cita en el hotel
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por parejaatada.
Aquel chico había contactado con nosotros por mensaje, pero por suerte no era de aquel mensaje de una frase con una guarrería y que casi siempre no se responden. Era un buen mensaje, correcto pero sin ser demasiado rebuscado, sincero y claro. No quedamos con nadie por el simple hecho de mandarnos un mensaje, o decirnos cuatro palabras, e intercambiamos unos emails tal como nosotros los pedimos, que sean emails claros, detallados, que no sea el típico email de “tengo cuerdas, puedo por las tardes”. Los correos electrónicos no son telegramas.
Después de intercambiar emails durante unas semanas, quedamos, porque el juego era muy interesante. Obviaremos todos los preliminares de la conversación, de cómo arreglamos la cita, etc, y os explicaremos desde el primer minuto en que nos encontramos dentro de la habitación de hotel.
Como nosotros, era un enamorado de los ojos vendados, de las ataduras duras, de las mordazas y el morbo que supone el juego de estar atado. Lo vimos sólo entrar en la habitación, donde encima de la cama habiendo dejado visibles tal pila de cuerdas que ocupaban todo lo ancho y largo de la cama de matrimonio, y además con volumen apiladas unas encima de las otras. Allí había centenares de metros.
Tal como habíamos acordado, el chico ya nos esperaba dentro de la habitación, dentro del lavabo con la puerta cerrada. Nosotros entramos en la habitación, cerramos la puerta, y le dijimos que ya habíamos llegado. Nos dio el ok desde dentro, sin abrir la puerta para confirmar que nos había oído. No iba a salir a recibirnos. Lo sabíamos. Lo habíamos hablado. Nosotros debíamos de desnudarnos. Una vez desnudos, encontraríamos encima de las cuerdas con antifaces de cuero que debíamos de colocarnos. Con los ojos vendados y completamente desnudos, debíamos de colocarnos de cara a la pared, piernas abiertas en cruz, los brazos a la espalda en aquella posición de aguantarse las manos detrás, y separados entre nosotros tres metros.
Colocados tal como habíamos hablado, le dimos un simple grito de “ya”, y el chico salió del lavabo.
Sin saludar ni hablar en ese momento que tampoco hacía falta, escuchamos claramente el sonido de las cuerdas removerlas y cogerlas de encima de la cama, a nuestra espalda, acercarse hasta mí y comenzar por mí. Sentí al instante las cuerdas rodeándome el pecho y los brazos. En aquel momento no me preguntó nada, simplemente lo hizo, y sin perder tiempo noté que las cuerdas se liaban por mi cuerpo, por el pecho, dando vueltas por los codos y por los espacios que quedan entre codos y espalda, y luego por las muñecas y sin pasar durante por lo menos diez minutos, hasta el punto de que me era completamente imposible desatarme, atado con tanta fuerza que estaba completamente sin ningún movimiento de brazos y muñecas.
Hecho esto, me indicó que cerrara las piernas, que hasta entonces había mantenido inmóviles, abiertas como el principio. A los pocos segundos de tener las piernas juntas, comencé a notar las cuerdas con la misma fuerza enrollándose por tobillos, por rodillas, por muslos, pasando entre medio las piernas, sintiendo los nudos que los apretaba con fuerza fuera de mi alcance, con calma pero sin pausa y con mucha fuerza, hasta que diez minutos después acabo con mis ataduras.
En aquellos momentos mi polla estaba muy dura, tiesa y completamente recto, pero ignoró completamente mi excitación. Se alejó, de nuevo hacia la cama, le volví a escuchar coger un montón de cuerdas, y alejarse hacia mi novia. Es curioso, pero cada vez que escuchaba el sonido de las cuerdas rozarse entre ellas y apretarse atando a mi novia con la misma severidad que me imaginaba que yo estaba atado, mi polla se ponía otra vez dura, si acaso se había relajado. Cuando escuché al cabo de unos quince minutos decir a mi novia que no podía desatarse, nada de nada, imposible, mi polla subió como un resorte.
El siguiente paso, como antes había hecho conmigo, fue indicarle que cerrara las piernas, y estaba seguro de que comenzaba a estar atada con las piernas juntas, por y muy seguro por tantos sitios como yo.
Al acabar, nos hizo recorrer andando muy lentamente como es lógico con esas ataduras, desnudos, atados y con los ojos vendados, el trozo de habitación que nos separaba, hasta llegar al centro. No nos guío. Tuvimos que encontrarnos, y creo que línea recta o el camino más corto seguro que no fue.
Cuando estuvimos juntos, nos indicó que nos tocáramos las ataduras, y que intentáramos desatarnos. Podíamos movernos, girarnos, buscar incluso postura contorsionistas, y mover los dedos lo mínimo que teníamos de movimiento. A tacto, eran las mismas que yo, apretadas con tanta fuerza los brazos al cuerpo que hacía imposible buscar na posición para poder alcanzar los nudos. Intentarlo, y ver que ni entre los dos era posible, nos excitó aún más. No teníamos otro remedio que asumir nuestro condición de atrapados.
Rendidos, el chico nos indicó la primera orden.
– “Bésale en el cuello, con la lengua y con dulzura” – le indicó a mi novia – “y tú, quédate quieto, sólo debes de dejarte hacer”.
Acercando su boca a mi novia, mi novia comenzó a besarme por el cuello. Los primeros besos ya fueron excitantes. Su lengua, que estaba como enloquecida, me puso la polla a nivel esplendor en menos de un minuto. Yo gemía suavemente, mmm, porque al principio la excitación con los besos al cuello es soportable, pero a los pocos minutos notaba como unos escalofríos en el cuello tan intensos que me hacían gemir cada vez más y más, con más intensidad. Poco a poco iba perdiendo el control de mí, pero la excitación en mi polla no pasaba de allí, porque no tenía ningún estímulo. Estaba prohibido.
A los cinco minutos supliqué.
– “Por favor, estoy muy cachondo, es muy cruel” – dije, y justo suplicar mi novia reaccionó besándome aún más intensamente, devorándome, poniéndose en mi contra, torturándome cuanto podía de placer.
Ya me temblaban las piernas, incapaz de contenerme, cuando el chico le ordenó parar.
– “Véngate” – me dijo – “ahora bésala tú. Lo mismo”.
Ni me lo pensé. Busqué su cuello, las zonas que sé que le derriten, y comencé a torturarla con mis besos. Le encantó. No me quedó ninguna duda de que lo estaba deseando, y que estaba completamente excitada. Comenzó a gemir locamente, mucho antes de lo que yo lo había hecho, también quizá porque yo había empezado a besarla mucho antes con perversidad y erotismo. No tardamos mucho en alcanzar ese nivel de excitación que te hace querer más, y estaba inmerso en la batalla de besos cuando me ordenó parar.
Tras unos segundos de silencio, en el que el único ruido fue escucharle ir a la maleta y volver hasta nosotros, escuché a mi novia hacer un mmppphhh , y oí la hebilla típica de un bozal cerrarse detrás de su nuca. Se notó que se lo apretó con fuerza, de tal modo que no podía sacarse la mordaza ni un milímetro, y al apretarlo escuché a mi novia que emitió un mpmmmphhhgh, de excitación. Después escuché un zumbido, como un motor, una máquina. Era uno de aquellos vibradores que colocados a las mujeres encima de su clítoris les hacen tener orgasmos sin descanso uno tras otro. Lo supe por el zumbido, porque nosotros tenemos uno, pero también cuando al minuto tuvo su orgasmo.
– “mmmppphhhhg mmmmpfpfppfhfhf ffiffiiffi fifififif mifmfiffiffh” – gimió amordazada sin sentido.
Estar completamente inmóvil atada le excita mucho. Lo sé, y todo aquello de las cuerdas y un desconocido creo que la enloqueció de placer, y en treinta segundos tuvo otro orgasmo.
– “mmmmppfppffhfhfh mmmmmfppfpfhfhf mmmfpfhf mfmpfpfpm fjfjfjjf ffff” – gimió alocada.
Sólo de escucharla, allí de pie e inmóvil, mi polla alcanzó un punto de quedarse tan recta que estaba como inamovible, recta todo el tiempo, bien dura y tiesa, sin intención de abandonar esa posición. La escuchaba gemir, sufrir los orgasmos, el tercero unos tres minutos después, imposible de evitarlo, con el único gesto de su gemido, y entonces el chico me propuso un reto. Me comentó que le quitaría la tortura de los orgasmos cuando yo consiguiría, tal como estaba, ir hasta el lavabo, levantar la tapa, mear, tirar de la cadena y volver.
No pensaba yo que iba a ser tan difícil andar tan atado. Pensaba que sería como un pingüino o como un pato, pero no. Te desestabilizas y vas muy lento, y más aún cuando apenas había recorrido una baldosa que el chico me comentó que faltaba algo. Me dijo que tenía que sostener un hierro con mi boca, y pensé que sería algún gusto suyo especial.
Incluso podría tener su gracia. Así que lo mordí. Era difícil, porque era circular, parecía caerse. Lo coloqué detrás de mis dientes, y me comentó que me iba a ayudar, y de pronto, no sé cómo, aquel hierro hizo fuerza al girarse y ponerse en posición vertical con la suficiente presión de hacerme abrir la boca, primero bastante y luego al máximo, y cuando intenté cerrarla vi que no podía lo más mínimo. Sentí las hebillas cerrarse detrás de mi nuca, y quise hablar, pero sólo me salió un aaagghghghh aaaaggggghhhha .
– “¿te molesta?” – me preguntó, y respondí con un gggggiiiiiiiii corto.
Me indicó que me lo quitaba al volver del lavabo, y que no iba a tener piedad, que no iba a atender mis súplicas, y se giró. Volvió a mi novia, encendió el vibrador, y yo no tuve más remedio que salir lo más rápido que podía hacia el lavabo, para que me quitara aquella mordaza horrorosa. Cuando por fin entré, desorientado y perdido, tardé como diez minutos, escuchando sólo en la habitación los mmmmpfpfhfhf fffiifif fififif de mi novia en cada orgasmo y yo los aaaggg aaaahhh aaggggg ggggajjjj de esa mordaza. Mi boca ya era un mar de baba, que ante la imposibilidad de mover y cerrar nada la boca me caía por la barbilla como una cascada.
Llegué al lavabo, desesperado, y en mi intento de levantar la tapa perdí el equilibrio, y caí al suelo a lo largo. Aún así, arrastrándome llegué al lavabo, pero no podía levantar la maldita tapa. No podía levantarme. Las ataduras eran tan severas que no podía, y había perdido la movilidad de los dedos. Me senté y gemí aaaaaagggghhhghghg aaaaahhh para llamar su atención, que estaba sometiendo a mi novia a un tormento de orgasmos de los que no podía defenderse.
Pensé que arrastrándome podría volver a la habitación, pero al intentarlo le escuché venir. Me levantó lo justo, para colocarme de rodillas en el suelo. Escuché que llevaba cuerdas, que las pasaba por no sé dónde, quizá el toallero o la ducha o el lavabo o alguna tubería. También las paso entre mis brazos, mis muñecas y mis tobillos, y cuando quise levantarme, moverme, incluso arrastrame, vi que no podía. Mi posición era absolutamente inmóvil.
Una cuerda la pasó por la hebilla del bozal. Tiró fuerte, atrás, y cuando me ordenó separar la cabezas comprendi que me había atado el bozal en algún lugar que me obligaba a mantener la cabeza recta y en alto.
Molestaba mucho, la baba era imparable, hacia aaaaagggg de sufrimiento, y de pronto noté su polla que pasó entre el aro dentro de mi boca. No pude negarme ni resistirme a chupársela, y comencé a hacer aaggggh gggagg aggagg a cada movimiento de su polla. Seguía, entraba y salía, y yo no paraba de aaagg aaaggg agga aggga ggggaggag a cada mamada que le hacía. Me caía la baba a borbotones por las mejillas, barbilla, caía sobre el pecho y resbalaba por el cuerpo.
Al cabo de diez minutos interminables, retiró su polla y me quitó la mordaza, a cambio de no decir ni una palabra. Hice un simple jjjjjjiiiii , e insistió dos veces, y volví a hacer jjjjiiii . Me quitó la mordaza, y lo primero que hice fue mover las mandíbulas que las tenía dormidas. Tres, cuatro, cinco veces, y bostecé para despertarlas, y justo cuando la boca alcanzaba el máximo de abertura por el bostezo un bozal de bola entró en mi boca. Como antes, cerró la hebilla, tiró fuerte, atrás, y cuando me ordenó separar la cabezas comprendí que otra vez, sí, volvía a estar atado en algún lugar que me obligaba a mantener la cabeza recta y en alto.
– “Te vas a quedar aquí, quieto, callado, que jugaré con tu novia todavía mucho rato. La tarde es muy larga” – y dicho esto, cerró la puerta del lavabo.
De nada sirvió hacer mmmpppfhfhfhf porque no podía hacer absolutamente nada.
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