El Amigo de Papa y Mama
Discúlpame, amor.
Discúlpame, amor
Esa noche no pude olvidarme de lo que sentí. Si bien sabía que algo no era correcto, la idea de estar lejos de su pecho me quemaba.
Orlando llegaba todas las tardes a la escuela cansado por su turno en el trabajo. Era alto y fornido, lo propio para sus actividades a cargo de las capacitaciones en la academia de policía. Nunca le pregunté qué hacía en concreto porque no me interesaba y si me lo platicó no lo recuerdo porque cada vez que hablábamos me escondía en mis deseos, perdida en sus ojos, la mandíbula ancha, los labios con tal brillo al hablar… Me encantaba ese hombre, tanto como para pensar en dejar a un lado a Ricardo, mi novio, por un momento para deslizarme con aquél, aunque no me atreviera a iniciar el rito de cortejo.
Una de las veces en que el profesor no llegó hablaba por teléfono con mi madre fuera del salón, le pedía que fuera por mí a la escuela porque Ricardo no podría, pues se quedó a trabajar hasta tarde pero no lo lograría, ya que cuidaba de mi abuela.
Mientras traté de convencerla vi que desde lejos se acercó Orlando. Dios mío, pensé al tiempo que mordía el labio, qué hombre tan más bueno, me fascina. Se acercó despacio dejándome sorprendida por saludarme con un beso en la orilla de los labios. Tuve que cerrar los ojos para que no se notara mi suspiro pero mi boca entreabierta me dejó al descubierto. Desde ese momento y hasta que colgué el teléfono se quedó apenas a tres centímetros de mi boca, respirando lento y sin dejar de verme directo a los ojos.
Te invito a comer, dijo sonriente. Le contesté que no tenía hambre.
En el camino te da… O te doy. Respondió valiente.
Sonrojada abrí los ojos de la impresión… No sabía que él tenía la intención de tomarme y esa era más que una declaración. Para no verme como una fácil hice un gesto de desagrado y caminé empujándolo con el hombro, lo que le hizo actuar de inmediato jalándome del brazo hasta las escaleras a unos metros y recargándome en la pared, mientras que con la mano izquierda agarraba la parte trasera de mi cabeza, con la otra me apretó justo en medio de las nalgas, provocando un sobresalto que apagó con un gran beso al que no pude resistir.
Yo sabía que Ricardo no llegaría, pero por un instante me dio temor que alguien nos viera.
También, debo confesarlo, tuve claro que de esa no escaparía. Me lo decía la humedad que ya se sentía entre mis piernas y la lengua de Orlando, que la imaginé rozándome el clítoris.
Tampoco perdería la oportunidad. Sólo le dije que iba por mi mochila y se separó.
Al subir al coche noté como su pene se sobresaltaba dentro del pantalón ajustado, podía escuchar su palpitar. Ya quería sentirlo bien adentro.
Sin decir algo, bajó el respaldo del copiloto y con un movimiento excepcional desabrochó mi pantalón. Yo estaba en ese momento recargada sobre mis codos, recostada y con la respiración cargada de impaciencia. Sin poder siquiera decir no, sentí sus dedos sobre mi vagina. Ya había metido la mano hasta debajo del bikini y comenzaba a rozarme entre los labios. Acostada sin pena sólo me movía de un lado a otro, todo el camino se me fue con los ojos cerrados y mordiéndome los labios, dejando escapar apenas unos leves gemidos que a él excitaron más y provoqué que su mano se moviera con más intensidad.
Cuando llegué al punto de venirme apagó el coche y sacó su mano. Chingando, dije para mí y abrió las puertas. Estábamos en su cochera…
Luego del viaje, ya afuera del coche y encaminándonos hacia la puerta principal, me sentí extraña, quizá fue un mareo o el ansia acumulada durante los minutos previos, y me tropecé. Rápido sentí los brazos de mi acompañante cubriéndome la espalda y elevándome hasta su pecho. Rodeé su cuello con los míos y me recargué en el hombro. Espero no asustarlo, pensé, pero debí saber que nada puede hacerlo.
Cuando entramos a su departamento, me sugirió tomar una bebida. Le dije que no era necesario, desesperada por el tiempo que estábamos perdiendo en esas formalidades. Sonrió como era su costumbre y fue a la cocina. El espacio de aquél lugar era bueno y bien organizado. No había muchas cosas y tenía un toque elegante que me hacía sentir segura. Vi sobre las repisas algunas fotos y debajo de una de ellas un retrato al óleo de una mujer de la tercera edad. Al acercarme sentí que me estremecía y no tardé en darme cuenta porque era.
Su mano dentro de mi ropa… Sentí los dedos fríos recorriéndome la nalga derecha, la apretó con mucha fuerza. Hice un poco para atrás mi cabeza y al tiempo me besó el cuello, cerca del oído, para saber que ese era precisamente mi punto débil. Siguió haciéndolo durante unos segundos y me dejó ahí. Lo único que escuché detrás fueron sus pasos sobre el piso de madera.
Basta ya, enojada gritaba en mi cabeza, ¿quién se cree este tipo? Es un pedante. Apenas me di la vuelta y lo tenía de regreso con una venda que de inmediato puso sobre mis ojos. Yo había jugado a eso antes. No podría enseñarme algo nuevo pero me dejé llevar.
Sus manos sobre las mías me señalaron el camino y esperé que las soltara para irme sobre su miembro, pero de un momento a otro ya me tenía recostada.
Sin saber qué pasaría en realidad, extendí mis brazos para formar una cruz que él cambiaría de forma al abrir mis piernas y elevándolas sobre sus hombros. Lo siguiente se le fue en rozar su lengua por mi clítoris, la paseó con una tranquilidad infinita, haciéndome saber cómo lo disfrutaba y sin dejar que me faltara algo.
En ese momento tomé el descaro que en realidad me caracteriza y le levanté la cabeza un poco. Le dije que su miembro estaba bastante duro y lo estiré para que el rostro le quedara a la altura de mi boca y darle pequeños besos al mismo tiempo que con mi mano derecha lo comenzaba a masturbar. Su amiguito estaba a tope, en mi cabeza llegaba una idea de cómo me abriría, nunca nadie me había metido una cosa igual. Le pedí al oído que me penetrara, con una voz tan ligera que de inmediato lo hizo, y con una emoción intensa. Mis manos saltaron hasta su espalda y por la velocidad que tenía provocó que lo arañara, clavándole mis uñas tan fuerte que a la vez lo obligaba a darme más duro.
Después de varias metidas y sacadas se corrió dentro de mí y me besó suave. Sonreí y él hizo lo mismo. Antes de darme cuenta reiniciaba los movimientos y con la fuerza de sus brazos me levantó para darme un giro y ponerme en cuatro.
Yo, con los codos puestos sobre el colchón sólo gemía sin parar ni poder decir nada más que me la siguiera metiendo. De nuevo eyaculó, pero esta vez en mis nalgas. Quedamos unos segundos en silencio y me tumbé sobre la cama boca abajo.
Qué hombre. No pasaron ni dos minutos y de nuevo buscaba mi orificio para penetrarme. Como por error lo colocó en la abertura de mi ano y sin aviso introdujo su verga hasta el fondo. Grité como nunca y estoy seguro que los vecinos escucharon pues dieron un golpe a la pared que no me importó porque no dejé de hacerlo.
Terminó por tercera vez y cayó sobre mi espalda.
No fue la única vez que lo hicimos. Hemos tenido encuentros de manera constante y estoy pensando en terminar mi relación para dedicarle a este tipo todo el tiempo que sea posible.
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