Clases de natación (parte 5)
Desnudos en el vestuario, ha llegado la hora de dar rienda suelta a nuestro deseo, aunque sea bajo las normas de mi amigo.
Después de lo ocurrido en las duchas de la piscina climatizada (que podéis leer en las 4 partes anteriores a ésta), tenía miedo de volver a quedarme a solas con Héctor. Me había ordenado que me preparase, como si pretendiera hacer conmigo algo aún más bestia. Y no me creía capaz de soportar otra de sus embestidas en mi garganta, y si pretendía hacer lo mismo en otra parte de mi cuerpo, quizá me convenía cambiarme rápido y salir con el resto de nuestros compañeros.
Pese a mis dudas y a esa voz en mi cabecita que me pedía huir de Héctor y ni siquiera intercambiar palabras con él durante las clases, una parte de mí me pedía obedecer. Cada mañana me despertaba con una erección muy superior a las que había tenido hasta nuestros encuentros en las duchas. Y mientras me masturbaba, no podía evitar pensar en él, no tanto en su cuerpo como en las cosas que me hacía, y en la sensación de su polla entrando por mi boca. En el momento en que imaginaba que mi amigo se corría y su leche me caía sobre la cara o, como en nuestra última vez, por mi garganta, se me escapaba un gemido de placer y un potente chorro me llegaba hasta la barbilla.
Al deseo de ser utilizado se le sumaba la curiosidad que sentía por el sexo. Para mí lo ideal, al menos hasta entonces, habría sido hacerlo con una mujer, pero había disfrutado demasiado con Héctor como para rechazar una oportunidad única. Pronto se acabarían las clases de natación y no sería fácil encontrar situaciones como aquellas. Si quería experimentar el sexo con otro hombre, tenía que aceptar sus las condiciones que imponía y jugar bajo sus reglas.
No hacía falta que me las dijera. Empezaba a conocer a Héctor. Teníamos que quedarnos a solas, fingir normalidad, no hablar del tema antes ni después, no hacer preguntas y generar la ocasión. Además, yo debía estar dispuesto a soportar cada uno de sus caprichos. Una vez que comenzase, no pararía hasta quedar satisfecho, sin importar que yo me ahogara con su miembro en la boca. Para él, yo era un perro sumiso, y como tal debía comportarme si no quería perderlo.
En cierto modo, quería perderlo. Y si pensaba en la posibilidad de que tuviera en mente algo más allá de follarme la boca, el temor se apoderaba de mí y mi imaginación se disparaba en busca de excusas para saltarme la clase. Llegó hasta el punto que la noche de antes creí que enfermaba. Terminé prometiéndome a mí mismo que sería de los primeros en cambiarme y marcharme. Solo así conseguí conciliar el sueño.
Pero como por la mañana quien mandaba en mí era mi entrepierna, la conciencia y el temor se apagaron. La libido me ordenó detener el agitar de mi mano derecha y aguantar las ganas para unas horas más tarde. Héctor me había pedido que me prepararse y eso solo podía significar algo bueno, aunque mi otra mitad dijera lo contrario.
Terminada la clase de natación, regresamos al vestuario y me invadió la zozobra de quien no sabe si va a ser recompensado o castigado por sus actos. Los míos no fueron otros que aguardar en el banco, justo enfrente de mí verdugo, e intercambiar miradas cómplices con él. Sus ojos mostraban seguridad y decisión, los míos, todo lo contrario.
Algunos chicos no esperaban a entrar en el cuarto de baño para quitarse el bañador, lo hacían envueltos en la toalla, poniendo gran esfuerzo en que sus atributos no fueran visibles a ojos de los demás. Es lo que hizo Héctor, pero a diferencia de ellos, se colocó de tal manera que yo y solo yo pudiera contemplar la sombra de sus testículos a través de la apertura de la toalla. Si la primera vez, encerrados en el cuarto de baño, los tenía redonditos, y durante nuestros siguientes encuentros, en las duchas, algo más hinchados, esta vez parecían aún más grandes, como si se hubiesen desarrollado a lo largo de los últimos días, o como si él también se hubiese estado reservando para darlo todo esa mañana.
Se sacó el bañador, lo guardó en el macuto y permaneció desnudo, oculto a los demás, quienes ya salían cargados con sus mochilas sin pensar en otra cosa que el plato de comida que les esperaba en casa.
Cuando nuestros compañeros empujaron la puerta batiente para salir, vimos al profesor agarrar el hombro del repetidor de forma amistosa y abandonar el edificio junto a él. No solo no podrían pillarnos nuestros compañeros, pues no quedaba ninguno, tampoco el profesor. Y la piscina climatizada seguía abierta para sus escasos clientes habituales. Eran las 2:30. Teníamos al menos 30 minutos por delante de intimidad; Héctor lo sabía y aunque probablemente tuviese tantas ganas como yo, no se lanzó a por mí ni me dirigió la palabra aprisa. En su lugar, sin levantarse del banco de madera, abrió la toalla mostrando su desnudez, se llevó las manos a la nuca y apoyó la espalda en la pared. Lo tome como la señal de comienzo.
Me puse en pie, todavía con el bañador, y di unos pasos hacia él. Me miró furioso. Algo había hecho mal, me lo decían sus ojos. Me giré de vuelta a la taquilla y dejé en el interior la prenda húmeda, quedándome en pelotas, tal y como él quería disfrutarme. Lo observé, parecía más satisfecho. Sin embargo, cuando hice un segundo intento de aproximarme, me rechazó de nuevo con la mirada. ¿No quería que fuera hacia él? No era eso, lo que deseaba es que lo hiciese a cuatro patas.
Me eché al suelo y gateé hasta llegar al banco. Me sostuve sobre mis rodillas, como un perro obediente que se sienta ante la presencia de su amo. Su rostro no se inmutó; serio como estaba, levantó la pierna derecha y poniéndome el pie en la cara, me llevó al suelo. Postrado, besé sus pies, lamí los dedos, continué ascendiendo por sus tobillos y, ahora sí, me dejó continuar el trayecto hasta su entrepierna, donde me topé con una erección de enormes proporciones.
Me dispuse a chupársela, pero se inclinó de pronto y me detuvo, sosteniendo mi mandíbula con una mano y abriéndome la boca con la otra. Acumuló saliva en la punta de su lengua y la dejó caer lentamente hasta hacerme tragarlo. Aquello, que me habría parecido algo repugnante si me lo hubiesen contado, lejos de desagradarme me excitó. Quise besarle, pero en su lugar dirigió mis labios hacia su glande hinchado. Me lo metí en la boca masajeándolo con los labios, posando levemente mi lengua en él y estimulándolo, salivando a conciencia para lo que pudiera venir después.
No me folló la boca como esperaba que hiciera. Volvió a escupirme, esta vez con menos miramientos, y agarró sus testículos para mostrármelos e invitarme a lamerlos. Lo hice, me los metí en la boca, sintiendo sus escasos pelos, palpando con mi lengua como si quisiera averiguar cuánto esperma dispararían llegado el momento.
—Métetela entera —susurró.
No me negué. La cubrí de mis babas y me la metí hasta donde cupo. Me moví arriba y abajo para masturbarle con la boca, como pensaba que se practicaba el sexo oral, pero no debió de gustarle mucho, porque enseguida me guío con sus manos detrás de mi cabeza, siendo tan poco cuidadoso como la última vez. Su polla se hundía en mi boca, me producía arcadas, irrefrenable. Sus bolas rebotaban en mi labio inferior y mi barbilla.
Con cada embestida me sentía más cerca del orgasmo. Había comenzado a masturbarme y, cuando no exhalaba aullidos provocados por las arcadas, lanzaba gemidos. Se percató de que estaba a punto de correrme, empujó por última vez su polla contra mi garganta y me golpeó los testículos con el empeine, derribándome dolorido.
—No te he dado permiso para tocarte —dijo en voz baja, pisándome la cara.
Acto continúo se puso en pie y se dirigió a las duchas, dándome la oportunidad de elegir si marcharme a casa o acompañarle y pasar al siguiente y quizás último nivel del juego. Sabía que esta vez no se contentaría con follarme la boca, y aún así, lo seguí.
Lejos quedaban los días en que me avergonzaba mi desnudez, el contraste entre mi cuerpo barbilampiño y mi entrepierna peluda, el diminuto tamaño de mi miembro en comparación con el de mis compañeros. Con mi polla medio flácida y el culo al aire, camine hacia las duchas, preguntándome que me depararían esta vez.
Continuará.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!