El destino de un niño
La historia de Abel, un niño con un padre abusador que busca la libertad.
Estaba harto…
Pensaba mientras mi padre lamía mi pene, que por alguna razón estaba parado, ¿como era eso posible? me decía a mi mismo.
Él comenzaba a desvestirme cuando seguía dormido, bajaba mi pantalón y comenzaba el día de esta forma.
Odiaba que me tocara, en serio lo odiaba, desde que tengo recuerdos siempre me hizo cosas así casi todos los días, mi primer recuerdo de el que tengo fue que me hacía chuparsela miemtras me decía que eso le daba mucha felicidad, tal vez yo tenía como 5 o 6 años, no se bien, pero si recuerdo que yo sentía que era un niño bueno por hacer feliz a mi papá, pero con el tiempo se volvió agresivo, frío y siempre parecía que solo me tenía para seguir teniendo sexo conmigo, pero ahora tengo 10, y ya no me engaña, y yo no puedo seguir aquí.
Justo era ya la tarde, mi padre se había ido después de haberme metido su pene como casi todas las mañanas, así que pasé el resto del tiempo tomando las cosas que me iba a llevar.
Solo metí un poco de ropa en mi mochila, una botella de agua y tomé el dinero que mi papá metía en una lata que ocultaba siempre, no de mi, pero si según de algún ladrón que entrara.
Me sentía listo, eran casi las 5, mi padre salía a las 6 de la tarde, era tiempo de salir, sentía miedo, pero tenía más miedo de quedarme en casa.
Me llamo Abel, tengo 10 años, y en 2 meses cumpliré 11 y hoy me voy, voy a ser libre.
Cerré la puerta y comencé a caminar, miré mi casa una vez más, era bonita, pero mi papá lo hacía un lugar horrible con sus golpes y su forma de tocarme.
Caminé por casi una hora hasta llegar a un crucero y tenía 2 opciones, la primera era irme a la zona del centro, y la otra era caminar por la pista.
Si me iba al centro sabía que sería encontrado con más facilidad así que me fui por la pista.
Tenía un reloj y mostraba que eran 7:25 de la tarde, traté de detener algunos autos, pero ninguno parecía tener interés hasta que uno se detuvo, era un muchacho jóven, parecía apenas de 20 o un poco más, le sonreí y le pregunté si podía llevarme, asintió…
Se llamaba Leo, y era amable, pasamos casi 40 minutos hablando, mientras miraba alrededor del camino lleno de cerritos y árboles.
Me advirtió de los peligros que era subirme a los autos ajenos y que no importaba lo que pasaba siempre era mejor estár en casa, no le dije lo que me había pasado, aun así el solo me llevó hasta cerca de un pueblo pero tuve que bajar porque el se dirigía a otro lado.
Me dio un poco de dinero y nos despedimos.
Eran ya las 8:15 de la noche, mi papá seguramente ya sabía que no estaba, por muy tarde si salía a jugar yo volvía 6:30, y el no podía llamarme, nunca me dejó tener celular, y pronto logré detener otro auto.
Era una camioneta negra, parecía nueva o muy cuidada, esta vez fue un jóven que se veía más grande que el anterior.
– Hola chiquito, ¿por que estás tan sólo por aquí? –
Preguntó intrigado y con una mirada que parecía observar a todos lados.
– Estoy en un viaje, a casa de mi abuelita -. Mentí.
– Mmm, mira yo te puedo llevar a donde vive, pero primero haré algunas cosas, ¿te parece? -. Me dijo como deseoso de ayudar, o eso parecía.
– Si, está bien – respondí mientras subía – Me llamo Abel – seguí diciendo y extendí mi mano.
El me miró y dijo ignorando mi saludo.
– Abelito, tienes un rostro muy bonito – y acarició mi pelo.
Siguió el camino y así comenzó el día que decidí no volver a casa nunca más.


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