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Dominación Hombres, Sado Bondage Mujer, Voyeur / Exhibicionismo

El costo de una herencia

Una pareja de jóvenes intenta apoderarse de la herencia del abuelo pero la chica paga las consecuencias.

El Costo de una herencia

EL COSTO DE UNA HERENCIA: AMBICION Y SEXO

 

Una rica heredera lleva una vida despreocupada, pero estimulada por su novio, intenta “apresurar” la posesión de esa riqueza, eliminando a su abuelo….pero no sabe el costo a pagar.  Por Curinao

Una tarde de diciembre del 2007, en uno de los seis aeropuertos más pequeños de Uganda aterrizaba un vuelo chárter que traía pasajeros de diversos países, en un número cercano a los 26, algunos eran franceses, otros alemanes y dos americanos.

Tras bajar de la nave, la mayoría abordó el transporte que les aguardaba y cuatro de ellos, dos parejas, se acercaron al mesón del encargado del recinto, para solicitar servicio de taxi.

De inmediato, el funcionario llamó a uno de  los conductores para que llevara a una de las parejas, de edad ya madura, hacia la ciudad.

La otra eran dos jóvenes de unos veinte años, hombre y mujer. El joven, de nombre Kevin Kesker, era rubio, de típica estampa americana. La chica, Orivela  Rich era una atractiva joven que vestía un short que dejaba ver sus bien formadas piernas y parte de su mejor estructurado trasero. Lucía además una blusa semi transparente, con un escote que permitía dejar a la imaginación sus pechos, erguidos y muy bien contorneados. Concluía aquella belleza con un rostro rodeado de cabellos rubios y ojos claros, de ingenua sensualidad.

Uno de los conductores que aguardaba pasajeros, de nombre Adams Jones, de aspecto tosco, y manos que denotaban trabajos rudos, no dejó de advertir los atractivos de la niña y ya sus ojos habían recorrido palmo a palmo y con creciente deseo su escultural cuerpo,

Pero la voz del encargado del aeropuerto lo sacó de su ensimismamiento, cuando lo llamó para que llevara a los jóvenes al Hotel “Universal” de la ciudad.

Acudió prestamente y se presentó ante ellos, acordando el trayecto. Al inclinarse la chica para coger su maleta,  pudo  ver la armoniosa forma de sus senos por breves instantes y sentir su aroma femenino, lo cual no pasó inadvertido para la joven.

La niña se sentó delante y el muchacho en la parte posterior del coche. Con mal disimuladas miradas, Adams, de rostro de talante agresivo,  y ojos lascivos, observó las piernas de la chica, de tersa piel y apetitosas curvas. Cuando las circunstancias lo permitían, daba rápidos vistazos a su escote, donde los pechos vibraban incitantemente en el movimiento del automóvil.

En un momento, el joven, de nombre Kevin King, preguntó a Adams si conocía a Robert Carrington, con quien debía tratar un asunto. El taxista dijo que sí, pero no era fácil llegar a su mansión, ubicada en las afueras de la ciudad, pero él tenía conocidos que podrían ubicarlo.

 

Pero volvamos a un año. Kevin Kesker y Orivela Rich se conocieron en unas vacaciones de ese año, en Bermudas. Ella era nieta y única heredera de un rico magnate de Uganda, Axel Rich, cuya fortuna era una de las más altas de ese país. Todo ello iría a poder de Orivela apenas el abuelo falleciera.

Kevin y Orivela tenían un buen pasar, pero paulatinamente, la idea de “apresurar” el traspaso de la herencia fue tomando cuerpo en ambos. Pero, ¿cómo deshacerse del poderoso empresario?

Así las cosas, una noche, en un restaurante de Bermudas, oyeron una conversación en voz baja, pero que les fue perfectamente audible, de un “crimen por encargo” efectuado en Orlando, por un sicario de Uganda, el cual, tras cuatro años, el delito no pudo ser aclarado, aun cuando todos sabían que “la industria” de este tipo de asesinatos, la manejaba en Uganda un sujeto de nombre supuesto de Robert Carrington.

Madurada la idea, aun cuando no sabían como desarrollarla, decidieron viajar a Uganda, usando la misma mesada que recibía la chica de su abuelo.

Lo proyectado era llegar al país indicado, ubicarse en un hotel, contactar al sicario y luego ir a visitar al abuelo, con el pretexto de “acompañarlo” por algunos días y así llevar a cabo la siniestra acción de la cual Kevin era el más insistente, tratando de vencer los temores de la chica.

De esta forma, se instalaron en un hotel de la ciudad y esperaron que al día siguiente, tener noticias de cómo contactar a Carrington.

Alrededor de la diez de la mañana, llegó Adams, no en su taxi sino en una Van más amplia. Les dijo que el sujeto los esperaba en su domicilio, en las afueras de la ciudad.

La chica vestía esta vez una minifalda, muy atractiva para sus bellas piernas, y una blusa que dejaba sus torneados hombros descubiertos. En su cintura puso, como acostumbraba,  un equipo de música muy pequeño y un cable hasta su oído.

Al llegar al coche se dieron cuenta que otro hombre acompañaba a Adams, el cual se bajó prestamente y les abrió la puerta del vehículo para que subieran atrás.

Cuando estaban por partir, súbitamente dos hombres subieron por ambos lados de los jóvenes dejándolos al medio. Les dijeron que eran escoltas de Carrington y su misión era que llegaran con seguridad a su residencia. Pero, “como no era posible confiarse de nadie”, con amabilidad, pero firmeza, les obligaron a colocarse esposas en las muñecas de ambos, las cuales estaban fijas mediante cadenas al piso. Orivela fue obligada por un sujeto a separar sus piernas para ese efecto, procediendo a subir su falda sin evitar un marcado manoseo a la chica. Además les hicieron colocar lentes con cristales negros, que no les permitían ver el camino por donde arribarían a su destino.

Tras media hora de viaje, entraron a un lugar que se advertía amurallado. Allí les quitaron los grilletes  y permitieron sacarse los lentes, pudiendo ver la imponente construcción, con varios guardias armados.

Los hombres les acompañaron hasta la puerta y Adams les abrió una gruesa mampara, donde los jóvenes entraron junto con él.

Sin embargo, al ingresar, dos pistolas se apoyaron en sus cabezas, a la vez que una vos seca y firme, les ordenó colocar las palmas en la pared.

Se acercó un hombre, quien palpó cuidadosamente el cuerpo de Kevin por entre sus ropas sin dejar ningún lugar por tocar, haciéndole entregar el celular y un encendedor.

Una mujer mayor, de gesto duro, se acercó a Orivela y realizó similar revisión. Tras ordenarle abrir las piernas, metió sus manos dentro de su falda llegando hasta revisar sus bragas las cuales bajó hasta las rodillas. Luego siguió por su espalda y hurgó bajo su blusa, tocando el cable del pequeño emisor de música. “La chica trae algo electrónico”, dijo con voz severa.

“Es un equipo de música”, expresó Orivela.

Pero la mujer hizo caso omiso de la explicación y dijo sin miramientos y sin importar la presencia de dos hombres:

“Quítate la blusa”

La chica lo hizo cuidadosamente. Su pequeño sujetador quedó a la vista de Adams, quien sintió una oleada de excitación que le hizo entreabrir sus gruesos labios al ver su espalda sinuosa, de aterciopelada piel blanca.

El hombre trato de evitar una erección, que sería visible en su estrecho pantalón.

Retirado el equipo, la joven se colocó la blusa, en un instante los ojos ávidos de Adams, por un reflejo de las cerámicas de la pared, vieron casi la totalidad de sus pechos, mientras la niña alzaba los brazos para reubicar la prenda.

En ese momento, se oyó una voz amable y acogedora que decía: “Perdonen las molestias, pero la seguridad nuestra es también la de Uds.”. Para luego expresar, “mucho gusto, soy Carrington y entiendo que desean hablar conmigo. Por favor, pasen adelante”.

Entraron a un amplio salón, donde una mesa ofrecida aromático café, galletas y bebidas. El hombre les ofreció asiento e hizo cerrar la puerta.

Kevin llevó la voz cantante en explicar al sicario la razón de su visita. Éste lo escuchó en silencio. Luego preguntó  quién más sabía de este plan. Orivela aseguró que solo ellos. Además ella era única heredera y no habría disputas por la fortuna que dejaba su abuelo.

Carrington les dijo que el plan era difícil, dada la importancia del personaje, por lo que no debían quedar cabos sueltos ni tampoco errores en el procedimiento.

Tocando una campanilla, hizo llamar a Adams, quien entró a los pocos segundos.

“Este será el hombre que ejecutará la acción”, dijo Carrington. “El realizará la planificación, me la comentará y luego se las participará a Uds. en detalle”

En el mismo vehículo, los jóvenes retornaron al hotel, con otro conductor. Adams quedó de ir esa tarde para llevarlos en su taxi a la residencia del abuelo y reconocer el terreno.

A la siete de la tarde, la pareja llegó donde el abuelo, quien recibió a su nieta con afecto y saludó amablemente a Kevin. Les dijo que podían hospedarse en el cuarto de huéspedes. La joven le refirió que vendría un guía al día siguiente, para hablarles de lugares por visitar.

Así fue, en la mañana llegó Adams, quien, tras ser presentado al dueño de casa, se reunió a solas con los jóvenes, con el pretexto ya dicho. Orivela se bañaba en la piscina con un diminuto bikini y dijo vendría después de vestirse. Kevin pudo advertir, con inquietud, que Adams miraba ansiosamente a la chica por la ventana.

El plan expuesto por Adams a la pareja era simple y complejo: se fingiría un asalto y robo. Los dos jóvenes debían dejarse atar y talvez golpear no con violencia, pero que dejara coartadas a la policía. Luego se asfixiaría al anciano y se abriría la caja de fondos, joyeros y todo donde hubiera algo de valor. Recalcó Adams algo que Kevin sólo después entendería. “todo tiene que ser muy real y ello implica sacrificios para todos. No sé si me entienden”.

Los chicos asintieron.

 

Todo ese día fue de ansiedad para ellos. Cerca de la diez de la noche llegó Adams, con máscaras, ganzúas, cordeles y llaves maestras para abrir cerraduras.

Los jóvenes le franquearon sigilosamente la entrada. Le indicaron donde estaba el anciano, el cual dormitaba en su recamara. Adam les pidió no moverse y se dirigió al lugar indicado.

Durante minutos que parecieron eternos, se oyó un forcejeo, tal vez de resistencia, pero paulatinamente los ruidos cesaron. Minutos después salió Adams, sudoroso y agitado. Dijo que el hombre se defendió mientras pudo, pero estaba muerto.

“Bueno, dijo Adams, ahora debo hacer la segunda parte del plan. Kevin, debo atarle.”

El muchacho se dejo amarrar las manos a la espalda, con apretados nudos. Luego le pidió que girara y al hacerlo, Adams le asestó un puñetazo en la cara, dejándole un visible hematoma. En seguida lo tendió sobre un sofá muy amplio donde le ató los pies  junto con las manos. Todos lo  hizo   con amarras muy firmes. Finalmente lo amordazó con una gruesa cinta y le ató un cordel al cuello y otro a un extremo del sofá. “No se mueva ni tire, le dijo, porque el cordel se apretará y podría ahorcarle”.

Terminada esta faena, Adams se volvió hacia Orivela, que miraba asustada y temblando.: “Señorita, ahora debo ocuparme de Ud.”.

Estas palabras sonaron terribles en los oídos de Kevin. Recién advirtió que había dejado a su novia en manos y expuesta a la voluntad de un asesino. Pero ya nada podía hacer. ”Por favor, dijo Adams, quítese su blusa”, palabras que subrayó extrayendo una daga automática que abrió a centímetros del rostro de la chica.

Orivela vaciló, pero se dio cuenta que no tenía más opción que obedecer. Se quitó la blusa blanca, lentamente, quedando solo con el pequeño sujetador, que era semitransparente y dejaba ver sus bellos senos. El hombre tomo la prenda y la rasgó con su cuchillo. “Se supone que Ud. fue atacada”, expresó, mirándola con un gesto de lujuria salivosa que la chica ya había advertido en el hombre.

“Por favor, dese vuelta para atarla”.

La chica obedeció. Pensó que mientras más luego terminara todo, era mejor. El hombre puso dos sogas en sus muñecas, pero no las amarró, sino que las sujetó con su mano. Luego con su daga, cortó los tirantes del sujetador de la joven, el cual cayó al suelo, tras deslizarse por su cuerpo. Sus senos, de pezones rosados y deliciosamente erguidos quedaron desnudos.

“Por favor, dese la vuelta”, dijo el hombre, con vos gutural, temblorosa de deseo.

La chica vaciló, pero finalmente giró y quedó con los pechos desnudos frente al sujeto. Éste   miró ávidamente, por algunos segundos, los senos erguidos de Orivela, mientras ésta sentía un rubor de vergüenza que le recorría el cuerpo. La mandíbula inferior de Adams se entreabrió, casi acezando de lujuria.

Rodeando el cuello de la chica con la mano que sostenía la daga, la hizo caminar hasta una recámara de la mansión que se veía a la izquierda. El aroma de su perfume hizo más ardientes sus oscuros instintos.

Adams la hizo sentarse en ella y luego ató una de sus muñecas a un pilar de la cama.

Tras ordenarle tenderse, Olivera obedeció temblando cubriendo sus pechos con la mano libre, pero Adams la tomó y la ató al otro extremo de la cama. La chica quedó con los brazos abiertos y sus pechos generosamente expuestos a los ojos casi desorbitados del sujeto, quien revisó las ataduras para asegurar su firmeza. Una sudorosa  turbación, traspasó a la joven.

Desde el lugar, donde estaba sólidamente amarrado, Kevin pudo observar impotente y angustiado toda la escena que vendría.

Las ásperas manos de Adam recorrieron los brazos tersos de Orivela y luego acariciaron ávidamente los senos suaves y  firmes, tan acechados por él en esos días. Sus manos eran callosas endurecidas por faenas diversas. Su aliento olía a tabaco y alcohol. La chica intentó resistirse, pero el sujeto, con voz bronca, le dijo: “Se supone que Ud. fue violada por el asesino y le pido que ponga la mayor resistencia para que queden rastros  creíbles por la policía”.

La joven mantenía su minifalda que el hombre arrebató de un tirón, las pequeñas bragas fueron cortadas por el filoso cuchillo. El pubis de la chica, de vellos rubios, finamente depilados, fue mirado con ansiosa lujuria por Adams, las piernas intentaron cruzarse en un vano intento por cubrirse. El sujeto respiraba animalmente, presa de brutal excitación y su pene era una piedra.

El hombre empezó a desnudarse parsimoniosamente. Finalmente quitó sus pantaletas, quedando su erecto y macizo pene expuesto a la vista de la temerosa joven. “Por favor, murmuró Olivera, esto no es necesario, puedo pagarle más aún”

Adams, casi babeando, solo atinó a decir. “Desde luego linda, me está pagando”.

El hombre, completamente desnudo, se acostó sobre Olivera. Besó su cuello e intentó vanamente que respondiera a un beso con su boca, luego descendió hasta sus pechos y succionó sus pezones que no tardaron en erguirse. Durante largos minutos besó y manoseó  los senos. La chica sintió el duro y caliente pene del criminal entre sus piernas, las cuales mantenía muy juntas. La boca, húmeda, pulposa, casi hambrienta de Adams llegó hasta su ombligo donde su lengua se entretuvo hurgándolo. Mientras tanto sus manos, con supremo deleite, cogieron sus torneadas nalgas, bajando hasta su vagina donde sus dedos intentaron entrar, pero sólo lo lograron a medias por la resistencia de la chica. El lugar se estaba humedeciendo y era tibio.

Ya con su rostro a la altura del pubis, el sujeto forzó con firmeza sus piernas e introdujo su lengua en la vagina, tratando de tocar su clítoris. La joven intentaba  contener sus gemidos, pero sentía un extraño calor que atravesaba su cuerpo, nunca experimentado antes en sus relaciones con Kevin. Pero no podía ceder ni entregarse.

Entonces Adams volvió a besar la cara de Orivela. Se montó con sus piernas abiertas sobre el pecho de la joven y colocó su pene, erecto al máximo, en el rostro de la muchacha. Los vellos negros e hirsutos le parecieron asquerosos. Desde luego, la chica rechazó al intento que hizo Adams para  que lo succionara. Entonces el hombre, hábil en estos afanes, apretó la nariz de la niña con sus dedos y ésta se vio obligada a abrir la boca para respirar y Adams metió su pene hasta casi la garganta de la joven. Sintió el violador la tibieza de la lengua femenina, que intentaba expulsar el miembro.

El momento de la penetración se acercaba. Ya el hombre había recorrido su cuerpo y deleitándose con él palmo a palmo. La chica seguía intentando oponer resistencia, pero ésta era más débil. Adams pudo entreabrir sus bellas piernas y se ubicó entre ellas, las tomó por las rodillas y las levantó. Esta vez la vagina quedó totalmente expuesta e indefensa al feroz apetito. El hombre colocó su miembro, rígido, a la entrada del tierno orificio y empujó levemente. La chica emitió un suave quejido. Pero luego la penetró feroz y violentamente hasta tocar lo más íntimo de su sexo. Esta vez Orivela dio un ahogado grito y sintió los duros vellos de los testículos raspando sus nalgas. Adams se mantuvo unos segundos  la penetración sin moverse. Uno de sus gruesos dedos, se introdujo en el ano de la chica, en toda su extensión, haciéndola sentir una experiencia nunca percibida antes.

Adams comenzó a moverse rítmicamente, con experiencia de hombre avezado. La chica intentaba sujetar los quejidos que le producía ese instante, con mucho de temor y algo de placer. El hombre tenía ambas manos en sus nalgas y acezaba guturalmente, casi ebrio de lascivia. De pronto llegó la eyaculación, abundante, caliente, que llenó su vagina y cayó a la cama. Una baba sinuosa se deslizó de la boca del sujeto, a la vez que emitió un bestial sonido gutural de placer. Tras unos segundos, sacó su pene, algo disminuido.

“Perdona, voy a bañarme”, dijo el hombre entrando a la ducha de la toilette inmediata. Orivela sintió caer el agua y luego salió desnudo secándose. La chica no pudo evitar comparar el grueso pene del criminal, con el de su novio, más disminuido en tamaño.

“”Vas a bañarte también”, dijo Adams, procediendo a soltar las ataduras de la chica. “No quiero que la policía tome muestras de ADN mañana”. Adams volvió a atar sus manos a la espalda y la llevó a la ducha, allí la mojó abundantemente, jabonándola y obligándola a abrir las piernas y lavó cuidadosamente su vagina, con sus gruesas manos. Todo aquello excitó nuevamente a Adams, quien, poniéndola contra la pared, la penetró  analmente durante algunos minutos, aun cuando sin eyacular.

“Te debo dejar atada”, dijo el hombre, mientras se vestía.

La chica quedó con las ligaduras a medio apretar para que pudiera desamarrarse. El criminal abandonó la casa y Orivela corrió a desatar a Kevin, quien le confesó haber escuchado todo. Pero ambos entendieron que era el costo que debían pagar.

Finamente, la argucia de los jóvenes resultó y Orivela fue la heredera de la anhelada fortuna.

 

26 Lecturas/29 septiembre, 2025/0 Comentarios/por colville
Etiquetas: culo, hotel, madura, mayor, sexo, vacaciones, vagina, viaje
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