Capítulo I: Los placeres del fauno
Colección de relatos sobre fantasías y experiencias. .
Capítulo I: Los placeres del fauno
El fauno gruñó y estiró las piernas, separándolas mientras me empujaba contra su verga. La tenía hinchada y durísima pero igual de deliciosa que siempre. Me ponía putísimo la forma de desparramarse y exigir placer de Garo, y quizás por eso rara vez lo rechazaba cuando me tomaba de imprevisto.
Tenía las manos velludas y grandes; me giró y sujetó mi hombro con una de ella mientras metía la otra entre mis glúteos. Hundió su grueso pulgar en mi culo estirándolo al máximo alrededor de su dedo. Gemí un poco adolorido por lo imprevisto de su entrada pero me ignoró; después del pulgar me metió el dedo índice y lo giró dentro haciéndose espacio para su próxima entrada. Sentía como mi agujero se estiraba obedeciendo a sus dedos anchos mientras me preparaba. En la habitación en penumbras ya comenzaba a sentirse el olor característico a sudor y sexo. Un poco almizclado, a piel velluda y a paja, el mismo olor que Garo desperdigaba en derredor suyo al moverse.
Ese olor me hacía sentir cómodo, así que me relaje y aspiré fuerte tratando de sentirlo profundamente. Quería estar tan cómodo como fuera posible para los próximos momentos, cuando me penetrara su miembro a pleno.
El fauno debió notar mi relajo, porque en mi cintura me sujetó firme contra sus piernas y apretó su mano para penetrarme más profundo con los dedos. Gemí y me curvé hacia su pecho, así que me escupió en mitad de la espalda. La saliva caliente sentía que me quemaba mientras se deslizaba hacia mi culo humedeciendo los dedos que me atravesaban insistentemente el ano. Sabiendo que me poseía escupió una y otra vez empapándome con su saliva caliente.
Su boca parecía hacerse agua para poder empaparme el culo a su placer. Pronto mi espalda estuvo empapada y caliente, chorreándome sobre el culo que se abría como una flor ansiosa. Estaba listo para la penetración.
Me la metió sin delicadezas, apenas levantándome con un empujón en los glúteos y al caer sobre su regazo la punta de la verga me encontró el ano y se deslizó dentro hasta las profundidades de mi culo. Con la sorpresa del momento gemí y me sentí ahogado, era una mezcla de dolor y mareo subiéndome por la columna, retorciéndome el abdomen, sentía que las rodillas me temblaban.
El fauno gruñó satisfecho de lograr tan rápido su objetivo, envuelto en el calor de mi interior mientras ambos sentíamos la tensión máxima que mi culo alcanzaba por momentos. Su tamaño pulsaba dentro forzándome a aceptarlo, abriéndome para acomodarse con pequeños impulsos que me hacían rebotar y acomodarme sobre los muslos velludos. Como estar sobre un campo de hierbas finas, empalado por la raíz de un árbol fuerte.
El resto fue casi una negociación entre ambos, donde poco a poco fui cediendo a su ocupación, dejándome llenar y expandir mientras él me guiaba recitándome los insultos habituales que marcaban el momento. “Puto, perra, culo roto”; y luego las indicaciones de moverme, de abrirme, de apretar cuando deseaba sentir la profundidad alcanzada.
Se incorporó bruscamente y me empujó hacía el montón de pieles de oveja, dejándome caer de bruces en la cama improvisada donde su olor a sudor y menta me envolvió por completo. Mordí su tosca camisa de cáñamo cuando recibí por detrás el peso de su embestida contra mi culo, apuñalado contra el lecho una y otra vez sin descanso. Me corrió una rodilla hacia el costado, levantando mi agujero hacia su verga que me penetraba con firmeza sostenida. Aumentó un poco la velocidad y me hundió la cara en las mantas, lo sentí arriba mío jadeando con su rostro hermoso seguramente levantado hacia el techo, hacia el cielo mientras me dominaba por completo. Macho completo y triunfal, clavó su verga en mi recto haciéndome gritar y empezó a acabar como un estallido de potencia y luego como un río constante de semen caliente que se escurría en mi interior. Lo sentí caliente mientras me llenaba literalmente el culo, aferrado a mi espalda y mi cuello ahogando y completándome en el mismo instante.
No me abandonó de inmediato, sino que continuó dentro de mí un largo rato retirándose de a poco sin perder la firmeza del agarre o de la erección. Me relajé un poco mientras el ano me empezaba a escurrir el semen que se enfriaba sobre mi piel. No tenía fuerzas para moverme de ninguna manera, pero tampoco lo deseaba. Con el paso del orgasmo el fauno regresaba a su habitual alegría, y viéndome sumiso y deseoso de seguir sosteniendo su peso le brotó la ternura lentamente dejándome besos y mordidas suaves en los hombros. Su erección fue decayendo al tiempo que aumentaba la pasión de las caricias. Era otra forma de posesión, de marcarme dentro de la situación, cubriéndome de protección y caricias amorosas, cuidándome con la misma intensidad con la que unos momentos antes me montaba sin piedad.
Al fin su verga se salió de mí y él se dejó caer a un lado, boca abajo sonriente y agotado. Un pequeño cuerno le asomaba entre los risos castaños y tenía los ojos oscurecidos por la satisfacción; su mano buscó mi ano y me metió un dedo resbalando entre su semen. Nos sonreímos enamorados, nos lamimos los labios y las lenguas, y de a poco fuimos quedándonos dormimos en la penumbra que crecía a cada segundo.
Que rico es tener un macho así que te coja.