El capataz y el señorito 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por dante1802.
Era de madrugada cuando Ricardo entró al baño de su cuarto, se desnudó y entró a la regadera.
El joven rubio sintió como el agua caía sobre su cuerpo, que acababa de ser mancillado de manera cruel.
Mientras el agua resbalaba por su piel, las mejillas del chico se cubrían de lágrimas.
lloraba de impotencia y vergüenza por sentirse humillado y usado.
Ricardo deseaba que el agua limpiara su cuerpo pero al agachar su mirada vio sus brazos llenos de moretones, y por sus piernas escurría sangre y semen.
El chico no pudo evitar golpear las paredes sintiéndose impotente por estar manchado con los fluidos de su violador, ese maldito lo había marcado para siempre.
Mientras más tallaba su cuerpo a su mente volvían las escenas de lo ocurrido en las caballerizas, su culo aún punzaba por las estocadas de la verga de Bruno.
Él podía limpiar su cuerpo pero la semilla que su violador había dejado dentro de él no podría sacársela nunca.
Con dolor en todo su cuerpo, Ricardo salió del baño y se acostó en su cama, pero no pudo dormir, cuando cerraba los ojos veía a Bruno tomándolo salvajemente, entrando dentro de su recto sin autorización, era una pesadilla para el chico y solo en su habitación lloró hasta que el sol entró por su ventana.
En su cuarto, Bruno despertaba muy temprano como era su costumbre, pero esta vez tenía un gesto de enorme satisfacción, desnudo se levantó de su cama y al notar su erección matutina llevó sus manos a su enorme miembro y recordó lo ocurrido la noche anterior.
Con gran placer revivió el momento en que desfloró a Ricardo, sonrió al recordar lo apretado de ese culo y al sentirse muy caliente decidió meterse a bañar para apagar su fuego.
No quiso masturbarse para guardar energías y desfogarse con su nueva víctima.
Como todos los días, Juancho entró a las caballerizas para alimentar a los caballos, pero esta vez notó algo particular.
en una de ellas todo estaba revuelto, el olor a sexo estaba impregnado en las paredes y sobre la paja había restos de sangre.
Al acercarse más Juancho encontró un paliacate que recogió reconociéndolo como propiedad de Bruno.
¿qué había pasado en esa caballeriza?, se preguntó Juancho cuando sus pensamientos fueron interrumpidos.
Bruno: ¿qué haces Juancho?.
a trabajar que las cosas no se hacen solas.
Juancho: disculpe Bruno, pero es que encontré algo que creo es de usté.
Juancho le mostró a Bruno el paliacate y este sonriendo lo agarró.
Bruno: ah sí, es mío, se me olvidó.
la verdá es que este paliacate me trae muy buenos recuerdos.
El capataz sonrió al recordar que con ese paliacate cubrió la boca de Ricardo para evitar que este gritara mientras era violado.
Juancho: jefe, aquí también hay restos de sangre y yo creo que.
Bruno: mira Juancho, tú eres un hombre y sabes de estas cosas así que voy a ser claro, no te preocupes que lo pasó aquí fue que anoche me cogí a una puta.
Juancho: ¿una puta?
Bruno: sí, jajaja.
una putita que no sabía que lo era.
la sangre es porque fui duro con ella pero a las yeguas así les gusta.
y mejor vete a chambear y deja tanta preguntadera.
Sin saber más, Juancho se retiró de la caballeriza para seguir trabajando, en tanto Bruno se tiró sobre la paja y pensó: lo que pasó aquí se tiene que repetir, jajaja.
Toquidos apresurados en su puerta despertaron a Ricardo que apenas había logrado conciliar el sueño, era su madre que estaba preocupada porque el chico no bajó a desayunar.
Madre: ¿qué te pasa Ricardo, te sientes mal?
Ricardo: sí mamá, hoy no me siento nada bien
Madre: ¿qué te pasa hijo, qué tienes?
Ricardo deseaba gritar lo que le había pasado, deseaba hacerlo para que el desgraciado tuviera un castigo, pero sí lo hacía además de preocupar a su madre enferma, la vergüenza caería sobre él, todos se enterarían que fue violado por su capataz, por otro hombre, que no pudo defenderse y que fue usado como una puta.
no, él tenía que callar su infortunio.
Ricardo: solo me siento mal, mamá, solo eso.
Madre: llamaré al doctor para que te revise.
Ricardo: no por favor, no lo hagas, mañana estaré bien ya lo verás.
La madre de Ricardo no insistió más y salió de la habitación para dejar descansar a su hijo, que nuevamente se hundió en las lágrimas.
En la cocina de la hacienda, Bruno comía vorazmente.
Sirvienta: ¿pos que pasó Bruno? ¿no que ya te ibas?
Bruno: todavía no les daré el gusto.
van a tener Bruno por mucho tiempo más por acá.
Sirvienta: mmm.
pos eso será si el señorito quiere, por lo que he oído no eres de su agrado.
Bruno: jajajaja.
tú no sabes nada criada, el señorito no va a correrme es más hasta creo que me va ascender.
Sirvienta: ay si tú.
ni quien te crea.
Bruno: ya lo verás, ya lo verás.
Sirvienta: por cierto que a mí se me hace que el señorito amaneció enfermo porque hoy ni siquiera bajó a desayunar.
no ha salido de su cuarto para nada.
Con una risa burlona, Bruno dijo: no creo que esté enfermo ha de estar cansado por haberse desvelado.
Sirvienta: ¿y cómo sabes que se desveló?
Bruno: no, pos yo nomás digo.
Ricardo sentía demasiado dolor en su ano, pero no podía dejarse revisar por el médico de la familia, por eso decidió salir de la hacienda y buscar a otro doctor que pudiera auscultarlo.
Cuando iba abordar una camioneta para ir al pueblo se topó con Juancho.
Juancho: buenos días señorito.
Ricardo ni siquiera contestó al saludo, iba absorto en sus pensamientos y subió a la camioneta y salió.
En el pueblo halló un médico que lo revisó sin saber de quién se trataba.
Cuando el doctor vio el ano inflamado de Ricardo se sonrió porque comprendió lo que le había ocurrido, así que le aplicó una pomada especial, le inyectó analgésicos y desinflamatorios, para luego darle una receta recomendándole que se aplicara hielo en la zona.
Ricardo avergonzado agradeció al médico y este muy sereno le dijo que ese tipo de casos eran muy usuales en ese lugar debido a la naturaleza de sus hombres que son muy calientes.
El rubio regresó a la hacienda al atardecer y cuando estaba por entrar a su casa, sintió como una mano lo jaló.
se trataba de Bruno que lo arrinconó en la pared.
Ricardo: suéltame Bruno, no te das cuenta que alguien puede vernos.
Bruno: ¿a dónde fuiste? dime.
Ricardo: fui al doctor, me siento muy mal por lo que me hiciste.
Bruno: jajajaja.
¿todavía te duele el culo?.
no te preocupes solo hay que darle más uso.
El capataz intentó besar al señorito, pero este lo alejó e intentó meterse a la casa.
Bruno lo sujetó y le dijo: esta noche iré a tu cuarto para hacerte mío nuevamente.
espérame.
Y el capataz besó lascivamente a Ricardo que sintió como la lengua del hombre entraba hasta su garganta, para después separarse e irse corriendo.
Bruno solo sonrió pues sabía que tenia al muchacho en sus manos.
Ricardo aturdido se encerró en su habitación con llave y decidió no salir para nada, no estaba dispuesto a que el capataz volviera a violarlo, por su dignidad no lo permitiría.
En la cocina, Juancho bebía un vaso de agua cuando la sirvienta le dijo: hay gente que nació con suerte y el desgraciado de Bruno es uno de esos.
Juancho: ¿por qué lo dices?
Sirvienta: porque había escuchado que el señorito lo había echado de la hacienda y ora resulta que hasta lo van ascender.
Juancho: ¿quién te dijo eso?
Sirvienta: el mismo Bruno, quesque el señorito Ricardo lo va premiar quien sabe por qué.
Juancho pensativo no dijo nada.
y la sirvienta continuó hablando.
Sirvienta: asegún yo.
el joven había venido a hacerse cargo de la hacienda, pero parece que no le importa.
o quizás esté enfermo porque hoy no bajó ni a desayunar.
y ahora está encerrado en su cuarto.
Juancho: ¿enfermo? pero si ayer estaba bien.
¿qué le pudo haber pasado?
Nervioso, Ricardo estaba en su habitación cuando de pronto escuchó unos golpes en su puerta, decidió no responder, hasta que su madre le habló y el rubio abrió la puerta.
Madre: hijo, ¿tampoco vas a bajar a cenar?
Ricardo: gracias mamá pero no tengo hambre.
Madre: ¿sigues enfermo?
Ricardo: ya no.
Solo quiero descansar.
Antes que su madre se despidiera, el capataz apareció en la habitación de Ricardo que abrió los ojos desmesuradamente al tener frente a frente a su madre y su violador.
Bruno: buenas noches señora.
Necesito hablar urgentemente con el señorito Ricardo, es sobre la Hacienda.
Ricardo: yo no tengo nada que hablar contigo.
Vete
Madre: Ricardo por qué le hablas así a Bruno, él ha sido un fiel colaborador de nosotros desde hace años.
Bruno: no se preocupe señora.
Quizás el señorito quiera que yo hable lo que tengo que decirle frente a usted aunque creo que no sería lo apropiado, sobre todo por su salud.
Madre: ¿qué pasa Bruno?.
¿Algo grave?
Bruno: nada que el señorito no pueda resolver.
Ricardo sintió hervir la sangre pues se sentía acorralado, no podía correr a Bruno frente a su madre, pues podía sospechar algo provocándole algún malestar mayor a su delicada salud.
Pero qué podía hacer.
Madre: por favor hijo, atiende a Bruno y hazte cargo de la Hacienda, no quiero más preocupaciones.
Ricardo solo pudo asentir y vio cómo su madre salía de la habitación.
El capataz cerró la puerta y con una sonrisa maliciosa volteó a ver a Ricardo que lo miraba lleno de terror…
Bruno se abalanzó sobre Ricardo que intentó correr pero el capataz lo sujetó fuertemente acercándolo a su cuerpo.
Bruno: esta noche volverás a ser mío chiquito…
Ricardo: por favor suéltame no me hagas más daño…
Bruno comenzó a masajear las nalgas de Ricardo y dijo: no te voy hacer ningún daño al contrario lo vas a disfrutar más que ayer… Ricardo intentaba zafarse del agarre del capataz pero este era demasiado fuerte.
Y sin esperar más besó al rubio apasionadamente, quien comenzó a sentir en su entrepierna la erección del capataz.
Ricardo forcejeó y empujó a Bruno pero éste lo tomó por la espalda y le amenazó: si gritas tu madre se va enterar y tú no quieres que ella se muera verdad.
El rubio entendió que no tenía escapatoria por lo que solo sintió como el capataz lo arrojó a la cama violentamente.
Bruno se quitó la camisa de cuadros, se desabrochó el cinturón, se quitó las botas y dejó caer su pantalón quedando solo en bóxers donde ya se mostraba una gran erección.
Con miedo, Ricardo sintió como Bruno se le echó encima, el capataz comenzó arrancar las prendas de ropa al rubio hasta dejarlo completamente desnudo…
Lleno de vergüenza, Ricardo cerró sus ojos para no ver como el perverso capataz lo miraba morbosamente.
Bruno estrujó el cuerpo de Ricardo salvajemente y dijo: abre los ojos quiero que me mires cuando esté dentro de ti…
Ricardo tuvo que abrir sus ojos y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas.
Vio como el capataz se quitaba la última prenda mostrando su enorme verga, la cual le había hecho tanto daño la noche anterior.
ese enorme miembro que le había robado su virginidad.
Bruno separó las piernas de Ricardo y pudo ver como la entrada del rubio seguía enrojecida.
El capataz sonrío y dijo: no te preocupes, no te dolerá tanto porque tu culo ya tiene mi horma.
Y sin esperar más, Bruno enterró su verga en el culo del señorito que tuvo que morderse los labios para no gritar, sólo se aferró a las sábanas mientras sentía que el capataz se adentraba en él.
La verga de Bruno entraba en el recto de Ricardo con mayor facilidad que la otra noche, a pesar de la dimensión de la boa de carne que se introducía por el estrecho orificio.
Bruno gozaba con la sensación de introducirse en el señorito que solo hacía muecas de dolor, poco a poco metía su espada en la más ajustada funda hasta que sus huevos chocaron con las nalgas del rubio.
Bruno lo tenía empalado nuevamente.
Bruno: ya lo ves, eres mi mujer otra vez y ahora en tu cama me entregas el culo, este será nuestro lecho de amor.
El capataz lamió al señorito y sin dar mayor tregua sacó su verga solo para volverla a enterrar en el adolorido muchacho que no pudo más y comenzó a gemir.
Bruno: goza mi nenita, goza mientras te folló el culo.
Ricardo se tapó a sí mismo la boca para no emitir más gemidos que pudieran ser escuchados.
Bruno: no quieres que escuchen como gritas mientras te perforo.
No quieres que sepan que eres mi puta porque eso eres.
Y Bruno aceleró las embestidas taladrando el ano del rubio que recibía verga en posición de misionero.
En ese momento alguien tocó a la puerta.
Era la sirvienta que le preguntaba al señorito si quería que le subieran la cena.
Ricardo no podía contestar pues temía ser descubierto pero Bruno le dijo: contéstale.
Y le dio una fuerte estocada.
Ricardo tuvo que hacer un gran esfuerzo para responder: ah ah ah gracias pero no quiero nada.
La sirvienta escuchó la voz entrecortada del joven.
Sirvienta: ¿señorito está bien?
Ricardo: sí ah ah ah estoy bien.
Retírate por favor.
Ah ah ah
Sirvienta: como diga señorito.
Buenas noches.
Y al escuchar que los pasos se alejaban, el capataz aceleró las embestidas y el rubio no pudo evitar gemir más fuerte por el dolor, entonces Bruno se levantó de la cama y sin sacar su verga del culo de Ricardo lo cargó en sus brazos y lo penetraba salvajemente.
Ricardo para no caer se aferró del cuello del hombre y como única venganza para hacerlo sufrir rasguñó su espalda, pero esto excitaba más al semental.
Bruno: rasgúñame cuanto quieras, me excita que así sea, jajajaja
Y cuando Bruno sintió que iba a explotar se arrojó con Ricardo a la cama penetrándolo más profundamente, lo que hizo gritar al rubio que sintió la verga de su violador llegando a donde nunca nadie lo había tocado.
En ese momento el capataz comenzó a deslecharse en el interior del joven que había sido violado por segunda ocasión.
Bruno: recibe mi leche en tu culo.
te lo dejo dentro para que siempre lleves algo de mí.
eres como mi mujer y yo tu marido.
Siempre debes estar con el pozo lleno, jejeje.
Al sentir sus intestinos llenos de leche, Ricardo se sentía más humillado, pero no podía hacer nada.
Esa sería una noche larga para Ricardo, porque Bruno no se iría tras hacerlo suyo, el semental saciaría sus ganas con el rubio varias veces más violándolo en posiciones más humillantes y dolorosas para el señorito que sin poder hacer nada se dejó usar como muñeca inflable.
El capataz gozó del culo del joven las veces que quiso hasta quedarse dormido y satisfecho.
Ya era de madrugada cuando Ricardo recobró la conciencia y con gran dolor en su culo se levantó de la cama y odió la imagen que vio.
Bruno, un hombre de más de 40 años, ignorante y peludo estaba desnudo en su cama, sudoroso y con la verga flácida manchada de semen y sangre.
Lo peor es que él también tenía ambos líquidos en su cuerpo, su culo nuevamente ardía y deseó morirse o matar al hombre pero no podía hacerlo.
Como pudo se levantó y decidió bañarse aunque fuera muy tarde.
Ricardo abrió la regadera y empezó a bañarse limpiando su cuerpo, estaba enjabonándose cuando sintió que alguien abrió su cortina y era Bruno que le dijo: no me gusta que me dejen solo en la cama.
Ricardo llorando le pidió: por favor, ya tuviste lo que quisiste déjame en paz.
Bruno: soy un macho muy ardiente y aún quiero más de ti.
Y Bruno se metió a la regadera mojándose con el agua que caía y sin dar tregua a Ricardo lo poseyó nuevamente penetrando su cuerpo adolorido.
Bruno: eres mío y puedo tomarte cuando quiera.
Solo estás para darme placer.
Y Ricardo llorando no pudo evitar que el capataz lo violara una vez más esa madrugada.
El calor del macho evaporaba el agua que caía sobre los dos cuerpos que eran uno, unidos por la verga del capataz y el culo del señorito.
Bruno: no sabes cuánto gozo tenerte.
Me aprietas más que el culo de cualquier puta.
El capataz mordió la oreja del rubio y dándole la vuelta comenzó a penetrarlo por detrás y con su mano empezó a masturbar a Ricardo que gimió más al contacto de la mano de Bruno con su pene.
La bolas del capataz chocaban con las nalgas del señorito que gemía hasta que sin aguantar más eyaculó en la mano de Bruno.
Bruno le susurró: ahora no podrás decir que no lo disfrutaste.
El capataz cerró la regadera y arrojó a Ricardo al suelo mojado.
El macho le abrió las piernas y lo volvió a penetrar fuertemente.
Ricardo sentía en su espalda el suelo mojado y veía al hombre que lo embestía salvajemente con un rostro desfigurado del placer.
Bruno sintió que se corría y cuando su verga se engrosó para explotar sacó el miembro del culo del rubio y tras un bramido de toro se deslechó sobre el cuerpo del señorito, que sintió como el semen de su violador caía en su pecho y rostro.
Con sus manos, Bruno embarró su leche en el cuerpo y rostro de Ricardo.
El capataz se puso de pie y observó al señorito desnudo en el suelo con su cuerpo lleno de marcas por sus besos y chupetes.
Con líquido blanquecino en su rostro y cuerpo.
Sonrió sádicamente y dijo: me excita verte así, jajaja.
Ricardo llorando vio al capataz desnudo que de pie parecía una mole de carne musculoso y con risa burlona comenzó a tocarse los huevos y a jalarse la verga.
El rubio no sabía qué más esperar cuando el hombre dirigió su pene hacia él y empezó a orinar.
Ricardo alcanzó a cerrar sus ojos y solo sintió como el perverso hombre lo orinaba.
El líquido dorado bañaba el cuerpo del señorito mezclándose con el semen de Bruno.
Era lo único que faltaba para terminar de marcarlo.
Como si se tratara de un perro, el capataz marcaba con su orín el maltrecho cuerpo de Ricardo, que solo sentía el chorro que caía sobre él imaginando la sonrisa del hombre que se comportaba de manera tan ruin.
Bruno terminó de orinar, sacudió su verga y cuando Ricardo abrió sus ojos le dijo con voz gruesa y en tono de orden: no te bañes.
Quiero que te quedes con mi olor impregnado en ti.
Y el señorito tirado en el suelo del baño mojado, con el culo enrojecido, embarrado de semen mezclado con orines vio como su macho regresó al cuarto dejándolo ahí, usado y humillado.
Cuando Ricardo despertó en su cama, Bruno ya se había ido, pero los recuerdos de la noche anterior angustiaban al rubio que con el rostro desencajado salió de su habitación y se dirigió a las caballerizas.
Al llegar se encontró con Juancho que vio el semblante del joven.
Juancho: señorito Ricardo ¿le pasa algo?
Ricardo no contestó, solo desamarró a su caballo y se subió a él.
Juancho se interpuso en su camino y dijo: ¿a dónde va señorito?
Ricardo: quítate de mi camino Juancho y dándole un golpe al caballo, el animal relinchó y salió a todo galope de la caballeriza.
Juancho: algo le pasa al señorito.
Tengo que ayudarlo.
Y a caballo desbocado, Ricardo galopaba deseando olvidar todo lo ocurrido.
Pero aunque el viento jugaba con su cabello, las memorias del rubio no cesaban.
En su mente sobresalían sus gemidos, las estocadas de Bruno, sus caricias y besos robados.
Ricardo: maldito seas Bruno, maldito.
El joven cabalgó hasta el río propiedad de la Hacienda.
Ricardo bajó de su caballo y se paró frente a la corriente.
Recordó cuando estuvo ahí con Bruno, lo que platicaron y como él fue altanero con el capataz, sin saber que ese hombre le robaría su dignidad y lo convertiría en su puta, porque así se sentía el rubio una puta sin valor usada por un macho sin sentimientos.
De qué le servía a Ricardo todos sus estudios, todo su mundo si no había podido defenderse de un salvaje.
Llorando, el señorito tomó una decisión, acabaría con su vida ahogándose en el río.
No podía hacer nada para librarse de su violador, el suicidio era la salida fácil.
Obnubilado, Ricardo empezó a introducirse en aquel río que se veía cada vez más profundo.
A medida que el agua cubría su cuerpo, las imágenes de la noche anterior no dejaban de atormentarlo.
Recordaba a Bruno acostado en su cama bocarriba diciéndole: siéntate en mi verga.
Quiero que te claves tú solito.
Con el rostro enrojecido por la vergüenza, Ricardo se montaba sobre el capataz y soportando la humillación comenzó a bajar poco a poco para introducirse él mismo el fierro ardiente del macho.
Bruno gozaba al ver cómo el rostro del rubio se desfiguraba por el dolor cuando poco a poco iba entrando su verga gruesa.
Bruno: ensártate poco a poco.
No hay prisa.
Mi verga es tuya toda la noche, así como tu culo es solo mío.
Ricardo: ah ah ah
El señorito sentía el dolor de la invasión porque su culo estaba muy lastimado, esa noche Bruno lo había usado varias veces sin piedad, de su ano escurría sangre por lo lastimado que estaba, pero tenía que soportarlo o todos conocerían su vergüenza.
Cuando la mitad de la verga estaba enterrada, Ricardo dijo: no puedo más, por favor hasta aquí.
Bruno: no mames, ya te la has comido entera y ahora no puedes, ni madres clávate hasta los huevos.
Ricardo: por favor.
Bruno: puro pinche pedo contigo.
A ti lo que te gusta es que te viole verdad?
Y Bruno tomó de la cintura a Ricardo e impulsó su cadera para meter entera su verga hasta que sus huevos chocaron con las nalgas del señorito.
Ricardo: ahhhhhhhhhh.
Bruno: shhhhh.
Recuerda que tu mami te puede escuchar.
Aunque si gritas más fuerte por mí no hay bronca, me excitas más.
Ricardo contuvo sus gemidos.
Bruno: ya ves como si te entraba.
Ah huevo que tu culo está hecho pa mi verga.
Eres la funda hecha a la medida de mi pistola, jajajaja.
Ahora sí a cabalgar.
Ricardo: ah ah.
¿Qué?
Bruno: a cabalgar mami.
A ti te gusta montar caballo que no.
Pos ora yo soy tu caballo y tú el jinete.
Ora chiquito, demuéstrame qué tanto sabes montar.
Y Bruno le dio nalgadas al rubio para que este comenzara con el movimiento de levantar sus nalgas y dejarse caer nuevamente simulando estar montando pero en realidad se empalaba en la verga del macho.
Bruno: así chiquito.
Aquí está tu semental.
Siénteme.
Bien adentro.
Más fuerte.
Muévete más.
Y Ricardo se daba de sentones sintiendo aún más pisoteada su dignidad, mientras que el capataz también empujaba su boa para empalarlo más.
las manos de Bruno masajeaban las nalgas de Ricardo y las manos del señorito se aferraban al pecho peludo del macho.
Ricardo: ah ah ah ah ah.
Bruno: puta madre.
Qué rico me aprietas, aghhhh.
El rostro lleno de placer de Bruno era una daga en el corazón del rubio, esos recuerdos inundaban su aturdida mente mientras seguía entrando al río.
La ropa que llevaba se volvía más pesada al mojarse y el señorito solo podía pensar en acabar con su dolor.
Finalmente el agua le llegaba hasta el cuello y sin pensar más introdujo su cabeza en el agua para ahogarse a sí mismo.
La respiración comenzó a faltar y el rubio empezó a perder las fuerzas, sintió que la conciencia se iba y con ella el dolor de los recuerdos.
Cuando Ricardo estaba por perder la vida y la corriente lo arrastraba, sintió como alguien lo tomó en sus brazos y comenzó a sacarlo de la superficie.
Era Juancho que siguió al señorito hasta ese lugar y al ver lo que intentaba hacer se lanzó a salvarlo.
Del río salió un joven moreno con brazos fuertes y anchos hombros cargando a un muchacho rubio empapado y desmayado.
Juancho acostó a Ricardo en la hierba y vio que el señorito no reaccionaba.
El moreno no sentía su respiración y para hacerlo volver tenía que darle respiración de boca a boca.
Juancho sintió su sangre calentarse al unir sus labios con los del rubio, ese chico que le había gustado desde su llegada y que amaba en secreto sabiendo que él estaba demasiado alto para él.
En esas circunstancias tan lamentables, el peón probaba los carnosos labios del señorito y luego de darle respiración boca a boca, oprimía el pecho del rubio para despertarlo.
Juancho: vamos señorito.
Abra esos ojitos lindos como el cielo.
No me haga esto.
Ricardo no reaccionaba.
Juancho: despierte niño bonito, mire que yo no me perdonaría si se me muere.
Usté tiene que vivir.
Y finalmente, Ricardo reaccionó sacando el agua que había entrado por su boca y tosiendo volvió a respirar.
Juancho abrazó al señorito en un impulso de felicidad.
Ricardo sintió un calor en el pecho de Juancho.
Juancho: gracias a la virgencita que volvió señorito.
Vamos pa la Hacienda.
Ricardo: cof cof.
No por favor Juancho a la Hacienda no.
No quiero regresar ahí.
Hoy no.
Juancho: pero señorito, usté está empapado y necesita cambiarse.
Ricardo: cof cof.
Ya te dije que no voy a regresar.
No quiero.
Juancho: ta bueno señorito.
Pero si usté no regresa yo me quedo también y lo acompaño a donde sea que vaya.
Cómo ve.
Ricardo tosió una vez más y vio la determinación de Juancho que no se separaría de su lado.
En la Hacienda, Bruno buscaba a Juancho y al no hallarlo entró a la cocina donde la sirvienta le dijo:
Yo no lo he visto por ningún lado.
Bruno: pinche haragán.
¿Dónde se metió?.
Pero ahora que vuelva me va conocer.
Sirvienta: pos a lo mejor fue hacer algún encargo del patrón.
Bruno: ¿por qué lo dices?
Sirvienta: porque el señorito Ricardo tampoco está.
La señora no sabe a dónde se metió.
Pa mi que anda con el Juancho.
Ya ves que ellos se llevan desde niños y.
Bruno: cállate criada metiche tú no sabes nada.
Furioso, Bruno salió de la Hacienda luego de comprobar que ni Ricardo ni Juancho estaban.
La sangre le hervía pues en su mente perversa corría la posibilidad de que estuvieran juntos.
Montado en su caballo, el capataz salió en búsqueda de lo que consideraba suyo.
El señorito regresaría con el capataz cueste lo que cueste.
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