Clases de natación (parte 6 y final)
Mi amigo ya no se contenta con el placer que le proporciona mi boca sumisa y me coloca a cuatro patas en las duchas.
Había visto a Héctor marcharse a las duchas, a la espera de que yo tomara una decisión: acompañarle y aceptar que me utilizase a su antojo como nunca antes lo había hecho o terminar de vestirme y salir. Acababa de recibir un golpe de su empeine en las bolas y me dolía la garganta de su última embestida; no mantenía la erección y, en condiciones normales, habría huido de ese tipo le habría golpeado de vuelta, pero el morbo de la situación y el deseo de continuar experimentando esas sensaciones con mi amigo me impulsaron a levantar mi culo desnudo del suelo y deslizar mis pies descalzos hacia esa zona retirada a la que se había dirigido.
Héctor se masturbaba a la espera de que yo continuara el trabajo. Fui a besarle el tiempo que conducía mis manos a su entrepierna, pero me detuvo. Ya no quería ni que le tocara de ese modo ni que se la chupara. Había tenido suficiente, o mejor dicho, ardía en deseos de probar algo distinto.
Me abrazó, besándome el cuello, algo nuevo en él. Hasta el momento solamente me había utilizado, no había dado muestras de cariño algunas, y sin embargo, en ese momento sus labios coincidieron con los míos, recorrieron mi cuello y mi clavícula, su cadera se frotó con la mía y, cuando me terminé de confiar y recuperé la erección, sentí que algo me atravesaba por detrás. Era un dedo juguetón que se adentraba en mi culo y, al instante, retrocedía, acelerando mi respiración y robándome pequeños gemidos que Héctor recogía en besos.
No lo había notado, pero al dirigirse a las duchas, mi amigo había escondido algo bajo su toalla: una bolsa con un pequeño bote de lubricante y preservativos. Estaba dispuesto a llegar al final. Aunque quizá sería más correcto decir que no estaba dispuesto a marcharse de allí ni a dejar que me fuera hasta cumplir su más alto deseo.
Continuó estimulándome, dilatando con sus dedos, al tiempo que su otra mano pellizcaba mis pezones. Habría gritado, de no ser por que su boca contuvo mi aliento. Habría sido un gran error, habría alertado al gerente de la piscina y, de entrar en los vestuarios, nos habría pillado desnudos, más o menos pegados, pero con la polla tan dura que no habría forma de disimular. No hizo falta que mi amigo me pidiera guardar silencio. Y aun sabiendo eso, no resultó sencillo. Solo por lo que estaba teniendo lugar entre mis nalgas ya tenía necesidad de gemir. Podía contener el grito, pero no ciertos sonidos que no hacían sino excitar a Héctor y acelerar sus movimientos.
Se untó más lubricante en los dedos e introdujo dos al mismo tiempo, currándolos en mi interior para conseguir que doblar a las rodillas y cayera al suelo, librándome de su estimulación, pero no de la sensación que había dejado en mi interior. Sentía que algo continuaba deslizándose dentro, palpando las paredes de mi culo, hurgando cada vez más profundo.
Me observó con su polla dura sobre mi cabeza y se agachó para meterme en la boca. Después, se inclinó hacia mi culo para continuar con lo que estaba haciendo. Movía los dedos muy rápido, sin dejar de frotar las paredes internas, volviéndome loco y volviéndose loco conmigo. Cuanto más insoportable se me hacía el roce, más aceleraba el ritmo.
Al cabo de unos minutos de tortura, se sacó el miembro cubierto de babas de mi boca y empujándome para ponerme a cuatro patas lo colocó entre mis nalgas y se frotó haciendo el gesto de la penetración, masturbándose con la suavidad de mis glúteos. Tenía miedo. Sabía que dolería, o eso pensaba. Los dedos no habían sido dolorosos, tan solo extraños y, cuando los introducía aprisa, resultaban tan placenteros como insoportables, pero introducir su polla donde un dedo causaba tantas sensaciones… Yo no estaba listo para algo así.
Se apartó un segundo para embadurnarse el miembro de lubricante y me colocó contra la pared, dándome con la yema de los dedos en los juegos para que abriera las piernas y bajara el culo a una altura más cómoda para él. Tras ello, sujetándose la erección, situó su glande en mi agujero y presionó, haciendo esfuerzos por meterlo. Y no estaba lo suficientemente dilatado, y aunque me pareció que por un instante conseguía entrar, no estoy seguro de que lo hiciera, porque una puerta se cerró y subimos al instante que alguien había entrado en el vestuario desde la piscina.
Se apartó de mí a la velocidad del rayo, se anuló la toalla a la cintura escondiendo la bolsa bajo ella y fue directo a las taquillas para vestirse con naturalidad y no levantar sospechas, abandonándome a mi suerte desnudo con el ano juntado el lubricante y una extraña sensación en mi interior.
Me puse de espaldas a la entrada a las duchas y fingir ducharme mientras el intruso se desnuda a Para venir a mi zona. Cuando él llegó, salí intentando que no me viera la cara. Desde luego, yo no le vi la suya, tan solo la imagen fugaz de sus pies adultos en dirección opuesta.
Héctor y yo no llegamos a concluir lo que habíamos empezado. Pensé que la semana siguiente lo haríamos, incluso empecé a dilatarme en casa para estar preparado, pero mi primera vez no sería en ese vestuario, ni tampoco con ese chico. Esa es otra historia que será contada en otra ocasión.
Aquí concluye esta serie. Espero que os haya gustado.
Si os gusta cómo escribo y queréis más anécdotas e historias, haré más.
gran ralto comos igue
sigue contando mas muy buenos tus relatos amigo……. 🙂 😉 🙂 😉