiene la brasa apoyada sobre el glande y me hace enloquecer de dolor.
Grito.
No lo puedo soportar y grito aunque mis alaridos mueren en la carnosidad olorosa de su planta.
—Está gritando, abuelita — le dice la niña.
—Es un perrito desobediente — dice y me libera un poco los labios para acomodar su planta en mi rostro de manera que las yemas de sus dedos se apoyen en mis párpados.
Aprovecho que me ha dejado un poco de espacio entre su pie y la boca para respirar y a la vez sacar la lengua y lamerle la planta.
Lo hago para evitar lo que viene.
Siento que sus uñas se clavan en mis párpados.
Me los está apretando.
Flexiona los dedos y hace presión.
Me los va a vaciar.
Grito.
Más dolor insoportable.
Siento que me van a estallar los ojos.
Un chasquido viscoso y sus dedos flexionados se deslizan por mis cuencas.
El alarido que sube a mi garganta muere junto conmigo .
Ahora descanso en paz y me reuniré con mi querida madre vaya a donde vaya
FIN
-WastedLalo.
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