El gordo y fuerte señor dueño de un Border Collie 4
Hay cosas que por mucho que se practiquen no se llegan a dominar.
Lo que sucedía en esa biblioteca era extraordinariamente lujurioso para mi. Era impresionante el cuerpo orondo y muy robusto que poseía aquel señor, y un prodigio de la naturaleza que calzara tan bello y grueso falo. Quizás por ser tan poco experimentado me parecía enormemente poderoso y me erotizaba de una manera diferente a todo lo que conocía.
No lo sabía en ese momento, pero Don Ernesto, su cuerpo, su polla, su manera de ser, de vestir, de comportarse, su edad, etc, sería el tipo de hombre que desearía sexual y afectivamente el resto de mi vida. Era tan macho que cabalgándole su pollón ya en completo éxtasis, no tuve otra opción que asumir un rol femenino. Yo no era afeminado. No tenía pluma y ni siquiera me consideraba maricón, pero cuando me sodomizó mi primera vez algo muy fuerte en mi interior me hizo sentir una mujer, y además, su forma de hacerlo, de acariciarme mientras estaba dentro de mi, me hizo sentir amado y deseado.
Mientras subía y bajaba su badajo apoyando mis manos en sus poderosas y sexys rodillas eyaculé fuertemente. Entonces emocionado por lo que sucedía me recosté sobre su torso. Mi espalda se arqueó ante su voluminosa y dura barriga. Notaba su palpitar intenso dentro de mi ano. Parecía estar muy cómodo así. Acariciaba mis delgados brazos a la vez que me besaba repetida y suavemente los hombros. Estuvimos así unos cuantos minutos y lejos de que su miembro se descinchará, lo notaba cada vez más fuerte.
No hablábamos. No decíamos tacos. Apenas gemíamos concentrados en el placer. Mi culo me ardía y decidí que era mejor salirme para complacerle devotamente como él quisiera y pudiera correrse tan bien como me lo había hecho hacer a mi. Él mismo fue ayudándome subiendo lentamente mi culo agarrado por sus grandes manos mientras yo me incorporaba. Salió toda y tuve la sensación de vacío. Sentí que me faltaba algo importante. Me llevé la mano al ojete y me asusté al palpar el agujero en que se había convertido. Miré mis dedos embadurnados por una mezcla de sangre y líquido pre-seminal, y al observarlos me invadieron unos sentimientos encontrados de repugnancia y felicidad. Ya nada sería igual.
Me giré hacía Don Ernesto y lo encontré de pie con los brazos en jara y las manos en su cintura muy serio, como esperando a que yo actuase. De su poderoso y musculado tren inferior destacaban los gemelos y los muslos grandes y duros, y sobre todo aquella tremenda polla que ejercía un ángulo de 45º hacia arriba que casi tocaba con su redondo barrigón. De ella colgaban enormes, unos preciosos huevos del tamaño de dos pelotas de golf que se distinguían perfectamente dentro de su caído escroto desinflado. “No te preocupes por la sangre, es normal la primera vez” me dijo suavemente pero con su voz grave, y diciendo esto empezó un leve balanceo de aquel cuerpazo hacia delante y detrás con sus pies inmóviles. Era impresionante verle con la camisa abierta, la rebeca de punto con botones y los pantalones y calzoncillos todavía en los tobillos, exhibir su cuerpo sin ningún sentido del pudor, la vergüenza o el ridículo como solo un macho que no repara en esas cosas puede hacerlo.
No hubo nada que decir. En seguida me arrodillé ante aquella viril escultura, agarre su polla con mi mano derecha que no llegaba a abarcar de lo gruesa que era y la empecé a besar delicada y repetidamente. A continuación besé sus huevos de la misma manera y me interrumpí un momento mirando hacía arriba. Estaba en la misma posición y me miraba con una especie de mueca en la boca. Me intimidaba su físico. Yo era tan delgado y el tan gordo y fuerte que quería que me protegiera no se de qué. “Te gusta?” Le pregunté. “Mucho” contestó serio y breve. El Catedrático en sus 55 años de edad y yo en mis 18 perfectamente podría ser mi padre, incluso mi abuelo, y aunque había soñado íntimamente estar con algunos señores de su tipología que conocía o veía por la calle, él sin duda era uno de los mejores machos gordos que había podido observar y ahora me había hecho suyo.
Yo no era erudito en el asunto pero su pene me resultaba magnífico. Era recto, ligeramente mas grueso en la base y proporcionado coronado con un glande rosado que resaltaba a la vista del conjunto. Calculo que estaría en torno a los 18 cm de largo por 5 de grosor, y emitía un olor agradable no muy fuerte pero si lo suficientemente contundente a macho. Empecé a lamerla con la lengua como si fuera un helado y acto seguido me metí la cabeza del tronco en la boca y la chupé con dedicación sibilina. La sentía dura y tremenda. No llegaba a engullir ni la mitad de su longitud y él ni se movía de la postura en la que estaba. Estuve chupándosela un buen rato con los ojos cerrados, y como novato que era quería saber si lo estaba haciendo bien. Por lo tanto abrí los ojos y miré su cara. Tenía la boca abierta y los párpados caídos con la cabeza ligeramente inclinada hacia detrás.
De repente empezó a sacudir semen en mi boca que yo contuve como pude pero no tragué. Se estaba corriendo a chorros con una torpe mamada de un joven que había desvirgado minutos antes. Parte de esos chorros caían por mi barbilla después de rebotar en mi orificio bucal. La lefa era algo demasiado novedoso como para querer tan pronto ser bautizado con ella y con asco la escupí. En ningún momento hubieron palabras, si acaso algunos jadeos propios de tal momento.
Ni le chupé los restos de corrida de su polla dejándosela limpia y reluciente, ni nos besamos como final, ni nada de lo que siempre se escribe en esta página y que tanto me aburre leer por la falta de ingenio. Simplemente me levantó del suelo como si fuera una pluma y me llevó en sus brazos a la cama de matrimonio de su dormitorio dejándome acostado boca arriba en ella con suavidad. Me cogió los pies y los puso en sus hombros de manera que mi culo quedó debajo de su barrigón y su gran polla fue lentamente, centímetro a centímetro, entrando en mí de nuevo. De mis ojos brotaron algunas lágrimas a la vez que él acariciaba mis piernas con sus tremendos brazos cuando era penetrado.
La felicidad no es algo a lo que uno pueda aspirar. Sólo se compone de varios momentos de hermosa plenitud e intensidad a lo largo de la vida. Aquella tarde en que Don Ernesto me inició analmente, fue el instante más bello, sexy y morboso de mi vida.
Continuará…
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