Atención al cliente
Un niño, hijo de una prostituta, aprovecha la oportunidad de ganar buen dinero..
Mi mamá es prostituta. No hablamos casi nunca de su trabajo, pero a veces, cuando está un poco borracha, se vuelve parlanchina. Así me enteré de algunos de sus trucos. Eso me fue útil para ganarme unos pesos.
Una tarde, después de mi clase de educación física, ella me esperaba. Estaba maquillada y había ido a la peluquería.
– Tenés que hacerme un favor, bebé. Cité a un cliente para las 18, pero apareció algo mejor… ¿Entendés?
– Sí, otro que te paga más.
– Así es. Un turista. Pero no quiero perder a este cliente, es un ingreso seguro. Necesito que inventes alguna buena excusa. Que tuve que ir al médico o algo así. ¿Podés hacerlo?
– ¿No se va a enojar?
– No es de los que se enojan. Pero sí se va a decepcionar, pobre gordo.
Mamá me dio un beso en la mejilla y salió rumbo a su cita. Yo tenía hambre, así que me hice un sándwich y me puse a pensar. Hacía tiempo que deseaba comprarme unas buenas zapatillas. En casa no había dinero. Tal vez, esta era mi oportunidad.
Decidí darme un buen baño y prepararme para darle la mejor impresión al cliente de las 18. Me puse bermudas y una camiseta de básquet limpia que me quedaba un poco suelta.
Él fue puntual. Se anunció por el portero eléctrico: – Hola, soy Lalo…
Lo dejé pasar. Cuando llegó al departamento, le abrí la puerta. Al verme, él se sobresaltó.
– Perdón, pibe, me confundí de piso…
– No, señor… Pase, por favor…
Lalo tendría unos cincuenta años. Le pedí que se sentara en un sillón. Era un hombre bien vestido. Se había preparado para su encuentro con mi mamá cuidadosamente. Llevaba el pelo bien cortado, se había afeitado y olía a perfume caro.
– ¿Le pasó algo a…?
– ¿A mi mamá? Bueno, no se sentía bien… Ella no quería ir al médico para no fallarte, pero yo la obligué. Le dije que te explicaría.
– ¿Es algo grave?- se interesó.
– Espero que no. ¿Te puedo servir algo?
Se resistió un poco, pero al final aceptó una cerveza. Me contó que había tenido un día difícil. Que se estaba separando de su esposa y los malditos abogados lo estaban enloqueciendo. No, no tenía hijos. Después de la segunda lata de cerveza, me contó cuánto necesitaba del sexo y cómo mi mamá le hacía ver las estrellas.
– Sé que no es lo mismo, pero si me dejás, yo podría complacerte- dije sonriendo.
– Pero, yo no soy un… -no lo dejé terminar la frase.
Lo tome de la mano y se dejó llevar al dormitorio, que conocía bien. Se sentó en la cama, aturdido por mi propuesta. Me fui quitando la ropa sensualmente hasta que quedé totalmente desnudo. Él me contempló, todavía dudando.
– Sos un hermoso chico, ¿qué edad tenés?
– Tengo trece.
– ¿Y tu papá?
– No sé quién es. Mamá no sabe.
– Tu mamá me va a odiar si te toco.
Yo me acerqué, me senté sobre sus rodillas y rodee su cuello con mis brazos.
– ¿Quién se lo va a decir?
Acerqué mis labios a los suyos. Al principio él intentó separarse, pero unos momentos después nos estábamos besando apasionadamente. Fue la primera vez que probé el sabor de la cerveza.
– Esto es una locura… -dijo en un momento, soltando mi boca.
No se me tenía que escapar.
– No sos el único que necesita un poco de amor- le dije, con mi mirada más triste.
Eso lo conmovió.
Ya desnudos en la cama, nos abrazamos y besamos un rato más. Lalo tomó el control: -¿Sabes que es un 69?
Sí, lo había visto en Internet. Él eligió estar abajo. Menos mal, porque si no me aplastaba.
Cada uno se entregó por completo a la acción. Cada tanto, yo lo sentía suspirar de placer y eso me daba confianza. Yo lo estaba haciendo bien. Mientras él me hacía un delicioso sexo oral, yo sentía sus manos acariciando mis nalgas. Uno de sus dedos se metía en mi agujerito.
-Qué rico lo que me estás haciendo- le dije, para entusiasmarlo.
Se incorporó y buscó en el cajón de la mesa de luz un preservativo y un frasco de gel íntimo. Dejé que me pusiera de espaldas. Me arrastró hasta el borde de la cama y levantó mis piernas, apoyando mis talones en sus hombros.
Sentí el intenso calor de su sexo, suavizado por el lubricante. Era mi primera vez y me dolió un poco, pero no me quejé. Cerré mis ojos y suspiré.
Sus manos se afirmaban en mis caderas y él, que estaba de pie, arremetía una y otra vez. La sensación de ser completamente dominado finalmente me fue excitando. Él se dio cuenta y comenzó a masturbarme, hasta que acabé.
Se quitó el preservativo. Adiviné lo que deseaba y me puse de rodillas para recibir su semen. Con un profundo gemido, eyaculó en mi boca. El líquido, viscoso y abundante, bajó por mi garganta.
Saqué mi lengua para mostrarle, sonriente, que me lo había tragado todo.
Nos acostamos, exhaustos. Aunque él ya se había relajado, seguía acariciándome.
-Nunca pensé que iba a…
Le tapé la boca.
– Nada de culpas. Fue genial…
Nos duchamos juntos y nos cambiamos. Antes de irse, sacó su billetera y me dio dinero. Sin contarlo lo guardé en el bolsillo. Nos dimos un último abrazo y él se fue.
Esa noche, mamá volvió cansada. Me preguntó cómo había tomado Lalo que ella no estuviera.
– Lo tomó bastante bien. No te preocupes, va a volver.
Nos fuimos a dormir.
Al otro día, cuando volví del colegio, ella notó que yo calzaba zapatillas nuevas. No me preguntó de dónde había sacado el dinero para comprarlas, pero su intuición femenina no la engañó.
gran relato como sigue
¡Muchas gracias por leer y comentar, barcelona22! Este es un relato unitario. Aquí termina. Estoy trabajando con la continuación de «Mientras dormías».