• Registrate
  • Entrar
ATENCION: Contenido para adultos (+18), si eres menor de edad abandona este sitio.
Sexo Sin Tabues 3.0
  • Inicio
  • Relatos Eróticos
    • Publicar un relato erótico
    • Últimos relatos
    • Categorías de relatos eróticos
    • Buscar relatos
    • Relatos mas leidos
    • Relatos mas votados
    • Relatos favoritos
    • Mis relatos
    • Cómo escribir un relato erótico
  • Menú Menú
1 estrella2 estrellas3 estrellas4 estrellas5 estrellas (3 votos)
Cargando...
Dominación Hombres, Gays, Travestis / Transexuales

Ari: Prisionero de Mi Piel III

Por más ropa holgada que me pusiera, nunca era suficiente. Pantalones anchos, poleras largas… todo con tal de esconder mi cuerpo que tanto llamaba la atención de Jordan. Pero no importaba cuánto me tapara, siempre se notaba..
✨ Hola a todos ✨
Gracias por acompañarme en este viaje de historias. Sus lecturas, comentarios y reacciones son la chispa que mantiene viva mi inspiración. Me encantaría saber: ¿qué personaje, momento o giro de mis relatos les ha impactado más? Sus opiniones son parte esencial de este espacio, así que los invito a compartirlas. ¡Construyamos juntos este universo de palabras! 🌌📖 A continuación la tercera parte.

[email protected]

Los días pasaron…

 

Intenté ignorarlo. De verdad lo intenté. Me repetía cada mañana que Jordan no significaba nada, que era solo un muchachito de 19 años entrometido, altanero, inmaduro, un don nadie comparado conmigo. Salía de casa con la cabeza gacha, decidido a no mirarlo, decidido a pasar de largo. Pero siempre estaba ahí.

 

Por más ropa holgada que me pusiera, nunca era suficiente. Pantalones anchos, poleras largas… todo con tal de esconder mi cuerpo que tanto llamaba la atención de Jordan. Pero no importaba cuánto me tapara, siempre se notaba.

 

Y Jordan, como lobo hambriento, nunca desperdiciaba la oportunidad. Apenas me veía, se relamía con esa sonrisa de macho seguro de sí mismo, y me lanzaba palabras que me incendiaban por dentro.

 

—Ari… chiquita —me dijo hoy, apenas me vio doblar la esquina—. Que ricas piernotas… pero se verían mejor en mis hombros— lo decía con esa sonrisa burlona que me arrancaba un temblor en el estómago.

 

Yo apretaba mis delicadas manos contra mi pecho, con las mejillas rojas y la voz quebrada.
—N-no… yo… tengo que irme.

 

Daba un paso, pero él daba dos. Su cuerpo enorme bloqueaba mi camino, y mi respiración se volvía torpe, casi infantil. Jordan bajaba un poco la cabeza para mirarme de cerca, y yo, instintivamente, desviaba los ojos, incapaz de sostenerle la mirada.

 

—Estas tan rica Ari… —susurraba, rozándome el mentón con la punta de sus dedos.

 

El contacto me hizo estremecer. Retrocedí un paso, con el corazón latiendo desbocado.
—Por favor… déjame… —murmuré.

 

Pero su risa me envolvió, profunda, segura, como si supiera que mis palabras eran solo parte de un teatro que ni yo mismo podía sostener.

 

—Que rico culazo Ari… —dijo sin rodeos—. Que rico se ve como tus ricas nalgas se comen tu pantalón así pronto se va comer esto—mientras se agarraba su entrepierna y se notaba que tenia una erección por el bulto que sobresalía de su pantalón.

 

—C-cállate… —susurré, temblando.

 

Él rio. Una risa grave, fuerte, que me hizo estremecer. Puso un brazo contra la pared, cortándome el paso, y de pronto su cuerpo enorme me tenía acorralado. Yo podía sentir el calor de su cercanía, y mi respiración se volvió torpe.

 

—No tienes que fingir conmigo —dijo con voz firme—. Yo sé lo que eres… y me gustas.

—Eres un desgraciado… —susurré, la voz hecha pedazos.

Jordan inclinó la cabeza, sus labios tan cerca de mi oreja que me hicieron estremecer otra vez.

—Se que te gusto Ari, aunque aún no quieras admitirlo.

 

Me quedé helado. Mis manos temblaban, mis piernas no me respondían, y mis lágrimas corrían en silencio. Esa era mi lucha: odiarlo con toda el alma, y al mismo tiempo, odiarme más por verme débil a su lado.

 

Mis piernas temblaban. Todo en mí gritaba que debía huir, que no debía dejarlo acercarse más. Y sin embargo, cuando su mano rozó la mía al quitarme una de las bolsas, no tuve fuerzas para arrebatársela. Me quedé quieto, sumiso, como un niño atrapado, con la garganta cerrada y los ojos húmedos por la vergüenza.

 

—Así me gusta —añadió él, con una sonrisa satisfecha—. Obediente.

 

Me devolvió la bolsa como si nada hubiera pasado, y se apartó lentamente, dándome espacio para huir. Y yo corrí, casi tropezando con mis propios pasos, mientras sentía que mi pecho ardía con un torbellino de miedo, negación… y algo más.

 

Porque, aunque me repetía una y otra vez que debía olvidarlo, que no podía dejarlo entrar en mi vida, cada vez se me hacía más difícil ignorar el fuego que encendía en mí su sola presencia.

 

Esa noche apenas pude dormir. El eco de su voz seguía persiguiéndome, como si Jordan estuviera sentado a los pies de mi cama, susurrándome esas palabras que no podía arrancar de mi cabeza.

«Yo sé lo que eres… y me encanta.»

Me envolví en las sábanas, apretando los ojos con fuerza.
—¡No! —murmuraba en voz baja—. No soy eso… no puedo serlo…

 

Mi corazón golpeaba como un tambor. Sentía vergüenza, miedo, un nudo en el estómago que me ahogaba. Y, sin embargo, había algo peor: esa parte de mí que temblaba al recordar cómo sus dedos rozaron mi piel.

 

Me levanté de golpe, encendí la luz y me puse frente al espejo. Lo odiaba. Odiaba verme así, con este cuerpo que todos confundían con el de una mujer. Mi reflejo me devolvía la mirada con unos ojos húmedos, rojos de tanto contener el llanto. Mis labios carnosos, mi piel blanca, mi silueta delicada… todo era un recordatorio cruel de lo diferente que era.

 

Golpeé el espejo con las manos abiertas.
—¡Soy hombre! —grité entre sollozos—. ¡Soy hombre, maldita sea!

 

Pero mi voz temblorosa, aguda, casi de niña, sonó como una burla. Y cuanto más lo repetía, más me convencía de que estaba atrapado en una mentira que yo mismo no podía sostener.

 

Caí de rodillas, llorando en silencio, como un niño perdido.
—Dios… ¿por qué a mí?… —susurraba, con las manos tapándome la cara—. No quiero ser esto… no quiero sentir esto…

 

El recuerdo de Jordan, tan alto, tan seguro, rodeándome con esa risa arrogante, me quemaba por dentro. No era solo miedo. Había algo más. Algo que me hacía estremecer y que odiaba reconocer.

 

Me arrastré hasta la cama, me acurruqué en un rincón, abrazando mis piernas. Intentaba convencerme de que mañana sería distinto, de que podría ignorarlo, de que todo esto no era real. Pero en lo profundo de mi pecho lo sabía: cada día, cada encuentro, cada palabra suya estaba quebrándome.

 

Y yo, en mi fragilidad, en mi inocencia, no sabía cuánto más podría resistir antes de caer rendido.

 

Desde aquel día en la ventana, mi vida dejó de ser la misma. Jordan no desaparecía, al contrario, parecía multiplicarse a mi alrededor. Cuando iba a comprar pan, ahí estaba. Si salía a botar la basura, lo encontraba recostado contra la pared del frente, mirándome con esa sonrisa que me quemaba por dentro. Yo intentaba ignorarlo, caminar rápido, fingir que no escuchaba… pero siempre terminaba atrapado por su voz.

 

Esa tarde, con el pan caliente en las manos, supe que no podía escapar.

 

—¿Otra vez tan apurada, princesa? —su voz profunda me atravesó como un rayo.

Me puse rojo de inmediato. Bajé la cabeza.

—Y-yo… tengo que volver a casa… —murmuré, apenas audible.

Jordan se acercó despacio, como un depredador que ya sabía que su presa estaba paralizada.
—¿Y por qué huyes de mí? ¿Te doy miedo? —me preguntó, inclinándose para verme el rostro.

Tragué saliva. Mis labios temblaban.
—N-no… solo que… yo… no debo… —me detuve, incapaz de articular.

Él rió, un sonido grave que me hizo estremecer.
—No debes, no debes… siempre con tus reglas, ¿no? —dijo burlón—. Eres tan inocente, Ari. Pronto serás mi mujer.

Sentí un calor extraño subirme al pecho.
—No me digas así… —pedí en un hilo de voz.

—Tú vas hacer mi mujer—replicó él, acercando su rostro al mío.

Me ruboricé aún más, las manos me sudaban.
—Jordan, por favor… déjame en paz…

Él arqueó una ceja y sonrió de costado.
—¿De verdad quieres que te deje en paz? Porque yo veo otra cosa. Te veo temblar, y no solo de miedo. Te ruborizas cada vez que me acerco. ¿Sabes lo que pienso? —su voz bajó, grave, casi un susurro—. Que en el fondo, lo disfrutas.

 

Negué con la cabeza, aterrado.
—¡No! Eso no es verdad… yo… yo no soy así…

Jordan me acorraló contra la pared, su sombra enorme cubriéndome por completo. Yo sentía que no podía respirar.
—Claro que lo eres —afirmó con una seguridad aplastante—. Y mientras más lo niegues, más me lo confirmas.

Yo apreté los ojos, con las lágrimas queriendo salir.
—No… no digas eso… por favor…

 

Él me tomó suavemente del mentón y me obligó a mirarlo.
—Escúchame bien, Ari… —dijo despacio, como si me estuviera marcando cada palabra en la piel—. Desde el día que te vi, supe que ibas a ser mía. Tú puedes llorar, huir, negar… pero no puedes escapar de mí… y tarde o temprano, vas hacer mi mujer.

 

El corazón me golpeaba tan fuerte que sentía que iba a desmayarme.

Me cubrí el rostro con las manos, desesperado.
—¡Basta! ¡No digas eso! —balbuceé, con la voz quebrada.

Él me apartó una mano con firmeza, sin dejarme escapar.
—¿Ves? Eres tan frágil… tan débil… tan sumisa. Ni siquiera sabes defenderte. Y eso… —rozó mi mejilla con sus dedos ásperos— …me vuelve loco, mírame como me tienes mostrándome su descomunal erección atreves de su pantalón.

Me estremecí al ver lo grande que se le marcaba debajo de su pantalón, me dio miedo, pero no podía apartar la mirada de su entrepierna.

—Por favor… yo no quiero esto… —susurré, casi suplicando. Con lágrimas silenciosas corriendo por mi rostro.

 

Jordan acercó su boca a mi oído, tan cerca que sentí su respiración caliente.
—No puedes evitarlo Ari. Vas a terminar obedeciéndome, Ari. Y lo peor… —sonrió, saboreando cada palabra— …es que te va a gustar.

 

Yo me quedé paralizado, atrapado entre el terror y esa extraña sensación que me desgarraba por dentro. Quise gritar, correr, desaparecer… pero no lo hice. Solo temblé, débil, sumiso, sintiendo que poco a poco, ya no me pertenecía.

 

No sé en qué momento mi vida dejó de ser mía. Desde aquel descuido en la ventana, Jordan se volvió una sombra inevitable. Podía ignorarlo un día, pero al siguiente lo tenía rondando de nuevo, esperándome en la esquina, con esa sonrisa burlona que me hacía sentir desnuda, débil… atrapada.

 

Al principio pensé que, si me mostraba indiferente, se aburriría. Qué ingenua fui. Entre más lo ignoraba, más se empeñaba en perseguirme. Y lo peor es que yo… yo no podía controlarme. Mis mejillas ardían, mi voz temblaba, mi cuerpo me traicionaba cada vez que se acercaba.

28 Lecturas/29 septiembre, 2025/0 Comentarios/por Entrelineas
Etiquetas: desnuda, mujer, viaje
Compartir esta entrada
  • Compartir en Facebook
  • Compartir en X
  • Share on X
  • Compartir en WhatsApp
  • Compartir por correo
Quizás te interese
ME COMI LA VAGINA DE MI SUEGRA
LA TÍA CASILDA
De viaje con un amigo
El primer día en la playa pt.1
Yo y el sexo (capitulo 24)
Mis comienzos
0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta Cancelar la respuesta

Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.

Buscar Relatos

Search Search

Categorías

  • Bisexual (1.231)
  • Dominación Hombres (3.717)
  • Dominación Mujeres (2.787)
  • Fantasías / Parodias (2.986)
  • Fetichismo (2.481)
  • Gays (21.371)
  • Heterosexual (7.683)
  • Incestos en Familia (17.329)
  • Infidelidad (4.282)
  • Intercambios / Trios (2.966)
  • Lesbiana (1.115)
  • Masturbacion Femenina (863)
  • Masturbacion Masculina (1.717)
  • Orgias (1.885)
  • Sado Bondage Hombre (424)
  • Sado Bondage Mujer (167)
  • Sexo con Madur@s (3.957)
  • Sexo Virtual (245)
  • Travestis / Transexuales (2.329)
  • Voyeur / Exhibicionismo (2.342)
  • Zoofilia Hombre (2.119)
  • Zoofilia Mujer (1.624)
© Copyright - Sexo Sin Tabues 3.0
  • Aviso Legal
  • Política de privacidad
  • Normas de la Comunidad
  • Contáctanos
Desplazarse hacia arriba Desplazarse hacia arriba Desplazarse hacia arriba