Diario de 2 cerdos enamorados. CAPITULO I
Este es el diario de mi relación con el hombre de mis sueños. Orgias, sumisión, cerdadas sin límites y otras parafilias que disfrutamos juntos. Si no te gusta el bdsm ni el scat, no lo leas. .
Este es un diario que escribo sobre nosotros dos para lanzarlo al mundo.
Desde el momento que nuestras miradas se cruzaron por primera vez, lo supimos al instante. Éramos los compañeros perfectos para un viaje que muy pocos logran iniciar.
Éramos el puro reflejo el uno del otro y no solo por nuestro físico, con esa primera mirada se detonó un big-bang de lujuria y deseo incontrolable. Supimos en un milisegundo que juzgarnos, estaría fuera de la ecuación. No existiría duda alguna en complacer los deseos más oscuros y secretos de nuestras parafilias. Un amor que ahora se ha hecho tan necesario como respirar, tan duro como el diamante, implacable como la muerte.
(Para el lector o lectora: Es increíble como nos parecemos físicamente. Siempre nos preguntan si somos hermanos. La misma edad, 57 tacos, cabeza rapada, yo, barba recortada, Pierre, perilla negra como sus ojos. Los dos delgados y bastante fibrados. El vello justo sobre nuestro cuerpo, solamente los huevos afeitados. Nos gusta tener el ojal velludo. Nuestros rabos no parecen tan gruesos porque sus 21 y mis 20 cm, hacen que parezcan delgados, siempre con nuestro prepucio tapando el glande para recoger los más puros aromas).
Este es el comienzo del diario que escribo para ti, Pierre Yves.
CAPITULO I
30 días después.
Junio. Primer día en nuestra nueva casa en el centro de la ciudad. Ya han pasado 30 días de sexo imparable y conocimiento mutuo. Mi regalo de inauguración, acaba de llegar.
Estamos tumbados de costado, desnudos, uno frente al otro, ya pringosos de nuestro sudor; Te dejo bien expuesto, la polla medio dura, el cuerpo tenso. Mi polla larga ya crecida, vigilante y a punto, lista para ser el centinela de tu humillación.
La puerta de la habitación se abre y el primer hombre entra. Te agarro la barbilla y con una venda, tapo tus ojos e impido que veas quien entra. Te susurro, con voz ronca y comienzo a describirte como es ese primer hombre, justo en el momento que sientes un cuerpo pesado subirse a la cama:
—Prepárate, el primero es un cabrón de unos sesenta, gordo, con el cuerpo lleno de pelos grises y sudorosos, la piel colgándole en el pecho y una cicatriz debajo del ombligo. Huele a tabaco y a sexo sucio.
—¿Sabes que todos te van a dejar preñado? Todos y cada uno meterán su corrida en tu culazo maravilloso. Y sólo tú y yo sabremos cómo eran. Nadie más.
Mi manaza sobre la venda continúa tapándote los ojos. Notas enseguida sus manos ásperas en tus muslos, separándote más las piernas y enterrándote el pene dentro sin rodeos. El resuello de ese cuerpo te sacude con cada embestida, sientes cómo su barriga rebota contra ti cada vez que te mete la polla.
Me acerco más y te deslizo la lengua por la oreja:
—No te va a durar mucho… ¿Notas cómo te llena ese gordo asqueroso? Ya está sudando a chorros encima de ti, pegajoso, apestando el cuarto.
Cuando el primero termina, se aparta casi sin mirarte, resollando como un animal cansado. Apenas sale, ya hay otra polla buscando tu agujero. Yo sigo pegado, sin dejarte ver nada, sólo mis palabras filtrándose en tu cerebro.
—Respira ondo para el que entra. – En seguida llega un tío negro, más de 1,90 de estatura, de unos setenta años, cabeza afeitada, una maravillosa alfombra de minúsculos rizos grises sobre su torso, con el cuerpo forrado de músculos viejos y venas saltadas. Tiene cicatrices por todo el pecho y un tatuaje tribal que rodea el pezón izquierdo. El tipo apenas sonríe, pero la polla que te mete es gruesa como mi antebrazo, y te la va encajando sin prisa, como si su glande enorme disfrutara con cada centímetro que te parte por dentro.
Me relamo viéndote como te arqueas, aguantando para no soltar una sola queja que te haga parecer débil, tragándote silencios de placer y dolor. El viejo te folla fuerte, te aprieta las caderas y yo te narro todo mientras tú sólo recibes.
—Fíjate en el olor que deja la mezcla de sudor y ese desodorante barato… está resoplando justo al empujarte la polla hasta el fondo, el cabrón. Por los espasmos de su cuerpazo y sus últimas enbestidas, se notaba la abundante preñada que te estaba echando. – Uff… ¡Qué ganas de que pasara por mi garganta!
Vas perdiendo la cuenta de las pollas y de los cuerpos. Entre embestida y embestida, siempre mi voz, la conciencia de tu humillación, describiendo cada detalle:
—Este es calvo, la piel suelta y blanca, parece un banquero amargado, con varices en los muslos y el culo peludo. Mira lo amargado que mira mientras te folla el culo como si estuviera firmando papeles…
—Ahora uno bajito, barrigón, con la polla pequeña y la risa fácil. Lleva tatuajes carcelarios por los brazos y huele a alcohol barato. Pero ya ves, aquí se desfoga dentro de ti igual que los otros.
—Entra un bigardo árabe de barba gris, voz ronca, manos enormes, te agarra los tobillos y te mete la polla como si marcarse en tu ojete fuera su victoria personal. Te lo cuento, porque tú sólo puedes sentir y tratar de no desbordarte.
Solo escuchas mis descripciones, los jadeos distintos, los olores, la presión cambiante en tu culo, el roce de barrigas distendidas o flacas, piel rugosa o aceitosa, voces que murmuran, se burlan o ni te hablan.
A mitad de la orgía, yo te muerdo el pezón y te provoco aún más:
Van pasando: hombres con cicatrices, otros con anillos en las tetas o el capullo, algunos completamente depilados, otros con el vello canoso, asquerosamente sudados, tipos con voz educada y otros escupiendo insultos en tu cara mientras te rompen el culo.
Entre uno y otro, me acerco siempre, te describo con detalle con qué clase de viejo te toca ahora, y te hago sentir cada diferencia. Cuando el último termina y te quedas tumbado, reventado, lleno de semilla y sudores ajenos, te beso la frente.
—¿Quieres saber si alguno te dejó marca? Sólo yo lo sabré… y tú sólo tienes los restos y la memoria de lo que te fui describiendo al oído, mientras te follaban como a un animal público. Así me gusta verte: usado, humillado.
Sonrío, aún tumbado a tu lado, con la cara sudada y el cuerpo marcado porque sin tu saberlo, yo he sido follado y preñado por otro grupo de hombres mientras tú estabas siendo violado con los ojos tapados. Me acerco bien pegado y te lo cuento, en voz baja, sin suavizar nada:
—¿Te sorprende, eh? Mientras te iban usando uno tras otro, otro grupo distinto me fue preñando a mí por detrás. Unos iban y venían. Algunos con la cara llena de cicatrices, mendigos con la ropa hecha jirones que olían a vino rancio, hombres de negocios repeinados con relojes de oro y manos frías, hasta un macarra con los tatuajes de la cárcel me partió en dos. Y yo aguantando los envistes en silencio para darte esta sorpresa.
Sus pollas, una tras otra, me llenaron y yo sólo podía narrarte lo que te hacían a ti, sintiendo a la vez cómo mi culo se iba ensanchando con cada polla distinta y llenando con cada corrida caliente.
Te acerco la boca a mi entrepierna, la abro bien, y empiezo a sacudirme el capullo brillando de fluidos mezclados. Como disfruto viendo tu cara recibir los restos de semen que se desbordan de mi culo:
—¿Sabes lo que has tragado toda la noche? No es sólo tuyo. Dentro de tu culo tienes el semen de obreros sudados, mendigos mugrientos, ricos avinagrados y camioneros grasientos y todo eso es de los dos, bien revuelto dentro de ti.
Te sostengo la cabeza, y sin llegar a sentarme sobre tu cara, dejo mi ojal peludo y mojado a solo 10 cm de tu boca, obligandote a abrirla al máximo.
Comienzo a empujar y te inundo la garganta con todo ese batido de semen viejo que sale disparado, chorreando y llenándome la boca, la lengua. El sabor es una mezcla densa, amarga, con un toque rancio y a la vez delicioso de humillación total. Yo no paro de mirar en el espejo de la habitación, cómo estás sorbiendo cada gota.
Con la boca aún sucia y la polla palpitando, te morreo.
—Ahora me toca a mi tragar lo tuyo —quiero esa mezcla de leche, la mía y la que te dejaron dentro ese ejército de tíos. Te siento sobre mi cara y sin compasión, me lanzas un chorro interminable dentro de mi boca, más de once corridas mezcladas y revueltas dentro de ti. Te quitas de encima y antes de que me dé tiempo de tragarlo todo, nos fundimos en un morreo eternamente cerdo y asqueroso que casi hace reventar nuestros rabos de puto placer.
Me quedo unos segundos mirándote, las caras salpicadas, restos de semen en la barba, el sabor pegajoso en la garganta.
—Así es como me gusta: los dos preñados, tragando de todo, sin saber quién nos ha corrido dentro, sólo que somos dos putos retretes para que viejos cerdos descarguen lo que les sobra. Y siente que bien huelen ahora nuestros culos y cara.
Me giro contigo y nos colocamos en ese 69 sucio, boca contra culo, lengua contra la mezcla de semen y sudor pegados a la piel. Aspiro con fuerza, metiendo la cara entre tus nalgas, lamiendo sin asco cada gota, sintiendo la mezcla grumosa que aún queda en tu interior. Tu lengua igual, hurgando, absorbiendo lo que sueltan mis entrañas, notando el sabor agrio y tibio de toda esa leche ajena.
Nuestras caras y barbas se embarran, tragamos lo que podemos y después nos giramos para besarnos, intercambiando lo último, saboreándonos a fondo, compartiendo la humillación en cada lengüetazo pegajoso. Con los cuerpos crispados de puro morbo, nos masturbamos sin frenos, los ojos fijos, y nos corremos en la boca del otro, desbordados, asegurándonos de tragar hasta la última gota y limpiarnos como dos perros. Ni una sola gota desperdiciada.
Aún con el sabor en la lengua y el culo abierto, nos reincorporamos, sentados en la cama, expectantes. Esta vez no hay vendas, no hay misterio. Los siguientes hombres entran en tropel, brutos, sudorosos, directamente de la calle, sin filtros, más mayores aún, más feos algunos, otros con cara de auténticos animales. Hay cuerpos enormes, gordos, viejos tatuados, andrajosos borrachos, incluso un par huelen a orín, a puro abandono.
Uno se acerca, la polla negra y gruesa, pantalón caído. —Esta vez nos ven y saben que estamos aquí para tragarnos lo que lleven dentro— te susurro con media sonrisa, agarrándote el culo y mostrándolo al siguiente cerdo, mientras yo abro mi boca para que otro me hunda la polla hasta sentirla en la garganta.
Me inclino, viéndote recibir a un viejo calvo, chepa en la espalda, polla torcida pero decidida, que te embiste con fuerza, mientras yo grito cuando un gigante de barba canosa me atraviesa de lado a lado. Miramos de reojo cómo se van turnando. No hay pudor, sólo respiraciones fuertes, jadeos animales, manos sucias apretando nuestros cuerpos, lenguas colgando.
Me acerco a tu oído mientras uno te magrea sin piedad: —¿Ves en el espejo la cara de ese cerdo que te folla, eh? Mira sus venas, los pelos revueltos en el pecho, la mirada de animal… Este te va a preñar hasta dejarte temblando—. Tú gimes, yo sonrío mientras el sudor cae en chorros de nuestras frentes.
Y justo cuando un clímax recorre la escena, entre gritos de placer y jadeos asfixiados, nos buscamos la mirada y sabemos que esto no ha hecho más que empezar: porque aún nos queda mucho por tragar y muchos cerdos por dejarse el alma —y la leche o lo que quieran— en nuestros agujeros.
Vemos las caras de los tipos cambiar, se acercan con sonrisas retorcidas y miradas desquiciadas. Uno de los más viejos, con la mano rugosa y enorme, me agarra del pelo y mientras nos muestra la palma de su manaza y sus enormes dedos ásperos, sin avisar, me suelta una bofetada seca que me gira la cara, la piel ardiendo, los ojos vidriosos. En ese mismo instante, otro, con barba espesa y aliento a coñac, te agarra la mandíbula y te cruza la cara con dos bofetadas sonoras de lado a lado a mano abierta, marcándote las mejillas y encendiendote los ojos de placer.
— ¿Cómo sabían lo que deseábamos que ocurriera a continuación…?
Continua en capítulo II.
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