Como perdí la vergüenza y el deseo de jugar cartas.
Después de perder una partida de cartas, en la que había apostado a su mujer el perdedor pretende escapar y su esposa lo convence de que hable con el acreedor..
Como perdí la vergüenza y el deseo de jugar cartas.
Llegué a la pobre habitación que compartía con mi mujer, bastante asustado, al verme se dio cuenta de que algo malo pasaba.
Aunque se encontraba únicamente con su ropa íntima puesta, no le preste nada de atención, no fue hasta que ella me tomó por los hombros, y me miró directamente a los ojos, que tuve el valor de decirle que la había apostado a ella.
Cuando me preguntó que sucedía, no tuve el valor de decírselo, en su lugar comencé a recoger mi ropa y como pude la metía dentro de la vieja maleta que teníamos.
Ya bastante exasperada, me impidió que continuase guardando mi ropa, y volviéndome a preguntar que sucedía, se plantó frente a mí.
Muerto de vergüenza y tomando asiento sobre la cama y llevándome las manos a la cabeza, le dije lo que había estado en una partida de cartas.
Cosa que ella detestaba, por las muchas ocasiones en que yo había perdido hasta la camisa, en pocas palabras le dije, que cuando la última mano que me llegó, me pareció que ninguno de los otros jugadores me podía ganar, pero como no tenía el dinero suficiente para cubrir la apuesta, hasta pensé apostar el viejo coche nuestro, pero antes de que yo lo propusiera creyendo que tenía la mejor de todas las manos.
Uno de los jugadores, Don José para ser más exacto, me preguntó por mi mujer, yo solo me limité a responderle que estaba bien y ya.
Esa persona comenzó a describirla ante el resto de los jugadores que estaban en la mesa, de manera bien particular, aún me acuerdo de sus palabras. “La mujer de este es toda una hembra, tiene culo bien puesto y un hermoso par de tetas, además su manera de caminar me hace pensar que debe ser una diabla en la cama, aparte de que tiene una boquita, mandada hacer para ponerla a mamar verga.”
Al escucharlo me sentí sumamente molesto y hasta ofendido por la forma que describía a mi mujer cualquiera diría que se trataba de una puta, pero en ese momento yo era el único extraño del grupo y a diferencia del resto de los jugadores no estaba armado.
Pero al ver las cartas que me habían tocado, y escuchar la manera de expresarse Don José sobre mi mujer, no se me ocurrió nada mejor que apostarla a ella.
Desde luego que perdí y de qué manera, antes de que mi esposa reaccionase, le dije que sí yo me marchaba, y ella se negaba a cumplir a ella no le pasaría nada, que en cambio a mí me buscarían para por lo menos hacer correas con mi piel.
Mi mujer, aunque bastante molesta tras escucharme, estuvo de acuerdo que saliera del pueblo lo más pronto posible.
La persona con la que había perdido, Don José era nada menos que el mandamás, no tan solo del pueblo sino de toda la región, dueño y señor de una inmensa finca ganadera, y quien sabe que otras cosas más.
Pero ella misma me detuvo recordándome, que el viejo auto nuestro, apenas y podía andar, aparte de que casi ni gasolina tenía, mientras que esa persona y sus ayudantes todos usaban modernos y rápidos vehículos de doble tracción, que en cosa de pocos minutos me darían alcance, si tratábamos de fugarnos del pueblo sin pagarles.
El esconderme hasta que las cosas se enfriasen, era querer engañarme a mí mismo con eso, ya que cualquiera para congraciarse con él le daría mis señas.
Lo mismo que ir al cuartel de la policía y decirles que mi vida se encontraba en peligro, también era una tonta ilusión, la policía del pueblo en pocas palabras le respondía a esa persona.
Mi esposa al igual que yo, sabía todos y cada uno de esos detalles, hasta que finalmente me preguntó de cuanto había sido la apuesta en la mesa, por aquello de que entendiera mi posición le dije una enorme cantidad, que al escucharla se quedó boquiabierta.
Pero todavía no le había dicho lo peor de todo, y era que la había perdido no tan solo con esa persona, sino que contra el grupo entero que eran otros cuatro hombres del pueblo.
Cuando ella me propuso ir hablar con la persona con quien yo había perdido, para proponerle algún tipo de negocio, pensé que era una ilusa.
Pero cuando le conté el restó, se enfadó conmigo de manera tal, que hasta llegó a golpearme repetidas veces de la rabia que le dio.
Yo no es que me diera por muerto, sí solo se tratase de que me dieran un balazo y ya todo se acabaría.
A lo que le tenía un profundo miedo, era a lo que ellos serían capaces de hacerme, para cobrar la apuesta.
Había escuchado decir en el pueblo que, a un tipo, que no le pagó a Don José, entre él y sus secuaces, luego de obligarlo a que les diera el culo a varios peones de su hacienda, le dieron una soberana paliza, que lo dejaron ciego he invalido de los fuertes golpes que le dieron por la cabeza y el resto del cuerpo.
Aún y así mi esposa me forzó a que la llevase conmigo, para hablar con esa persona, realmente no me dedico a jugar cartas todo el tiempo, soy empleado de una firma de contadores, y me encontraba en ese pueblo con el fin de recoger unos libros, le propuse a mi mujer que me acompañase, ya que como no tenía para sacarla de vacaciones, pensé que nos divertiríamos en el paseo.
Ella lleva unos cinco años viviendo conmigo, y hemos tenido nuestras altas y bajas por causa de mi problema del juego.
No es que sea un adicto, es que sencillamente no sé cuándo retirarme, cuando llegamos al negocio donde me desplumaron, mi esposa tomó la palabra y preguntó por Don José, al presentarse él yo comencé a hablar, pero del miedo que tenía también comencé a tartamudear.
Ella me interrumpió y le preguntó qué era lo que esperaban que ella hiciera, y él le dijo lo acordado con su marido, que debía acostarse con él y con resto de los del grupo, esa misma noche.
Y cuando preguntó qué pasaría si ella no cumplía con la apuesta, él de manera cínica le respondió que nada absolutamente nada, en eso el resto de los presentes se comenzaron a reír a carcajadas. Luego en un abrupto silencio, en tono bastante serió dijo el Don José.
Sí la apuesta no se paga, nadie en este pueblo, o sus alrededores, daría un centavo por la vida de su marido.
Al escucharlo, creo que hasta me orine los interiores, del miedo que me dio, pero cuando escuche a mi mujer decirle a él y al resto del grupo, que eso la tenía sin cuidado, la verdad es que me termine de cagar encima.
Mis esperanzas de que se arreglase todo, por las buenas se desvanecieron, en ese instante muerto de miedo, llorando como una Magdalena, me tiré a sus pies y le imploré que me ayudase.
Las risas y burlas de los presentes se hacían más fuertes, a medida que ella despreocupadamente, caminaba moviendo sus nalgas de manera insinuante hacía la puerta del bar, como si mi vida no le importase un pepino.
Ya dos de los tipos me tenían agarrado por los brazos, cuando le di un grito llamándola, implorándole para que me viera.
Al voltearse, me observó con desdén, de momento comenzó a caminar hacía donde yo me encontraba.
Cuando estuvo frente a mí, me dijo. “Sí decido irme, nadie me puede culpar de lo que te pase a ti, al fin y al cabo, tú te lo buscaste. Pero sí es que decido quedarme y salvarte la vida, cumpliendo con tu apuesta. Cuando todo terminé, vas a ser el primero en echarme en cara que me acosté con todos, y lo más probable es que te olvides de la razón del porque lo hice, y pienses que lo hice por puta.”
Sin dejar de llorar, me tiré a sus pies y le aseguré, juré, y hasta le prometí que jamás pensaría y mucho menos diría eso de ella.
Se me quedó viendo, y luego dijo. “Está bien, lo voy a hacer por salvarte la vida, pero con una condición.” Pero antes de que ella terminase de hablar yo comencé a decirle que si a lo que fuera ella a pedirme.
Ella siguió hablando, diciéndome que así no, que escuchase lo que ella tenía que decir, o seguía camino a nuestra habitación.
Cuando todo nerviosos y con mis ojos llenos de lágrimas comencé a mover mi cabeza de manera afirmativa, ella continuó diciendo. “Sí es que decido hacerlo, y como yo no estuve presente en el juego, quiero una participación de las ganancias.”
En ese momento se le quedó viendo a Don José de manera desafiante directamente a los ojos, yo pensé que ahí se había terminado todo, que Don José le respondería que no y ella se marcharía dejándome en las manos de ellos, pero no fue así, cuando lo escuché decir, que él pensaba que eso era justo, me asombré.
Pero luego ella continuó hablando, diciéndome. “También quiero que tú estés presente en todo momento, viendo con tus propios ojos lo que todos ellos me hacen y lo que yo les haga a ellos. Y tercero quiero que sí en algún momento después de que todo esto pase, tú me llegases a recriminar algo, aunque sea de manera sutil, Don José o cualquiera de los presentes te den tu merecido, apenas se enteren.”
Cuando todo el grupo escuchó eso, sus voces de apoyo a la idea de mi esposa no se hicieron esperar. Hasta que Don José mandó a callar a todos y dijo, trato hecho.
Tras Don José hacer una seña, cerraron la puerta del negocio, a mí me sentaron en una esquina completamente solo, me imagino que sería por la peste.
Don José dirigiéndose a mi mujer le dijo, antes de comenzar date unos tragos para que entres en calor, y ella misma se sirvió en un gran vaso, por lo menos un cuarto de la botella de ron, que Don José le había ofrecido, y comenzó a beber como si se tratase de agua, a medida que bebía comenzó a caminar hasta la máquina de discos, de inmediato uno de los presentes sacando unos cuantos billetes de su bolsillo se los dio a ella para que pusiera las canciones que quisiera.
Cuando la música comenzó a sonar, de inmediato el mismo que le dio el dinero la sacó a bailar, un merengue dominicano llamado el venado, pero de manera extremadamente vulgar, se pegaba a su cuerpo, y comenzaba a pasar sus manos por los muslos de las piernas de mi mujer, de manera descarada, mientras me miraba con una sonrisa burlona.
Don José se acercó a la pareja, y de inmediato el tipo con quien mi mujer bailaba se retiró mientras continuaba riéndose de mí.
Don José a diferencia del otro la sujetó por la cintura, y comenzó a bailar bien pegado a ella, mientras que le decía quién sabe qué cosa al oído de mi esposa, la que respondía en ocasiones con expresiones de asombro, y en otras con risa.
De cuando en cuando me miraba sentado, le comentó algo a Don José, y él ordenó a uno de sus ayudantes o secuaces, que me sirvieran algo de beber.
Yo acostumbro a beber una que otra cerveza de vez en cuando, pero me colocaron en la mesa una botella de un litro de ron blanco, algo de hielo y refresco de cola.
Apenas lo pusieron sobre la mesa el mozo con una maliciosa sonrisa me sirvió un gran trago, y se marchó, mientras que ella y Don José seguían bailando. Él le fue bajando la cremallera del vestido de mi mujer que tenía en la espalda, mientras que continuaban bailando.
Luego introdujo su mano por el espacio descubierto que había quedado en su espalda, hasta que, sin mucho esfuerzo ella dejó caer al piso su vestido, quedando únicamente en sostén y pantaletas.
Él comenzó a sobar las nalgas de mi mujer frete a mí y al resto de los presentes, mientras que ella movía sus caderas de manera bien provocativa, los dedos de él se fueron introduciendo entre sus pantaletas y directamente le acariciaba las nalgas a ella.
Don José le dijo nuevamente algo al oído de ella, y se comenzó a reír de manera maliciosa a medida que se comenzaba agachar frente a todos los presentes, sin perder el ritmo de la música, yo me moría de la vergüenza al verla hacer eso por salvarme la vida, pero el miedo que tenía no me dejaba actuar, como yo hubiera querido hacerlo.
Ya completamente agachada frente a Don José con sus manos extrajo la verga del pantalón de él, y mirándome directamente a los ojos, se la metió en la boca, su lengua la pasaba por todo el tallo de la verga de ese hombre.
El resto de los presentes comenzaron a decir cosas, como mira qué manera de mamar, se ve que tiene experiencia en eso, todas las cosas que decían me hacían sentir sumamente mal y muy avergonzado.
A medida que ella comenzó a mamársela, se incorporó ligeramente parando el culo y moviéndolo de manera insinuante, realmente no fue mucho tiempo el que mamo la verga de él, a una señal de Don José ella dejó de mamar y él la ayudó a incorporarse, mientras que con una mano la tomaba de la cintura, con la otra colocó una mesa frente a mí, como a unos tres o cuatro metros de distancia.
La levantó y la colocó sobre la mesa, ella con toda calma se comenzó a quitar las pantaletas frente a todos los presentes, al terminar de hacerlo, se quedó acostada boca arriba sobre la mesa y dejó sus piernas completamente abiertas frente a mí y a ese hombre, quien agarrando su verga entre los dedos la dirigió directamente al coño de mi mujer.
A medida que la comenzó a penetrar, yo comencé a bajarme el trago de ron tratando inútilmente de ahogar mi pena.
Procuraba no ver lo como el tipo ese se lo estaba metiendo a mi mujer y frete a mis ojos, pero algo dentro de mí me obligaba a mirar esa escena.
Ella comenzó a mover sus caderas y el resto de su cuerpo, como nunca antes creo que lo había hecho conmigo.
De cuando en cuando, a medida que él la penetraba ella buscaba mi mirada, se relamía los labios, y soltaba un fuerte gemido de placer. Yo no podía mantener su mirada, lo que me mortificaba más todavía.
Pasó un buen rato, y ellos estuvieron disfrutando sobre la mesa, cambiaron de posición en varias ocasiones, en una se paró frente a la maldita mesa, dobló su torso hacía el frente, y colocó la parte superior de su cuerpo boca abajo sobre la mesa.
Don José le volvió a enterrar su erecta verga dentro del húmedo coño de ella, así estuvieron largo rato, el dándole verga y ella moviendo sus caderas contra el cuerpo de él.
Hasta que debieron haber alcanzado el clímax los dos, lo digo por los rápidos movimientos de él, y los gemidos y gritos de ella pidiendo más y más, ese me pareció el maldito polvo más largo del mundo.
Yo continuaba bebiendo, para cuando él terminó con ella, ya en ese momento había una fila de los otros cuatro tipos contra los que perdí en el juego de cartas, esperando por estar con mi mujer frente a mis ojos.
Mi mujer se tomó su tiempo, se levantó de la mesa, y fue al baño, me imagino que, para asearse, cuando regresó, hasta se había quitado el sostén sus tetas se movían libremente de un lado al otro a medida que caminaba desnuda, únicamente tenía puestos sus zapatos de tacón alto, que le daban un porte más imponente.
A partir de ese momento uno de los cuatro tipos, el que le dio el dinero para poner la música se la llevó a uno de los sofá que se encuentran pagados a la pared de ese negocio, a poca distancia de donde yo me encontraba sentado.
Uno a uno de los cuatro se fue acomodando junto y sobre ella, uno la penetró por el culo, cosa que jamás en la vida me había dejado hacer a mí, el segundo se lo introdujo por el coño, al tercero se puso a mamárselo y al cuarto comenzó a masturbarlo.
Todo esto sin dejar de verme directamente a los ojos, por dentro, la maldecía le decía de puta para bajo, pero al mismo tiempo le daba las gracias por salvarme la vida.
El verla del todo desnuda entre ese montón de hombres me causaba dolor vergüenza, un malestar insoportable.
Pero lo que más me dolía era verla disfrutar de todo eso, cuando su boca no se encontraba llena por la verga de uno de ellos, gemía pidiendo más y más.
Para ese momento ya me había bajado casi medio litro de ron yo solo, cuando todos y cada uno de ellos fue acabado, se retiraban y se ponían a continuar bebiendo.
Hasta que quedó tendida completamente desnuda y su cuerpo lleno del semen de todos ellos, luego se levantó muy alegre y se encaminó hasta donde se encontraba el Don José.
Yo pensé que todo había concluido, pero no fue así, cuando ella se acercó a Don José y le dijo algo nuevamente al oído, y éste respondió riéndose a carcajadas de manera afirmativamente.
Llamó a dos de sus secuaces, y les dio una orden, los que se me acercaron y me llevaron al baño, ya dentro me ordenaron desnudarme y bañarme.
Al quitarme la ropa realmente me encontraba cagado, ellos dos hasta se retiraron un poco por la peste que tenía sobre mí.
Buscaron jabón y me lo entregaron para que me lavase bien, al terminar después de secarme, y botar mi ropa interior. Me disponía torpemente a ponerme los pantalones, cuando me detuvieron y obligaron a que regresase al salón como me encontraba, me llevaron desnudo frente a Don José, mi mujer y el resto del grupo de jugadores.
Fue cuando Don José le dio una fuerte nalgada a mi mujer, y ella de manera bien vulgar se acostó sobre la barra, mostrándome su culo y su coño de los cuales escurrían gruesas gotas del semen de los hombres con quienes se había acostado.
Don José agarrando su arma, se me acercó y dijo. “Veras como parte del trato que ahora tengo con tu mujer, ella propuso que le pasases tu lengua por todo su cuerpo hasta que la dejes sin una sola gota. De lo contrario, afuera tengo dos peones que por mal nombre les decimos los rompe culo, tu escoges.”
Aunque tenía mis ganas de mandarlos a todos a la mierda las, estaba muy claro de que de no hacer lo que me había propuesto, me soltarían a ese par de tipos, y realmente no estaba dispuesto a que después de todo lo que había pasado, me hicieran eso por el culo.
Así que abriendo mi boca y sacando mi lengua, dando tras pies, llegué al cuerpo de mi esposa y aunque con bastante repugnancia comencé a lamer y limpiar su cuerpo con mi lengua.
En particular su culo y su coño, a medida que lo hacía todos ellos se burlaban de mí, hasta más y no poder, en un sin número de ocasiones estuve a punto de venirme en vomito sobre su cuerpo, pero me contuve por el temor de que me fueran joder por el culo, ya bastante tenía con que me gritasen cabrón y se burlasen de mí.
Por su parte cada vez que le pasaba mi lengua por sobre cualquier parte de su cuerpo, ella gemía y se contorsionaba más y más.
Cuando comencé a lamerle su peludo coño, y chupar lo que escurría de su culo y coño ella me preguntó si me gustaba lo que estaba haciendo, al principio no vi el porqué de su pregunta, hasta que me hizo notar la erección de mi verga.
Ella misma me comenzó a decir que me hiciera una paja, a medida que le pasaba mi lengua por su sucio coño.
Realmente ni tan siquiera había pensado en ello, hasta que escuche a uno de los tipos decirme, hazle caso a tu mujer so cabrón, o te va a pesar.
Ella me lo volvió a decir y yo automáticamente comencé a masturbarme a medida que le lamía tanto el coño como el culo.
Cuando me vine al tiempo que enterraba mi boca como un loco, dentro de sus nalgas, todos los presentes se reían hasta más y no poder. Don José me dio un fuerte empujón y fui a dar al final de la barra donde me quedé, tendido sobre el piso muerto de miedo.
Él y ella volvieron a charlar, y mi mujer rápidamente, se bajó de la barra y se metió al baño de donde al rato salió recién bañada, luego tomó su vestido y se lo puso encima sin preocuparse por su ropa íntima y se marchó con Don José.
Quien antes de irse dijo a sus amigos que me llevasen a mi habitación, y a mí en particular me dijo. “No salgas hasta que te mande a llamar.”
Yo pensaba vestirme, pero me obligaron a caminar desnudo por el medio de la calle, por suerte ya era bastante tarde y apenas unas pocas personas me llegaron a ver, los que al darse cuenta de quien me acompañaba, sin hacer más comentarios se retiraban, ya a solas en la habitación, me produje un vomito introduciendo mis dedos hasta el fondo de mi garganta, luego comencé a recoger y meter toda la ropa en la maleta, mientras que pensaba en que podían estar haciendo Don José y mi mujer en esos momentos.
Mi esposa llegó casi al medio día, dándome un beso en el cachete, me saludó y me dijo. “Te he conseguido un mejor trabajo, ahora mismo nos mudamos para una casa, y desde hoy te encargaras de llevarle los libros a tu nuevo jefe Don José.”
A medida que decía eso se puso a contar un gran fajo de billetes, yo pensé no tan solo reclamarle sino hasta pasó por mi mente el golpearla por lo puta que se había comportado.
Pero me acordé, de la tercera cosa que dijo cuando aceptó acostarse con todos, y era que si algo, aunque fuera sutil yo le decía, ella iría con el chisme a Don José.
Desde ese momento trabajo para él, ya me he acostumbrado a las risitas de la gente del pueblo, y los comentarios sobre mi mujer.
Yo aprendí que tengo que actuar como si no supiera nada de nada, en ocasiones, Don José ha llegado a casa solo o con alguno de sus invitados de la capital y por la misma puerta que él entra yo salgo, con alguna excusa inventada en ese momento.
Por lo demás ella se porta de lo mejor conmigo, es verdad que en ocasiones insulta y me ha llegado a golpear cuando esta algo borracha.
Hasta en algunas ocasiones se levanta la falda y mostrándome su peludo coño chorreando semen, me ordena que se lo limpie con mi lengua, lo que yo me limito a lamer sí así ella me lo ordena.
Entiendo a la esposa, hasta donde le ordena qué la limpie después de todo el sexo qué tuvo, como venganza por lo imbécil qué fue el marido.
Donde ya no estoy de acuerdo, es en lo demás, las humillaciones qué el dice seguir teniendo con el nuevo trabajo qué le consiguió, ella e a convertido en una puta, se acuesta con el don ese y cualquiera que le traiga, lo insulta, lo golpea y lo sigue obligando a limpiarla del semen de otros.
Por qué sigue con ella? Insisto, hasta cierto punto el se lo busco lo primero y la venganza de ella la entiendo, pero lo demás no, el lo que tendría que hacer es irse, si esta amenazado no decirle nada, solamente irse, y si no eseyta amenazado decirle que el ya no soporta eso, que entiende lo que hizo como venganza, pero que lo demás a sido excesivo e irse.
Es obbio qué ella dejo de amarlo y respetarlo y una rwlaciokm así no sirve, claro, si la historia fuera real, como es más falsa, que un político en campaña, eso no sucederá…
Hubiera preferido q fuera forzado