Desquintado por un albañil
Aunque yo me lo busqué, no pensé que el albañil fuera el encargado de desquintarme de esa forma..
Hola, buen día.
Esta es la primera vez que escribo un relato personal, pese a que he pasado varios años siguiendo la página. Y, aunque no tengo una razón de peso para este primer paso, creo que es mi turno de aportar a este acervo erótico. Espero que mi experiencia sea de su agrado y, por supuesto, estoy abierto a sus comentarios.
Me presento, mi nombre es Daniel, soy de México, del estado de Hidalgo y esta experiencia – de la primera vez que tuve sexo – me sucedió cuando tenía 14 años. En ese momento era un muchacho con algo de sobrepeso, estatura media, tez morena, cabello negro lacio muy rebelde y un miembro como de 13 cm bastante cabezón. Casi siempre me la pasaba en la computadora jalándomela o jugando algún videojuego pasajero y, a grandes rasgos, era un preadolescente promedio con acné, alto lívido y mala actitud en general.
Por ello, cuando mi padre quiso arreglar el techo de la casa, de loseta, aunque yo era el más beneficiado porque ya tenía una gotera en mi habitación no me lo tomé a bien. Tener hombres extraños en casa no era mi máximo en ese momento, especialmente porque habría que estar al pendiente y estaba seguro que de todos los que vivíamos en la casa, yo sería el designado para ello.
Dicho y hecho, una semana después llegaron dos albañiles y tras apalabrar todo con mi padre y mi abuelo se pusieron manos a la obra. Además de reparar las piezas rotas e impermeabilizar, también iban a darle mantenimientos a los aleros (techos cortos encima de las puertas) que eran del mismo material. Para mi mala fortuna, pensaba yo, había uno debajo de mi ventana y eso haría que no pudiera estar en paz en mi cuarto pues los tendría enfrente trabajando. El trabajo les tomaría un par de días y, tras ver cómo estaban avanzando, mi padre decidió dejarme de vigía mientras él salía a la despensa con mis dos hermanos y mi abuelo. En realidad me habían ofrecido ir con ellos y que se quedara mi abue, pero como andaba de malas no quisieron batallar y me dejaron.
En cuanto se fueron en la camioneta y fui a comprobar que Don Arturo y su ayudante estuvieran aún en el techo, me fui a mi cuarto confiando en que si necesitaban algo me llamarían. De cualquier forma, para bajar había que usar la escalera de la casa y se escuchaban los pasos desde donde yo estaba así que para mí estaba cumpliendo mi rol de vigilante. Me dispuse a prender la laptop y a buscar páginas porno de hombres desnudos o algún video que no pesara mucho en Ares, pero al cabo de unos minutos escuché los
pasos en la escalera de alguien bajando y cerré todo.
-¡Joven! Voy a empezar con los volados – me gritó el ayudante, Pedro.
-iSí!
Esperaba que no se refiriera al mío pues no había tenido tiempo siquiera de empezar a jalármela pero cuando vi la punta de la escalera asomarse enfrente de mi di por perdida mi sesión de chaquetas. Pedro subió rápido subiendo sus materiales y procurando no caer puesto que la plancha donde estaba tenía una inclinación hacia abajo para que la lluvia resbalara. Me saludó con la mano y empezó a evaluar el estado de las tejas. Yo sólo le respondí con la cabeza. Admito que me intimidaban un poco estos hombres, estaban macizos y tenían unos rostros curtidos por el sol y el trabajo, pero hasta ahora habían sido muy amables y eso me daba cierta calma. Volví a abrir mi lap para perder el tiempo en algún juego mientras se bajaba algún video en segundo plano para después y entonces, por mero ocio, me fijé en el hombre frente a mí.
Pedro no era un hombre guapo, en realidad era poco agraciado por decir lo menos. Sus facciones eran toscas: nariz ancha y chata, ojos pequeños bajo un ceño pronunciado y una cejas empolvadas. Tenía la mandíbula redonda y la boca gruesa. Su cuerpo era robusto y fuerte. Traía puesta una playera y unos pantalones rotos y llenos de mezcla, así como una gorra roja ya desgastada que le cubría poco del sol a su de por sí ya quemada piel. En su momento no tenía mucha idea, pero ahora le calculo que tendría poco menos de 40 años. Y, pese a todo ello, se me empezó a erectar el pene.
Entre el sudor que le estaba cayendo por todos lados y como se le marcaban los brazos a hacer fuerza, sólo pude pensar en querer ver su miembro que seguro sería enorme. Prieto y grande me imaginaba. Empecé a sobarme por encima del pans y a morbosearlo con cautela. Estaba caliente pero temía que le dijera algo a mi padre si me veía imprudente. En un par de ocasiones quise ser razonable y concentrarme en otra cosa pero sólo tenía que volverlo a ver para sentir cómo me saltaba la carpa que tenía entre las piernas.
En realidad yo no planeaba hacer nada más allá, aunque excitado, era virgen y aún era muy ingenuo en lo que se refería al sexo, así que mi máximo era tener una buena jalada. Hasta que recordé un video donde un par de chicos se la masturbaban viendo a una pareja tener sexo sin que ellos lo supieran y tuve una idea: quería que me viera masturbarme. Normalmente soy un hombre que se masturba en silencio, pero ya que no había nadie en casa quería sentirme observado y que me vieran eyacular por lo que me haría una chaqueta en forma. Además, no podría decir nada, pensé, ya que si mencionaba algo a mi padre el que se vería mal sería él por estar espiándome.
Con cuidado de no hacer ruido, levanté el seguro de la ventana y la empujé con suavidad con la esperanza de que el aire terminara el trabajo en unos minutos. Me fui a mi armario para sacar ropa como si me fuera a bañar y me fui desvistiendo hasta quedar en ropa interior. Voltee de reojo para ver si me estaba viendo Pedro, pero él seguía en lo suyo. No me desanimé y me acosté en mi cama, que quedaba con los pies hacia la ventana y empecé a sobármela por encima. Mi miembro ya estaba durísimo y tenía una gran mancha
de líquido preseminal con la que me estaba mojando las manos. Cerré los ojos porque a lo mejor eso lo desmotivaba. Empecé a gemir despacio, más porque me escuchara que por placer personal, y metí mi mano bajo mi calzoncito de licra color azul. Me gustaba sentir cómo se sentía caliente ese pedazo de mí entre mis manos, como mis huevitos se pegaban a mi cuerpo y se fruncía mi escroto. Arqueaba y abría las piernas para poder tocarme todo: con una subía y bajaba el prepucio con lentitud mientras gemía, con la otra trataba de jalarme los testículos y exploraba la entrada de mi hoyito.
Abrí la comisura para ver si estaba teniendo éxito y sólo alcancé a vislumbrar su gorra roja sobresaliendo del alfeizar, totalmente ignorante de mí. Me desesperé y me sentí ridículo. ¿Qué estaba haciendo? Me estaba masturbando pensando en ese hombre al que ni le interesaba. Carajo. Me dispuse a acabar la chaqueta rápido pero al menos disfrutarla. Si me veía o no, era lo de menos. Me bajé el calzón a media pierna y empecé a jalármela con fuerza mientras gemía con libertad y me retorcía pensando en mis fantasías recurrentes: el nuevo profe gordito de computación metiéndomela en su silla giratoria, mis compañeros más atléticos o desarrollados del salón haciendo una orgía entre ellos o, mi favorita, el alto encargado de la capilla escolar y/o su guapo ayudante metiéndomela en el pequeño sofá de la sacristía. Cuántas veces no me la había jalado pensando en esa última, especialmente en los baños de la escuela.
– Oiga, joven…
Me sacó de mi fantasía la voz de Pedro de la nada. Abrí los ojos y lo vi asomándose por la ventana con la cara roja por el sol. Traté de no verme nervioso pero seguro notó mi sorpresa.
– Perdón, joven…
Negué con la cabeza incorporándome en un codo, aún con una mano en mi pene semi erecto por la impresión.
– No… dime…
– ¿Se puede? – preguntó haciendo un gesto con la cabeza de entrar y viéndome directamente a la entrepierna. Yo sólo asentí.
Pedro terminó de abrir la ventana, se encorvó para entrar con cuidado de no pegarse en la cabeza ni ensuciar nada en el escritorio que estaba pegado y usando de escalera mi silla, entró a mi cuarto. Cuando se enderezó pude ver que tenía su bulto sobresaliendo de
su cierre abierto, como si se la hubiera estado jalando antes de hablarme. De inmediato se me volvió a poner duro. No sabía que pasaría pero él también estaba excitado y eso era lo importante. Mientras cerraba la ventana y la puerta, ambas con seguro, yo seguí jalándomela tratando de verme tranquilo pese a la emoción. Tenía 14 años y este hombre sería el primero.
Sin embargo, contrario a lo que pensaba, él se arrodillo al lado de la cama y con cautela puso su mano sobre mi pene palpitante.
- Perdone si lo asuste pero… tenía que probarlo.
Y de inmediato llevó su boca a mi glande. No sé qué esperaba, la verdad, pero seguro que no era eso. Aquella mole malencarada estaba dándome mi primera mamada y se sentía irreal. La lamía como una paleta pasando su áspera lengua por mi cabeza y entre
los pliegues de mi prepucio, rascando cualquier rastro de presemen y dejando su saliva como prueba de que ese pene infantil ya estaba en uso. Su callosa mano sujetaba con fuerza mi tronco y se unía al vaivén de subir y bajar mi piel mientras sus labios mojaban a mi cabezón cada que era liberado por esos dedos que lo aprisionaba. Su cara concentrada en mi pene y el sonido que hacía cada que sorbía el exceso de saliva me hizo dejarme caer para poder soltar un profundo gemido.
- La tiene bien rica, joven.
- Gracias
- Gracias a usted.
Ambos nos reímos, él mientras seguía chupando con presteza y movimientos circulares, yo mientras trataba de saber qué hacer con mis manos. Aún con mi miembro en la boca me terminó de quitar mi calzón y escuché cómo se desabrochaba los pantalones. Yo solo podía ver su cara de macho degustando mi carne con tanta ansia que ni pensé que seguía. Si él me iba a romper el ano, no me importaba, quería que esto no se acabara nunca.
En un momento se incorporó y terminó de bajarse el pantalón a los tobillos, dejándome ver su erección bajo una truza ya muy desgastada y sucia. Y sólo se lo quitó de una pierna, que como era muy holgado no hizo falta que se desamarrara las botas de trabajo.
- No vaya a ser que mi cuñado baje y nos agarre.
Se puso de nuevo en cuclillas para seguir lamiendo, ahora mis huevos. Succionó mi escroto hasta que pudo meterse mis dos bolas en la boca y se puso a juguetear con ellas en mi lengua. Con su pulgar estuvo raspando mi glande mientras seguía subiendo y bajando. Yo sólo podía cerrar los ojos y gemir, no estaba pensando claro. Me retorcía con todo lo que me hacía y cuando llegaba a verlo, su imagen sólo me excitaba más: un hombre totalmente enfocado totalmente en el falo de un chavito.
- No mame, joven. Le salen un chingo de mecos.
Nuevamente sólo me reí entre gemidos, y la verdad no sabía si era verdad. Entre su saliva y mi presemen tenía la ingle empapada y pegajosa. Yo sólo movía mi cadera de manera automática mientras Pedro seguía magullando mis huevos con fuerza pero sin lastimarme. De repente se levantó del suelo e hizo lo que menos esperaba: se subió a la cama y pasó su pierna libre sobre mí para quedar frente mio con mi pene entre sus piernas.
- Con cuidado, joven, que hace mucho que no lo hago.
Y se fue bajando en cuclillas una vez más, en esta ocasión haciendo a un lado su truza y abriéndole su ano a mi cabezón. Me iba a desquintar pero no de la manera que yo había pensado.
- Don Pedro, yo nunca…
- No me diga Don, joven, sólo Pedro, que ya nos conocemos. Y pues entonces vamos a estrenarle la verga.
Yo nunca me he considerado un activo de ninguna manera, pero en ese momento Pedro me sacó de mi zona de confort y colocó la entrada de su esfínter sobre mi glande. Sólo fue un segundo en el que me miró, como diciéndome “aquí voy”, y se ensartó. La cara que hizo de dolor y el grito que soltó de “¡Puta!” me calentó de una manera que no había sentido hasta ese día.
- ¡¿Pedro?! – escuchamos que gritó desde arriba Don Arturo, preocupado.
- ¡Todo bien, Don Arturo! – gritó de inmediato mientras seguía engullendo los centímetros restantes de mi verga, – todo bien… – susurró, viendo a los ojos con la cara compungida y jadeante.
- ¿Necesitas ayuda?
- ¡No, es que me di un chingadazo yo solito! – mis testículos recibieron todo el peso de las nalgas de Pedro finalmente.
- Ok.
Yo estaba que no cabía del temor, del placer y la excitación de saberme tanto casi descubiertos como capaz de producir esa reacción a un hombre hecho y derecho con mi pajarín, como le decía el abuelo. No sabía si le dolía o si le gustaba, pero yo quería empezar a moverme como me lo exigía mi cuerpo y sin avisarle empecé a moverme abajo de él para meter y sacar.
- ¡Espérate, cabrón! – me pidió con enojo y con una mueca de molestias.
Pero aquí él ya no mandaba, él era mío y su culo me pertenecía. Me encendía ver cómo trataba de encontrar una posición cómoda para recibir la verga de este niño caliente, cómo le saltaba la panza debajo de su playera sucia en cada arremetida que daba, cómo se tragaba sus quejidos con la boca apretada para no alertar a Don Arturo. Y yo no podía dejar de moverme pese a que su peso me agobiaba un poco y no era tan cómodo estar cogiendo en esa posición.
Con mis manos hurgaba en su truza para poder sacar su miembro y verlo por fin. Algo torpe porque estaban pasando demasiadas cosas, logré liberar su pene de esa tela y pude ver esa pieza de carne tan mojada como la mía: no era grande pero sí extremadamente gruesa y con unos huevotes que apenas me cabía uno en una mano. Sentí su calor y peso sobre mi estómago y gruñí. Estaba fuera de mí.
- Pinche chamaco, ¿te gustan mis tanates?
- Estás bien huevón, Pedro.
- Y tu bien pitudo para tu edad, pero espérate, así no…
Por mi ignorancia le estaba jalando y apretando los huevos con mucha fuerza, y eso le molestaba; lo podía ver en su cara. Con fuerza detuvo mi movimiento con sus piernas y me enseñó cómo jalársela sin lastimarlo.
- Pinches chamacos de la ciudad – se rió Pedro mientras reanudaba mi necesidad de limarle el culo de la única manera que sabía y ahora le jalaba la riata.
Cuando flexiones las piernas para tener mejor empuje, Pedro por fin pudo apoyarse de mis rodillas con sus codos y también pudo darse de sentones con más facilidad haciendo la penetración más profunda. Nuevamente, no era cómodo en su totalidad, pero sentir las paredes de su ano apretándose y dando de sí en cada momento compensaba el malestar.
Al ser mi primera vez, no duró mucho tiempo, quizás unos cinco minutos a lo sumo. Pronto sentí que me iba a venir y se lo dije a Pedro.
- Véngase, joven, déjeme sus mecates adentro.
Mientras me decía eso, me quitó la mano de su miembro y se lo empezó a jalar mientras igual se movía para ensartarse. Yo me vine primero, apretando los muslos de ese semental encima mío y fue algo increíble. Era como sentir que algo me succionaba desde dentro, como si quisiera sacar mucho más pero no pudiera porque no me alcanzaba la verga para aventar tanto, todo al mismo tiempo.
- ¡Eso, chamaco!
Pedro se vino poco después entre bufidos sobre mi pecho con dos buenos disparos, espesos y de un aroma fuerte. Los cuales embarró en mis tetillas y me acercó a los labios. Tenía la vista nublada, sentía la sangre agolpada en mi cabeza, así que sólo atiné a chuparle el dedo y a dejarme caer totalmente en la cama. Había sido una experiencia única. Pedro respiraba con pesadez. Se levantó, dejando salir mi pene semi erecto y todo batido de un sin fin de fluidos y se empezó a vestir con velocidad.
- ¿Le gustó, joven?
- ¡Un chingo!
- A ver si lo repetimos otro día.
Más tardó en decir eso que en volver a salir por la ventana y ponerse a trabajar tras arreglarse lo mejor posible y darme un beso en la verga de despedida.
- Qué canijo me salió.
Había muchas cosas que quería hacer como mamársela, o que me la metiera, pero estaba muy cansado y él ya había dicho que repetiríamos esto. Así que me dirigí al baño a tomar un buen regaderazo y a jalarmela en el proceso ya que imaginar que ese adulto tenía mi semen escurriendo dentro de él me ponía a mil.
Cuando salí mi papá y Don Arturo estaban platicando en la puerta. Mis hermanos y mi abuelos estaban bajando la despensa a la cocina. Pedro estaba guardando las cosas en su camioneta. Cuando me vió me sonrió y se despidió con la mano, yo imité el gesto. Él y Don Arturo se subieron y arrancaron mientras mi padre les agradecía sus servicios. Me temí lo peor.
- ¿Ya no regresan mañana? – pregunté como no queriendo saber en realidad, mientras la camioneta se iba, -¿no eran varios días los que se necesitaban para todo el techo?
- Hola, hijo. No. Me informó Don Arturo que el techo ya estaba y que fueron unos detalles menores de cambio de piezas en los volados. Ya quedó.
- Ok.
- ¿No te da gusto? Así ya no tienes que ser supervisor.
- Tienes razón.
Ambos entramos a casa y nunca más volví a saber de Pedro. Tampoco indagué demasiado por temor a levantar sospechas con mi padre sobre el súbito interés y él nunca me volvió a buscar. Pero cada vez que tengo montado a alguien en mi verga no puedo evitar pensar en ese primer hombre y en quién será el afortunado que esté teniendo su primera experiencia con Don Pedro, perdón, sólo Pedro.
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