Camino al cielo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Maradentro.
Los castigos de mi padre eran bastante severos; en una ocasión, iniciando mi pubertad, descubrí que mi miembro se erigía, por casualidad lo roce con la mano descubriendo este placer. Tan desprevenido e inocente estaba que no me di cuenta que mi padre me veía, no se cuanto tiempo llevaba mirándome, seguramente varios minutos, sentí su mirada que chocó con la mía, quizás para encubrir su voyerismo, se encolerizó, me gritó pervertido, me agobió de insultos que no recuerdo ya y me arrastró hasta un cuarto que oscureció cerrando las ventanas, hecho llave a la puerta, me tiró sobre una cama, desabrochó mis pantalones y me los bajó, luego comenzó a azotarme las nalgas con tal fuerza que dejó estampadas sus manos en ellas y durante varios días no podía sentarme sin sentir dolor. Los golpes sobre mis nalgas venían una y otra vez gritándome enfurecido que no volviera a hacerlo que él sacaría el demonio de mi, me volteó y golpeó mis genitales con la palma de su mano, no podía soportar el dolor que me hizo doblarme sobre el piso.
Con el tiempo este dolor se convirtió en uno de mis favoritos pues así como duele me invade de goce. Mi padre se detuvo un momento, yo empecé a llorar, me levantó de nuevo y me estiró el pirulo, así le dicen al pene en mi tierra, una y otra vez como si fuera arrancármelo, con tanto frote y golpe yo estaba súper caliente y terminé eyaculando sobre su mano. Entonces me obligó a limpiársela con mi lengua al igual que el piso sobre el que había caído algo de semen. Mientras hacía esto mi padre se transfiguró en sátiro y se bajó los pantalones, me cogio del pelo y puso mi boca contra su polla que en este momento estaba dura y erecta, automáticamente comencé a succionársela como hace un bebé con los pezones de su madre. El hombre me retiraba y de nuevo pegaba mi boca contra su miembro hasta que su leche brotó y la tragué abruptamente. Al final estábamos en silencio, quede en shock en ese cuarto del que salió mi padre no sin antes cerciorarse que me vistiera y amenazarme para que no le contará nada a mi madre.
Días después anuncié en casa que sería cura y deseaba estudiar el bachillerato en un seminario. Mi madre se alegró porque habría cura en la familia, gracias dios por esta bendición gritaba, mi padre me apoyó y supongo que estaba culpado, por lo que ayudar a su hijo a hacerse cura podría redimirlo de su culpa.
Se llegó el día en que partí para un seminario carmelitano a continuar mis estudios de bachillerato.
El mayor cambio con mi vida casera fue el dormitorio, pasé de dormir en un cuarto independiente a dormir en un alojamiento para 200 personas, 100 por piso.
En las noches cada piso era vigilado por un sacerdote que se paseaba por el corredor durante una hora, hasta cerciorarse que todos estábamos dormidos.
Al comienzo yo me dormía casi al instante, después fui descubriendo compañeros que luego que el cura se retiraba a su cuarto se acomodaban de a dos en una cama hasta la madrugada cuando cada quien se acomodaba nuevamente en su cama respectiva.
Una noche que no podía dormir observé la sombra de uno de los compañeros, que no distinguí, salir del dormitorio, después supe que regresaba también al amanecer antes de que fuéramos despertados.
Este era el ambiente que transcurría en aquel seminario en el que todos simulábamos que no sucedía nada.
Un día, un compañero, el mismo que salía del dormitorio en las noches, me regaló un chocolate, me dijo que eran del padre Alfredo.
Conocedor de mi glotonería me invitó a visitar al padre en su cuarto lo que rechacé en las varias ocasiones en que me lo propuso.
En casa me habían advertido que tuviera cuidado porque entre los padres había algunas manzanas podridas a las que les gustaban los niños y jóvenes; si quería ser sacerdote tenía que pasar estas pruebas que eran obra del demonio.
Pasado un tiempo, durante el cual mi amigo continúo visitando al padre Alfredo, éste empezó a cruzarse en mi camino, empezó invitándome a los postres a los que los sacerdotes accedían.
Una noche en el salón de estudio yo leía una novela, el padre estaba cuidándonos y se me acercó interesado en lo que leía, conversamos, o mejor conversó él y yo le escuché, al final me invitó a su cuarto para que conociera su biblioteca personal.
Los libros han sido una de mis debilidades junto con los dulces, dos placeres que se unieron para tentarme y lo lograron.
Llegué a su cuarto un sábado después del almuerzo, aprovechando que el trajín en el seminario era menor y las tardes de sábado eran de descanso.
El padre me ofreció un pedazo de torta de chocolate, regalo de una feligrés, me dijo, colocó música clásica y empezó a hablarme de la historia de Mozart, luego me dijo que si estaba durmiendo bien y me instó a recostarme en su cama.
Yo tenía sueño, no había dormido bien, mis compañeros de dormitorio estuvieron en una erótica juerga de la que temí participar.
Me recosté en la cama del cura, me dijo que me haría unos masajes en los pies que me relajarían, mientras la música clásica sonaba, a él le gustaban los rituales, así que también encendió una varita de incienso.
Lenta y delicadamente me quitó los zapatos uno a uno, luego las medias, aquí se aseguró de que sintiera el roce de sus dedos, mi cuerpo se estremeció, temí que mi pene se alzara y me pusiera en evidencia, mentalmente traté de controlarlo pero fue imposible.
El cura por supuesto lo advirtió y me dijo, no temas estás con un hombre de dios, deja que tu cuerpo exprese lo que siente.
Estas palabras eran completamente contrarias a las creencias que en mi familia me habían enseñado sobre los pecados de la carne.
El cura recorrió las plantas de mis pies en movimientos suaves de digito puntura, esparciendo sobre ellas una agradable crema.
Estos masajes aumentaron mi sueño, quedé aletargado, el sueño pudo más que mis temores.
Cuando desperté, no se cuanto tiempo dormí, estaba completamente desnudo en aquella cama.
El cura estaba realmente deleitado con mi cuerpo, no dejaba de acariciar mi torso, mi pecho.
Mis ojos se toparon con el rostro del cura volcado sobre mi, sonriente, yo inocente no pensaba en nada, sólo me entregué a lo que mi cuerpo sentía.
Para este momento el cura se hallaba también desnudo, aprecié su cabeza calva, el pelo castaño, su piel clara y sus ojos verdes, se me hacía como las imágenes del niño dios.
De pronto sentí una mirada clavada sobre mi, no era la del cura, era otra persona, uno de mis compañeros del seminario que desnudo y sonriente me miraba sonriente desde una de las esquinas del cuarto.
Su aspecto se me hizo extraño, llevaba puesta una baby doll negra y un collar dorado, el cura me tranquilizó, me dijo que el chico lo ayudaba a preparar la liturgia, que lo viera como un ángel venido a conciliar mi sueño.
Mientras me hablaba me acariciaba, de pronto se volvió sobre mi y comenzó a lamerme el pecho, las orejas, el cuello, yo estaba en la máxima erección; te prometí el cielo, me dijo y lo vas a tener, se inclinó sobre mis genitales, los palmoteó produciéndome el mismo dolor de tiempo atrás con mi padre, sólo que esta vez estaba bajo los efectos del incienso y la caricia curatorial, no había experimentado dicha más intensa que esta creí que iba a morir.
Comenzó a chuparme suavemente, a morderme y tirar del prepucio, luego le pidió a su ayudante que se acercara y concluyera, el joven se colocó sobre mi cuerpo, hundió su cabeza en mi pene mientras estiraba su cuerpo para que mi boca alcanzara el suyo.
El padre me ayudó a enchufar mi boca en un miembro fuerte y grueso que al que quise insuflar vida.
Uyyy, mi pirulo empezó a contraerse y palpitar, sentía la boca del ángel que me envolvía con su saliva, luego el chico se enderezó y se dirigió a mi.
No lo había apreciado pero era fuerte, con los músculos tallados en su piel, se tiró sobre mi cuerpo y me abrazó como una boa, empezó a besarme y apretarme con fuerza, que era eso, pensé, me liberó despacio y comenzó a morderme con suavidad.
Se retiró de la cama y dio paso al cura que se subió sobre mi.
Me dijo que no me asustara por lo que pasaría pero que todo sería para el mayor goce de todos.
Entre los dos me voltearon boca abajo, me colocaron una mordaza, me vendaron y luego me ataron las manos una a una de la baranda de la cama.
Para este momento la música había cambiado y escuchaban a Sex Pistols.
Yo me asusté, no sabía que pasaba, me inquieté y empecé a contorsionarme en la cama, dos fuetazos cayeron sobre mi y me ordenaron silencio, callé.
Entonces un líquido caliente comenzó a caer sobre mi espalda, esto te purificará, dijo el cura, el ardor era momentáneo, luego se enfriaba, sólo que era uno tras otro.
Pregunté que pasaba y la fusta cayó nuevamente sobre mi, esta vez de manera repetida, no hables si no se te pide que lo hagas.
Abrieron mis nalgas y escurrieron ellas la cera caliente, luego el chico se posó en ellas e introdujo su pene sin penetrarme, me pidió que contrajera las nalgas, así, así, me gritaba.
Luego el cura comenzó a azotarme el culo y a recitar oraciones, finalmente comenzó a acariciar el orificio externo con sus dedos, luego los humedeció e introdujo en ellos uno, dos y tres espaciadamente.
Me desataron de la cama, el joven me puso en posición de cuatro y me obligó a que se la chupara, mientras el cura perforaba mi culo con su pene gritando de emoción, lo entraba y lo sacaba, lo entraba y lo sacaba hasta que estalló dentro de mi.
Mi culo palpitaba, entre mis espasmos anales que gocé y el pipí del joven compañero del cura clavado en mi garganta, el aire se me fue.
Al fin me soltaron, el cura me prometió que el mundo de los placeres apenas comenzaba para mi que en una próxima me convertiría en su putita.
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