Desenfreno en motel de montaña
Con ayuda de mi amigo logro que mi esposa acepte ser compartida.
Desenfreno en motel de montaña
«¿Tú te acuerdas de lo que dijiste la semana pasada en la oficina?» le dijo Alejandro a Carlos, con una sonrisa pícara en la cara, el vapor del café calentando sus mejillas.
Carlos levantó la mirada, sorprendido. «¿De qué me estás hablando?»
«De que si alguna vez teníamos la oportunidad de ver a alguien que quisieramos en acción, tendríamos que aprovecharla.» Alejandro le guiñó un ojo.
Carlos se rió, tomando un sorbo de su propia taza. «Sí, claro. Pero eso era solo… charla de chicos.»
Fuera, la lluvia caía suavemente en la ventana del café, dibujando patrones abstractos en el vidrio. El sonido era agradable, una melodía de fondo que acompañaba a la conversación. Alejandro se acercó, susurando. «¿Y si te dijera que tengo la oportunidad de que eso pase?»
Carlos se detuvo en seco, la taza a mitad de camino a sus labios. «¿Quieres que vea a alguien teniendo sexo?»
Alejandro asintió lentamente. «Sí. A mi esposa.»
Carlos lo miró fijamente, incrédulo. «¿Tu… esposa?»
«Sí,» dijo Alejandro, con una determinación que no cabía en duda. «Siempre he soñado con verla follada por otros. Ella lo sabe, le he propuesto un trío muchas veces, pero ella siempre dijo que no. Dice que no se atreve. Pero creo que si la sorprendemos, si la ponemos en la situación… tal vez…»
«¿Tienes planeado algo?» Carlos se inclinó, curioso.
«Sí,» dijo Alejandro, con los ojos brillando. «Un motel en la montaña. Llamaré a un par de amigos. Y tú y yo la vigilaremos.»
Carlos lo miró, su rostro una mascarada de incredulidad. «¿Vas en serio con eso?»
«Más que en serio,» Alejandro sonrió. «Voy a reservar la habitación ahora.»
Ambos amigos se callaron, el silencio se llenó de la promesa de la noche que se retiró, una noche que prometía ser tan húmeda y cargada de deseo que el aire en el café parecía espesar.
Carlos, aún con la duda, asintió. «¿Y qué quieres que hagamos exactamente?»
«Follarla,» respondió Alejandro sin rodeos. «Tú y yo la follaremos. Ella no sabe que estás involucrado, cree que solo será espectador. Pero quiero que la folles, que la domines.»
Carlos tragó saliva, su mente ya corriendo con las imágenes de la bella esposa de Alejandro. «¿Y si ella no quiere?»
Alejandro se encogió de hombros. «Entonces la convenceremos.»
El plan se gestaba en la mente de Alejandro, cada detalle cuidadosamente planeado. El motel, la sorpresa, la noche entera dedicada a satisfacer sus deseos más ocultos. El sexo oral, la penetración doble, la humillación y el placer, todo lo que su esposa le había negado por miedo.
«¿Y si te gusta verla conmigo?» le preguntó Carlos, una nota de inseguridad en su voz.
Alejandro lo miró a los ojos. «Me encantará.»
Con la decisión tomada, Alejandro se puso en pie y se acercó a la barra para pedir la factura. «¿Te apuntas?»
Carlos asintió, la excitación luchando con el miedo en sus ojos. «Sí, claro. Estoy contigo.»
Alejandro sonrió, satisfecho. «Perfecto. Ahora, no digas nada a nadie, y prepárate para la noche del sábado.»
Durante la semana, Alejandro se dedicó a organizar cada detalle del plan. Reservó la habitación en un motel apartado en las montañas, lejos de la civilización y de las miradas indiscretas. Conversó con su esposa, Vanessa, y le dijo que tenían una cita sorpresa en la noche de sábado. Ella, intrigada y emocionada, aceptó sin siquiera saber dónde la llevaría.
El sábado por la noche, Alejandro condujo su coche por la serpenteante carretera, la lluvia acompañando su viaje. Vanessa, sentada a su lado, se envolvía en la capa de misterio que los envolvía. Ella vestía una falda corta y una blusa de encaje transparente, sin sospechar lo que el destino le deparaba. Alejandro no podía dejar de mirarla, su imaginación desbordando con cada curva que adelantaban.
Al final del camino, el motel les recibió con su neón intermitente y la puerta de la habitación que ya estaba abierta. Carlos y su amigo, Juan, ya se encontraban adentro, listos para la velada. Alejandro le dijo a Vanessa que la cita era allí, y su corazón latía con la emoción de la traición inminente.
Cuando Vanessa entró en la habitación, la sorpresa se dibujó en su rostro. Carlos y Juan la miraban con ojos llenos de deseo. Ella se detuvo en seco, la realidad de la situación empezando a tomar forma. Alejandro la empujó suavemente, y ella cayó en la cama, desconcertada.
«¿¿¿Qué… qué pasa?» balbuceó Vanessa.
Alejandro se sentó en una silla cercana, sonriendo. «Nada, cariño. Solo que vas a cumplir mi fantasía.»
Vanessa lo miró con ojos anchos, temblorosos. «¿¿Y si no quiero?»
«Pero si ya lo hablamos,» dijo Alejandro, acercando su rostro al suyo. «Dijiste que no lo harías por miedo. Pues no hay nada que temer. Solo vas a disfrutar.»
Carlos y Juan se acercaron, sus manos tocando a la desconcertada Vanessa, desatando sus deseos. Ella intentó resistir, pero la excitación que sentía al ver a su marido observando la escena era demasiado intensa. Sus labios se abrieron en un grito ahogado, y la noche de pasión y descubrimiento empezó.
Juan se adelantó y, sin preámbulos, se metió la boca en el coño de Vanessa, lamiendo y chupando su clítoris con avidez. Mientrastanto, Carlos le quitó la blusa, mostrando sus tetas redondas y duras, que brincaron al contacto con el aire frío de la habitación. Alejandro, inmóvil, no podía apartar la mirada del espectáculo que se desplegaba delante de sus ojos.
Vanessa, aun asustada, empezó a sentir que su resistencia se desvanecía, sus piernas se abrieron de par en par, permitiendo a Juan acceder a su interior. Alejandro le susurró al oído: «¿Ves? No duele. Solo disfruta.» Y la verdad era que el placer que Juan le proporcionaba era indescriptible, haciéndola gemir y jadear.
Carlos, que ya se había desnudado, se puso encima de ella, su verga dura y erecta en la cara de Vanessa. Ella la miro, la tomó con ambas manos y la metió en su boca, saboreando la sal y la humedad. Alejandro la observaba, su miembro erecto presionando contra el asiento de la silla, ansiando por unirse a la acción.
La habitación se llenó de sonidos húmedos y jadeos, el olor del sexo en el aire. Juan se levantó, y Alejandro indicó que era el turno de Carlos. Sin perder el ritmo, Carlos se adentró en la boca de Vanessa, que ya no protestaba, sino que parecía disfrutar cada centímetro que se le introducía. Alejandro, por su parte, se desnudó y se acercó a la cama, listo para ver a su esposa ser penetrada por su amigo.
Su miembro se puso duro al ver la cara de Vanessa, que ahora lucía una combinación de placer y miedo. Ella notó su presencia, y sus ojos se llenaron de lagrimas al ver que su marido no solo no la detenía, sino que alentaba a los dos amigos a continuar. Alejandro le dijo: «Sigue, mi vida, disfruta. Esto es lo que a mí me pone.»
Con un suspiro, Vanessa se entregó por completo. Carlos se puso de pie, y Alejandro lo reemplazó, su verga a la entrada de la boca de Vanessa. Ella lo tragó sin dudar, haciéndole una mamada profunda y apasionada. Mientras, Juan se acercó por detrás, un tubo de lubricante en la mano, y sin darle opción, se la metió en el culo. Vanessa gritó, su coño y su boca llenos al unísono.
Alejandro se sentía alucinado, el calor y la humedad que emanaba de la boca de su esposa era indescriptible, y la sensación de Juan follándosela por detrás lo ponía a mil. La penetración doble era mas de lo que podía resistir, y pronto empezó a correrse en la garganta de Vanessa, que tragó cada gota con gusto, saboreando la combinación de semen y lubricante.
Y allí, en aquella habitación de motel en la montaña, la vida de Vanessa y Alejandro tomó un giro inesperado. El miedo se transformó en placer, la resistencia en sumisión, y la noche se extendió ante ellos, plena de promesas y deseos inconfesables. Alejandro no podía creer que su fantasía se hiciera realidad, que su esposa se dejará follar por sus amigos delante de sus propios ojos.
Y la noche no paraba allí. Alejandro se levantó, su erección aun intacta, y se acercó a la cama. «Ahora te toca a ti,» le dijo a Juan, que sonrió con la excitación en la cara. Sin perder un instante, Juan se puso entre las piernas de Vanessa, que ya no luchaba, sino que se movía ansiosa, buscando la penetración.
Alejandro le acarició la cara, limpiando las lagrimas que aun resbalaban por sus mejillas. «¿Te gusta, cariño?»
Vanessa asintió, jadeando, sus ojos brillando con una luz que Alejandro jamás le había visto. Juan la penetró lentamente, su verga deslizándose en el agujero que Carlos ya le había abierto. Vanessa gimió, y Alejandro supo que era el sonido de su esposa disfrutando del sexo anal por primera vez.
Juan empezó a follarla con furia, sus caderas chocando contra la cola de Vanessa, cada embestida haciéndola quejar de placer.
Vanessa se retorcía en la cama, sus ojos cerrados, sus manos agarrando la sábana. Alejandro la miraba, embriagado por la imagen de su amigo follándola duro y su propio miembro en la boca de su amante. Se sentía impotente, dominado por la situación, y eso le excitó aun más.
Carlos empezó a moverse, acelerando el ritmo, y Alejandro sabía que no aguantaría por más. Con la boca llena, empezó a masturbarse, sus dedos apresurados envolviendo su erección. Vanessa se puso a gritar, sus nalgas levantando del colchón, y Alejandro supo que ella se venía.
Con un gruñido, Carlos se corrió adentro de Vanessa, su semen llenando su interior. Alejandro se corrió al instante, su propio semen cayendo en la almohada. La habitación se llenó de un silencio pesado, cada uno de los presentes jadeando y exhausto.
Pero la noche no terminaba allí. Alejandro se levantó y se acercó a la ducha, la piel cubierta en sudor y semen. «Ven, mi vida,» le dijo a Vanessa, ayudandola a levantarse. «Tenemos que limpiarnos.»
Ella se puso de pie, sus piernas temblorosos, y caminaron despacio a la ducha. El calor del agua cayendo en sus cuerpos era la única luz en la habitación, y Alejandro la acarició suavemente, besando cada centímetro de piel que podía.
«¿Te gustó?» le susurró al oído.
Vanessa lo miró, sus ojos brillando aun en la penumbra. «Sí,» murmuró. «Más de lo que podrías imaginar.»
Con un suspiro de alivio, Alejandro la abrazó, y la noche continuó, cada minuto lleno de descubrimientos y placeres que jamás hubieran soñado. La lluvia continuaba afuera, batiendo la ventana, y adentro, la pasión no se detenía.
Sus dos amigos después de haber disfrutado de su esposa, le dijeron a Alejandro que ya se iban a retirar; que la noche ya sería solo de el y su esposa. Ambos sonrieron, ella con ciertos nervios y vergüenza y el con una sonrisa de ver que su fantasía la había cumplido. Sus amigos salieron del cuarto, dejando a la pareja en su habitación, escribiendo como finalizaria esa historia de sexo.
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