Clases de natación (parte 4)
Mi amigo descubre que lo que le excita es dominarme y utilizarme como a un juguete. La cosa se puso caliente en las duchas.
Como recordarán quienes hayan leído la parte 3 de esta historia, me encontraba de rodillas ante mi compañero de clase Héctor, ambos desnudos, en las duchas del vestuario. No me había resultado fácil llegar a esa situación. La semana pasada me había estado evitando, y esta no parecía por la labor de acercarse a mí. Si bien se duchó conmigo cuando los demás se habían marchado, tuve que provocarle una erección para que se atreviera a dar el paso y hacer lo que yo tanto deseaba.
Le excitaba mi pene infantil cubierto de pelo, había demostrado interés en mis axilas, pero verme en una actitud sumisa, arrastrándome desnudo, fue lo que terminó de despertar en él un ardor de locura. Me agarró con fuerza por las axilas, me alzó hasta su miembro. Torpemente, me mantuve de rodillas, mirándole con deseo. Me introdujo su polla en mi boca y tuve una impresión muy diferente a la de la primera vez. La sentía más grande y gruesa, como si hubiera crecido a lo largo de la última semana o, por el contrario, fuera yo el que hubiese encogido. No parecía caberme entera, y aunque intentaba salivar para facilitar la penetración, sus movimientos eran tan bruscos que me destrozaban con cada embestida.
Levanté la vista no sin dificultad y me topé con una mirada abrasadora. Sujetaba mi cabeza con sus manos, movía su cadera adelante y atrás, incrementando la velocidad, liberando cortos gemidos. Me provocó una arcada, pero mi grito ahogado no le detuvo. A la segunda me clavó aún más su polla, alcanzando mi garganta y dejándome sin respiración durante unos segundos. Apretó mi cara contra su pubis y mis lágrimas fueron a parar a su escaso vello.
En cuanto me soltó, caí rendido, tosiendo sin parar y tratando de recuperar el aire. Aun libre de sus garras, sentía que me ahogaba. Héctor me contemplaba desde arriba, con su miembro erecto. Sin previo aviso, me pisó levemente los huevos. Di un pequeño salto de sorpresa y empujó mi cabeza contra el suelo posando su pie en mi cara. No dejaba de masturbarse. Yo, en cambio, jadeaba agotado; había perdido la erección sin llegar a eyacular.
Restregó su pie por mi cara y tuvo una idea. Se soltó el pene y se tumbó a prisa sobre mí, colocando su axila izquierda donde antes había puesto el pie. No me pidió que se lo lamiera: lo exigió pellizcándome el pezón. Cuando abrí la boca para quejarme mis labios se pegaron a su piel lampiña. Era más grande que yo y estaba tan excitado que no atendería a razones. Asustado, cumplí su deseo, dando lametones que no hicieron sino encenderlo aún más. Un sabor como a óxido recorrió mi lengua.
Apartó el brazo y me besó, introduciéndome la lengua, buscando su propio sudor en mi boca. Lo agarré del culo y rechazó mis mano con rabia, sujetándolas a continuación por encima de mi cabeza. Entonces me lamió las axilas, haciéndome cosquillas con su nariz y el tacto de su lengua, degustando el sudor frío de quien pasa por momentos del placer al miedo. Me besó de nuevo.
Con una mano sostenía mis brazos, con la otra tanteaba mis pezones, exploraba mi abdomen, acariciaba el vello que caía de mi ombligo hacia mi entrepierna. Me agarró el vello del pubis y, echándome el aliento en la cara en un resoplido de ardor desesperado, se levantó y colocó su cadera sobre mi cara, metiéndome la polla de nuevo en la boca y follándome contra el suelo. Esta vez no tendría escapatoria. Quería oír mis quejidos y, para ello, pellizcó mis pezones, los mordió, me sometió a una tortura en la que el dolor sobrevenía al placer y viceversa. Finalmente hundió su nariz en mi vello púbico y se corrió sin sacarla de mi boca, llenando mi garganta de su semen.
Pataleé, traté de empujarle, pero no se quitaba de encima. Esta vez no parecía tener prisa por marcharse, y su miembro, aunque estaba más calmado, no se había encogido lo suficiente como para permitirme escupir. Con su inmovilidad, me obligó a tragármelo. Sus dedos bajaron a mis testículos, los golpearon suavemente con las yemas y continuaron un poco más abajo. Moví de nuevo las piernas en balde.
—Para —quise decir, pero no me salían las palabras. ¿Se le estaba volviendo a poner dura en mi boca? Lo escuché escupir y, al momento, algo se posó en mi culo, algo intentaba abrirse paso a mi interior. Temblé, gemí y, al mover la boca para quejarme, tuve una nueva arcada. Héctor extrajo el dedo con el que había estado hurgando, se levantó sin ofrecerse a ayudarme y, antes de que pudiera alzarme, volvió a posar su pie en mi cara.
—La semana que viene será diferente —me dijo en tono serio—. Más te vale estar preparado.
Pretendía cerrar aquí esta historia y omitir lo que ocurrió en nuestro siguiente encuentro, pero si este relato y los anteriores consiguen suficientes visitas, votos y comentarios positivos, es decir, si veo que os interesa, me animo y os lo cuento.
Continuará en la parte 5.
como continua la parte 5 por faovr