Después de que mi esposa se divorció de mi, algo cambió dentro de mi.
Un divorciado descubre el placer de vestirse y actuar como mujer, placer que aumenta al encontrar un marido que lo acepta tal y como es..
Después de que mi esposa se divorció de mi, algo cambió dentro de mi.
Contrario a mucho de los que finalmente deciden dar el salto y convertirse en transexual, que se inician estando bien jóvenes, a mí me sucedió esto, ahora después que cumplí los cuarenta años.
Recién me había divorciado de mi esposa, por lo que me encontraba sumamente deprimido, tanto que me hospitalizaron por expresar que quería acabar mi vida.
El divorcio fue algo muy duro para mí, yo no quería que nos divorciáramos, ya que ni sexo llegamos a tener durante nuestro último año de casados.
Y no es que yo no pudiera, es que ella no me provocaba, simplemente, además de que el carácter de mi exesposa cambió muchísimo, no hacía otra cosa que echarme en cara que no la atendía en la cama.
Hasta que finalmente desesperada porque le dieran el divorcio, confesó que prácticamente a diario, y desde hace mucho tiempo me era infiel.
Después del divorcio, y de que salí del hospital, con lo que me quedó, me mudé a una retirada finca que era de mi familia, la que a mi esposa jamás le gustó ir.
Al llegar con mi mudanza, y mientras me organizaba, me encontré un sin número de cajas, la mayoría llenas de ropa de mujer, algunas fueron de mi señora madre, otras de mis tías, y hasta de alguna que otra prima.
No fue como dos o tres meses después de que me instalé, una noche que no tenía nada que hacer, que me dio por revisar las cajas.
En ellas encontré como ya les dije, ropa de mi madre, de mis tías, y primas, pero aparte de los vestidos, faldas, blusas, y hasta calzado, también encontré gran cantidad de ropa íntima, cosas que jamás llegué a pensar que ninguna de mis tías o mi madre se llegasen a poner nunca.
Aparte en otras cajas encontré maquillaje, perfumes, zarcillos, pulseras, collares, y un sin número de más cosas, incluso hasta varias pelucas y lo que para mí fue una tremenda sorpresa, en las cajas de mis tías encontré varios vibradores, y falos de goma y hasta uno de cristal.
Realmente al principio no le puse mucha atención, a las cosas que había encontrado, y dejado en las mismas cajas.
Pero como a la semana, llegó la temporada de lluvia, razón por la cual, la señal del televisor se dañó, y estando aburrido una de esas lluviosas noches, abrí un cerveza, y me dediqué a revisar nuevamente las cajas.
Al principio me limité a ver únicamente su contenido, pero después de un corto rato, encontré un vestido de mi mamá que yo recordaba, habérselo visto puesto cuando yo era niño en varias ocasiones.
Así que, parándome frente al espejo, lo puse frente a mi cuerpo y de momento me pareció verla a ella.
Es cierto que yo tengo una gran semejanza con mi difunta madre, pero me sorprendí, después seguí haciendo lo mismo con la ropa de mis tías y primas.
A medida que seguía revisando las cajas, continué tomando cerveza, y en cierto momento, me dije a mi mismo. “Estás solo, nadie se va a enterar de lo que hagas.”
Así que me quité toda la ropa, y comencé a ponerme alguna de las prendas íntimas que fui encontrando en las cajas, algunas me quedaban algo apretadas, otras las sentía bien cómodas, pero solo las pantis de una de mis primas me quedaba grandísima, quizás por lo culona que ella era.
Así comencé a usar la mayoría de la ropa que fui encontrándome, en ocasiones, hasta me ponía una de las pelucas y poco a poco fui aprendiendo a arreglarme, a caminar con tacos, y hasta a maquillarme.
Después de cierto tiempo, lo que comenzó como una distracción se fue convirtiendo en una obsesión, al grado que dejé de recortarme el cabello, y comencé a depilarme todo el cuerpo.
Luego mientras me admiraba en el espejo del cambio tan radical que fui dando, un buen día o mejor dicho una noche mientras tenía puesto un lindo y atrevido vestido de fiesta, que había sido de una de mis tías, no me pude aguantar las ganas y comencé a masturbarme.
Casi de forma automática, también agarré uno de los juguetes que había encontrado en las cajas y con un poquito de mi propia saliva me lo he empujado por el ano, al mismo tiempo que me masturbaba.
Aquello fue para mí el acabose, desde ese momento no había día o noche que no me vistiera de mujer, en ocasiones salía a caminar de noche por la finca, así vestido, con peluca y tacos, imaginándome que, al regresar a la casa, me esperaría mi marido.
Durante el día aun vestido de mujer, me dedicaba a trabajar la finca, claro que no de falda o vestido, me ponía algún pantalón corto, y una blusa, chancletas, y me amarraba el cabello con alguna goma.
Y aun y así, al verme en el espejo realmente parecía toda una mujer, sin manierismos exagerados, y como por lo general la mayor parte del tiempo estaba sola, me hablaba a mí misma, de manera bien femenina, sin exageraciones.
Con el correr del tiempo un buen día me atreví ir a la ciudad vestido completamente de mujer, y creo que nadie se dio cuenta de que no lo era.
Por lo que continué actuando de esa manera la mayor parte del tiempo, una de las pocas ocasiones que me vestía de hombre era cuando ocasionalmente visitaba a mi doctora.
Pero un día no pude aguantar o callar más mi secreto, y le confesé a ella todo lo que yo hacía estando solo.
Mi doctora no me recriminó nada, tan solo me expidió una receta y me dijo. “Quizás esto te haga sentir mucho mejor.”
Yo pensé que se trataba de alguna pastilla para los nervios, pero antes de que yo le dijera que no me gustaba usar ese tipo de pastillas, me dijo. “Estas son hormonas femeninas, no es que te vallan a cambiar de la noche a la mañana, pero en algo te pueden ir ayudando poco a poco. Ha y la próxima vez que me vengas a ver, ven vestida como una reina.”
En realidad, se trataba de pastillas anticonceptivas, que en el fondo no son otra cosa que hormonas femeninas.
Las comencé a usar, y con el tiempo, me fui dando cuenta de algunos pequeños cambios en mi cuerpo, ya no tenía que afeitarme tan a menudo, hasta mi cabello se fue poniendo más largo, fino, y sedoso.
Además, cuando me lo pinté por primera vez, la chica en la peluquería no se dio cuenta de que yo era un hombre.
Quizás es idea mía, pero tengo la impresión que desde que estoy tomando las hormonas, los senos me han crecido, realmente no tanto como yo quisiera, pero algo se han ido desarrollando, así como mi piel se ha ido poniendo mucha más tersa y suave.
Yo en medio de mi vida secreta era muy feliz, pero un día ante la necesidad de que cortasen algunos de los árboles que tenía en la finca, busqué en el pueblo a una persona para que se encargase de eso, se trataba de un agricultor de unos cuarenta y tantos años.
Al principio nuestra relación se limitaba a que yo le pagase, por el trabajo que él hacía, pero con el pasar de los días, algo en él me fue llamando la atención, al grado que lo invitaba a comer en casa diariamente.
Él se me quedaba viendo en silencio, hasta que una noche antes de retirarse, sin más ni más me ha plantado tremendo beso, en la boca.
Yo me quedé petrificada, aunque deseosa de que continuase, pero sumamente asustada, temiendo que se molestase conmigo al descubrir que en realidad no era una verdadera mujer.
Y no se dé donde saqué el valor de decirle la verdad, él se me quedó viendo, se me acercó y me preguntó. “¿Has tenido antes marido?”
Le respondí que no, a lo que él continuó diciéndome. “Si quieres yo soy tu marido, pero con la condición de que jamás te vistas de hombre.”
Apenas asentí afirmativamente con mi cabeza, me volvió a besar, y continuó acariciando mi cuerpo, en especial mis nalgas.
Esa noche, a medida que continuamos besándonos, yo me fui quitando parte de la ropa y agachándome, hasta que tuve frente a mi boca su erecto miembro, el cual por primera vez en mi vida me dediqué a mamar.
Pero antes de que él se fuera a venir dentro de mi boca, me colocó boca abajo, me quito los pantis que estaba usando y comenzó a penetrarme por el culo, de manera algo dolorosa, pero rica.
No lo podía creer, esa noche me sentí toda una mujer, y desde esa fecha, a los actuales momentos, él se convirtió en mi marido.
Pero lo mejor de todo es que no es nada celoso, a las pocas semanas invitó a un compadre del a nuestra casa, y después de que entre los tres nos tomamos varias cervezas, mi marido comenzó a besarme, y acariciarme frente a su invitado.
Cuando menos lo esperaba el tipo ese, comenzó a tocarme las nalgas, y lentamente me fueron quitando la ropa entre los dos, hasta que su compadre comenzó a darme divinamente por el culo, al tiempo que mi marido me ponía a mamar su rica verga.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!