Ayudando a un vergón discapacitado
Recordando el primer encuentro con la verga más grande y lechera que he visto en mi vida.
Un tiempo tuve que trabajar como prostituto, aprovechando mi juventud y (Según varias de las mujeres en mi entorno) rostro de niño. Mucha gente lo vería como una mariconada o como una excusa para ser promiscuo, pero no me importó entonces y no me importa ahora. Me ayudó a sobrevivir a mi trabajo de medio tiempo y salario mínimo, y a explorar mi sexualidad al mismo tiempo.
Mi anuncio estaba dirigido a hombres y mujeres por igual, pero la mayoría de mi clientela fueron varones, a quienes dividía en dos categorías: chicos jóvenes de mi edad que estaban explorando su sexualidad, y que podían ser tanto pasivos como activos. Estos eran mis clientes favoritos, aunque no pagaban muy bien. Los otros eran hombres maduros, que usaban como excusa que ya se habían aburrido de follar mujeres, y querían «probar» follar a un varón joven y culón. Pagaban mejor, pero podían ser más desagradables en el trato, y tampoco eran los mejores amantes en la cama.
Así pasaban mis días, y una mañana durante mis clases de instituto me llegó un mensaje, preguntando por mis servicios. Lo llamaremos Luis. Me gusta hablar primero con mi potencial cliente, conocerlo y decidir si valía la pena llegar a un encuentro o no. Habré sido puto, pero estúpido nunca. Eventualmente me describió su situación: un hombre de treinta y tantos, gordito y que había sido víctima de un accidente de tráfico grave, que lo había dejado discapacitado y con cicatrices y secuelas. No tan graves que lo dejaran minusválido, pero lo suficientes para tumbar su autoestima, perder a su pareja y, básicamente, arruinar cualquier posibilidad de conquistar a una fémina y llevarla a la cama. Luis insistió que no era homosexual, pero un amigo gay le había brindado oral después de una borrachera, y le había quedado el fetiche de coger pasivos.
Quedamos para ese día, saliendo de mi maldito trabajo en un call center. Llegué primero al sitio indicado, un centro comercial, y al rato llegó él, vestido como de oficina y portando un bastón y unos lentes de sol. El accidente le había dejado secuelas graves. Aun así, no estaba tan mal como se describía en el chat. Gordito, muy alto y con cabello rizado hasta los hombros. Seguro que sus secuelas son más psicológicas que externas, pensé yo mientras nos dirigimos al hotel.
Ya adentro, el protocolo de rigor. Entré a ducharme primero, y le ofrecí entrar conmigo para entrar en confianza. Por un momento dudó, y luego escuché sus pasos dirigirse a la ducha. Efectivamente, era gordito y peludo, y entre sus piernas colgaba la verga más grande que he visto en mi vida: 18 centímetros, aún flácida, y con un par de huevos cargados de semen, y del tamaño de un par de frutas. He visto vergas más grandes solo en el porno y en juguetes sexuales, hasta ahora no he visto en persona un pene tan grueso, gordo y grande en vivo y en directo ¿Y debía meterme semejante monstruo en el culo? No lo negaré, sí me dio un poco de duda, los maduros que solía atender tenían penes de hasta 14 centímetros, más delgados y con erecciones menos fuertes. Este pene era lo contrario, duro, moreno y, como pude comprobar, con el olor a sudor de huevos que vuelve a uno loco.
Fuimos a la cama, y comencé con el oral. Su verga no cabía en mi boca, a pesar de mis múltiples sesiones de práctica. Tenía que alternar entre chuparla, lamerla, besarla, masturbarla y bajar a atender sus bolas velludas y llenas de semen. Mientras tanto él me acariciaba el cabello, y me indicaba qué zonas debía prestarle más atención. Ya con su cañón armado y duro, empecé a preparar mi culo con lubricante para la follada, cuando Luis me ofreció una oferta: tirar a pelo, sin condón, y con vaciada adentro, a cambio de doblar mi tarifa. No lo pensé mucho, la oportunidad de ganar casi dos tercios de mi miserable sueldo en una hora de trabajo era una tentación demasiado grande, y acepté.
Con su pene embarrado con mi saliva y con bastante lubricante, me coloqué en cuatro, mostrando mi culo a Luis para que intentara penetrarme. Tenía mis nalgas abiertas con mis dos manos, mientras que Luis usaba una de sus manos para colocar su verga en mi entrada, y con la otra me agarraba fuertemente de los hombros. Por fin poco a poco mi culo empezó a ceder, y sentí el característico dolor de la penetración a medida que su pene forzaba su entrada. Parábamos brevemente para agarrar aire y dejar que mi esfínter se adecuara, para continuar metiendo algunos centímetros más. Por fin, después de varios minutos pude sentir su pelvis chocar contra mis nalgas. Había conseguido ingresar 18 centímetros en mi culo.
Esto lo enloqueció. Empezó a follarme con fuerza, cada entrada y salida lenta pero con seguridad y compromiso. Yo gemía, dejándome llevar por su fuerza y deseo. La verdad me sentí como si me estuviera desvirgando por primera vez, sentía como me agarraba de la nuca y me susurraba al oído como mi ano lo apretaba y trataba de resistir la cogida. Yo nada más babeaba, balbuceaba y gemía, me sentía en esos momentos como una puta. A medida que fue agarrando velocidad intenté masturbarme yo mismo, pero pronto dejé mi pene en paz para agarrar las sábanas. Por fin aceleró mucho más, y con un gruñido animal se desplomó encima mío, mientras sentía su pene palpitar y llenar mi hueco con bastantes chorros de leche caliente.
Después de unos minutos pude levantarme, y caminar hacia la ducha para limpiarme. Palpé mi ano y no encontré ningún rastro de sangre o mierda, pero sí leche espesa que fluía lentamente. Y mi culito ahora sí debidamente abierto, no como mis anteriores clientes. Lo invité a Luis a que viniera a la ducha para limpiar su pene, y regresamos a la cama para el segundo revolcón.
Esta vez la mamada fue mas corta. Estaba tan deseoso de follar nuevamente que me colocó en posición de misionero, al borde de la cama, y previa lubricada comenzó a follarme nuevamente. Esta vez pude agarrarme de sus hombros, mientras que con mis piernas lo empujaba aún más hacia mí, para conseguir meter algunos centímetros más de carne adentro mío. Él brumaba como un animal en celo, yo balbuceaba de placer al sentir como atendía no a un cliente, sino a un varón, a un macho preñador. En un momento incluso intentó levantarme para follarme en el aire, pero por culpa de sus heridas solo se contentó con agarrarme de mi cabeza para follarme a fondo. Cuando sentía su pene palpitar, preparándose para otra eyaculación, no resistí más, y agarrando su cara lo besé, beso que me correspondió con deseo y furia mientras nos veníamos juntos. Él adentro mío, y yo sobre nuestros estómagos.
Nos acostamos en la cama, desnudos y deslechados los dos. Mientras nos bañábamos para salir Luis continuó insistiendo que no era gay, simplemente era un fetiche suyo, y además tenía novia, a quién amaba mucho pero no le pedía anal por respeto. Yo solo se seguía la corriente, sabiendo perfectamente qué quería decir. Antes de cambiarnos y retirarnos le bajé el boxer y le ofrecí una última mamada, a manera de despedida, y un par de succiones a sus huevos antes de salir yo primero, con mi billetera llena y mi culo bien abierto.
No nos volvimos a contactar nunca más, y pronto cuando conseguí un mejor trabajo di de baja mi número de encuentros. Casi me hubiera gustado haberle tomado foto a su verga, al fin y al cabo un espécimen así es difícil encontrar en una ciudad de diez millones. Pero unos años más tarde el destino nos juntaría de vuelta. Buscando ahora encuentros en una conocida página de contactos, encontré un anuncio en particular solicitando oral y anal para un individuo gordito y discapacitado, con una tranca de 18 centímetros, y que insistía no ser gay pero que tenía ciertos gustos.
Sonreí mientras le escribía al número en pantalla. Pero esa es una historia para otro día.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!