El comienzo con 412. Parte III
Estaba en el puto cielo. Su interior era una cosa deliciosa de sentir, de experimentar. Comencé un lento mete y saca con mi dedo. Retiraba cerca de la mitad y volvía a introducirlo hasta el fondo. 412 soltaba una mezcla de gemidos y quejidos..
Al día siguiente debía ingresar a eso de las 8 de la mañana. Sin embargo, pedí entrar antes y salir más tarde con la excusa de ganar algunas horas extra. Era algo recurrente dentro del cuerpo de gendarmería, así que no pusieron objeción ni les pareció extraño que yo lo hiciera.
A las 6:30 AM ya estaba en la puerta de la celda de 412. El sol apenas daba señales de asomar. Mismo ritual; metí la llave muy despacio, dos vueltas a la izquierda, el pequeño ruido metálico y adentro. Nadie me vió ni escuchó entrar. Él dormía boca arriba y una considerable erección matutina dibujaba una carpa en su buzo gris. Sentí un hormigueo intenso en la boca.
Mierda.
Moví su pierna al igual que la noche anterior. Despertó con un poco de pesadez. Me miró con los ojos entrecerrados. La luz natural era apenas tenue, pero lo podía ver bien. Se estiró extendiendo los brazos y elevando su pelvis, lo que hizo que su erección se marcara aún más. Me traía loco.
– Hola — dije en un susurro
El se incorporó apoyando los codos en la cama con la cabeza erguida. Si era posible que pudiera verse aún más atractivo, lo estaba logrando. Solo respondió con un ademán con la cabeza. Inconscientemente, la mirada se me fue a su entrepierna. Apenas lo notó, una pequeña sonrisa de orgullo se le dibujó en la cara.
– Acaso quiere más leche? — soltó como si nada mientras se agarraba el paquete por arriba del buzo. La verdad en otras circunstancias me hubiera lanzado sin dudar, pero quería aparentar tener la situación bajo control.
– Toma — respondí mientras le entregaba un brownie y un jugo. No era mucho para cualquier persona, pero para un preso era como recibir un pastel de cumpleaños. Vi la emoción en su rostro, pero no la verbalizó ni un poco. Solo se limitó a recibir.
– A las 8 tienes ducha, primero van la celda 1-2, luego la 3-4, la 5-6 y tú vas solo, la 8 y las demás están vacías. Luego vengo por la basura. — recogí la lata de bebida que había dejado de la noche anterior y me retiré sin voltear a verlo.
No niego que me sentía un hijo de puta al tratarlo de manera tan cambiante, así como no voy a negar que me daba pena y excitación al mismo tiempo. Era una cosa extraña.
Las duchas de los otros reos transcurrieron con normalidad. Para darles contexto; son 10 duchas en un pasillo de no más de 2 metros de ancho y unos 15 de largo. No hay cubículos ni nada de eso, la privacidad era un lujo con el que no contaban y esa lista privativa incluía el agua caliente. La mayoría del penal se duchaba a las 7 de la mañana, día por medio. Los que estaban en calabozo solo se bañaban el segundo día de los tres que debían estar, en un horario distinto y separados, máximo en parejas para evitar riñas. Así, pasaron todos los demás hasta que llegó el turno de 412. Por protocolo, deben ser escoltados y vigilados en todo momento. Y si, es lo que se imaginan: tenía a mi completa disposición, cuánto menos, ver a 412 ducharse y explorar todo su cuerpo con la mirada. Esto el ya lo sabía, así que como todo un cabrón, comenzó a quitarse la ropa con toda la calma del mundo. Primero las zapatillas y luego las calcetas. En eso tardó unos minutos.
– Abre una ducha — ordené. Me quedó viendo con cara de interrogación.
– Aún tengo el pantalón – reclamó de vuelta.
– Te dije que la abrieras, no que te metas — parecía no entender nada. Aún así lo hizo y de un brinco salió de la ducha — siéntate y escucha — dije en un tono calmado pero firme — sé que hoy ibas a ver a tu familia, pero no podrás por el castigo — bajó la mirada, entre enfadado y avergonzado. Me puse de cuclillas frente a el y tomé mi celular — Tiene puesto un chip con un número nuevo. Tienes 2 minutos para llamar a tu madre.
Su rostro se iluminó con la ilusión de un niño. Mas que mal, aún tenía 17 años y para remate ya se había resignado a estar incomunicado por 1 mes completo.
Lo de la llamada era algo que había pensado la noche anterior. No sé si se vería como una retribución por ser buen chico, un chantaje para pedirle algo más o simplemente un gesto de compasión. Solo ocurrió.
– Gracias — fue todo lo que dijo. Tomó el celular en sus manos y marcó el número. Sonó un par de veces el tono hasta que se escuchó un «¿Hola?» Desde el otro lado — Ma, soy Maikel — por primera vez lo ví sonreír; una sonrisa genuina. Estaba feliz.
Me di la vuelta y caminé unos pasos hacia la puerta para darle algo de privacidad. Fueron casi 3 minutos de llamada hasta que le hice el gesto de que debía cortar. Asintió con la cabeza.
– Ya me tengo que ir. Te amo, ma. Si, tranquila. Chao ma — colgó. Se quedó unos segundos mirando la pantalla del celular con una sonrisa en el rostro y luego a mi — enserio gracias — dijo, con los ojos iluminados. Se veía bellísimo.
– Ahora sí, a la ducha — le dije mientras recibía mi celular de vuelta. Si lo quedaba viendo me lanzaba a abrazarlo o cualquier cosa. Lo primero que hice fue sacar el chip y romperlo. Puse de nuevo el mío y me guardé el celular en el bolsillo derecho. 412 ya se había quitado todo e iba en bolas camino a la ducha. Puder ver cómo sus glúteos rebotaban con cada uno de sus pasos. Carajo, quería meter mi cara (y algo más) justo en medio de su culo y comerlo todo. Me sentía muy contrariado. Me iba a terminar volviendo loco a este ritmo.
Disfruté cada segundo ver cómo pasaba el jabón por su cuerpo. Tallaba con mucho cuidado y detalle cada zona; las axilas, espalda y brazos. Luego se fue al torso y cuando bajó a su intimidad se giró hacia mi. El cabrón sabía muy bien que lo estaba mirando y parecía disfrutar hacerme sufrir mientras se exhibía. Pasó primero el jabón por la zona del pecho y luego en su abdomen. Enjuagó la espuma con parsimonia. Bajó a su pubis, por dónde frotó el jabón con suavidad, para luego limpiar con agua y algo de espuma su glande, retirando hacia atrás todo el forro color canela que cubría ese miembro que apenas un par de horas atrás estaba descargando leche en mi boca. Mierda, de nuevo ese maldito hormigueo en los labios. Se giró y frotó el jabón entre sus manos, que pronto se perdieron en su trasero, masajeando y tallando. Yo estaba en el paraíso. Lo estaba deseando. El agua escurría por su cuerpo adolescente y lampiño. El vello de su pubis se veía aún más liso y todo su cuerpo brillaba…
Cuando el agua dejo de correr salí de la ensoñación. Tomó una toalla de color azul y la frotó primero en su cabello para luego secar con cuidado la cara. Su miembro se movía al vaivén de sus brazos que ahora secaban primero uno y luego el otro. Me veía fijamente, como esperando a que ocurriera algo inevitable, algo que ambos sabíamos que iba a ocurrir y solo esperábamos el momento. Cuando bajó por su abdomen, le ordené que se detuviera y se acerara hacia donde yo estaba. Me senté en una de las bancas. Su miembro estaba a la altura de mi cara, solo cubierto por la toalla que sostenía con su mano izquierda. Tomé la toalla y comencé a frotar delicadamente su torso. Bajé poco a poco hacia su pubis mientras veía como comenzaba a tener una erección producto del roce. Pasé la toalla por sus testículos para luego secar su glande con la máxima delicadeza posible. Veía como ahora estaba mirando hacia arriba, esperando sentir la calidez de mi boca succionando su hombría. En cambio, le ordené que se diera media vuelta. Desconcertado, obedeció. La expresión de su rostro cambió. Se veía algo enfadado y decepcionado.
– Agáchate — le pedí. Hizo caso y puder ver de cerca ese culo rosado que me traía loco desde el dia anterior. Se veía muy cerrado, como si nada hubiera entrado antes ahí. Separando sus mejillas, pasaba la toalla con mucho cuidado y lentitud. Quería disfrutar ese momento. Mi rostro estaba cada vez más cerca, tanto, que se sobresaltó cuando sintió mi respiración rosando su entrada.
– ¿Puedo? — era una pregunta genuina. De verdad quería tener su permiso.
– Ya le dije que no me gustan los hombres — reclamó como respuesta.
– Hay muchos hombres heterosexuales que se dejan por atrás. Ahí está el punto G — respondí. Silencio por unos segundos — Voy a ser cuidadoso. Si me dices que pare, me detengo — mentira absoluta. Sabía muy bien que una vez que probara ese culo no me detendría con nada. Un «ya» seco fue toda su respuesta. Y fue suficiente para mí.
Comencé dándome el tiempo de olfatear cada rinción de su retaguardia. Olía a jabón y a limpio mezclado con un aroma dulce que expelía toda su piel. Cuando mi lengua pasó por la línea, todo su cuerpo se estremeció. El hormigueo que sentía en los labios ahora se había extendido a mis ojos. Sentía que me desmayaba de placer. Sin perder más tiempo, usando mis pulgares separé sus mejillas y comencé a comerle el culo. Nunca había sentido tanto placer en la vida. Mi lengua recorría toda su extensión, de arriba a abajo. Podía ver cómo su ano tenía pequeños espasmos cada vez que pasaba por fuera. Seguí así unos segundos hasta que, decidido, comencé a meter la lengua dentro de su culo. Sentí que me iba a correr sin siquiera tocarme, así que bajé un poco la intensidad para luego volver a la carga. Al comienzo había resistencia. Estaba muy cerrado y cuando por fin logré que entrara una parte de mi lengua, sentí el calor y presión de su interior al mismo tiempo que se le escapaba un pequeño quejido o gemido. Sonreí para mis adentros y seguí presionando hasta que logré penetrar por completo su cavidad. Entraba y salía con relativa facilidad, recibiendo un pequeño gemido cada vez que lo repetía. La escena era digna de un cuadro; un adolescente de 17 años, sometido y con la cara de un gendarme enterrada en su culo, urgeteando su interior con la lengua.
Rápidamente y sin darle tiempo a oponerse, puse mi dedo índice en su entrada. Presioné un poco y gracias a la lubricación previa, logró entrar con algo de facilidad hasta la mitad. Su interior estaba apretado y muy, muy caliente. Sentía que me iba a cortar el dedo. Cuando empujé un poco más, soltó un quejido mientras se contraía. Eso provocó que apretara aún más el dedo en su interior. No podía imaginar lo que se debía sentir meter mi verga en ese culo virginal. Seguramente me correría antes de lograr entrar por completo. Le pedí que se relajara y pujara. Hizo caso, no sin antes darme una mirada con el ceño fruncido. Cuando hizo fuerza hacia fuera, aproveché de meter por completo mi dedo y, al mismo tiempo que tocaba su interior, un gemido sonoro retumbó por toda la sala. Instintivamente se tapó la boca, extrañado, volviendo a apretar mi dedo que permanecía completo en su interior.
– Auh — soltó un pequeño alarido — Arde mucho — ver las muecas de dolor en su rostro me hacia querer besarlo y calmarlo, pero deseaba someterlo con aún más intensidad.
– Tienes que pujar, relájate — ordené.
Lo volvió a hacer, y nuevamente pude sentir como mi dedo se podía deslizar en el interior de su cavidad. Estaba en el puto cielo. Su interior era una cosa deliciosa de sentir, de experimentar. Comencé un lento mete y saca con mi dedo. Retiraba cerca de la mitad y volvía a introducirlo hasta el fondo. 412 soltaba una mezcla de gemidos y quejidos. A veces miraba hacia atrás o a los lados y podía ver esa mezcla de dolor y placer en su rostro. Era algo nuevo para el, dudo que siquiera alguna novia le haya metido un dedo alguna vez y evidentemente nadie en el penal tampoco lo había hecho hasta ahora. ¿Me sentía mal? Si. Pero la calentura nublaba mi cordura.
Aumenté un poco el ritmo. Sus quejidos ahora eran suspiros profundos y sonoros. Le estaba gustando. Deslicé mi mano izquierda por su muslo mientras me acercaba para besar su espalda y glúteos. Lentamente tomé su miembro y pude notar una semi-erección. Carajo, realmente le estaba gustando el jueguito. Comencé a masturbarlo mientras aumentaba el ritmo en su interior. 412 gemía descaradamente, cerraba los ojos con fuerza y respiraba por la boca con dificultad. Dejé todo lo que estaba haciendo y metí con frenesí mi cara en medio de su delicioso culo. Lo tomé por sorpresa, pero lo disfrutaba igualmente. Volví a tomar su verga que estaba dura y caliente. La sentía palpitar. Cuando ví que su cuerpo comenzaba a contraerse, lo giré bruscamente y me metí ese trozo de carne completo a la boca. 412 estaba en éxtasis. Sin contemplaciones, tomó mi rostro por los lados y comenzó a penetrar mi boca con fiereza. Era un ritmo fuerte y acelerado, propio de un adolescente que solo busca acabar lo antes posible. Y así lo hizo; sentí al menos 5 chorros grandes entrar por mi garganta y otros cuantos que terminaron por llenarme la boca. Tragué hasta la última gota de ese dulce líquido, y mientras aún permanecía erecto, limpié su glande con mi lengua. Disfrutaba ver cómo se retorcía por la sensibilidad de esa zona mientras el placer se retrataba en su rostro.
Su respiración era lenta y profunda. Sus labios dibujaban una pequeña sonrisa de satisfacción y su cuerpo ahora estaba cubierto de sudor. Besé su abdomen subiendo lentamente hasta llegar a su cuello. Ahí me detuve unos minutos. Él ya estaba totalmente entregado. Su cabeza veía hacia arriba con los ojos ligeramente cerrados. Fui directo a sus labios. Abrió los ojos, pero no se apartó; al contrario, el beso fue correspondido inmediatamente. Sentía su lengua jugar con la mía y me calentaba saber que estábamos compartiendo los restos de su semen que aún permanecían en mi boca. Estuvimos así cerca de un minuto, hasta que nos faltó el aire.
Cuando nos separamos, noté rubor en sus mejillas. Bajó inmediatamente la mirada y yo solo pude apreciar el paisaje; su cuerpo pequeño y bien formado, su verga colgando un poco más arriba que sus enormes huevos; los brazos a los costados y mirada gacha; su cuerpo sudado que se movía al vaivén de su respiración que ahora se había normalizado un poco.
– Te puedes volver a duchar si quieres — le dije.
Me miró unos segundos, asintió y volvió a la ducha. Ahora sí le di privacidad, principalmente porque si lo seguía mirando volvería a la carga y ya nos habíamos demorado bastante como para tardar aún más.
Pasaron solo un par de minutos, secó rápidamente todo su cuerpo y se vistió con un conjunto gris limpio.
– Ya estoy — soltó de pronto. Me giré a verlo y casi me derrito; sus mejillas aún mantenían un poco de rubor, que contrastaba con el castaño oscuro que ahora se veía un poco más profundo de su cabello, que caía mojado por sobre sus cejas. El conjunto le quedaba ligeramente holgado, sumado a su baja estatura, lo hacía ver como un niño pequeño.
No sé cuánto tiempo me habré quedado viendolo como bobo, pero el suficiente para que lo notara.
– Qué — soltó de pronto — tengo algo? — sin querer sonó hostil, pero su expresión se mantenía un poco risueña. No supe que responder. Nos quedamos viendo a los ojos durante unos segundos que se hicieron eternos. Sentía mi corazón palpitar cada vez más rápido.
El sonido en mi radio nos sacó del trance.
– Aquí Arizmendi. Hernández, falta calabozo 7. Todo en orden?. — Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo y 412 abrió los ojos como plato. Me apresuré a tomar el radio y con toda la calma que pude respondí:
– Aquí Hernández. Todo en orden. Las duchas tenían baja presión.
Era una mentira cochina, pero si es cierto que a veces ocurría.
– Ok Hernández. Cambio.
Me volvió el alma al cuerpo. 412 había estado conteniendo la respiración durante el intercambio. Soltó una pequeña risa cuando el radio dejó de sonar.
– Cambio — dijo en un tono gracioso imitando a Arizmendi. Ambos reímos.
– Tenemos que volver — su rostro cambió. Mierda, que tristeza de realidad.
– Está bien — dijo casi en un suspiro. Se quedó parado unos segundos, hasta que comencé a moverme. Lo conduje hasta su celda sin intención de intercambiar palabras. Caminaba a mi lado. Por el rabillo del ojo lograba ver cómo me veía cada tanto.
– Y usted… cuántos años tiene? — preguntó de pronto. No me sorprendió la pregunta; me sorprendió el hecho de que hiciera una.
– 22 — contesté sin mirarlo.
– Ah… — nuevamente silencio.
– Y cuál es su nombre? – insistió — osea, sé su apellido, ahí lo dice — dijo señalando un parche al lado derecho de mi pecho — pero no su nombre.
Pese a lo extraña que me parecía su repentina curiosidad, contesté.
– Samuel. Me llamo Samuel. Y puedes tutearme cuando estemos solos — repliqué sin pensar mucho en lo que había dicho.
– Ya — respondió sin más. Pasados unos segundos añadió — Entonces… vamos a seguir estando solos? — por primera vez en el trayecto lo miré, solo unos segundos. Comprendí a lo que se refería.
– Solo si quieres — solté con sinceridad. Y enserio pretendía que así fuera. Aún tenía muchas ganas de hacer 1000 cosas con 412, pero no quería tampoco forzarlo a algo. No a ese extremo. Así que de ahí en más todo dependería de él.
Cuando llegamos a la celda no pude evitar sentir pena por Maikel. Tan joven y aquí. Tuve la intención de preguntar por qué había caído, pero no me atreví. Abrí la puerta metálica; ahí estaba la cama fría y el cuarto por dónde solo entraba luz por un pequeño rectángulo en la pared trasera. Mientras lo veía entrar imaginé un mundo totalmente distinto: Maikel fuera de la cárcel, viviendo en mi casa… No sé. Llámenme loco, pero tenía tantas ganas de hacerlo gemir como de abrazarlo, besarlo y decirle que todo iba a estar bien.
Se sentó en la cama y yo me quedé viéndolo un rato. Veía hacia el suelo.
– Pronto traigo el desayuno — dije — intenta dormir.
Me guiñó el ojo en respuesta. Mierda. Cada gesto nuevo me hacia temblar. Se recostó en la cama en posición fetal. Sentí unas ganas tremendas de acostarme a su lado, acariciarlo…
Sacudí la cabeza y cerré la puerta. Ese maldito hormigueo en la boca de nuevo…
Espero con ansias el próximo, estuvo barbaro
Enviado y pendiente de aprobación 😊