De camino al pueblo, me decía a mí mismo que no lo volvería a ver
El joven maestro se perdió en la carretera, y un viejo agricultor lo recibió en su casa, le invitó a beber y después se lo cogió..
De camino al pueblo, me decía a mí mismo que no lo volvería a ver
Al parecer me había perdido, y debido a lo oscuro de la noche, ni idea tenía de cómo regresar a la carretera principal.
Me encontraba en una zona rural, bien apartada del pueblo, en el que me nombraron maestro, mucho más temprano, por querer conocer la región, salí a dar un recorrido, y me perdí.
Ya había oscurecido, cuando finalmente encontré una pequeña casa de campo, por lo que le pedí al señor que vivía en ella, que me dejase pasar la noche, frente a su casa, dentro de mi auto, la verdad es que eso, como que no le importó mucho, por lo que me dijo que sí.
yo estaba loco de contento, dando saltitos de alegría, y cuando me preguntó que, si deseaba cenar, más contento me puse, ya que de verdad tenía hambre.
Durante la cena, le comenté que yo era el nuevo maestro del pueblo, pero que por lo visto me había perdido, al no conocer la región. Él por aquello de ser un buen anfitrión, me invitó a tomar algo que resultó ser aguardiente, por lo que después de unos cuantos tragos, comencé a sentir algo mareado.
Ya llevábamos un rato bebiendo, cuando se desencadenó una fuerte tormenta, con mucha lluvia, fuertes truenos, y rayos.
Como había dejado la ventana de mi auto abierta, apenas comenzó a caer el fuerte aguacero, salí corriendo a cerrarla, pero al regresar estaba completamente mojado de pies a cabeza.
El dueño de la casa me propuso que, para no resfriarme, me quitase la ropa, que él me iba a dar una toalla para que me secase, y una vez que escampase, buscara en mi auto algo de ropa para cambiarme.
Quizás por lo mucho que ya había bebido, sin pensarlo mucho más ni más, me desnudé completamente, de espaldas a él, y comencé a secar todo mi cuerpo, y posteriormente mi largo cabello.
Y todas estas, mientras que yo me secaba, me dio la impresión de que el dueño de la casa en lo único que él se fijaba era en mis nalgas, que en todo momento le estuve mostrando, pero sin darme cuenta, se los juro.
Lo más graciosos de todo resultó ser que cuando me coloqué la toalla, en lugar de ponérmela a la altura de la cintura, como normalmente lo hago, me la coloqué a la altura del pecho.
Fue cuando él me comentó, que de no saber que yo era un chico, al verme así, y de espalda, él fácilmente hubiera pensado que yo era una chica.
En ese momento me sentía tan y tan mareado, que al escucharlo decirme eso, no se me ocurrió nada mejor que decirle en un tono de voz afeminado, que me daba bastante gracia, sus palabras.
Él no hizo más comentarios, pero si me siguió ofreciendo de su aguardiente, y cuando ya había dejado de llover, le comenté que iría a buscar algo de ropa a mi auto.
Pero al ponerme de pie, al parecer me encontraba tan mareado, que necesité de su ayuda para caminar.
El señor me sujetó con sus brazos, agarrándome por la cintura, por lo que le di las gracias, y apenas comencé a caminar, la toalla se me desprendió, quedando completamente desnudo entre sus brazos.
Tanto él como yo nos sorprendimos, más aún cuando no sé cómo, ni por qué, yo comencé a restregar mis nalgas contra su cuerpo.
Al mismo tiempo que comencé a decirle que me soltase, que no me fuera a violar, que jamás nadie me había comido el culo.
No sé qué otras tantas tonterías comencé a decirle, cosas que lejos de hacer que él me soltase, lo que provoqué fue que se excitase, y comenzó a apretarme contra su cuerpo.
Cuando casi llorando, logré zafarse de sus brazos, pero con lo ebrio que me encontraba, di un par de pasos, y luego un tras pie, por lo que caí al suelo, quedándome bocabajo tirado en el piso.
Con mis piernas abiertas, mostrándole no tan solo mis nalgas, sino que también mi esfínter, quizás en otro momento, él ni tan siquiera se hubiera interesado, ni en mirarme.
Pero en ese momento, con lo bebido que él también se encontraba, al verme así, se ha bajado los pantalones, y dirigió su verga, al centro de mis nalgas, y sin pérdida de tiempo, me ensartó.
Mientras que yo daba gritos de dolor, y llorando le pedía una, y otra vez que me lo sacara. Mientras que él me decía, una y otra vez. “Deja de llorar y mueve ese culo, maricón”.
Por un cortó rato tras enterrarme todo su pedazo de carne, me quedé en silencio, y cuando él comenzó a meter, y sacar toda su verga de mi culo, yo no sé por qué comencé a menear mis caderas, de manera rítmica, y bien sabrosa.
Al poco rato, ambos disfrutábamos al máximo de lo que estábamos haciendo. En ese momento me dijo que hacía tanto, y tanto tiempo que no tenía sexo.
Mientras que yo, no sé cómo no dejaba de decirle. “Papito dame duro, entiérramelo todo, este culito es solo tuyo”. Cuando finalmente se vino, fue dentro de mis nalgas, en cierto momento, me apretó con tanta fuerza, que pensé que estaba a punto de partirme en dos, entre sus brazos.
Al sacármelo, en medio de la fuerte lluvia que volvió a caer, salí al frente de la casa, y agachándome como si estuviera cagando, expulsé todo lo que me había dejado dentro.
Cuando regresé nuevamente mojado, con mis mojadas manos lavé su verga, y casi de inmediato sin que él me dijera nada, me dediqué a mamársela, hasta que se le volvió a parar, y nuevamente me la volvió a enterrar.
Al día siguiente, cuando desperté, él se encontraba aun sobre mí. Fue cuando, me dijo. “Realmente pareces una mujer, con tu largo cabello castaño, y tus paradas nalguitas”.
Yo no supe que decirle, en mi mente me preguntaba a mi mismo como era posible que hubiera dejado que me diera por el culo, y voluntariamente me pusiera a mamar su verga.
Apenas él se levantó, y vistió, yo entré a la ducha, y tras darme un buen baño, aparecí vestido en la cocina.
Como si no hubiera sucedido nada entre nosotros, con una gran sonrisa me despedí, y le di las gracias, por todo.
Camino al pueblo me decía a mí mismo que no lo volvería a ver, pero como al mes, me provocó irlo a visitar, y tras darnos unos cuantos tragos, y prender un cigarrillito de los artesanales, que yo lleve, me puse un lindo vestido floreado, que había llevado, y al rato volvimos a disfrutar de un lujurioso sexo.
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