Bajo el embrujo de unos tacones
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por waldo1993.
Quedaron para cenar temprano. Era su primera cita después de varios intentos fallidos. En Cuanto la vio venir sus ojos se abrieron como platos. Una chica rubia de más de 1,80, guapa, siempre llama la atención pero esta vez era aún más alta con sus botas de piel, abrochadas prácticamente hasta debajo de sus rodillas. Sus finos tacones estilizaban aun más su figura. El vestido corto, con un generoso escote y de algodón era apropiado para este verano tan caluroso que estábamos sufriendo.
– ¿Nos vamos? – Le dijo ella, lo que hizo reaccionar al chico que aún estaba asimilando la imagen que se le mostraba frente a sus narices.
Durante la cena ella se encargó de que sus botas estuvieran constantemente visibles ante los ojos de él. Bebieron, picaron algunas tapas y rieron durante toda la cena. Ella sabía que con el punto justo de alcohol esa noche sus planes tendrían éxito sin posibilidad de fallo alguno.
Ella, disimuladamente le rozaba con la punta de la bota constantemente. Él iba perdiendo el control por momentos. En un descuido ella dejó caer su servilleta justo a sus pies. Él, caballeroso se arrodilló para recogerla. Pudo ver de cerca esas botas que enfundaban unas piernas suaves y femeninas. Casi sin querer se acercó a ellas, las acarició y las besó instintivamente. De pronto se dio cuenta de lo que había hecho y se puso rojo de vergüenza. Ella, con una sonrisa de victoria le indicó con el dedo que se levantara y le dijo:
– ¿Me acompañas a casa?
Salieron del restaurante casi de inmediato. El chico pagó la cuenta como pudo y abandonaron el local para buscar un taxi. Al momento llegó uno y la chica le ayudó a entrar. Ella indicó la dirección al conductor y el viaje fue un constante juego de risas, caricias y algún que otro beso que ella le permitió para calentarle un poco más y hacer que albergara alguna esperanza.
Al cabo de veinte minutos llegaron al apartamento de la chica. Él volvió a pagar y se dirigieron al portal. Ella andaba unos metros por delante de él, contoneándose provocativamente y mirándole por encima del hombro. Al llegar a la puerta del edificio ella se apoyó sobre el cristal, doblando una de sus rodillas y apoyando el pie sobre la puerta.
– ¿Quieres subir?
– Es una broma, ¿No?
– Jajaja, no… si quieres subir tendrás que pedírmelo, no… mejor suplicármelo.
– Pero… estás bromeando, ¿Verdad? Has estado provocándome toda la noche, es evidente lo que estás buscando.
– Déjate de tonterías y vamos a subir a…
– He dicho que me lo supliques y… de rodillas. Si no quieres subir, no hay problema. Lo olvidamos y…
– ¡Vale! Está bien, lo haré.
El chico con evidente cara de fastidio accedió a sus peticiones. Se arrodilló frente a la chica que aún le parecía más alta de lo que era realmente. Su rostro quedó a escasos centímetros de su rodilla. Ella, con su media sonrisa picarona le indicó sutilmente con la mirada lo que debía hacer. Él empezó a besar justo por debajo de su vestido la pierna de la chica suavemente, acariciando su muslo con la yema de los dedos. Poco a poco sus manos fueron bajando hasta las botas, las malditas botas que le hipnotizaban y le anulaban la voluntad. Con los dedos recorrió cada una de las costuras y cremallera hasta donde le alcanzaban las manos. Sus labios seguían mostrando tributo a la rodilla de la chica cuando alzó su mirada y le dijo:
– ¿Me dejas subir a tu piso?
– Hummm… Si prometes ser tan cariñoso con el resto de mi cuerpo… te lo permito.
Colocando su mano bajo la barbilla del chico le invitó a ponerse de pie y agarrándole de la mano lo atrajo hacia su cuerpo. Fue entonces cuando él notó el cuerpo de la chica bajo la fina tela del vestido y el beso que ella le dio le hizo perder los sentidos definitivamente. En ese momento estaba totalmente entregado y su voluntad ya no existía.
Abrió la puerta y se dirigieron hacia el ascensor. Entraron y ella le hizo colocar en el extremo opuesto, negándole esta vez el contacto. El trayecto hasta el piso 12 fue el más largo de su vida, ya que la visión de la chica mirándole fijamente con esos ojos verdes de gata en celo, su escote más pronunciado que nunca y las botas de piel en posición dominante le tenían inmóvil pero al mismo tiempo absolutamente excitado.
Casi sin darse cuenta se abrió la puerta del ascensor y ella salió. A duras penas pudo seguirla y ver que entraba en su portal. Él la siguió y se encontró a oscuras en medio de lo que parecía un comedor. En la penumbra se dibujaba una silueta de una mujer sentada en un sillón, con las piernas cruzadas.
– Entra, no tengas miedo. Desnúdate y siéntate en la silla. Veremos si realmente quieres satisfacerme o eres como los demás hombres.
Él entró sigilosamente, observando todo a su alrededor. Tan sólo entraba algo de luz por las ventanas proveniente de los anuncios luminosos de la calle. De pronto, cuatro puntos brillantes le observaban desde uno de los laterales del comedor. El maullido de un gato le sacó de dudas.
– No te harán nada, no te preocupes. Desnúdate, te estoy esperando.
Ante tal seguridad inicié el proceso un tanto humillante de quitarme la ropa delante de mi amiga. No la veía con claridad (el vino de la cena no ayudaba tampoco) pero pude ver como balanceaba uno de sus pies nerviosamente, esperando impaciente verme desnudo.
– Veo que te gusta jugar, ¿Eh? – Le dije de modo desafiante, para que no pensara que era ella la que controlaba la situación.
– Me gusta ver la mercancía antes de comprarla. Vamos, como si fuera al mercado, ni más ni menos. – En ese momento me sentí realmente un puro objeto. Ya me había quitado la camisa y ahora hacía lo propio con los zapatos. Me agaché para desatármelos y así poder observarla desde otro ángulo. Estaba un poco de lado, por lo que se intuía bastante bien todo su muslo el cual no había cuidado en cubrir demasiado.
Me volví a levantar y procedí a desabrocharme los pantalones. Ella, mordisqueándose el dedo de forma traviesa sonrió al ver que mi erección era considerable. Al parecer le gustaba lo que estaba viendo.
Finalmente me quedé tan sólo con mis boxers. Entonces ella señaló detrás de mí. Había una mesa para comer. Le devolví la mirada levantando los hombros, no entendía que quería decir.
– Coge una silla y ponla en medio del comedor. Luego te sientas.
Así lo hice. Cogí una de las sillas y la planté sobre la alfombra. Me senté y puse mis manos sobre los muslos. Ella se levantó y se fue de la habitación. Por un momento pensé en seguirla, pero pensé que era mejor esperar. Seguramente me iba a hacer un streaptease increíble y ahí empezaríamos nuestra noche loca.
Al cabo de unos instantes volvió a aparecer. Andaba despacio pero segura de si misma. El sonido de los tacones de sus botas sobre el gres sonaba seco y firme. El movimiento de caderas me cautivó e impidió que me diera cuenta que llevaba unos pañuelos en su mano. Se colocó detrás de mi y se agachó a la altura de mi oreja para susurrarme:
– No creas que soy una pervertida ni una desequilibrada mental. No te haré daño, tan sólo que soy un poco especial y no me gusta que en las primeras citas me manoseen sin sentido, me toquen torpemente y que me dejen insatisfecha. Lo haremos según mis normas. Si aceptas, adelante. Si no, puedes irte ahora, eres libre.
Su voz sonaba como un susurro, sensual y embriagadora. Mientras me hablaba me acariciaba los hombros. Podía oler su perfume perfectamente. Sus pechos casi se apoyaban en mi espalda. Mientras lo estaba pensando sus manos fueron descendiendo lentamente hasta mis pechos. Suavemente empezó a jugar con mis pezones, dibujando círculos con la yema de sus dedos. Ella no lo sabía pero eso me encantaba. Cerré los ojos y pensé que si había llegado hasta aquí ahora no podía echarme atrás.
– Acepto. – le dije enérgicamente. Casi al instante un pañuelo me dejó ciego. Era de seda, suave. Lo poco que podía ver se convirtió en nada. Había perdido uno de mis sentidos más importantes, ahora debía sobrevivir con el resto.
Me hizo colocar las manos detrás del respaldo de la silla. Ató cada una de mis muñecas en los listones. Luego, suavemente me separo ligeramente las piernas. Noté como sus manos se introducían por dentro de mis boxers por el lateral de mis muslos. Los agarró y los fue deslizando hacía abajo. De un respingo mi miembro le presentó sus respetos. No dijo nada, tan solo me bajó la prenda hasta quitármela por debajo de los pies. Más tarde supe que era muy vergonzosa, y que eso no lo habría podido hacer sin haberme tapado los ojos.
Completamente desnudo me ató los tobillos a las patas delanteras de la silla. Mi respiración agitada era cada vez más rítmica. No sabía que iba a hacer conmigo y eso me daba miedo y, al mismo tiempo, deseaba que empezara. Entonces noté como se sentaba encima de mis piernas, apoyando su monte de Venus sobre el miembro que acababa de liberar.
Llevaba el tanga puesto, con lo que el contacto entre ambos sexos era a través de una fila tela bastante mojada, por cierto.
Noté su cuerpo pegado al mío. Me abrazó y me acarició el pelo. Me estaba observando. Verme indefenso la excitaba.
Supongo que el bulto bajo sus piernas también, ya que era una de las erecciones más impresionantes que he notado tener en mi vida. Inclinando ligeramente la cabeza hacia atrás me besó los labios ligeramente. Luego siguió por mis mejillas, mi cuello. Jugó un rato con su lengua y el lóbulo de mi oreja. Me estaba destrozando, mi piel estaba de lo más sensible y no podía hacer otra cosa que recibir sus caricias sin poder contrarrestarlas. Cuando se cansó de un lado siguió con el otro, lentamente, sin prisa.
– Me… me estás… matando… Por favor, desátame y vamos a la cama… no puedo soportarlo más.- Le dije desesperado. Mi voluntad no existía, era un juguete en sus manos.
– Hummm…. gracias por confirmar lo que me parecía. Lo siento pero no nos moveremos de aquí, te quería en este punto y justo de esta forma. Ahora voy a experimentar con tu cuero y a recibir todo el placer que pueda. Luego.. .veremos si vamos o no a la cama.
Para aumentar el martirio empezó a restregarse sobre mi miembro. Es evidente que ella también quería recibir placer en esa posición y no se cortó ni un pelo a la hora de moverse y calentarse aún más. Sus besos aumentaron en intensidad y empezó a gemir suavemente, al lado de mis oídos. Yo sentía su larga cabellera rubia rozando mi piel en ligeros movimientos de vaivén. Así estuvo un buen rato hasta que se paró de golpe y se levantó.
– ¿Pero qué….? ¿Qué haces? No te pares… ¡Sigue!
Ella no contestó, tan solo noté que se quitaba una prenda de ropa. Al momento me la estaba frotando por mi cara.
Estaba mojada y olía a … uf… ¡Dios! Eran sus braguitas, el tanga completamente empapado de sus flujos. Me lo restregó un buen rato y luego lo enroscó en mi polla. Su olor más íntimo quedó impregnado en mi cara. Mi miembro atrapado en ese pedazo de tela que, metafóricamente, era como un símbolo del control femenino sobre mi masculinidad.
Sin darme tiempo de poder hablar otro pañuelo de seda me tapó la boca. No quería que dijera nada y así me lo advirtió.
– Recordé que tengo que hacer una llamada importante. No quiero oírte. Si escucho un sonido, por ligero que sea, de tu boca mientras hablo por teléfono me obligarás a guardar mis braguitas en ella para asegurarme que no intentarás llamar la atención. ¿Te ha quedado claro? – me dijo mientras, al mismo tiempo, agarraba mi miembro con fuerza para dar más credibilidad a sus palabras.
Asentí completamente acojonado. Esta tía iba en serio y era mejor hacerle caso. Tras reforzar el nudo del pañuelo se levantó y escuché el clic del teléfono. Noté como llamaba y se puso a hablar con alguien muy bajito, casi no podía escuchar lo que decía. Al cabo de unos minutos colgó y escuché como se acercaba de nuevo.
– ¿Por dónde íbamos? Ah si, ya recuerdo.
Su lengua recorrió mi cuerpo desde mi cuello hasta mi entrepierna lentamente, pasando por mis pezones a los que dedicó un buen rato. Fue entonces cuando noté algo húmedo que jugaba con la punta de mi miembro. Como si fuera un molde perfecto se adaptaba a mi glande recorriendo todo su perímetro una y otra vez. La sensación humedad era cada vez mayor y el placer empezaba a hacerme perder los sentidos.
Después de jugar con el extremo de mi polla se dedicó a pasar los labios por el tronco, tanto por delante como por detrás, por la derecha como por la izquierda, llegando a la base donde estaban sus braguitas a modo de anillo.
Alternaba estos movimientos con rápidas masturbaciones con la mano. En cuanto mi sexo reaccionaba e iniciaba el proceso de eyaculación ella paraba y, de nuevo jugaba con su lengua y sus labios por todo mi miembro. Así estuvo un buen rato hasta dejarme de los nervios.
Fue entonces cuando me quitó la venda de los ojos. Me costó aclimatarme a la poca luz que había pero venía de una oscuridad total y era lógico que me molestara la claridad que había en la habitación, a pesar de estar casi en penumbra. A los pocos segundos empecé a enfocar y pude verla frente a mi, relamiéndose la boca después del festín que se había dado. Se quitó una de las tiras del vestido, luego la otra y éste cayó al suelo suavemente. Lo mismo hizo con el sujetador pero no con las botas. Sabía que llevarlas puestas era un seguro de vida; había notado el efecto que causaban en mi y de esta manera yo era totalmente inofensivo. A pesar de eso, no me desató.
Así, completamente desnuda, dio un par de pasos y puso cada una de las piernas a los lados de la silla. Cogiéndome del pelo restregó mi cara por sus pechos. No creo que notara mucho placer con eso pero seguía humillándome y haciendo conmigo lo que quería. Ella tenía el control, yo era su juguete esa noche. Sin más preámbulos fue bajando lentamente su cuerpo, flexionando las piernas hasta encarar mi polla a la entrada de su coñito. Dejó tan solo la punta en la entrada, de forma que no pudiera salirse pero sin penetrarla aún. Fue entonces cuando me quitó la mordaza y dándome un beso totalmente pasional acabó de dejarse caer para ser penetrada por mi hasta el fondo. Mientras me besaba un gemido salió de sus entrañas por el placer que acababa de sentir. Se separó de mi y mirándome a los ojos, sin soltarme la cabeza me dijo:
– Ahora te voy a follar. Espero que estés a la altura, porque si no… igual mañana te encuentran así, atado, en el parque, en pelotas con un cartel que diga “No fui lo suficiente hombre como para satisfacer a una mujer”. Tu mismo.
Ante tal presión, como os podéis imaginar, o se me aflojaba de golpe o cumplía como un campeón. Muy lentamente inició el movimiento de subida y bajada. Al parecer tenía la medida ideal, a juzgar por sus gemidos y su cara desencajada. Sus ojos brillantes y la mirada perdida la delataban. Cada fue aumentaba más el ritmo y sus movimientos se volvían más y más salvajes. Yo hacía mil esfuerzos por no correrme. Estaba tan caliente que me parecía imposible que no me hubiera corrido ya, pero la amenaza me recordaba que valía la pena hacer ese esfuerzo.
Los movimientos continuaron hasta que se cansó y se levantó. Pero sin perder ni un segundo se dio la vuelta y volvió a sentarse sobre de mi. Esta vez tenía delante su larga espalda medio cubierta por su cabellera rubia. Se apoyaba sobre sus muslos y su culo engullía una y otra vez mi polla. Seguía buscando su orgasmo y en esa posición parecía que aún le gustaba más. Verla así, mirándome por encima de su hombro, con esas botas de piel a lado y lado de mi cuerpo me estaba matando. Yo no hacía ni un solo movimiento, tan solo era follado como un consolador por esa loca.
Oí como su respiración se aceleraba y sus gemidos eran más y más fuertes. Fue entonces cuando no pude más y me solté corriéndome como un loco. Ella gimió fuerte pero no terminó del todo su orgasmo. Mi polla se fue aflojando aún en su interior mientras ella seguía follándome. Yo algunas vences mantengo la erección a pesar de haberme corrido pero esta vez, por la tensión me imagino, se me aflojó enseguida. Cuando ella notó que no tenía nada que hacer con ese trozo de piel flácido se levantó, muy excitada y algo cabreada.
– Bueno, casi llegamos al orgasmo juntos, bien, bien. Pero como puedes ver, yo aún no he terminado del todo, así que… todavía tienes trabajo.
Colocó la planta de la bota en mi pecho y con un movimiento secó me empujó hacia atrás. Yo caí sin control hasta golpear la silla sobre la alfombra. Por suerte era bastante gruesa y amortiguó la caída pero el susto fue mayúsculo. Casi sin tiempo a reaccionar la tenía sobre de mi, de pie. Con los pies a los lados de mi cabeza el panorama era increíble:
Sus botas me parecían interminables. Más arriba, sus piernas coronadas por el monte de Venus y, sobre éste, unos pechos que aún se agitaban por la excitación y el esfuerzo del momento. Los brazos en jarra y su mirada disfrutando de la situación.
De nuevo inició un movimiento de bajada lento que terminó en cuclillas, con su coñito sobre mi para, a escasos milímetros de mi boca.
– ¡Termina! – Me dijo enérgicamente. Esa fue mi oportunidad para acabar con el suplicio, aunque en el fondo estaba encantado con todo eso. Ella no lo sabía pero siempre he destacado por mi capacidad de practicar el sexo oral. Las chicas que han estado conmigo han gozado al máximo y me han felicitado. Era mi oportunidad para dejarla satisfecha del todo.
Sin perder ni un segundo alargué mi lengua y me encontré una vagina totalmente mojada, casi chorreando flujos después de mi penetración. Hábilmente localicé su clítoris y me dediqué en cuerpo y alma a lamerlo, chuparlo y mordisquearlo suavemente. Ella, como era lógico, empezó a perder fuerzas y lo noté porque apoyó más su cuerpo en mi cara. Sus muslos en tensión y las botas de piel tan cerca de mi cara me la estaban poniendo dura otra vez, pero ella no se dio ni cuenta, estaba en otro mundo. En cuanto notó que perdía las fuerzas se arrodilló para estar más cómoda.
Su culito sobre mi cuello, sus manos agarrándome de mi cabello rizado y un ligero movimiento que acompañaba a los míos con la lengua bastaron para que, en pocos instantes, llegara a un orgasmo que ni ella misma se creía. Soltó un grito que creo que oyó medio edificio. Fue el clímax más largo que había visto en mi vida. Estuvo un buen rato restregándose por mi cara, como rebañando el plato después de una comida suculenta. Poco a poco se dejó caer hacia delante, apoyando las manos sobre la alfombra. Sus pechos caían a escasos centímetros de mi cara, ya que se había sentado un poco hacia atrás sobre mi pecho. Respiraba con dificultad.
– Ha….. sido…. Uffff… increíble…. Dios… como he gozado…. Joder… que orgasmo…. Hummmmm.
Unos minutos más tarde me levantó y me desató. Estuvimos charlando un buen rato. Ella se disculpó por la forma de cómo me había… ¿Violado? Bien, era muy relativo pero se podía considerar sexo forzado, si. Yo le dije que jamás había tenido una experiencia como esa y que estaba encantado. Que quería repetirla de nuevo. Ella sonrió y me dijo que ya veríamos, que no acostumbraba a liarse dos veces con el mismo tío si no era que le gustaba mucho.
Después de un par de refrescos para recuperar las energías perdidas me despedí con un beso que aceptó de buen grado. Estaba muerta y necesitaba irse a dormir. Yo también, tenía que reaccionar y asimilar lo que había pasado. Me fue a mi casa y esa noche prácticamente no dormí. Tenía la sensación que eso no se iba a repetir y era una pena, realmente.
Pasaron unas cuantas semanas y seguimos hablando por el facebook como si nada, tal y como lo hacen unos buenos amigos. No quería ahuyentarla y por eso no sacaba el tema. Era un viernes y le comenté que ese fin de semana estaba solo en casa y que iría a la playa. Sin decir nada más nos despedimos y, al atardecer llamaron a la puerta de mi casa.
Fui a abrir y me encontré un par de botas negras de tacón súper pronunciado sobre la alfombra de la entrada. Se me aceleró el pulso de golpe. Con una pinza, en la parte más alta de una de ellas había una nota que decía: “Me las acabo de comprar. "¿Me las pruebas?” y tras leerla ella apareció por el pasillo, con unos shorts y una camiseta de tirantes blanca, con zapatillas de playa y con una bolsa. Cogimos las botas y entró en casa. Iba a ser un fin de semana muy intenso que prometía superar, y de largo, nuestro primer encuentro. Pero esto… ya es otra historia que os contaré algún día.
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