El ataque de los power bottoms
Cuarentón cae en las garras de una horda de jóvenes pasivos hambrientos y sádicos..
Un buen amigo de mi edad (cuarenta y qué te importa) se estuvo comiendo a un colágeno de 20 años. Ni mi amigo ni yo estamos en forma ni somos galanes de telenovela, pero ambos tenemos sendos argumentos con más de 22 centímetros para justificar nuestro jale con chibolos. Eso, además de nuestra generosidad a la hora de los regalos y las propinas.
El colágeno en cuestión es Sebas, un blancón bonito de 1.75 cm y 70 kilos de músculos magros gracias a que practica artes marciales; buena percha, cabello castaño, ojos caramelo y un par de nalgas bien formadas. Sebas tiene un hermano gemelo, Nico, que es idéntico a él, incluso en lo que a gustos deportivos y sexuales se refiere, pues ambos son campeones amateurs de artes marciales y les gustan los activos cuarentones.
Un día, vi en Grindr al colágeno de mi amigo en Grindr, pues vive muy cerca de mi casa. Me pareció extraño porque, hasta donde yo sabía, mantenían una relación monógama. No se me ocurrió pasarle la voz, pues siempre lo vi como “el ganado de mi pata”, y el ganado de los amigos se respeta.
Pasaron un par de días y yo ya había olvidado la anécdota, pero resulta que me tocó ir hacia el cono norte de Lima por temas de trabajo, casualmente por donde mi amigo trabaja. También casualmente, al abrir el Grindr por esa zona me lo encontré en plena cacería. Como tenemos mucha confianza, decidí textearle e increparle por andar cuerneando a su pareja. “Hemos terminado hace un par de semanas”, escribió; “No quiero hablar de él nunca más, no me preguntes por qué”.
No lo vi venir. Parecían una pareja muy sólida. En fin… Pasaron dos días más y me volví a encontrar a Sebas, el colágeno en cuestión, por mi casa en el Grindr. Decidí escribirle por Facebook, porque yo no estaba en plan de ligue con él, sino en plan de “puedo ser tu hombro amigo”. No le dije que lo había visto en Grindr, sino que mi amigo me había contado de la ruptura. Chateamos un poco y me invitó a su casa “una de estas tardes”, para seguir conversando.
Visitando a Sebas
Dos días más adelante salí muy temprano del trabajo y, al no tener nada mejor que hacer, llamé a Sebas para ver si estaba en su casa. Estaba y me dijo que vaya. Y yo fui. Llegué a las cuatro en punto de la tarde. Sebas me esperaba en la puerta de su casa, con un buzo deportivo entre ceñido y sexy. Me invitó a pasar; le dije que quería ir al baño para lavarme las manos y orinar, me indicó el camino, entré, hice lo mío, salí y regresé a donde lo había dejado: el living de su casa. “Vamos a mi cuarto en el segundo piso; mi familia está arriba, en sus habitaciones”. Y subimos; yo, hasta ese momento, no tenía otra idea que hacer una visita amical.
Tampoco se la pesqué cuando vi que solo había una silla en su habitación, al lado de un escritorio, donde me senté mientras él se echaba en la cama boca abajo. Como estábamos un tanto distantes el uno del otro, Sebas me dijo que me acerque a él y ahí recién se me cruzaron otras intenciones por la cabeza. De cerca, pude sentir su olor y mi pinga se puso como un fierro en tiempo récord, pero traté de guardar la compostura pues, aunque ya no estaban juntos, seguía viéndolo como el excolágeno de mi amigo.
Mis principios éticos no duraron mucho. Al poco rato, Sebas me invitó a echarme a su lado “para conversar mejor”. Con todo, traté de ocultar mi erección (aunque como tengo la pinga muy grande, no hubo forma). Me acosté a su lado y él puso su cabeza sobre mi pecho. “Me pareces un hombre muy sexy, ¿sabes?”. Todo esto más el olor de su piel me pusieron a mil.
Igual, no le creía. No soy feo, pero ya estoy tío y no cuido mi físico; soy un cuarentón canoso con panza y barba gris, y mi vestimenta evidencia que soy catedrático de humanidades en una estatal. Si alguna vez han visto un profesor de filosofía, pues ya nos vieron a todos. ¿Para qué querría un muchacho como él a alguien como yo? Así que pensé que se estaba burlando o… que tenía en mente renovar su iPhone.
Le indiqué que no bromee conmigo, que mi autoestima no era tan sólida como para aguantar burlas de un chico tan atractivo como él. “No es broma; me pareces bien sexy, más sexy que tu amigo”. Y agregó: “siempre te tuve ganas, pero sé que eres buen amigo y que jamás lo habrías traicionado; pero vamos, que estás para comerte”.
Estuve a punto de ponerme de pie e irme, convencido de que se estaba burlando de mí, pero en lo que iba a intentarlo, me cogió del brazo y me jaló hacia él y en un movimiento propio de artes marciales me puso boca arriba en su cama y él se sentó encima de mí. “Sé que eres cien por ciento activo y créeme que sé cómo satisfacer a un activo como tú”, dijo y me dio un beso con lengua… sus labios tenían rico sabor a menta; definitivamente, me esperó bien preparado. Mientras me besaba con pasión, aprovechó de abrir mi camisa y dejar mi pecho y mi abdomen peludos al descubierto. “Eres un osito lindo”, dijo y procedió a lamer mis vellos, succionar mis tetillas, morder mis pectorales y mi barriga mientras sus manos me recorrían de cabeza a muslos con ricos masajes.
Siguió haciendo su trabajo y yo ya estaba en la sexta luna de Saturno, con mi puño en la boca para ahogarme los alaridos de placer. Me abrió el pantalón, bajó mi ropa interior e hizo saltar mi pinga de 23 cm. “¡Asu! La tienen del mismo tamaño, pero la tuya es el doble de gruesa”, dijo comparándome con mi amigo. El muchacho sabía cómo inflar el ego de un hombre maduro. “Tu pinga es linda; me gustan así, peludas y circuncidadas, porque sin pellejito saben mejor”, dijo y de un bocado se metió toda mi verga a la boca. Mi glande se sintió en el cielo cuando traspasó su garganta al mismo tiempo que su nariz chocó con mi pubis y su lengua me lamió los huevos mientras sus labios subían y bajaban por el tronco de mi pene. Por no gritar, empecé a morder mi propia mano.
Luego de varios minutos, se detuvo a descansar y mirar mi verga. “Nunca he visto una con venas tan pronunciadas, se sienten deliciosas en la lengua”, dijo y volvió a introducírsela por completo en la boca. Ahí yo ya no pude mantener el silencio y espeté un “¡AAAH!” lo suficientemente poderoso como para que se escuche en todo el segundo piso de su casa y en varias casas más.
Él prosiguió y, en un alarde de agilidad, sin dejar de trabajarme la pinga se quitó el buzo y quedó en suspensores rojos, permitiéndome magrear sus nalgas perfectas. De inmediato, me ensalivó cuidadosamente la pija por varios minutos y luego procedió a sentarse en ella, introduciéndola en su culito húmedo y caliente, lento pero seguro. Su cuerpo era un regalo celestial: esculpido por los dioses, con las tetillas rosaditas y pronunciadas, los músculos marcados, perfectamente lampiño, las venas del pecho visibles debido a lo blanco de su piel. Ajustaba y relajaba el esfínter mientras engullía mi mástil, provocándome un placer hasta ese momento desconocido, hasta que lo tuvo todo adentro. Entonces empezó a mover la cadera en círculos, marcando todos los músculos de su cuerpo por el esfuerzo, mientras me besaba y lamía mi cuello. Yo, sin dejar de gruñir por el placer que me estaba dando, lo tenía sujeto con firmeza por la estrecha cintura y creo que hasta le dejé marcado los dedos.
“Cuidado que se me viene”, le dije, pero él siguió como si nada. “Se me viene… se me viene… se mmmm… mmmm… ¡¡¡SE ME VIENEEEEEE!!!”, grité y él respondió: “¿No quieres venirte varias veces al hilo? ¿No quieres dejar tu leche de oso maduro dentro de mis entrañas? ¿No me vas a dejar sentir tus potentes chorros calientes? ¿No quieres hacerme varios hijos…?”. Y siguió diciendo cosas de ese tipo que no pude escuchar porque empecé a explotar de gusto y a botar una cantidad de leche inusitada. Él seguía hablándome y moviéndose mientras yo me retorcía de placer en un orgasmo rampante que no tenía cuándo acabar, una especie de clímax perpetuo que se intensificaba cada vez más y por el cual yo no paraba de eyacular. Descontrolado, le clavé los dientes en el cuello y lo nalgueé hasta que las palmas de las manos me quedaron rojas y ardiendo.
No sé cuánto tiempo estuvimos en esas, pero para cuando dejó de moverse y me dio un respiro, vi de reojo hacia la ventana; ya empezaba a anochecer. Yo estaba temblando de cansancio y placer. “¡Pensé que los power bottom eran una leyenda urbana, bebé!”, dije resoplando y casi gritando. Sebas sonrió coqueta y masculinamente. Se sacó mi verga del culo muy despacio y me la limpió con la lengua; mi glande, hipersensible, con cada lamida mandaba descargas eléctricas directo a mi cerebro… nunca había sentido algo así.
Encuentro con Nico, el hermano gemelo
Le pedí disculpas a Sebas por los gritos y la bulla de las nalgadas; él me besó con lengua en silencio. Se echó sobre mi pecho y se puso a hacer círculos en mis vellos con sus dedos. “Tienes canitas en el pecho, ¡qué rico!”, dijo a media voz. Le dije que estaba a punto de quedarme dormido y él me dijo que no había problema.
Habré dormido media hora y desperté con unas ganas imperantes de orinar. Se lo dije, me respondió indicándome que me ponga una toalla en la cintura y diciéndome que utilice el baño del primer piso, aquel que yo había utilizado al entrar a su casa. “¿No hay paltas con tu familia si me ven así?” Sonrió. “No, normalazo; si ves a alguien solo saluda y ya”, me dijo y se dio media vuelta. Supongo que iba a dormir un poco, lo cual me daba tiempo para ir al baño sin prisas.
Salí del cuarto con un poco de miedo. No sabía si habría un padre o una madre que me pregunten quién mierda era yo y por qué salía del cuarto de su hijo cubierto solo por una toalla que no era lo suficientemente grande para cubrirme la enorme verga que amenazaba con volver a parárseme. El segundo piso estaba oscuro y solo de un cuarto salía luz por la rendija inferior de la puerta.
Bajé por las escaleras y fui hacia el baño. Me relajé un poco; meé y me tiré pedos y bostecé más o menos fuerte. Mientras me lavaba las manos y la cara, alguien tocó la puerta. Supuse que era Sebas, así que abrí la puerta sin cubrirme con la toalla. ¡La sorpresa y el miedo casi me paralizan el corazón! No era Sebas sino su Nico, gemelo idéntico. Bueno, no tan idéntico porque este gemelo estaba más entradito en carnes (no gordo sino… ricotón), era un poco más alto y tenía los ojos verdes. “Hola”, me dijo, con una voz un toque más gruesa que la de su hermano. “Pensé que eras el ex de Sebas. ¿Quién eres?” “Pues… soy un amigo en común.” “¿Y te estabas cachando a mi hermano?”
La pregunta me dejó helado. Traté de negarlo, pero antes de poder hablar me empujó hacia dentro del baño, entró conmigo y cerró la puerta con llave. “Qué suerte tiene Sebas, que los estrena a todos ustedes”, me dijo mientras me agarraba la verga con una mano y los huevos con la otra. “Estás lindo; eres un osito guapetón”. Le increpé, “¿qué estás haciendo?”, y él respondió: “Sebas y yo compartimos todo como buenos hermanos, así que no te preocupes que no se va a molestar”. Dicho esto, se arrodilló con velocidad judística y empezó a mamármela. La tenía muerta, pero se me armó en menos de 15 segundos. “¡Wow! ¡Es enorme y bien gruesa! ¡Con razón mi hermano gritaba tanto!”
Quise decirle que el de los gritos en el cuarto era yo, pero me tapó la boca con la suya mientras me masturbaba con una mano y con la otra pellizcaba mis tetillas. Luego empezó a lamérmelas y a morderlas. Mi pene estaba duro como si fuera de adamantium. Cerré los ojos y me dejé llevar por el placer; los abrí cuando sentí que dejó de besarme y tocarme, y vi que ya se había quitado la ropa, dándome la espalda y ensalivándose el culo.
¡Y vaya qué culo! Como estaba entradito en carnes, las nalgas eran más redondas y se conectaban con unas piernas gruesotas, pero todo estaba bien durito y en su sitio. Diría que en artes marciales sería peso pesado o casi pesado. El caso es que SE MANEJABA UNAS SEÑORAS NALGAS, duritas, redondas, grandotas, blanquitas, lampiñas, suaves al tacto. Me agaché para meterle unos lenguazos en el culo y me encontré con un esfínter hermoso: rosado, lampiño y relativamente estrecho. Hundí mi cara en esa maravilla de culo y le di lengua hasta acalambrármela. Sus gemidos me ponían más a mil; la verga la tenía a punto de explotar. Yo ya no podía más así que me incorporé y se la clavé de un solo empujón.
Gimió, pero aguantó bien. Empecé un mete y saca frenético, pero este chico además de “artista marcial” era un power bottom, así que, sin dejar que mi pinga abandonara su delicioso, caliente y húmedo recto, me puso de espaldas contra una pared y empezó a moverse para los lados y a darme potazos en la pelvis. Atrapado entre su culo y la pared, mi cuerpo solo rebotaba haciendo todos los ruidos posibles mientras el muchacho me decía obscenidades que me hacían perder la cabeza, todas alabando mi verga y resaltando lo machazo que yo era. Alcancé a morderle la nuca y casi le arranco un pedazo de cuello en el mismo instante en que la leche empezó a salir de mi pinga. Sí, me salía leche aún; imagino que no mucha, pero sí lo suficiente como para que el chico la sienta irrigar sus entrañas.
Él empezó a apachurrar mi verga con toda la fuerza de su esfínter; se estaba viniendo sin tocarse. “Uff, qué macho que eres”, me dijo y al poco rato se sacó con cuidado mi pinga del culo. “Me hiciste venirme, ¡mira!” Apuntó con el dedo a los restos de su semen sobre el suelo mientras se sacudía la verga. Recién me dio por mirársela; soy activo y las vergas no me llaman la atención, pero la suya se veía en armonía con su cuerpo en forma y color. Me di cuenta que, con la calentura, ni me había fijado en la verga de su hermano. Ni siquiera pensé si tenía una o no. Luego recordé que me había hecho el sentón chino con los suspensores puestos, así que no se me la mostró nunca.
El chico abrió la puerta y salió cerrándola detrás de él. Se fue sin despedirse. Yo me sentí usado: era un oso maduro de pinga grande y gorda y venosa con la cual unos gemelos jóvenes y hermosos jugaron hasta saciarse y exprimirme hasta la última gota de leche… ¡Qué bien se sentía esto de ser solo un objeto sexual!
Volví a mear y a lavarme y pude salir del baño y subir al segundo piso sin que me atajara otro miembro de la familia. Las piernas me temblaban, la pelvis me dolía por los sentones de uno y los golpes contra la pared del otro. La espalda también empezaba a dolerme. Entré al cuarto de Sebas y me metí en la cama. Él parecía medio dormido. “¿Por qué demoraste tanto?” “No fue mucho tiempo; te parece más porque tal vez te quedaste dormido”, le dije y me eché a su lado. Él volvió a poner su cabeza sobre mi pecho. “Ya no te vayas, por fa”.
El ataque de los power bottoms
Acaricié su cabellera castaña medio ensortijada y él hizo lo propio con los vellos de mi pecho. “¿Tienes agua?”, le pregunté. “Sí, espérame un toque”. Salió de la habitación, se tomó su tiempo y regresó con un vaso de gaseosa helada, el cual despaché en un pispás. Regresamos a las caricias, las cuales continuamos por un buen rato. Súbitamente, empecé a sentir mucho sueño y a bostezar como lagarto al sol. “Me cago de sueño, bebé; mejor me voy a casa, ¿qué hora es?” “Recién son las nueve, papi. Duerme tranquilo un toque, que yo te despierto a eso de las diez y media”, fue lo último que escuché antes de perder la conciencia.
Desperté mareado y desorientado. No recordaba dónde estaba, pero sentía que me mamaban la verga deliciosamente. En lo que demoré en espabilarme, noté que los rayos del sol entraban por la ventana. ¡Ya era de día! Traté de incorporarme, pero no pude: ¡estaba enmarrocado por pies y manos! Forcejeé un poco más, pero fue inútil. Recién entonces noté que, de verdad, me estaban chupando la pinga. ¡Eran los dos gemelos! Ambos se besaban entre ellos con furia y con mi verga en el medio de sus bocas, subiendo y bajando por mi grueso tronco venoso y gordo.
Grité, exigí una explicación, traté de sacármelos de encima o de golpearlos, pero quien quiera que me había puesto las esposas supo muy bien lo que hizo. No me dejó margen para moverme, aunque tampoco me incomodaba. Mientras tanto, los gemelos seguían en lo suyo: besándose con lengua y recorriendo mi verga al mismo tiempo.
Nico pasó a acariciarme las tetillas y Sebas, los huevos. Sebas subió hasta mi pecho para recorrerlo a besos y dar lenguazos sensuales a mis tetillas mientras Nico engullía mi verga. Luego cambiaron y Nico se metió mis dos huevos a la boca mientras Sebas jugaba con su lengua en mi glande… y yo, con tales sensaciones y viendo a dos dioses griegos prendados de mi chota, me vine nuevamente lanzando trallazos de semen que salpicaron sus caras, mi cuerpo y toda la habitación. Me sorprendí, pues pensé que lo de la tarde/noche anterior me había dejado las bolas secas.
“Esos huevazos son una fábrica de rica leche”, dijo Sebas y junto con Nico lamió con devoción la leche que había caído sobre mi cuerpo. “Chicos”, les dije, “esto está riquísimo, pero yo debo ir a trabajar… espero que no sea muy tarde ya… por favor, suéltenme”.
“¡Estás loco!”, dijo Nico. “No te irás de aquí; recién estamos empezando”, completó Sebas. Terminaron de beberse la leche que había en mi cuerpo y salieron del cuarto cerrando la puerta con llave. Recién al irse noté que ambos tenían puestos solo suspensores rojos.
Me habían dejado encerrado e inmovilizado en el cuarto donde pernocté. Era lo único que sabía, porque los motivos no me los imaginaba. ¿Qué querrían de mí? Raptarme no era una opción, porque mi familia no tiene ni para un octavo de rescate. ¿Usarme como objeto sexual…? Sería divertido, pero yo debía trabajar y no podía faltar y menos sin avisar. Se me pasó por la cabeza hasta la posibilidad de quieran sacarme un riñón o de que me vendan a traficantes de órganos… mis pensamientos se interrumpieron al abrirse la puerta.
“¿Todo bien?”, me dijo Sebas. Les grité: “¡Estoy molesto! ¡Ya no me gusta este juego! ¡Suéltenme de una vez, carajo!”. “No pierdas fuerzas gritando, que no te va a servir de nada, pues mi familia anda de viaje y la casa está construida de tal manera que nadie en el barrio se entera de lo que pasa aquí”, me dijo Nico. Volví a gritarles: “¿Acaso no piensan soltarme? ¡Quiero mear!” Entonces Sebas se me acercó, se agachó y antes de introducir mi pene en su boca, me dijo: “oríname la garganta, si gustas”.
Me quedé helado de la impresión. No supe qué decir, pero, al sentir el olor de su piel, mi verga habló por mí. “¡Se te ha puesto durísima, así no vas a poder mear!”, me dijo Sebas y procedió a sentarse sobre mí introduciéndose mi pinga en el culo. “Ahora sí, méame con confianza”.
Los primeros chorros me salieron con dificultad y algo de ardor, pero luego me dejé ir y creo que oriné como un litro. “Qué rico se sienten tus meos calientitos, ooooh…”, dijo mientras se apretaba las tetillas y masturbaba, y al darla me apretó con fuerza la pinga con su esfínter. El culo de ese chico tenía vida propia. En cuanto terminé de orinar tuve otro orgasmo y eyaculé nuevamente en medio de gritos de placer.
“No nos equivocamos, eres un semental”, dijo Nico mirando la escena y dedeándose el culito. Yo aún estaba asimilando la última vaciada cuando, de repente, sonó el timbre. “Yo voy, deben ser ellos”, dijo Nico y se retiró del cuarto.
“Voy a gritar pidiendo ayuda para que escuche quien haya tocado el timbre si no me sueltas”, le dije a Sebas, pero sus apretadas de esfínter sobre mi pinga aún tiesa me quitaron toda la firmeza de la voz. “No suenas muy convencido”, susurró en mi oído, poniéndome la piel de gallina. “Papi, te juro que la vas a pasar muy bien con nosotros”. Dicho esto, la puerta se abrió e ingresaron unos cinco o seis muchachos de la edad de los gemelos, todos guapos y bien formados. “Te presento a nuestros compañeros de la academia de artes marciales, que han venido aquí para hacerte un gangbang entre todos”, dijo Nico. “¡¡¡ESTÁS LOCO!!!”, vociferé, pero el gemelo al que estaba empalando me dio un derechazo que casi me desmaya. “¡Cálmate! ¡No seas melindroso como tu amigo, que terminó conmigo porque no era lo suficientemente macho como para aguatarnos a todos!”
Continuó Nico: “este será un gangbang diferente de los que has visto en videos. No vamos a cacharte a ti; no vas a ser nuestro pasivo sino nuestro activo y nosotros tus pasivos; aquí el único activo eres tú. Así que ve abriendo la boca y tómate esto”. Nico se acercó a mí con un vaso de agua y una pastilla azul… sí, ESA pastilla azul. Sebas se sacó mi pichula del culo y de un salto se puso de pie. Los chicos recién llegados empezaron a desvestirse dándome la espalda para enseñarme sus culos, cada cual más rico que el otro: todos redondos y firmes, pero de diferentes colores y tamaños. También comentaban lo bien que me veía “a pesar de la edad”. En cuanto terminaron de quitarse la ropa y quedaron en suspensores de diversos colores, el pelado de abajo se me puso tieso por vez enésima.
“¡Vaya! Parece que por ahora no vamos a tener que usar sildenafil”, dijo Nico, quien dejó la pastilla y el vaso sobre la mesa de noche y, acto seguido, se sentó sobre mi cara. Se abrió las nalgas y me dejó ver y oler aquel juvenil huequito rosado lampiño húmedo y calientito que no fui capaz de resistir. Mi lengua saltó automáticamente de mi boca y se introdujo en aquel sabroso asterisco de carne. Su culo cubrió toda mi cara mientras yo le lengüeteaba el hueco y le mordía las nalgas. Apenas me dejaba respirar.
De un momento a otro, sentí que varios pares de manos empezaron a acariciar mi pecho, mis piernas, mis brazos, mis huevos y mi verga, apretando cuando debían apretar y solo rozando mi piel cuando ameritaba. En esas estuvimos hasta que Nico empezó a exprimirme la lengua con su poderoso esfínter mientras gritaba de placer.
“Te viniste sin tocarte”, dijo alguien. “Sí, este viejo cacha rico; ¡es un torazo insaciable! Ayer me cachó y también me hizo darla sin manos”, dijo Nico. “Ahora sí, el papi es todo suyo, muchachos”, dijo Sebas y salió junto con Nico del cuarto, dejándome a merced de media docena de atletas que, con dificultad, llegaban a los veinte años, todos ellos power bottoms voraces y dispuestos a dejarme sin leche, con la verga adolorida y el cerebro fundido por sobredosis de placer. Ah, y con moretones, porque a veces les daba por abofetearme o darme puñetazos. Alguno puso su pie en mi cara, algún otro me hizo una llave de artes marciales muy dolorosa. Y todo esto mientras el resto me la mamaba o se la metía en el culo, moviéndose de formas que desafiaban las leyes de la naturaleza.
Por ratos llegaban hasta mi cuello y lo besaban o mordían, me metían la lengua en la oreja, volvían a darme un derechazo o una cachetada, mientras otros me lamían los pies, unos los huevos y alguien se daba placer con mi verga ensartada entre sus nalgas. Yo la daba y la daba una y otra vez. Se me fueron haciendo heridas en el pene como consecuencia de la constante fricción. Extrañamente, sentía dolor y placer a la vez. Nunca se me bajó la erección, por más que ya casi tenía todo el pene en carne viva.
Veía manchas de sangre por todas partes. Yo pensaba que les estaba rompiendo el culito, pero resultó ser mi verga la que sangraba. Y, a la par, seguía botando leche sin dejar de estar al palo.
Nunca imaginé estar en esta situación alguna vez. De hecho, ni en mi más afiebrada alucinación fetichista y sórdida habría sido tan creativo. Pero debo reconocer que fue muy rico y excitante. Me tuvieron raptado por varias horas, diría que por lo menos hasta la tarde del día siguiente. Obviamente, en algunos momentos me quedaba dormido, pero el trajín y el ardor que producían sus lenguas sobre las llagas de mi verga no me dejaba perder la conciencia. Dejé de preocuparme por el trabajo; ya habría forma de explicar lo sucedido. Me dediqué a sentir placer y disfrutar del dolor…
Epílogo
En algún momento se marcharon todos y me quedé dormido. Cuando desperté, estaba solo en el cuarto y sin las esposas. Me puse la ropa tan rápido como pude… o más bien, a la velocidad con que mi verga no se laceraba con el roce del calzoncillo. Al salir del cuarto, noté que me dolían la pinga y los huevos al caminar.
Bajé las escaleras y encontré a los gemelos en suspensores, entrenando con unas pesas. Me miraron sin saludarme y siguieron en lo suyo. Les grité que eran unos delincuentes, que me habían hecho daño y que pensaba en denunciarlos a las autoridades. “Ya cálmate, abuelo”, dijo Sebas; “sabes bien que te gustó”. Nico añadió: “ya regresarás cuando sanen las heridas de tu pinga e implorarás por otra sesión de estas; ¡todos lo hacen…!”.
“Menos tu amigo, que se mariconeó, no se le paró ni con pastillas y me dejó. Pero tú sí eres un macho activo aguantador, pingón e insaciable. ¡Aguantaste todo sin tomar pastilla alguna!”.
Me indigné. Casi lloro cuando me dijeron abuelo. Salí de esa casa caminando con dificultad por el dolor en el pene y los huevos. Pero pasaron las semanas, las heridas sanaron y… Sebas y Nico tenían razón, los extrañaba. A ellos, a la horda de power bottoms y a la situación en general. Me pregunté si yo no sería masoquista. No es que me importase mucho, pues volví a esa casa más de una vez a ver a Sebas, a Nico y sus amigos, sabiendo que terminaría golpeado, mordido, mamado, seco, escaldado… y feliz.
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