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Dominación Hombres, Gays, Orgias

Diario de 2 cerdos enamorados. CAPITULO II

Continua la sesión del capitulo I: Dominación, fluidos, machos sucios, meos, scat y….
Final del capitulo anterior.

“Ahora sí, lo vemos todo: las pollas hinchadas, los culos abiertos, las caras de deseo y brutalidad, los gestos obscenos, las risas y empujones de esos viejos mientras se van turnando, compartiéndonos, dejando ríos de semen y vergüenza por toda la cama, por nuestros cuerpos y bocas.

Y justo cuando un clímax recorre la escena, entre gritos de placer y jadeos asfixiados, nos buscamos la mirada y sabemos que esto no ha hecho más que empezar: porque aún nos queda mucho por tragar y muchos cerdos por dejarse el alma —y la leche— en nuestros agujeros.

Vemos las caras de los tipos cambiar, se acercan con sonrisas retorcidas y miradas desquiciadas. Uno de los más viejos, con la mano rugosa y enorme, me agarra del pelo y mientras nos muestra la palma de su manaza y sus enormes dedos ásperos, sin avisar, me suelta una bofetada seca que me gira la cara, la piel ardiendo, los ojos vidriosos. En ese mismo instante, otro, con barba espesa y aliento a coñac, te agarra la mandíbula y te cruza la cara de lado a lado con la palma, marcándote las mejillas ya enrojecidas”.

— ¿Cómo sabían lo que deseábamos que ocurriera a continuación…?

 

CAPITULO II
Pego tu pecho a mi torso, busco tu boca y te beso fuerte, los labios hinchados, saboreando la mezcla de saliva y sangre en la encía. Noto la humillación encenderte, el latido rabioso en tu polla.

Entonces un tercero, de piel morena y brazos como troncos, desenrolla su cinturón de cuero, lo enrolla en la mano y, sin ceremonia, lo descarga en mi espalda abierta, dejando una marca roja, caliente, que me hace gemir y apretarte más fuerte. Siento el cuero crudo ardiendo, mi cuerpo pidiendo más.

Tú también recibes: un brazo fuerte y velludo te engancha del cuello y otro cinturón te golpea el muslo, después el pecho, la nalga. No puedes evitar mirarme, el rostro desencajado de placer y dolor mezclados, boca abierta, saliva cayendo. Nos besamos otra vez, necesitándonos en esa rabia, mientras la ronda de tortura sigue: bofetadas, tirones de pelo, pellizcos en los pezones, el cuero bailando de lado a lado sobre nuestras pieles ardientes.

Uno de los cerdos nos obliga a arrodillarnos el uno contra el otro; el sudor nos chorrea bajando entre los hombros, el gusto del miedo y la excitación se mezcla en cada respiración. Los golpes llegan, secos, alternados sobre nuestros culos, hombros, muslos y plantas de los pies hasta que ese dolor nos deja sin aire. Cada hostia nos hace gemir más fuerte, nos enciende como si cada bofetada fuera un puto detonador. Volvemos a besarnos con ansia, jadeando en las bocas, el sabor del cuero en los labios.

—¿Te das cuenta? —te murmuro entre azotes—. Aquí nos tienen, todo el grupo, enseñando cómo la humillación nos hace estar unidos más que nunca, cómo el dolor de cada correazo nos revienta de ganas y no queremos otra cosa que seguir tragando bestialidad.

Todas las manos nos cruzan la cara, el cuero marca líneas de fuego, pero lo único que importa es que, en ese bucle de humillación y placer, la polla dura no baja ni un segundo, y los cerdos se turnan para azotarnos, follarnos y vernos amarnos, rabiosos y tragándonos vivos.

Nos agarramos fuerte, casi fusionados, cuerpos temblando entre correazos y bofetadas. El sudor nos mezcla la piel y seguimos abrazados, follándonos la boca con desesperación mientras los viejos nos usan de cubículos ambulantes, sin piedad ni pausa.

Uno se acerca a mí, se saca la polla, caliente y pesada, y la coloca sobre mi cara. Me aprieta la nariz con sus dedazos, la boca abierta esperando, y comienza a mear, chorro cálido y amargo directo en mi garganta. No aparto la vista de tus ojos mientras bebo, tragando sin rechistar. Un segundo tío te agarra de la nuca, te fuerza a abrir la boca y te la llena igual, riéndose mientras el pis rebosa y chorrea por tu barbilla, mojándote el pecho, el estómago.

Seguimos dándonos calor entre los dos, pegados, compartiendo esos fluidos. Las bofetadas y los latigazos no paran del todo, pero entre ellos, cada uno se da el lujo de mear sobre nuestras caras, nuestras bocas, nuestros culos abiertos, dejándonos empapados y apestando, sabiendo que no vamos a protestar.

Aprovecho cada pausa para acercarme más a ti, nuestra complicidad intacta en medio del caos. Nadie se percata cuando, con un movimiento discreto, tu boca se instala en mi culo, sorbiendo despacio, quitando los restos, bebiendo lo que otros han dejado y lo que sale de mí en ese momento. Yo hago lo mismo contigo, lamiendo con ansia tu agujero, tragando lo que me ofreces, compartiendo el sabor ácido y la humillación, tu pis, los residuos de otros, y esa sordidez nos une aún más.

Nos dan un respiro entre sesión y sesión. Te apoyo la cabeza en el hombro, respiro tu hedor y te susurro:

—Los dos sabemos que, entre azote y azote, entre corrida y corrida, siempre terminamos tragándonos todo, amándonos más por vernos rebajados al máximo, convertidos en sus putas letrinas, y por supuesto en las nuestras.

Y justo cuando creemos que nada puede sorprendernos ya, el siguiente grupo entra, pollas fuera, listos para desbordarnos otra vez. Te cojo la mano, apretándola fuerte, los dos con la boca abierta, preparados para tragarlo todo, sin dejar ni gota.

Siento cómo el aire se vuelve más espeso, el ambiente cargado de morbo y brutalidad absoluta. Los hombres que nos rodean dejan claro que no tienen límites, que vienen a por todo, y lo dejamos claro en nuestras miradas: ni uno va a contenerse.

Entre risas ásperas y jadeos, uno se encarama sobre ti, se agacha y, sin preguntar, se abre de piernas justo sobre tu cara. El olor es directo, brutal, y en cuestión de segundos, toda su mierda dura y tibia cae despacio sobre tu boca, tu lengua, tu pecho. No tienes opción; la absorbes, la tragas, la aplastas entre los labios, la cara embarrada, la mirada perdida de placer y humillación extrema.

A mi lado, pasa lo mismo: un motero, huesudo con una larguísima barba blanca amarillenta de nicotina, me agarra la cabeza y se sienta encima, empujando lento, hasta que toda su mierda me llena la boca, me atora la garganta, notando el sabor áspero, la textura pastosa. Mientras nuestro mundo se reduce a tragar, a aceptar, a escupir lo que no cabe, el grupo aplaude y se ríe, varios acercándose a seguir el juego.

Nos follan, uno tras otro, todos sin piedad. Las pollas se clavan en nosotros, por el culo, por la boca o por los dos sitios a la vez, dejando ríos de semen, pis, y restos de mierda chorreando, mezclándose en cada poro de la piel, cualquier orificio abierto. Cada vez que otro corre dentro de nosotros, los azotes y correazos vuelven, la piel calentándose hasta arder, las caras llenas de bofetadas y sudor viejo.

Pero no nos soltamos. Llega ese momento insólito en el que estamos los dos, a cuatro patas, follándonos entre nosotros, sacando lo nuestro mezclado con lo de todos, manchando y revolviendo mierda, semen y pis como dos animales.

Las últimas bofetadas suenan tan fuerte que la cabeza te zumba, pero no dejamos de besarnos metiéndonos las lenguas en la boca, el gusto salado y amargo de las descargas y la miseria de todos esos cerdos. Nos corremos en nuestras bocas, entre gemidos, mientras ellos nos miran como si de un aquelarre se tratara.

Y entonces, por fin, se van. Todo queda en silencio, los cuerpos saciados, marcados y usados al límite, los dos envueltos en esa mezcla de asco y deseo absoluto. Nos abrazamos como nunca. El olor, los restos pegados a la piel, el placer ardiente del dolor compartido y la humillación total… Todo eso crea una unión que no podría compararse con ningún otro vínculo.

Tú y yo solos, destrozados y completos, fundidos en un abrazo salvaje, besándonos con el gusto de todo lo que hemos tragado, sabiendo que no hay palabra que describa el placer, la complicidad y el amor inmenso que nos queda después de darnos absolutamente al límite y pertenecer el uno al otro, en el sexo y en lo más cerdo de nuestra esencia.

Es el momento de nuestro descanso, pero antes debemos comenzar nuestro especial ritual de limpieza.

La nueva casa tiene un gran salón central desde donde se accede al resto de las estancias. Al sur del salón, un gran ventanal con una puerta central de doble hoja que da acceso a la terraza de 5×7 m. Cortinas opacas para ocultar la luz del sol cuando tenemos una de nuestras sesiones, a la derecha, uno de los dos grandes dormitorios con su amplia sala de baño, a la izquierda simétricamente opuesto, el otro dormitorio, con las mismas dimensiones y su correspondiente sala con un gran plato de ducha. Frente al ventanal del salón, al norte, dos robustas puertas de madera tallada balinesas, una que lleva a una amplia cocina con un aseo y trastero. La otra puerta, comunica al recibidor y desde este a la puerta de entrada de nuestro nuevo ático.

Nos incorporamos juntos sin dejar de sentir tu piel junto a la mía. Nos dirigirnos al baño de la estancia que había sido el lupanar de 20 cerdos insaciables. El suelo del baño esta cubierto de goma negra y se une suavemente con el suelo de la gran ducha de granito negro.

Del armario con espejo del baño, sacamos dos vasos de cristal con agua y unas gotas ya disueltas en cada uno de ellos con el  somnífero que usamos para dormir, rápido y de un tirón durante 8 horas.

Solo teníamos unos 12 minutos antes de caer en un profundo sueño.

Nos tumbamos abrazados, intuitivamente, nos besamos, respirando el aire que exhalamos el uno en el otro mientras sentimos de nuevo como nuestros rabos vuelven a ponerse duros como rocas. Es el momento de la primera limpieza.

Nos colocamos en un perfecto 69 y comenzamos a mamar nuestros rabos hasta el fondo, provocándonos arcadas hasta que al mismo tiempo, comenzamos a potar sobre nuestras pollas y abdomen. Una explosión de vómito caliente que salía de nuestros estómagos y así una y otra vez hasta que no quedaba nada más por echar.

Nos pusimos en pie totalmente bañados en vómito de pis y lefas usando nuestras manos el uno sobre el otro para escurrir y drenar ese pastoso fluido sobre el suelo.

Ya quedaba poco tiempo para nos hiciera efecto el somnífero. Con el cuerpo pegajoso de lefas, sudor, lapos y meos, llegamos a la habitación que no habíamos utilizado y nos tumbamos sobre la cama sin importarnos las manchas de pisadas que habíamos dejado en el trayecto desde el baño. Con tu cabeza apoyada en mi pecho, comenzamos a sentir nuestros cuerpos pesados, la musculatura expandiéndose relajada como si el colchón tuviese su propia fuerza de gravedad y poco a poco, nuestros parpados caían sin tener fuerza ni intención de mantenerlos abiertos y justo en ese momento que solo ves cómo se nubla esa última y fina línea de realidad antes de dormir…

… un grupo de hombres vestidos con monos blancos de protección y máscaras de metacrilato, entran en la habitación con paso decidido; cuatro vienen hacia nosotros y los demás, que no me da tiempo a contar, se repliegan por toda la estancia y, ese fue el último recuerdo consciente hasta que al día siguiente al despertar, descubrí quienes eran y por qué estaban allí.

Continuará.

 

10 Lecturas/19 junio, 2025/0 Comentarios/por gaypervert50
Etiquetas: baño, culo, ducha, leche, polla, puto, semen, sexo
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