EL DIARIO DE PIRUCHA En la finca de Carmelo. De cogidas grupales y zoofilia
Estimado lector, nuestro protagonista quedó exhausto después de que se concretara su experiencia zoofilia aguantando la verga del potro que deseaba y con la que se deleitaba en sus nocturnos sueños calientes. Estuvo desnudo ofreciendo su carne abierta, ansiosa de recibir esa otra carne monstruosa, .
Estimado lector, nuestro protagonista quedó exhausto después de que se concretara su experiencia zoofilia aguantando la verga del potro que deseaba y con la que se deleitaba en sus nocturnos sueños calientes. Estuvo desnudo ofreciendo su carne abierta, ansiosa de recibir esa otra carne monstruosa, amenazante y erecta que la desgarró de un solo envión y que lo llevó al punto más alto de la conjunción de dolor y placer. Con la asistencia de los trabajadores del circulo cercano del viejo Carmelo, pudo llevar a cabo todo lo que tanto había esperado.
– Se despertó excitado y… extrañó el lugar en que se encontraba.
Un escalofrío y el corazón me dio un vuelco. De pronto sentí que mi culo latía con una fuerza e intensidad que me ocurría cada vez que había recibido una culiada.
Recordé que Arturo Zorro me contó en el camino que debíamos ir a la finca del viejo Carmelo a cubrir a una de las yeguas de raza que estaba en celo. Había sido mi compañero de viaje en el microbús que me trajo al pueblo. En esa ocasión, me obligó a mamarle su verga. Cosa que hice motivado por lo morboso de la situación. Acto seguido deslizó una mano hacia mi culo y palpó mis nalgas con descaro.
-Y este culito está buenazo, pa que voy a decir otra cosa. Me tomó la mano y la llevó hacia su pene que asomaba la cabeza en la abertura del marrueco. No me hice de rogar y apreté una gruesa verga que no alcanzaba a cubrir completamente. El campesino me tomó la cabeza y levantó la manta y me cubrió completamente. Sus intenciones se cumplieron a cabalidad porque empecé por lamerle su verga para intentar meterla en la boca. Solo pude llegar a cubrir el glande y parte del tronco. Con una mano me magreaba el culo y con la otra empujaba mi cabeza. Aceleré la mamada cuando sentí un grueso dedo meterse en mi agujero y empujarlo cada vez más adentro.
El fin del viaje se aproximaba y la acabada ocurrió unos cuantos minutos antes de la llegada. Tragué parte del espeso semen y me limpié la boca con el dorso de la mano.
El gordo destapó la manta y salí azorado desde el interior.
Al despedirse, me dijo:
-Vaya a verme, pues. En mi rancho, lo pasaremos bienazo. Allá le hago cariño con un queso asao y mate y algo de sobao. Tengo caballos para que pueda montar y pasarlo bien, mi jutrecito.
Asentí con la cabeza. La verdad es que no tenía que rechazar a priori lo que podría ser una escapada dentro de mis planes de puta zoofílica en ciernes.
Cuando llegamos el campesino me había saludado efusiva y socarronamente:
-Por fin se decidió a venir el jutrecito y verá que aquí le vamos a hacer cariño y todas esas cositas que le gustan. Se sobó el paquete y sonrió picarescamente.
Carmelo era un patrón de fundo, rechoncho, musculoso, de manos grandes y uñas largas y negras de quien trabaja la tierra. Cara curtida, cejas tupidas. Bigotazos que me excitaban desde siempre. Nunca supe por qué. Pero me sentía caliente con hombres de esa estampa. Despertaban la putita escondida que siempre me ha inducido a ofrecerme para el uso sexual de los machos y si eran maduros y rudos, mejor aún.
Me había besado mientras sus manos agarraban mis nalgas y las abría. Me había arrinconado y de un movimiento rápido me había bajado el pantalón, corrido hacia un lado el hilo dental e introducido de un solo empujón su gruesa pichula. La vez que la había mamado, no pude tragarla como hacía siempre con los picos que degustaba hasta hacerlos explotar y tragarme el licor que me embriagaba. Solo su cabeza había entrado y lo envolví con mi lengua hasta el final…
Un gemido salió de mi boca, pero lejos de ser de dolor, lo era de calentura. Había amanecido excitado por la aventura zoofílica que culminó el día anterior y había recibido una penetración como el mejor comienzo.
-Me gusta que el jutrecito aguante mi machete obediente y mansito como una perrita. Me había alabado en su manera directa de referirse sin rodeos a lo ocurrido.
Usé la voluptuosidad que imaginaba que lo hacían las putas de experiencia. No había tardado en correrse y llenarme el culo de caliente semen.
-Vamos a corral. Allá le tengo una sorpresa, patroncito.
Me había dicho mientras me subía el pantalón y me llevaba del brazo.
Llegamos al corral y en medio de los caballares se distinguía un burro.
-¿Le gusta ese burro que saca su penca ahora? Abrí los ojos desmesuradamente.
Efectivamente, era uno de mis deseos probar ser culiado por un burro. Y ahora Carmelo lo ponía a mi alcance.
De solo imaginar esa larga herramienta entrando y saliendo de mi culo, me puso a mil por hora.
Absorto en esos lascivos pensamientos fui interrumpido por la aparición del viejo.
Me siento una verdadera puta a su lado. Me atrae su manera de tratarme como su propiedad, su desaliñada apariencia y, sobre todo, su olor característico de macho cabrío me producía una especie de mareo que me seducía de inmediato y me obligaba a hacer lo que él deseara.
-Buenas, mi amigazo. Por fin volvió a la vida de estos pagos. Se dio una dormida de aquellas y espero que ya esté listo para lo que tengo para usted, ahora que será mi invitado…
-¿Qué pasó con Arturo Zorro? Pregunté inquieto.
-El muchacho lleva la nombrada a mi compadre de que se quedará unos días en mi finca para que conozca como es esta tierra y su gente. Se refería a que uno de mis tíos era ahijado del Carmelo.
Eso me tranquilizó así que estaría en manos del viejo y su lujuriosa vida.
-Primero hay que llenar ese estómago que debe estar ansioso por recibir algo de comida…y después le damos a los demás placeres. Dijo el viejo con su sorna característica.
-¡Marito! Apareció un chico con modales y formas femeninas.
-Diga, patrón.
-Ven para acá, maricón. Saluda al joven.
-Buen día, patroncito.
– Oye, Marito,dile a la Carmencha que traiga el desayuno al joven.
El chico salió rápidamente moviendo exageradamente sus caderas que alborotaban un culote apetitoso.
Después de un opíparo desayuno, Carmelo hizo ensillar a dos yeguas y me invitó a recorrer la finca. Lo que no sabía era que el mañoso viejo había montado una escena que solo podía ocurrir en las lejanas tierras de la fantasía.
Nos internamos en un sendero que nos llevó a un lugar entre frondosos árboles. Todo iba bien hasta que de pronto fuimos interceptados por dos encapuchados armados de escopetas que nos cortaron el paso.
-La bolsa o la vida.
Intentamos dar la vuelta y huir, pero había otros dos encapuchados que nos cortaban la retirada.
Carmelo intentó llevar su mano al cinto donde llevaba un revólver.
-Ni se te ocurra, viejo culiado. Tira el pistolón al suelo si no quieres que te vuele la cabeza.
– Tú. Desmonta y ponte de espaldas con el viejo.
Carmelo había descendido de la cabalgadura y se puso de espaldas. Bajó uno de los encapuchados y nos vendaron y maniataron.
-Ya, caminen, mierda. Nos espetó el que hacía de jefe.
A tropezones y con dificultad intentamos cumplir la orden.
Llegamos a un lugar en que nos separaron.
-Ahora vai a ver lo que te espera si querís seguir viviendo. El cabecilla se dirigía a mí.
-Empelótenlo. Me desprendieron de toda mi vestimenta y quedé desnudo y a merced de los forajidos.
– Híncate, mierda. De rodillas sentí que se me acercaba uno de ellos y me hacía abrir la boca mientras otro me introducía violentamente la verga hasta la garganta. No podía respirar y me ahogaba. Una sucesión de metidas y sacadas culminó con mi boca llena del semen del asaltante.
-Ahora ponte el cuatro para que te den verga, mierda.
En cuatro y con el culo levantado, esperé que me culiara el primero, porque sabía que no solo uno me haría su perra.
Efectivamente, los cuatro pasaron por mi adolorido trasero dejando su carga de semen y escupitajos. Con la incertidumbre de no saber qué pasaría después, me era imposible satisfacer el morbo que me produciría en otras circunstancias ser cogido por cuatro machos dotados de grandes vergas.
Una vez que se agotó la ronda de violadores, el jefe se acercó amenazante y con rudeza introdujo el cañón de su arma en mi culo.
-Ahora vai a sentir tu última culiada. Escuché el sonido que se produce al amartillar el arma.
Esperé la detonación.
Mientras por mi cabeza pasaban las escenas de lo ocurrido en las últimas jornadas.
(Continuará)
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