Don Ernesto nudista 2
Ahora sí podía ver como la enorme y gruesa polla de Don Ernesto entraba y salía empapada en flujo vaginal. Los grandes pechos de su mujer se movían al ritmo de la penetración y los labios de su coño lucían hinchados y brillantes.
“Se la tocaste” le pregunté a mi amiga, “si, cuando me estaba chupando la palpé. La tenía dura y muy gruesa y el bigote me hacía cosquillas” me contestó todavía excitada por la enorme lengua que le dio aquel inesperado orgasmo. Nos preguntábamos que ocurriría en la cita en casa de Don Ernesto y fantaseábamos al respecto.
Le comenté a mi amiga que si le había hecho eso sin conocerla, cómo sería cuando tuviera confianza. Ella le quitó importancia y mientras conducía miré los apretados y cortos shorts que llevaba puestos. Por la zona de su coño estaban húmedos y me pregunté si sería por los restos de flujo que había soltado en el mar.
Me llevó a casa y nos despedimos con un beso en los labios que me supo a muy poco después de lo que había presenciado. Cuando entré a casa me fui directo a la ducha y en ella, las imágenes de aquel setentón barrigón y fuerte me invadieron. Sobre todo las de su tremenda polla y sus colgantes huevos que bamboleaban chocando con sus muslos de un lado a otro. Cogí un empalme muy fuerte y poniendo gel de baño en mi badajo me la meneé un buen rato imaginando a mi amiga siendo follada a 4 por Don Ernesto.
Cuando terminé de enjuagarme, sequé mi delgado e imberbe cuerpo y fui a mi habitación a poner un vídeo porno hetero para distraerme. En él, dos jóvenes follaban en posición de misionero. La chica era rubia, delgada y con considerables pechos. La polla del actor, a pesar de ser bastante grande, resultaba ridícula en comparación a la de Don Ernesto.
Quité el vídeo y pensé en que él era un buen amigo de mi abuelo y que me tenía en gran estima porque yo era huérfano de padre y en su figura y personalidad había encontrado un referente para admirar, ya que su corpulencia y su enorme barriga redonda constituían un universo diametralmente opuesto al mío. Un día mi abuelo me envío a su casa a por un recado.
Cuando me abrió la puerta estaba agitado y semi desnudo. Me acarició el cabello y me invitó a entrar diciéndome que me sentara en el salón. Pude apreciar su polla grande y morcillona a medio erectar debajo de su bata de casa mal anudada. Desapareció entrando en su habitación y después de un rato esperando empecé a oír gemidos. Me levanté y me acerqué a ellos. La puerta de la habitación de Don Ernesto estaba abierta y pude contemplarlo de pie y de espaldas a mi.
Su mujer estaba a cuatro patas al borde de la cama y él, con un pie encima del colchón y el otro en el suelo la penetraba profusamente cogiéndola por la cintura. Me quedé observando pero sólo alcanzaba a ver los enorme y colgantes huevos de Don Ernesto chocar contra los muslos de ella. Entonces me acerqué más hasta que él se percató de mi presencia y diciéndome que aprendiera como se debía tratar a una mujer continuó fornicándola.
Ahora sí podía ver como la enorme y gruesa polla de Don Ernesto entraba y salía empapada en flujo vaginal. Los grandes pechos de su mujer se movían al ritmo de la penetración y los labios de su coño lucían hinchados y brillantes. Me fijé que sólo le entraba hasta la mitad por lo ancha y larga que era, siendo eso suficiente para volverla loca de placer.
Yo estaba ya muy empalmado viéndolos y me bajé el vaquero para poder pajearme con comodidad. No le entraba sino la mitad y Don Ernesto con disgusto se la sacó y me dijo: “Siempre ha tenido el coño estrecho”. Entonces él le pidió espacio para acostarse en la cama y le dijo a ella: “Mujer, mama”. Era impresionante verle boca arriba con el pollon mirando al techo. Su enorme y redonda barriga parecía de piedra, igual que sus anchas y fuertes piernas.
Ella de rodillas cogió con sus dos manos la base del badajo y chupó obediente el glande. “Así, cómetela mujer” decía él mientras le agarraba la cabeza intentando meter más trozo pero era tan grande y gruesa que sólo le entraba hasta la mitad. Don Ernesto, ya muy enfadado le ordenó a su mujer que parara y saliera de la habitación. Ella de manera sumisa lo hizo cogiendo sus ropas y dejándonos a mitad y a Don Ernesto con las pollas duras en las manos y sacudiéndolas.
Ël se sentó al borde de la cama y me dijo que me acercara. Cuando lo hice me dio la vuelta y abriendo mis lisas e imberbes nalgas con las gruesas y toscas manos que tenía me dijo: “Tu culito parece el de una nena y veo que eres virgen”. Entonces sentí como me metió la punta de su dedo ensalivado y me quejé cuando entró todo. “Estás muy cerradito pero dilatas bien. Voy a tener que utilizar lubricante” y abrió la mesilla de noche sacando un bote con líquido transparente.
Se embadurnó la polla con el y también lo extendió por la entrada de mi ano. En eso estaba cuando me giró y mirándome fijamente a los ojos me dijo que si me enculaba yo empezaría a sentir como una mujer y que mi culo sería mi coño, preguntándome si yo deseaba eso.
Yo tremendamente nervioso y excitado me quedé mudo y él se acostó en la cama con su polla bien dura indicándome que me subiera encima. Pasé mi piernas por fuera de las suyas e ingenuamente me decidí a meterme aquel mástil en mi ano. Él, con una mano en el trocó de su polla y con la otra en mi cintura me jaló hacia su miembro y yo cogí el glande enterrándolo en mi hoyito.
El dolor me pudo y lo saqué para empezar a pajearlo acomodándome en su enorme y dura barrigota. “Oohhh, que rica estás, ponme el culito otra vez” me decía y yo me metí la punta de nuevo y me agarré a sus grandes y musculosas piernas intentando aguantar pero de repente empezó a entrar lentamente.
Mis piernas temblaban ante la magnitud de aquella polla. Entonces empecé a entregarme y bajé por ella, y de lo excitado que estaba de que aquel macho me estuviera iniciando, me corrí sin remedio. Así, e imaginando que me sodomizaba, me pajeé con velocidad y de mi pequeña polla salieron chorrillos de semen. Me sentí aliviado de la excitación que me producía Don Ernesto.
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