De chico virgen pajero a hembrita sumisa (parte IV)
Cuatro machos siguen enseñándome de qué es capaz un macho de verdad… y uno de ellos me muestra que eso de «venirse por litros» no es un mito..
¡Cuarta entrega de la saga que desbloquea tus zonas erógenas!
Nos sentamos todos en la sala de mi depa. Toñito y Jaime en el sofá de dos cuerpos, el oficial Arboleda en el de uno solo, y el oficial Montoya y yo en el sofá más grande. Yo estaba desnudo, los oficiales con sus uniformes puestos y Toño y Jaime, con sus pantalones de buzo de toda la vida y nada de la cintura hacia arriba.
Montoya, juntito a mí, me hacía cariñito en la nuca, en las tetillas, en la espalda y en las piernas; era sutil, como si no quisiera que los demás se enteren, y ese toque de autocensura me puso bien arrecho. Jaime encendió un cigarrillo y ofreció el resto a quienes quisiéramos. Solo Montoya aceptó y Jaime le entregó uno encendido, como para que no me deje de manosear.
«Bueno», dijo Jaime, «esta es mi idea». Montoya aspiró profundamente con el cigarrillo en la boca, como si quisiera terminarlo de una sola bocanada, y luego me agarró la cabeza, acercó sus labios a los míos y me hizo abrir la boca con su lengua para pasarme el humo de cigarrillo que salía de sus pulmones directamente a los míos. La forma en que lo hizo, con serenidad y autoridad a la vez, y la forma en que lo acepté, sumisa y pasivamente, demostraba que habíamos establecido una jerarquía en esta manada: cuatro machos alfa que preñan una y otra vez mi culito/conchita y yo, una perra en celo. Énfasis en lo de perra.
Aspiré lo más que pude el aliento de Montoya, pero empecé a toser. «Ya sabía que nunca habías fumado, por eso me di el gusto de ser yo quien te quite esta otra virginidad», dijo y repetimos la acción desde el principio.
Mientras tanto, Toñito había ido hacia la cocina y regresó con cervezas bien frías, panes, embutidos, quesos, mayonesa, ají, sal, pimienta, lechuga… todo lo que usualmente él utiliza para prepararse sánguches desnudo por la madrugada —mientras yo lo espío y me masturbo—. Jaime, cigarrillo en mano, abrió una chela y empezó a exponer su plan:
«Todos saben que las cárceles son una mierda y no necesito explicarlo, ¿cierto? Y saben que quien no tiene dinero para aceitar funcionarios, preferiría matarse en vez de que el sistema lo siga exterminando de a pocos…».
Arboleda interrumpió al mismo tiempo que abría su lata de chela: «¡Qué hablas, oe’! ¿Acaso Montoya y yo te hemos tratado mal cuando estabas ahí? ¿Qué te quejas? Les conseguimos tres visitas conyugales por semana, una más de la que por ley les toca. Además, ustedes se cachan a las maricas y travestis internas cuando les da la gana.» En paralelo, Montoya me besaba y enviaba una nueva bocanada de nicotina y alquitrán a mis pulmones; ya no necesitaba sostenerme la cabeza, pues yo solito me ofrecía a recibir su aliento. Toñito se había avocado por completo a la preparación de sanguchitos sobre la mesa en el centro de la sala.
«¡Ese es el problema, Osquítar!», gritó eufórico Jaime mientras bebía un trago de cerveza. Y continuó con el mismo ímpetu: «¿No te das cuenta que, sea con nuestras esposas, amantes o cabras internas, siempre será lo mismo y lo mismo?» Arboleda también tomó un trago e increpó diciendo, primero, que «¿qué sentido tendría una cárcel que deje entrar y salir gente según el gusto de los presos?»; y, segundo, que «qué hay de las mafias de putas y travestis que llevan, justamente, putas y travestis al penal para los tiquismiquis que ni con sus esposas, ni con amantes, ni con travestis». Jaime replicó: «¡Eso nos lo cobran y bien caro, pe’ Osquítar! Tú mismo lo has dicho: ¡son mafias, no servicios del Estado!». Hizo una pausa para fumar y eructar, y prosiguió: «Yo también les he pagado, y bastante más de lo merecido, por una puta o un cabro más o menos decentes, ¡pero por necesidad, no por placer!»
Montoya le pidió otro cigarro a Jaime a la vez que me abrió su bragueta y liberó para mí sus deliciosos huevos y esa pinga que, momentos atrás, buscaba petróleo en mi garganta. «Anda, huéleme las bolas y la verga», me dijo, y yo le obedecí de inmediato… aunque, sin pensar, lo primero que hice fue meter su pinga en mi boca. Él reaccionó con violencia: me tomó del cabello y me jaló fuertemente de él, dejando mi rostro a su alcance para darme un puñetazo con todas sus fuerzas y gritarme: «¡Perra idiota! ¡Te dije que huelas, no que chupes!»
Recuperándome del golpe, llevé mi mano a mi rostro y la manché con sangre de mi nariz. Mostré la palma de mi mano ensangrentada al resto, como pidiéndoles que hagan algo, pero ellos seguían como si nada. Jaime encendió el cigarrillo solicitado y se lo dio a Toñito, quien al parecer ya había terminado de preparar las viandas, y este se dirigió hacia Montoya, le dio el cigarrillo y luego se sentó a mi lado en el sofá. Pensé que iba a defenderme, pero no; solo se sentó a tomar una chela y comer un sánguche, haciéndome a mí, de paso, sanguchito entre él y Montoya a izquierda y derecha, respectivamente.
Entonces, Arboleda me habló: «Ya, ya; tranquilo. Se te pondrá negra la cara y ya. A Montoya le gusta dejar huella y a eso ti te conviene porque, si le sumas los moretones que también él te dejó en el cuello, podrás decir que son las marcas de cuando te atacaron los ladrones, ¿recuerdas que pusiste una denuncia en nuestra comisaría por el robo de ayer?». Bebió un trago de su chela. «Por otro lado, no te ha dado tan fuerte; pudo haberte roto la nariz». Le mostré mi mano ensangrentada, en silencio, y bebió otro trago. «Ya, ya… la nariz, las cejas y la frente son escandalosas para sangrar. Sangran por cualquier cojudez. Qué, ¿nunca has visto box ni peleas de MMA? ¿Nunca has visto cómo terminan los jugadores al final de un partido de rugby…? Supongo que no; tú debes ser de los que ven vóley o patinaje sobre hielo… o fútbol, que, aunque digan que es deporte de machos, en realidad es el “deporte reina”…».
Montoya volvió a cogerme del pelo y llevó mi nariz a sus genitales. «Mucho chamullo; ¡huéleme las bolas, maricón!». Obedecí, con miedo a asfixiarme con sangre al tomar aire, pero no hubo problemas con eso. Arboleda parecía tener razón. Al instante, sentí que me mordían y acariciaban la espalda muy rico… era Toñito, obvio. Me dejé hacer.
«En cambio», retomó Jaime su diálogo con Arboleda, «si hubiesen llevado a alguien como esta putita que nos estamos comiendo hoy, ¡créeme que, si me pedían 100, les pagaba mil!»
Toñito me colocó de tal forma que me permitía oler el pubis salvaje de Montoya mientras él podía meterme la lengua al esfínter y comerme el culito. Montoya tenía las bolas muy olorosas y los pendejos pegoteados; parecía que se aseaba todo menos los genitales, para poder oler a macho concentrado… y eso me volvía loco. Ya, si sumamos los lengüetazos profundos que me obsequiaba Toñito dentro de mi túnel anal, ¡me estaba volviendo loca!
«Tienes razón», dijo Arboleda. «Si les ofrecemos a alguien como él, alguien a quien nunca en su vida habrían imaginado que podrían tener a su disposición para cachar o lo que sea, el precio se pone solo». Jaime, satisfecho por haber convencido, aparentemente, a Arboleda, apuró su chela y remató: «No tienes idea de cómo te manda a la mierda cacharte pura puta gorda con tetas chorreadas, y puro cabro feo con el culo jeteao’ como calcetín viejo».
Montoya me dio una nueva orden: «Ahora date la vuelta, que te voy a comer ese culito que debe estar apretadito de nuevo, y, si quieres se la chupas a Toñito». Me volví de espaldas a él, en cuatro, y le ofrecí mi asterisco en pompa; luego, me agaché para el respectivo pete a Toño, quien me sorprendió con un nuevo tono de voz, esta vez de macho dominante: «lame y chupa hasta que se me venga el cuáquer y, cuando sientas que se me sale, métete mi pinga hasta el fondo de la garganta. Si dejas chorrear una solo puta gota de mi leche, ¡te cagamos a patadas yo y Montoya hasta partirte los huesos!».
Claro que le obedecí, y de buena gana. Estaba dispuesto a esforzarme por satisfacerlo a él, al oficial Montoya, al oficial Arboleda y a Jaime. No sé, tal vez me gustaba el maltrato y solo recién me estaba enterando. Y mientras yo lamía las bolas y la sabrosa verga sin circuncidar de Toñito, menos apestosas que las de Montoya, este último me introducía la lengua dentro del orto de maneras alucinantes. Parecía tener la lengua de un oso hormiguero. Volvían las cosquillitas a apoderarse de mí nuevamente, pero, ¿cómo será la experiencia esta vez?
Jaime continuó con su psicoanálisis social: «Primero piensas que ya, que qué chucha, que es lo que hay. Luego te percatas de cuán bajo has caído: preso, hambriento, enfermizo y sin siquiera poder elegir el culo que te quieres comer». Hizo pausa para beber, fumar, eructar cual dinosaurio y volver a beber; Arboleda encendió un cigarrillo, mirando fíjamente el espectáculo que dábamos Montoya, Toñito y yo; se la sacó y empezó a meneársela. Jaime retomó: «Y ya, al final, entiendes que no hay fondo y que siempre caerás más y más bajo… y ahí te metes más y más droga para evadirte, pero luego vuelves a querer cachar y te cachas la misma mierda de siempre, y entonces te vuelves a drogar para evadirte…»
En lo que él decía eso, Montoya ya me tenía ensalivado hasta el yeyuno y pasó a frotar su poderoso glande en mi asterisco que, por cierto, ya apretaba otra vez. Cuando Jaime terminó de decir aquellas palabras, Montoya me cogió firmemente con ambas manos de la cintura y de un solo empujón me mandó la verga hasta lo más profundo posible, provocándome un dolor indescriptible e intenso que me hizo gritar a todo pulmón. ¡Fue como un baldazo de agua fría que me trajo a la realidad! Toñito me agarró de los pelos y me obligó a meterme toda su pinga a la boca, los 22 centímetros y más, y así como volví a la realidad por el dolor, volví a irme por la senda del placer cuando el glande de Toñito traspasó mi manzana de Adán. Montoya empezó a entrar y salir de mi cuerpo con violencia inusitada, provocándome siempre el mismo dolor pero, a cada empujón que me daba, yo volvía a enterrarme la pinga de Toñito en el esófago y eso convertía el desesperante dolor en placer inconmensurable. Montoya me daba nalgadas y puñetazos sin perder el ritmo frenético de su mete y saca, y Toño presionaba con fuerza mi cabeza para que me trague su pichulaza con todo y huevos. Me adapté a ambos movimientos y con mi lengua pasé a acariciarle el tronco y la cabeza, a la vez que su glande frotaba mis cuerdas vocales como arco de violín. A Montoya se le escapó un «uy, sí, qué rico, mami», además de una nueva nalgada que me marcó sus dedos cual ganado. Y yo me sentí muy feliz 🙂
«Jaime», dijo el oficial Arboleda, sin quitarnos la vista ni quitarse la mano del bate de béisbol que minutos atrás me ensartó por el culo hasta tocar mi hipotálamo. «Chévere la idea, porque a ese culito nadie le diría que no. Pero… ¿luego qué? ¿Se cachan rico a un culito blanquito y jovencito, que ni en sus sueños más coqueados imaginaron, y luego regresan a una mierda de rutina? ¡Piensa bien, pe’! ¿Quieres que la pasen rico o que se suiciden en masa?»
El speach de Arboleda me puso a mil. Sentí como… no sé, como que yo tenía una chuchita y que el omnipotente tronco de carne y venas de Óscar entraba sin piedad, rozando mi clítoris eléctricamente con su mete y saca. Lo que dijo me pareció muy inteligente y muy humano, y, de no haber estado empalado por dos súper machos, me hubiera puesto de pie para aplaudirlo por ser tan macho y socialmente sensible. Montoya empezó a acelerar el ritmo —si acaso era posible, porque ya bastante rápido me había estado taladrando— y, por lo mismo, la velocidad de mi mamada/succionada/lengüetadas a la vergaza de Toñito también se había intensificado en rapidez y profundidad. Montoya hacía que, literalmente, nos choquemos el hueso entre todos. Los calores se me intensificaron y entendí que no había marcha atrás: otro orgasmo salvaje tomaría mi cuerpo y mi alma… y no pensaba resistirme.
Mis otros dos machos, el que había robado mi virginidad y el que la tenía más larga, gorda y cabezona entre estos cuatro sementales, seguían jugando tenis de ética empresarial. «¡Bueno, bueno…! ¡Si extrañan al culito, que vuelvan a pagar, pe’, Osquítar!», esmasheó Jaime. «Una y otra vez, claro; y cuando se les acabe la plata, ¿qué?» devolvió de revés Arboleda. «¡Que pidan prestado, pe’! ¡Que roben! ¿Qué chucha nos tiene que importar eso?», voleó de derecha Jaime. Pero Arboleda le respondió con un hermoso drop: «¿Te hubiera gustado que te hagamos eso a ti cuando estuviste en Lurigancho?»
Montoya se movía a velocidad de picahielo y con fuerza de máquina rompepavimento, haciendo que la pinga de Toñito entre y salga de mi tráquea con los mismos ímpetu y velocidad. Mi esfínter acusaba ya lo mismo que mi pinga antes de venirme cuando me la corro, y el mete y saca de la verga de Toñito también tenía el mismo efecto en mi garganta. Y, cual si fueran mi verga pajeada, tanto mi culo como mi garganta estallaron en sendos orgasmos, violentos, deliciosos, inenarrables. Se me ocurrió tocarme las tetillas con los dedos, y al rozarlas corrieron la misma suerte que mi garganta y mi culo a la vez que todo mi esfínter, desde el ano hasta el intestino, se expandía y se contraía a más no poder, lo que hizo que Montoya hunda toda su verga en mi culo y grite enloquecidamente de placer, mientras abría brutalmente mis nalgas con sus manos, para llegar aún más profundo; varios gritos adicionales acompañaron cada lechazo que sentí disparado en mi interior. Yo había perdido la noción de mi cuerpo, pero era consciente de que mi garganta, totalmente empalada por Toñito, se contraía y relajaba al ritmo de mi esfínter al mismo tiempo que mi lengua giraba velozmente y sin control alrededor de sus 22 centímetros, la base y sus enormes testículos, lo que me impedía respirar y obligaba a contraer y relajar la garganta cada vez con más fuerza, tratando de tomar aire.
Perdí el sentido nuevamente, pero esta vez de manera aún más extraña que las anteriores.
Sentí que me desdoblaba de placer a medida que iba teniendo orgasmos en el culo, la garganta y las tetillas. Cada orgasmo separaba más mi alma y mi cuerpo, y la primera, liberada del yugo físico, salió de mí y flotó hasta chocar con el techo. Desde ahí, pude observar la sala y lo que sucedía en ella gracias a este viaje astrosexual. Vi cómo Montoya temblaba sin control dando bufidos, completamente echado sobre mi espalda y ensartándome tan profundamente que, hasta sus huevos, dentro de mí, recibían los masajes de mis músculos anales. Toñito, al otro extremo de mí, convulsionaba como en una silla eléctrica, dando alaridos de placer a la vez que soltaba chorros de leche caliente directamente en mi aparato digestivo, haciendo que mi cuello se hinche como una pata de elefante con su dura verga atravesada. Yo me la metí a la boca con todo y huevos sin dejar de juguetear con mi lengua alrededor de su tronco, sus huevos y su glande. Por otro lado —o sea, por el otro lado—, Montoya seguía dentro de mi culo, erecto, temblando y eyaculando sin parar, con violentos trallazos que se sentían cual puñetazos, por la fuerza con que salían y por lo espeso de su semen. Y yo, cuando creí que no podía sentir más placer, desbloqueé un siguiente nivel. Fue épico.
Jaime miraba la escena fumando y cheleando. Arboleda se escupió en las dos manos para seguir pajeándose, pues con una mano era imposible masturbar esa monstruosidad.
No tengo idea de cuánto tiempo estuvimos así. Montoya, simplemente, parecía llevar más de un cuarto de hora eyaculando, temblando y bufando, poseído por el más sublime y sórdido de los placeres que el incansable movimiento de mi esfínter le proporcionaba. Toñito proseguía dando pequeños brincos, pero medio desmayado, con la cabeza tumbada sobre el respaldar del mueble, la boca abierta y un hilo de baba colgando por la comisura de la misma. Su pene ahora se había retractado hasta alojarse, enrollado, en toda mi boca, permitiéndome por fin respirar. Sentía mi cuerpo como flotando en un jacuzzi caliente y relajante, con chorros cálidos que me masajeaban por dentro, y que eran los chorros del semen espeso que Montoya continuaba depositando en mi interior. Mi estómago estaba inflado como un globo de leche y empezaba a doler.
Asimismo, mi alma flotaba laxa por toda la sala, con el pensamiento perfectamente en blanco.
Poco a poco, pero MUY poco a poco, Montoya dejó de eyacular. Es decir, siguió con sus espasmos, pero no le salía ya nada por el meato. Era como querer vomitar sin nada que botar y sin controlar el reflejo… eso mismo, pero no en versión asquerosa y dolorosa sino placentera-sin-parangón. Poco a poco, también sus temblores fueron apagándose hasta detenerse por completo y desfallecer sobre mí. Juraría que Montoya y Toñito tenían los ojos bien abiertos y blancos. Montoya empezó a babearse sobre mi espalda. Ambos mostraban una amplia sonrisa de ultrasatisfacción en el rostro.
Jaime dio una pitada a su cigarrillo y apagó la colilla contra un cenicero. Esa acción atrajo mi atención desde lo alto de la sala. Lo miré. Sin esperarlo, Jaime levantó la vista e hicimos contacto visual, sacó su lengua y me guiñó un ojo.
Supongo que eso me hizo despertar… o algo así. Sentí caer pesadamente sobre el continuo de cuerpos que formábamos Montoya, Toñito y yo, conectados por sus vergas en mi culo y boca, respectivamente. De pronto mi alma se hizo una sola entidad con mi cuerpo empalado en estéreo y reaccioné, tomando una bocanada de aire desesperada. Empecé a toser, tratando de normalizar mi respiración, lo cual por supuesto provocó que mi esfínter vuelva a exprimir la virilidad de Montoya. Nuevos rochabuzasos de leche inundaron mis entrañas, acompañados de alaridos y temblores. Esto se repitió todas las veces que tosí hasta que pude respirar con normalidad.
«¡Ya suéltalo, ya está muerto!», gritó Arboleda, riéndose, mientras él y Jaime se levantaban para asistir a Montoya, cargándolo entre ambos. «Bebé, haz lo siguiente», dijo Jaime con mucha seriedad. «Ponte en cuatro, respira profundo y, cuando yo diga tres, puja con todas tus fuerzas mientras extirpamos la pinga de Montoya de tu culo». «¡De una vez!», dijo Arboleda. Jaime entonces se dirigió a mí: «Vamos, bebé: uno… dos… ¡TRES!»
Ambos tiraron de Montoya al mismo tiempo. La cabeza de su verga salió de mi culo con un ruido sordo. Los tres dieron con sus huesos contra el piso. En cuanto a mí… ni bien me sacaron a Montoya del culo, este —o sea, mi culo— se volvió un géiser que expulsaba un chorro interminable de semen hirviente, blanco y espeso contra el techo y, de ahí, a salpicarlo por toda la sala.
El chorro de leche no tenía cuándo acabarse. «¿Qué me pasa?», pregunté con miedo.
«Ya te explico; tú nada más no dejes de pujar», dijo Jaime, cubriéndose el rostro con ambos brazos para que no le caiga más semen del que ya le había caído. «Resulta que Montoya tiene el poder mutante de ser un cajero automático del Banco Nacional de Semen de la Universidad Agraria y, una vez que empieza a darla, no puede parar. ¡Es un semental preñador», sentenció.
«¡Nah! ¡Solo es hiperespermia!», dijo Arboleda, cubriéndose con el cuerpo de Montoya de la lluvia de semen. «¡Traduce, pe’, no te pongas esotérico!», exigió Jaime. Arboleda recogió el testigo de la palabra: «Hiperespermia es una condición de la que pocos escogidos pueden ufanarse. Botan litros de leche anormalmente caliente, blanca y espesa, sin que decaiga su capacidad de preñar. Dicen sus amantes que sienten como puñetazos de fuego por dentro y que, gracias a eso, tocan el cielo de purito placer. ¿Tú qué dices, bebé?»
Mi panza iba desinflándose en la medida que mi culo expulsaba semen a presión. Debo decir que la expulsión de leche me llevó a un nuevo orgasmo en el culo, rico hasta la taquicardia.
«Afirmativo, oficial Arboleda», le dije como pude.
Por fin terminé de expulsar el líquido viril con que Montoya me embarazó hasta las amígdalas. El ruido del semen chocando contra el techo y cayendo luego sobre el suelo dio paso a los furibundos ronquidos de Toñito. Por mi parte, deliraba de placer y de contento.
«¡Ta’mare», dijo Jaime mientras se ponía de pie. «Otra vez habrá que limpiar el desastre que ocasiona Montoya mientras él resucita». Luego se acercó a mí y me dio una sonora nalgada. «¡Y después de limpiar y bañarnos, nos toca a Osquítar y a mí!».
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Aclaración: Este relato se basa en una experiencia personal real, y solo he exagerado tantito algunos detalles. Los personajes que aquí han aparecido y aparecerán existen, aunque no sé en qué andarán ahora —salvo los oficiales, hace años que uno se fue a EEUU y el otro a… ¡Rusia! ¡Es en serio! ¡A veces la realidad es más alucinante que la ficción!
Que maravilla de historia de verdad!! no sabes como la disfruto.
Qué bueno que le esté gustando. Gracias 🙂
Menuda fantasía de relato… tengo la polla durísima de lo cachondo que estoy ahora mismo.
Y viene más, ojalá le siga gustando. Gracias por leer y comentar 🙂
Ufff… me encanta lo putita que te has vuelto. Estoy con ansias de saber mas de este relato.
Gracias, se hace lo que se puede, je je. Ya viene la siguiente parte, dentro de poco 🙂
Como sigue? necesito mas…
¡Ya viene la siguiente parte, prontito prontito!
Muy excitante, se pasó un poquito la mano con lo de volcán de leche.
Qué bueno que le haya gustado. Y muchísimas gracias por su comentario. Como pongo al final, me baso en hechos reales y los exagero a veces un poco, a veces un mucho. Lo de la hiperespermia es cierto y lo cuento al margen de cómo realmente fue; más bien, cómo lo sentí y cómo lo recuerdo. Yo era bastante joven y muy ingenuo. Pero claro, la idea es crear complicidad con el lector para que pueda disfrutarlo. ¡Lo tendré en cuenta para los siguientes capítulos!
Excelente relato. No sabes como he disfrutado de el mientras me pajeaba.
Qué bueno que le genere disfrute y placer. Trataré de estar a la altura de sus expectativas en las siguientes partes.
Felicidades por tu forma de escribir. Me encanta la historia y me parece muy excitante y morbosa.
Muchas gracias por tus amables palabras 🙂
¡Prometo continuar la historia y hacerla aún más morbosa y excitante!
Gran relato… como sigue?
¡Gracias! Estoy dándole los último retoques a la siguiente parte y la publicaré lo antes posible <3
Estoy enganchado a esta historia.. siempre que subes una parte me pongo a 1000 leyéndola… Y siempre acabo corriéndome una barbaridad por la excitación.
Ufff… qué bueno que los relatos le generen todo eso. Ya viene la siguiente parte, ojalá lo siga excitando de esa manera (o más) 🙂
Más por favor es increíble
Va en camino 🙂