Don Jesús: de tal astilla, tal palo (continuación)
Elsa trajo vasos con hielos en una bandeja de plata. Me llamó la atención la botella de whisky porque no reconocí la marca, “¡Tomatin Legacy…!” Bramó Don Jesús sobradamente satisfecho por la elección de su nuera. Enrique me comentó que era un de los mejores whiskies del mundo. Me extrañó ya que Enri.
Elsa trajo vasos con hielos en una bandeja de plata. Me llamó la atención la botella de whisky porque no reconocí la marca, “¡Tomatin Legacy…!” Bramó Don Jesús sobradamente satisfecho por la elección de su nuera. Enrique me comentó que era un de los mejores whiskies del mundo. Me extrañó ya que Enrique es más bien una persona humilde pero rápidamente él me dijo que la botella no costaba muy cara. El abuelo se bebió el vaso de golpe, se levantó del sofá y dijo que iba a echarse una siesta.
Parece que tanto sexo había abierto el apetito de Enrique y, a decir verdad, también yo tenía hambre por lo cuál decidimos vestirnos y salir a cenar fuera. Elsa acostó a la nenas y salimos no sin antes despedirme de ellas con un beso en la mejilla.
Enrique decidió comer en una pizzería cercana ya que decía que hacían muy buena pasta. Estaba abarrotada de gente y tuvimos que esperar turno. Ya en la mesa mi compañero de trabajo se interesó por mi punto de vista respecto a lo acontecido. Lógicamente, y a pesar de no haber tenido tiempo para asimilar todo aquello, le comenté que había pasado un buen rato. Intenté abstraerme de la situación y dejé que Elsa hablara con su marido de cuestiones económicas. Nadie en aquel restaurante hubiera pensado que veníamos de una orgía familiar a tenor de nuestra conducta. Miré detenidamente un cuadro que se encontraba a mi derecha. Me extrañó que en un restaurante italiano tuvieran una marina, pero ahí estaba. Parecía que las olas golpeaban aquellas rocas de verdad. Me pregunté qué había cambiado en mi esa tarde en casa de mi compañero de trabajo y, llegué a la conclusión de que me encontraba como en una ensoñación. Sí, flotaba.
Lejos de estrujar todos mis prejuicios, lo sucedido fortalecía mi idea de que, bajo ningún concepto, comulgara con la atracción sexual hacia las jovencitas. Mis filias no iban por ahí, y no por una cuestión moral o ética, no. Tener un juicio de valores acerca de lo que hacían Elsa, Enrique o Don Jesús me parecía absurdo. Lo cierto es que la visión de aquellos hombres mayores, gordos y fuertes dejándose hacer por las chicas, me excitaba sobremanera. El hecho de que ellas los adoraran con aquella intensidad sexual y que ellos fueran impasibles, serios y callados, daba a todo una gran carga erótica, y claro está, que empatizaba mucho con Susana y Sofía, hasta el punto de desear estar en su lugar.
Lo sucedido fortalecía mi admiración por Enrique. Él adoraba a sus hijas y les estaba facilitando un camino para conocerse mejor a si mismas. El término perversión no tenía cabida. Lógicamente había lujuria en aquellas penetraciones pero ellas lo deseaban con pasión. Don Jesús venía a complacer los deseos de las nenas dejándose hacer todo cuanto quisieran. Para él era una rutina, como si fuera un trabajo a realizar pero de educación sexual.
Al volver a aquella casa Elsa se nos adelantó y Enrique me rodeo los hombros con aquel fornido brazo y, estrujándome contra él, me besó en la mejilla. Nada de lo acaecido superaba el erotismo de aquel gesto.
Al abrir la puerta de su casa oímos como Sofía se quejaba. Cuando acudimos me sorprendió lo qué vi. Don Jesús, acostado boca arriba, tenía encima de su cara a la nena comiéndole el coño mientras ella, con los ojos en blanco, gemía de placer agarrándose a la cabecera de la cama. También, y de espaldas a él Susana cabalgaba su gruesa polla mientras acariciaba sus colgantes pelotas. Impresionaba ver como ellas utilizaban aquel orondo y robusto cuerpo para darse placer. A la vez el abuelo, mientras devoraba aquel manjar, tenía bien agarrada por los muslos a Sofía y no se distinguía su cara. Lo que si se veía era el enorme barrigón duro de Don Jesús en el que Susana apoyaba sus manos para ayudarse a subir y bajar su ano por aquel duro y gran badajo.
Enrique se desabrocho el cinturón y se quitó los pantalones torpemente. Yo al ver aquellas grandes y musculosas piernas me excite e hice lo mismo y acto seguido Elsa se desnudó y se sentó en la cama tocándose el coño con una mano y con la otra ayudó a su hija a cabalgar el pollon de su abuelo. La erección de mi compañero de trabajo se produjo instantáneamente. Con la camisa de botones desabrochada luciendo unas tetas voluminosas pero igual de duras que su tremenda barriga redonda, empezó a masturbarse y, al verlo hacer esto yo tuve la tentación de acercarme y empezar a pajearlo, pero no lo hice y comencé a masturbarme también.
Sofía cambio de postura para que Don Jesús le comiera el culito y, puede apreciar que tanto la cara, el cuello y los hombros del abuelo estaban empapados de los flujos del coñito de su nieta. Esta gemía de placer por las lamidas de ano que le proporcionaba el viejo y Susana, tocándose sus tetitas, no pudo más y tuvo un gran orgasmo dando un sonoro grito. Yo no daba crédito a que aquel setentón barrigudo y fuerte no se hubiera corrido ya y llevara tantos minutos dando pequeños golpes de cadera para facilitar la penetración del culo de Susana que seguía sentada encima de su polla ya más relajada al haberse corrido pero dejándose empalar para gozo de su yayo.
Enrique me hizo un gesto para que fuera a participar de aquella follada pero yo me negué. Acto seguido Sofía se incorporó yendo a parar donde estaba su padre y se metió la punta de aquella gran y venosa polla en su boquita chupándola con devoción. Don Jesús continuaba impertérrito con las manos detrás de la cabeza empalando el culito de Susana, que ya mostraba signos de gran fatiga por la gran follada que le propinaba su abuelo. Contemplé como el viejo se corrió dentro de ella en silencio. Por su parte, Elsa sacó un consolador de la mesilla de noche y se lo introdujo por la vagina. Yo me acerqué a ella y le metí la polla en la boca mientras le sobaba sus grandes tetas.
Así estuvimos todos durante un rato, pero Susana había desmontado el pollon de Don Jesús y, en agradecimiento, se había acostado encima de su barrigón y sus tetas adorándolo y besando sus labios mientras el viejo sonreía. Yo no pude más y solté un chorro de semen que Elsa tragó como pudo y, Enrique hizo lo propio en la boca de Sofía que no pudo tragar toda aquella cantidad de esperma rebozando por su barbilla y pecho el resto.
Continurá…
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