Camino al Cielo: iniciación de una putita
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Maradentro.
A esta historia recurría frecuentemente al descubrir que me calentaba y generalmente terminaba eyaculando, incluso sin manipulación física sobre mi pija.
Con el tiempo fui refinando la recreación de las imágenes, conseguí un cable con el que solía azotarme, una cuerda con la que empecé a explorar nudos y ataduras.
Descubrí el placer de inmovilizarme desnudo, acostado boca abajo y deslizarme como una serpiente refregando mi pene contra el frío suelo, lo que me generaba gran placer y terminaba eyaculando mientras me movía y el semen se restregaba por mi cuerpo.
También aprendí a tirar la cuerda sobre una viga y colgar mis pies de ella, y me di cuenta lo placentero que me resultaba esa presión y talle sobre mi cuerpo a lo que le sumaba el maniatarme de las manos.
Comencé a autosometerme descubriendo por mí mismo variadas técnicas de humillación ante amos o amas imaginarios.
Lo hacía especialmente de noche cuando mi familia dormía, añadiendo a toda la escena la oscuridad del cuarto, las sesiones podían durar hasta el amanecer.
Una de aquellas noches mi padre se levantó en la madrugada y se dirigió a mi cuarto llevado por algún ruido que venía escuchando de tiempo atrás.
Entró inesperadamente al cuarto y heme ahí desnudo y atado, no pareció sorprenderse y al contrario asumió su rol de amo, como yo estaba sobre el piso me alzó y me puso sobre la cama dejando mi cabeza colgando, se quedó mirandome por un largo rato sin decir palabra, yo estaba aterrorizado con su presencia, sentí mi corazón latiendo con fuerza y esperé en silencio lo que decidiera hacer; tomó mi cabeza por el pelo y la tiró hacia arriba, me escupió en la cara, luego arrimó una silla, se arrellanó en ella, estiró uno de sus pies y me ordenó que se los besara por encima de sus chanclas, puso después sus suelas contra mi boca y me ordenó lamerlas lo que hice por un largo rato.
Al final sonrió y me dijo: "ya comienzas a ser un esclavo" pero todavía no te has ganado el derecho a chupármela.
Al día siguiente encontré unas medias de mi padre enrolladas sobre mi cama con una nota que decía: "un regalo para que mi putica no extrañe la ausencia de su amo, huelelas, disfrutalas, masturbate con ellas pensando en mí, y prepárate para el próximo castigo.
Las medias estaban sucias, tiesas y malolientes, parecían hierbas secas a la espera de ser remojadas para entregar sus aceites esenciales.
No pude dejar de olerlas inmediatamente, su podredumbre subió por mis narices sacudiendo todo mi cuerpo, estuve a punto de vomitar, una sensación de placer me invadió; de la sudoración y el estremecimiento de mi cuerpo pasé al deleite.
Tomé esas medias y reverencié los humores y excrecencias de mi amo.
Una lección más, el cuerpo y todas las excrecencias del amo son sagradas y especialmente estás debo recibirlas con gratitud, no importa su calidad, condición o procedencia; la entrega que el amo hace de ellas es la señal de su reconocimiento del esclavo.
A partir de entonces acepté con alegría cualquier castigo o acción de sometimiento hacia mí.
Ahora el padre Alfredo quería hacerme su putita, o sea su esclava sexual.
Comencé a imaginarme cómo sería eso.
Ese fin de semana comencé a buscar más a mamá, a olerla, a seguir sus rutinas, sus rituales para enfrentar el mundo; ella se incomodaba cuando me veía a sentado observándola acicalarse.
El domingo toda la familia, excepto yo que me disculpé diciendo que estaba enfermo, salió de visita a una tía.
Entonces corrí al armario de mamá y descolgué un vestido estampado con flores en cuello V amplio y me lo puse, luego tome un par de medias veladas, los zapatos me quedaban estrechos pero forcé mis pies en unos tacones negros.
Corrí al tocador, tome su corrector facial y me lo apliqué, luego su polvo facial y un labial rojo carmesí, al mirarme en el espejo me sentí una diva, estaba hermosa; así comencé a caminar por el corredor de la casa sintiendo los tacones, me senté en la sala y ensayé varias poses, en ese momento desee haber nacido mujer.
A la semana siguiente de mi encuentro con el padre Alfredo me informaron que había sido admitido en el coro del seminario a condición de quedarme los sábados recibiendo clases de canto adicionales para mejorar mi voz.
Hacía un tiempo hice una prueba para cantar en el coro y fui rotundamente rechazado, hoy me aceptan pero a condición de recibir clases los sábados lo que me pareció extraño pero me alegró.
El sábado llegó, la clase comenzaría en la tarde en la casa de las novicias situada lejos del seminario.
Me llevaron en un auto de la comunidad junto a otros dos compañeros de mi edad.
Al llegar a la casa una novicia nos abrió, mi compañero se quedó detenido mirándola mientras ella nos invitaba a pasar; en realidad mi compañero se hallaba sorprendido pues la monja era un compañero nuestro travestido.
La monja nos condujo a una habitación y nos solicitó desnudarnos pues nuestras ropas serían reemplazadas por hábitos lo que obedecimos sin remilgos, la puerta se cerró con llave, era un cuarto semioscuro, sin bombillos.
Era la primera vez que veía a mi compañero quien me explicó que no era seminarista, vivía en un barrio cercano al seminario y el padre Alfredo era consejero espiritual de su familia la que se quejó de la indocilidad del chico, entonces, el buen padre ofreció sus atenciones para curar al muchacho de los demonios que llevaba adentro.
Supe entonces a que había venido, el tiempo pasaba y la casa estaba silenciosa, apenas si se escuchaba el golpeteo de alguna puerta, yo trataba de evitar mirar el cuerpo de mi compañero pero era inevitable no ver su enorme miembro que hacía del mío un minúsculo órgano.
Me lanzó un cumplido: “que buen culo tienes, seguro por eso estás aquí”; hacía frío, el tiempo pasaba y seguíamos ahí, entonces el chico se acostó en la cama entre las cobijas y me invitó a su lado, subí y me tomó entre sus brazos recostándome en su pecho, parecíamos un par de cachorros asustados frente al destino.
Cuando comenzaba a adormilarme sobre mi compañero este giro se puso en 9 y me pidió que se la chupara, automáticamente comencé a mamarlo mientras él lamía y mordía mis pies.
En esas estábamos cuando entraron dos monjas travestis y nos separaron golpeándonos con una fusta.
“Ustedes no pueden hacer nada sino se les ordena que lo hagan, aprendan eso, ustedes ahora no son nada, no tienen identidad, sus deseos son los de sus amos, sólo obedezcan para no obligarlos a hacerlo.
Nos colocaron un collar para perros a cada uno y un bozal, así caminamos en cuatro conducidos por una correa metálica.
Llegamos a un salón en el que varios curas esperaban sentados en derredor de una gran mesa a la que nos subieron, nos quitaron el bozal y ordenaron que estuviéramos así, en 4 patas.
Los curas reían y hacían comentarios sobre nosotros, eran 4 incluido el padre Alfredo que nos presentaba como si se encontrara vendiendo animales.
De mi dijo que era tierno en carácter y carne, un sumiso dispuesto a servir a su amo, mi corta edad y la suavidad de mi carácter les haría fácil educarme a su gusto.
Los curas comenzaron a examinarnos, nos tocaban y papaban nuestros músculos, jalaban las tetillas, examinaban la boca en la que metían sus manos y observaban con una pequeña lámpara, también los genitales eran examinados, especialmente éstos, algunos colocaban las pelotas en sus manos como pesándolas, revisaban el pene, hurgaban en nuestro culo abriéndolo, oliéndolo, le metían sus dedos.
Ensayaron sus fustas en nuestras carnosidades, uno de los curas, después supe que era el padre Bernardo, ordeno a uno de los sirvientes que nos llevó hasta allí que me azotara hasta hacerme gemir de dolor lo que fue cumplido cabalmente; la intensidad de los golpes me hacía moverme por lo que fui atado a la mesa; el buen padre alzó su habito y por entre ella sacó su pija que era realmente grande y estaba completamente erguida, me ordenó abrir la boca y me la metió; la chupé a placer, me pidió que con la lengua rosara su glande, que le mordiera el prepucio con variadas intensidades: suave, intermedio, fuerte, el padre gemía de placer hasta que estalló en mi boca, estuve a punto de ahogarme con tal cantidad de semen.
A mi compañero lo azotaron tanto o más que a mí pero él era mucho más fuerte y poco gimió, le hicieron doble penetración.
La sesión terminó y en el suelo nos colocaron platos para perros con agua que debíamos beber estando en 4 patas.
A mí me condujeron a un cuarto donde un sirviente travesti rocío mi cuerpo con un splash con olor a frutas, me colocó una baby doll roja y encima un hábito de monja, maquilló mi rostro, pinto mis labios y colocó unos aretes colgantes.
Pintó de rojo las uñas de mis pies y colocó unos tacones con los que difícilmente podía caminar, a mi pelo le rocío laca de color rojo.
Yo quedé asombrado con la transformación de mi cuerpo, sentí mi ser mujer y pensé que ahí estaba mi destino.
Lo que no me quitaron fue el collar del cual me dirigieron al cuarto donde mi amo, el padre Bernardo me esperaba.
El cuarto era amplio, olía a incienso que estaba prendido en un pequeño altar a la virgen, sonaba música de Bach, la iluminación provenía de un par de candelabros lo que daba un ambiente gótico a la escena; aquello me asustó, una voz ronca me ordenó avanzar y vi frente a mí a un personaje con apariencia más de verdugo que de cura.
Su cuerpo era de estatura mediana, con una barriga prominente, su cabeza rapada, trigueño, de ojos pardos.
Llevaba unos bóxer de látex negros, estaba sentado en un sillón; me ordenó arrodillarme ante él con un fuerte azote que repitió para que inclinara la cabeza y no le mirara.
Luego me obligó a besar sus pies, luego su miembro por encima de su pantalón.
Luego me indicó que me desvistiera lentamente el habito; empecé quitándome la toca y luego el vestido hasta quedar en baby doll, el padre quedó extasiado mirándome y me ordenó que me pasara por el cuarto despacio como si estuviera en una pasarela, me ordenó doblarme y acarició mis nalgas las cuales golpeó repetidamente con su fusta.
De pronto me dio una orden que me sorprendió, me pidió que le golpeará sus testículos con la punta de los dedos de mis pies.
Le golpee tímidamente y encima cayó sobre mi su golpe de fusta, mi niña, me dijo, golpéame más fuerte, entonces se dobló de dolor; imaginé que me sobrevendría un tremendo castigo pero al contrario fue como si lo hubiera salvado.
Me ordenó que acostara, entonces se posó sobre mis pies oliéndolos y lamiéndolos por encima del zapato, incluso lamió las suelas con deleite, me los quitó uno a uno para disponerse a lamer y chupar cada uno de los dedos de cada pie, parecía que chupara un bombón, yo me aferraba fuerte de las sábanas sintiendo en ese acto un inmenso deleite, haría cualquier cosa que este hombre me pidiera, pensé.
Chupaba los dedos una y otra vez, luego lamía la planta de mis pies, no se cuánto tiempo duró esto.
Luego se quitó su bóxer y me presentó su enorme divino miembro, lo arrimó a s mi boca y me dijo: besa a mi hijo.
Me pidió entonces que lo masturbara con las plantas de mis pies, comencé masajeándole las pelotas, puse su pija entre las plantas de mis pies y comencé a masajearlo despacio, subía de la raíz al glande y luego descendía después me pidió que lo hiciera con más fuerza.
Entonces me bajó los pantys con fuerza, me abrió y la metío.
Sólo usó un poco de saliva, el dolor fue intenso, especialmente porque mi culito todavía estaba casi virgen y aquella polla era inmensa, el cura gritaba emocionado apretando su barriga contra mi espalda mientras me follaba.
El dolor me mareo pero no podía quejarme, sin embargo me resultó placentero y amé esa polla enorme.
La erección era fuerte, después de una larga follada sin que se hubiera venido la colocó en mi boca para que terminara en ella.
La mamé con el sabor a mi propio culo en mi boca hasta que explotó sin que hubiera podido beberla toda; por mi boca se desbordó el semen de mi amo lo que lo llenó de ira, tocó una campana y aparecieron las dos monjas travestis en pantys fucsia y les ordenó que me ataran.
Los sirvientes destrozaron la baby doll para desnudarme completamente, ataron mis manos por las muñecas y me suspendieron de una cuerda y ataron mis pies.
Antes de subirme atravesaron mis tetillas con agujas y colocaron pinzas en mis genitales.
Ya de por si la suspensión era bastante dolorosa, después de un rato llamaron al padre Alfredo quien me reprendió por mi irrespeto al dejar derramar el semen de mi amo y ordenó que me dieran 10 azotes y luego me pusieran a limpiar la casa.
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