Desde que voy al gimnasio mi esposa no me ha vuelto a llamar gordo.
A un tipo su mujer se burla del por estar algo gordo, él hace dieta, va al gimnasio y aunque pierde peso sigue algo gordo, hasta que un conocido de él le dice que desde que se esta dejando dar por el culo perdió bastante peso, por lo que el tipo se decide dejarse dar por el culo. .
Desde que voy al gimnasio mi esposa no me ha vuelto a llamar gordo.
Debido a mi sedentario trabajo en nuestro negocio, un día mientras tenía a mi esposa tendida en la cama, completamente desnuda, y con sus piernas bien abiertas, penetrándola de manera divina.
Me dijo en un tono de voz, que me sonó burlón de su parte. “No me vayas a aplastar mi gordo.”
Eso como que bastó para que yo reconociera dos cosas una es que, yo tenía algunos kilos de más, y la otra es que, además, manteníamos muy pocas relaciones.
Por lo que, pensando que se debía a mi exceso de peso, haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad, comencé una dieta para perder peso…
La verdad es que la dieta era bien simple, alimentarme básicamente con lo que me recomendaba la dietista.
Pero aun, y así, aunque había perdido no tan solo algo de peso, sino que también de tallas, seguí estando aun un poco gordo.
Pero por su parte, mi esposa continuaba comportándose de la misma desagradable manera, es decir llamándome gordo, y manteniendo muy poco sexo conmigo, aunque sospecho que ocasionalmente tenía relaciones con nuestro vecino.
Por lo que, siguiendo el consejo de mi médico y de varios amigos, me inscribí en un gimnasio, para hacer ejercicios, y quemar un mayor número de calorías.
Ya como a las dos semanas, comencé nuevamente a ver los resultados, mientras más ejercicios realizaba, más sudaba, y más peso perdía.
Ya llevaba como tres meses asistiendo regularmente al gimnasio, y mi esposa comenzó a cambiar, dejó de llamarme gordo de la manera en que lo hacía, y volvimos a tener más sexo.
Fue en esos momentos que me di cuenta de que había dejado de perder peso, por más ejercicios que hiciera.
Lo que realmente más me frustro, fue que además conmigo asiste un conocido mío, que más o menos, tenía el mismo problema que yo.
Solo que, en el caso de él, a diferencia mía, continuó bajando de peso, lo que me llamó la atención, ya que manteníamos más o menos la misma rutina.
Así que estando en las duchas, le rogué que me dijera qué otras cosas estaban haciendo aparte de la dieta, y los ejercicios.
Fue cuando, de manera bien sería me dijo. “Te lo diré, pero júrame y prométeme, que no se lo dirás a nadie.”
Desde luego le respondí que sí, que no se preocupase, que no se lo diría a nadie, de momento se puso rojo como un tomate, y me dijo. “Me estoy dejando dar por el culo la mayor cantidad de veces que puedo.”
Yo la verdad, al principio no le podía creer, pero cuando continuó diciéndome, el sin número de calorías que quemaba cada vez que tenía sexo anal, y que le gustaba más hacer eso que el estar levantando pesas.
En ese momento como que le vi sentido a sus palabras, aunque pensado, que yo que nunca llegaría a tales extremos.
Aunque ahora les confieso que, en mi juventud, en muchas ocasiones me dejé convencer fácilmente que me dejase dar por el culo.
Así que mientras nos duchábamos me comentó, además, que la gran mayoría de los tipos que asisten al gimnasio, nada más basta con ponerle atención a la más mínima insinuación que le hacían para que ellos, tomasen la iniciativa.
Lo cierto es que no podía creer lo que él me decía, hasta que lo vi con mis propios ojos, cuando al siguiente día, mientras hacía un ejercicio con una barra de pesas, vi cómo tras de él se colocó un tipo, y de manera como si lo estuviera ayudando, le rozó las nalgas, con su cuerpo.
Él volteó a verlo, se dijeron algo, y de inmediato vi como ambos muy sonreídos, se dirigían a los vestidores.
Yo que por naturaleza soy curioso, no pude aguantarme, y al poco rato me fui tras ellos, al no encontrarlos en los vestidores, los busqué por todos lados.
Ya estaba por darme vencido, cuando escuché como de la covacha de limpieza, salían unos profundos gemidos, y la inconfundible voz de mi conocido que decía una y otra vez. “Dame más, dame más, papito dame más duro…”
Yo desde luego cuando dejé de escucharlos, supe que habían terminado, y rápidamente regresé a la sala de pesas.
Al poco rato, lo vi a él todo sudado, con una sonrisa feliz que, arreglándose la ropa de hacer ejercicios, se dirigía al baño, me imaginé que para asearse.
Al regresar me dijo, con su cara bien fresca. “Ahora solo me hace falta, ir a la sauna, a ver con quien me encuentro.”
Yo la verdad no lo podía creer, y volví a decirme a mí mismo que jamás haría algo como eso, no tan solo porque a pesar de ser como es, yo respeto mucho a mi esposa, además que me parecía algo de lo más pervertido.
Pero al pararme sobre la balanza para pesarme, y ver con frustración que mi peso seguía siendo el mismo.
Como que, no sé, creo que comencé a contemplar esa opción, pero nada más para perder peso.
Por lo general siempre cuando voy al gimnasio visto con ropa adecuada para hacer ejercicios, pero me di cuenta de que mi conocido al igual que otro par de tipos, apenas y se ponían esas pequeñas trusas, sin más nada abajo.
Y aunque yo cargo una de esas trusas, por lo general las usaba por encima de mis pantalones, y camiseta de licra, además de mis interiores y camiseta.
En la siguiente ocasión que fui al gimnasio como ya iba bastante tarde, nada más me puse la trusa, sin más nada abajo.
Y como todos los días, me dediqué hacer mis ejercicios, ya estaba por terminar mi rutina de pesas.
Cuando un tipo bastante fortachón, al que apenas y había visto en una que otra ocasión se me acercó, y me preguntó si le permitía que me corrigiera, ya que los movimientos que estaba haciendo, no eran los apropiados.
Yo inocentemente le respondí que sí, y de inmediato se colocó tras de mí, agarrando la pesa que yo sujetaba con mi mano, y pegando su cuerpo al mío, diciéndome. “Fíjese que, si agarra la barra de la pesa de esta forma, y la sube de esta manera, va a sentir que el ejercicio es mucho más efectivo.”
Y al tiempo que fue diciendo y asiendo eso, en efecto, pude sentir, no tan solo que el ejercicio era mucho más efectivo, sino que también sentí, aun por encima de la tela de nuestras trusas, algo así como su duro miembro, entre mis nalgas.
De inmediato me preguntó con cierto toque de picardía. “¿Lo comprendió?” A lo que yo con una maricona sonrisa le respondí. “Si.”
Fue cuando él me dijo. “Si quieres te puedo seguir orientando, pero a solas, para que no nos distraigan.”
Yo sin dejar de sonreírle, le pregunté de inmediato. “¿Dónde?” A lo que él solo me respondió. “Sígueme.” Y tal como él lo dijo lo seguí, aunque en mi mente me decía a mí mismo. “Como te vas a atrever hacer semejante cosa, con el cuento de que es para perder peso.”
Fue cuando en mi mente también reconocí, que lo quería hacer, por satisfacer mi propia curiosidad de si podía, o no serle infiel a mi esposa con otro hombre.
Además de que como ya saben, lo prohibido, es lo que más atrae, yo seguía mi acompañante no hasta la covacha de limpieza, sino hasta la última sala de masajes.
Donde apenas entramos, y él cerró la puerta, me tomó entre sus fuertes brazos, y dándome un soberano beso de lengua me dejó completamente desarmado.
Al mismo tiempo que me fue besando, enterrándome toda su lengua dentro de mi boca, me cargó hasta la mesa donde dan los masajes.
Una vez que me recostó sobre ella, él mismo con sus grandes manazas me quitó mi trusa de hacer ejercicios, dejándome casi, total y completamente desnudo ante él, nada más me quedé con mis zapatillas de goma, y mis medias puestas.
De inmediato vi como él se quitó la camiseta, y se bajó los pantalones cortos de licra que llevaba puestos, y emergió una gruesa y larga verga, mucha más grande y gruesa que mi propia verga algo como nunca antes había visto yo una.
Sin perder el tiempo me tomó por las caderas, y arrimando su colorado glande a mis nalgas, me penetró de manera ricamente bestial.
Mi amante se encontraba de pie, mientras que yo con mis piernas bien abiertas, disfrutaba al máximo de todo lo que me estaba haciendo.
Sudando como un caballo, seguí recibiendo los fuertes embates de aquella tremenda verga y de su dueño, gimiendo de felicidad, y pidiéndole que me diera más, y más duro.
Esa tarde no hubo cosa que él no me hiciera, con decirles que me dio, de manera bien salvaje.
Yo disfruté lo disfruté como nunca al salir del cuarto de masajes, quedamos en vernos en otra ocasión.
Al regresar a la sala de pesas, me encontré a mi amigo, que al verme me dijo en un tono serio, “Lo mejor que puedes hacer ahora es chuparte un limón.”
Yo me le quedé viendo sin comprender, por qué de su recomendación, y cuando se lo pregunté, riéndose me dijo. “A ver si se te quita la sonrisa de maricón satisfecho, que tienes en la cara.”
En esa misma semana descubrí que en la sauna, uno la puede pasar muy bien si estás bien acompañada, sobre todo si es por dos o más tipos, como me sucedió a mí, la primera vez.
Ese día después de hacer mis regulares ejercicios de pesas, y cardiovasculares, decidí entrar a la sauna.
Solo que antes pasé por mi vestidor, me quité la trusa, y solamente envuelto en mi pequeña toalla, entré a la sauna.
Al principio estaba completamente solo, por lo que pensando que no entraría más nadie debido a la hora, me la quité y la use como almohada para mi cabeza, recostándome bocabajo.
Ya me estaba quedando dormido, en medio de aquel calor, cuando sentí de momento que alguien me observaba.
Al abrir los ojos, me encontré, no con uno, sino con dos hombres que miraban mis nalgas lujuriosamente.
Mi primera reacción quizás fue el de ocultar mi completa desnudes, pero de momento como que el solo pensar que podía llegar a tener sexo con los dos a la vez, hizo que, en lugar de taparme, levantando mis nalgas separase mis piernas, y les dijera, mientras me sentaba. “Se ven muy bien con esas pequeñas toallas, pero personalmente creo que mejor se verían sin ellas.”
La verdad es que eso solo bastó para que ambos me cayesen encima, cuando vine a ver, mientras uno me enterraba toda su verga por la boca, el segundo me penetró por el culo.
Por lo que a medida que uno metía y sacaba sabrosamente toda su gruesa verga de mi culo, yo movía mis caderas como toda una loca, al tiempo que al otro le chupaba su verga y hasta le lamía las bolas.
Yo perdí la noción del tiempo, y de las veces que entre ellos cambiaron de lugar, y del sin número de veces que les mamé sus vergas.
Lo que, si se es que, al salir de la sauna, y después de asearme en las duchas, al irme a pesar me llevé la agradable sorpresa de que ya estaba en mi peso deseado.
Por otra parte, ya mi esposa no me ha vuelto a llamar gordo, y cada vez que se nos presenta la ocasión ya sea en la cama, en el baño, en la sala, en el patio, en la cocina, y hasta en el techo de nuestra casa, tenemos un sabroso, y divertido sexo.
Pero por si acaso, yo sigo asistiendo al gimnasio y manteniendo mi especial rutina, claro sin que mi esposa se enteré de los detalles íntimos.
Que buen entrenamiento