El facilitador- Historia de Ana y Andrés I. Bisexual
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
-Hace algunos meses-
En algún momento sucede y cuando le sucede a gente como él, no suele ser fácil. La culpa les corroe el placer nuevo y les invade una suerte de vergüenza que los vence. Pero no les va a ganar por siempre, cada día será más fácil alcanzar el deseo y el placer de obtenerlo comenzará a cubrir su cuerpo.
Lo he visto demasiadas veces en estos años.
El, Agustín, sintió el placer sin permitírselo, fue como una bocanada de aire entre tanto ahogo. Yo sabía que lo conseguiría, quizás el brillo de sus ojos, o la energía de su cuerpo lampiño y armónico. No lo sé, pero lo sentía.
Cuando nos presentaron, sabíamos los dos que teníamos un trabajo por hacer. Lo llevé a mi casa, donde mi esposa nos esperaba para comenzar la placentera tarea.
Esa primera vez, después que Agustín penetrara a mi novia con su pene recto, normal, algo moreno. Me afirmé detrás de él y con solo rozarle mis dedos llenos de crema en la redondez de su ano, su lívido se desvaneció y sobrevino un tímido forcejeo. Lo inmovilicé de inmediato, mientras mi esposa lo atenazaba con sus piernas y brazos sobre el sillón. Le hice sentir con rudeza mis 22 centímetros en dos estocadas, donde mi ancho pene de 7 centímetros arrasó con su voluntad. Mi esposa le susurraba palabras bonitas, mientras el sentía como lo clavaba fuertemente, paralizado por mis musculosos brazos que lo sostenían fuerte, tan fuerte como entraba mi miembro por su ano.
No era la primera vez que alguien lo intentaba, pero si, era la primera vez que alguien lograba colmarle su culo redondo y lampiño con un grueso pedazo de carne.
Pero de esos días a estos, Agustín ha progresado, en contra de sus represiones.
La última mañana se fue comportando con mi novia y conmigo como se esperaba. Si le indicaba con una pequeña seña que debía colocarse en mis entrepiernas y sacarme la pija para que la mame, lo hacía con obediencia correcta. Con mi novia, con quien pasaba más tiempo, fue transformándose en un gatito amable y educado, aceptando, incluso la imposibilidad de usar su pene para nada más que para hacer sus necesidades. Había conseguido en esos días tener orgasmos, de rodillas entre las piernas de ella, pasando su lengua húmeda por la vagina, mientras ella miraba la televisión despreocupada por placeres ajenos.
Su buen comportamiento le permitió utilizar a veces su miembro y él lo agradecía con un empeño notable.
Lo más complejo fue que él pudiera penetrar a mi esposa en mi presencia y dejarse penetrar en presencia de ella o a solas. Si bien nunca contemplé sus súplicas, debía obligarlo brutalmente para que se comportara en la intimidad conmigo como debía. Pero poco a poco fue entregándose. Al comienzo por miedo, a mis golpes o a los latigazos de mi esposa, pero gradualmente comenzó a despertarle el placer.
Porque su placer radicaba justamente en eso, en ser humillado, solo que para él no era tan claro como para quienes lo percibimos.
Hablé con Don Esteban apenas llegué a mi oficina para comunicarle que mi trabajo ya estaba concluido. Para decirlo en otra forma, Agustín, ya estaba entrenado como él lo había solicitado.
Básicamente, me dedico a eso. A satisfacer al cliente en sus necesidades más básicas y complejas. Hace años facilito desde lo sexual la vida de acaudalados y acaudaladas sin juzgarlos, solo cobrándoles carísimo por mis servicios.
Don Esteban, es un cliente que lo conocí por amigos en común, estaba interesado que el muchacho ya esté listo para satisfacer a su mujer y a él, sin tener que pasar por ningún entrenamiento. No les parecía divertido eso, lo necesitaban utilitario a sus necesidades.
Y mi trabajo con Agustín fue precisamente ese, dejarlo dócil para el.
Como en todo buen negocio, la veta comercial apareció ocasionalmente, hace unos diez años, cuando comenzaba a sentirme grande para seguir siendo un muchacho de pago, un cliente me pidió que desvirgara a su futura novia. Algo que me pareció rarísimo, pero considerando el dinero que me ofrecía acepté.
Y cuando me quise dar cuenta, ya había instalado mi negocio en un barrio coqueto, bajo la apariencia de una consultora moderna.
El circuito del entretenimiento para personas adineradas, suele tener diferentes dimensiones vinculadas. Donde ellos creen tener el poder que les da el dinero, pero no suelen tener ni la astucia ni la capacidad de satisfacer sus necesidades. En ese andar es donde entro yo y algunas personas más. Es obvio que no se trata solo de relaciones públicas. Se trata de dejar conforme al cliente, porque ese cliente va a volver por más sin preocuparse demasiado en el dinero a desembolsar.
Esta vez, Don Esteban y su esposa harían un cambio. Al parecer querían variar de gustos y me entregarían a la primera sumisa que les conseguí, y yo les entregaría a Agustín.
La sumisa se llamaba Ana, no la veía desde una orgía tiempo atrás donde la esposa de Don Esteban la paseó por entre los invitados en cuatro patas, desnuda y ofrecida para todo aquel que quiera poseerla. Ana era bella cuando se las entregué, se la veía más bella cuando en cuatro patas se metía mi miembro entero en la boca ahogándose con todo lo que pudiera abarcar y luego se retiraba para mirarme y toser con sus ojitos llorosos.
Pero había cumplido su ciclo.
Agustín fue recibido en la casa con alegría, Don Esteban tuvo que levantarle el mentón para que el muchacho lo mirara y esa sumisión lo llenaba de satisfacción.
Ana se fue conmigo hasta la oficina con un bolso donde cabía su vida de tres años en la casa. Allí hablamos primero de negocios, aunque Ana ya se había apartado de ese tipo de frivolidades, se mantenía sumisa, delicada y sobretodo entregada.
Le expliqué el monto que aún tenía de su divorcio, el porcentaje que me correspondía en la venta y me detuve a mirarla, solita en el sillón con las piernas un poco abiertas, la mirada al piso, las manos en sus rodillas. Me gustó verla así.
– Ana, ¿Qué vas a hacer ahora?- le pregunté
– Que me sugiere- digo dedicándome una veloz mirada- ¿no sabe de algo para mí?.
Era evidente que su lugar era ese, Su sumisión, había sido el estilo de vida más placentero que había probado en sus pocos años y quería seguir sintiéndolo.
Me seducía su imagen, pero tenía claro que debía proponerle algo para seguir manteniendo en éxito mi trabajo.
– Podría conseguirte- dije pausadamente viendo sus ojitos esperanzados- voy a ofrecerte a un par de conocidos.
Ella me dedicó una sonrisa y yo le devolví también el gesto.
– Mientras tanto, quiero que te arrodilles sobre la mesa ratona frente al sillón y esperes con las manos en tu espalda.
Ana pasó más de cinco horas esperando. Hasta que terminé de trabajar.
La tomé de los pelos y la apoyé contra la pared, llevándola en puntitas de pié, ella suspiró aliviada. Le restregué mi cuerpo aplastándola, dejándola pequeña entre el concreto y yo. Busqué entre su falda y al encontrar que su entrepierna estaba desnuda y que con mis manos le recorría su vagina mojada y su culito, me excité tanto que apenas tuve tiempo de bajar la bragueta, ponerme un preservativo y destrozarle el ano con fuerza para que grite de placer. Una y otra vez le sacaba el miembro y volvía a penetrarla y ella, una y otra vez ella volvía a gritar.
Hasta que la arrodillé para que se tome toda mi leche.
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