El obstáculo de la inocencia.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
La fluctuación desgastante entre la carga cada vez con mayor peso de aquel incierto erotismo en mi ser, y la lisa y llana inocencia, eran dos corrientes compitiendo entre mis venas.
Quizá, por ese entonces, cuando una novedad es recibida con todo su ímpetu y frenesí, la entrega puede ser confusa, atemorizante; cómo si al ganar la distancia deseada, se perdiera la que alguna vez nos mantuvo a raya frente al mundo encendido de la tentación.
Tiempo atrás, al tener la edad de trece, era yo aquel ya adolescente que luchaba de continuo con sus emociones y virtudes.
Siempre en franca lejanía contra los defectos.
No era ciertamente el joven dado a los deportes, pues mi cuerpo siempre ha sido desgarbado y delgado.
Pesaba cerca de quince kilos menos que aquellos de mi edad.
Además de retraído, mi timidez no podía ser más obvia.
Sin embargo, era esa la edad de que mil mariposas revoloteaban en las entrañas, y las mías sentían más fuerza y vigor, cuando observaba a mi tía.
Siempre estaba con ella, debido a algunas cuestiones poco interesantes a este relato.
Aún recuerdo la primera vez que miré a mi tía con aquella extraña mirada, mezcla de deseo y duda; estaba ella de pie frente al fregadero.
Su cuello largo y níveo, bien formado, se hallaba descubierto, pues su cabello holgado en un bien realizado peinado, realzaba su enseñoreada figura.
Imponente, debido a su porte, no parecía una simple ama de casa, lavando platos.
Un hilo negro rodeaba su cuello, para caer en el frente en un delantal finamente entallado a su cuerpo, y su vestido blanco y pulcro, contrastaba con el color fuerte, pero demostraba la evolución de la adaptación a sus atuendos.
Usaba además, unos guantes largos de hule color azul claro que casi le llegaban al codo.
Y sus pies siempre finos y bien formados, calzaban unas zapatillas de tacón de aguja.
Era soltera, y aún lo es; lo cual nunca motivó en futuros días a mis celos.
Así, mientras limpiaba en el fregadero, y sus guantes se llenaban de blanca espuma y relucían su color con la humedad, no sé por qué, tal vez, debido a que ya experimentaba el deseo punzante en mis miembros pudendos, pero sentí una fuerte erección.
Sentado junto a la mesa, observaba el bello talle de mi tía, y mi frente perlaba de sudor.
No soportaba mi fuerte deseo, era casi un fuego ardiente por todo mí ser, y ella la pira en la que me abrazaba.
Mi tía giró la mirada, y me sonrió, y esa sonrisa, me llevó a una realidad húmeda.
Como si adivinase la derrota de mi entrepierna, acarició con unos de sus guantes húmedos una de mis mejillas, siendo eso quizá, aquel inicio de mi fetichismo agudo por tales prendas.
Por varios días, la lucha interna superaba los simples motivos de la realidad.
Y en esa lucha, era yo un perdedor asiduo, pues la fantasía llena de eróticas imágenes, carcomían mi mente de continuo.
Por las noches divagaba entre sueños se sumisión, de perversión pura, y despertaba necesitado de expulsar aquello en el mundo real.
Para colmo, mi tía siempre guapa, se presentaba de continuo ante mí, y en mis adentros, rogaba por ser suyo.
No sé cómo, pero aquel pensamiento se posesionaba único de mi cabeza.
Pero la inocencia incapaz aún de desterrarse del ser mío, me prohibía actuar con la insensatez tan adueñada ya de mí.
No pude más, pues cuando un fuego arde, y sus llamas se extienden se necesita una poderosa entrega para oprimirle.
Mi tía era esa necesidad, lo sabía, lo sentía, cada punto en mi piel reclamaba su ser caer sobre mí.
Es dura la tentación, y un día, cuando leía poesía, alcancé a ver un bello verso, el cual reflexionaba sobre la virtud de amar.
“Amar es un sendero tortuoso, cuando se despide y no se otorgó a la tentación una bienvenida”.
Y cuando leía, todo el erotismo silencioso que en mi bullía, llegaba en torrente a la sola imagen de mi tía.
Valía soñar con aquellas letras, mientras mi tía era mía en los recónditos pensamientos secretos.
Entonces, llenó ya de una impaciencia, cuyo vapuleo en mis carnes de continuo era ya insoportable, decidí explorar mi cuerpo.
Aprovechando la ausencia de mi tía, me dirigí al fregadero, y cerciorándome que nadie me observará tras la ventana, tomé los azules guantes que escuálidos colgaban del fregadero.
Una vez colocados, noté que no me quedaban como a mi tía, pero humedeciéndolos en agua jabonosa, decidí ceder al tentador deseo de masturbarme.
Eché abajo mis shorts y mis calzoncillos, y comencé a tocar mi erecto pene.
Poco a poco lo manipulaba, mientras con los ojos cerrados, me encerraba en un fantasioso mundo lleno de gemidos, clamores lejanos y palpitantes voces.
Sentir mi desnudez entre aquellos guantes elevaba mi deseo, y era un bello paraíso no visto hasta entonces.
Mi propia voz jadeante resonaba en la soledad de mis ojos oscurecidos por la soñada imagen de mi tía.
Pero, deseando que aquel momento fuese duradero, me desnude por completo, y con aquellos guantes solamente, me revolvía en lascivos movimientos.
Mis manos, en una voluntaria rebelión, se paseaban por mi pecho, mi cuello, mis piernas, mi pene, hasta pensar que eran no mis manos sino las de mi tía.
Al poco, exploté, y sentí el más dulce descanso jamás sentido, la paz más envidiable; y me gustó saltar aquel obstáculo llamado inocencia.
Por supuesto, seguí con aquella secreta situación.
Apenas y me veía solo en casa, corría al fregadero y me colocaba los guantes azules, y exploraba todo mi cuerpo.
Sin embargo, debido a que no tomé las precauciones debidas, un día mí tía me atrapó.
La miré salir en su auto, y deseoso de satisfacerme, me desnude tranquilamente y me puse los citados guantes.
Empecé lavando los platos, y cuando hube terminado, aún con espuma, pasee mis azuladas manos por todo mi cuerpo, cerraba los ojos e imaginaba mil situaciones con mi tía; pero la que habría de vivir, estaba lejos de mi imaginación.
Ella había olvidado sus tarjetas de crédito, por lo que regresó rápidamente, y yo, absorto en mi locura desmedida, no me percaté de su llegada.
La miré de pie frente a la cocina, con los brazos cruzados y fijando una mirada muy aguda sobre mí, del susto, me puse rápido los calzoncillos y una camisa; pero mi tía se acercó veloz, y tomándome por los cabellos, sin que dijera nada, me sentó con cierta violencia en una silla.
Me ató con unas cuerdas las enguantadas manos húmedas aún.
No podía moverme, ya que sus nudos fueron precisos también en mis piernas junto a la silla.
Así, atándome fijamente, se llevó un dedo a su boca y besándolo con cierta lascivia, lo puso en mis labios.
__ ¡Ahora veras niño sucio lo que te espera!
Dicho esto, se alejó a su cuarto.
Mi corazón palpitaba mientras escuchaba como sus tacones se alejaban a medida que se perdía a su recamara.
Me encontraba muy apenado, jamás había pensado lo que diría si me descubriera, y esa vez era un mar de confusión.
Intenté desatarme, pero no lograba resultado favorable alguno.
Me resigné.
Pensé que me echaría de su casa, y me contristé en gran manera.
Mi erección rápidamente quedo reducida a un débil y escuálido pene, húmedo aún por los ajetreos de la apagada masturbación.
Entonces, mi corazón palpitó más fuerte, pues el temor a lo que seguía siendo indescifrable, se apoderó con gran viveza de mis sentidos, que no creía ver a los ojos a mi tía.
Escuché sus pasos, sus atronadores tacones al tocar el piso.
Y entonces, la observé frente a mí, cómo a dos o tres metros.
Mis ojos parecían salirse de mis orbitas al contemplarla.
Ahí de pie, alta y exuberante, vestía un vestido rojo de látex como si fuese una segunda piel.
Sus pechos parecían salir a borbotones de aquel ajustado conjunto brilloso.
Sus largas piernas daban termino a un par de sandalias de tacón alto, de un negro tan brillante, que el mismo suelo se reflejaba en su faz.
Su cuello blanco y bien formado se veía libre al haberse holgado el cabello.
Bajo su vientre se adhería un arnés provisto de un dildo color piel como de trece o quince pulgadas; lo cual me causó una profunda impresión.
Entonces, colocándose frente a mí, me abofeteo con un par de guantes de látex color negros, y mientras se los colocaba y notando que le quedaban finamente ajustados a la mitad del antebrazo escuché su voz sensual y maliciosa a la vez.
__ ¡Te gustan los guantes! Gozas al usarlos, pues lo que te espera lo disfrutaras.
Así, se inclinó y comenzó a desatarme, y apenas y sentí la debilidad de las cuerdas, quise echarme a correr.
Intenté ajustarme los calzoncillos, pero mi tía me tomó por los cabellos, y no pudiéndome liberar, aunque intentaba lo referido, noté cómo ella con cierta fuerza extraña, me sujetaba por las coyunturas tras las rodillas y me subió ante sí de modo que mi entrepierna quedase a la altura de su abdomen.
Me tenía fuertemente sujetado, y noté cómo con su mano izquierda, acariciaba mi ano.
Lo introdujo lentamente, lo cual me causó cierto dolor, pues nunca me habían penetrado así.
Ella, me decía con lascivia que no me dolería y que me tranquilizara, a la vez que me repetía lo de niño sucio.
Entonces, mientras mis piernas se columpiaban al ser sujetadas por sus brazos, centró su dildo justo en mi ano, y lo introdujo lentamente.
Aquello me causo un severo dolor, aunque lubricado y con un condón, era yo virgen.
Poco a poco aumentó sus embestidas, lo sacaba e introducía, mientras yo, incapaz de escapar, hube de pasar mis enguatadas manos sobre su cuello.
Mi débil torso se adhería a sus pechos tibios y duros, sin que sintiera cansancio alguno, me penetraba en aquel vaivén de mi cuerpo sobre su vientre.
__ ¿Te gusta niño sucio; te gusta que te domine lindo?
Yo no respondía a sus coquetas insinuaciones, pues aún sentía cierta pena.
Entonces, me observé en un espejo a sus espaldas, yo siendo cargado cómo un débil bulto por los largos brazos de mi tía, y veía con cierto ardor ya en mí, como era penetrado por ella.
Así, observando esto, y viéndome inofensivo, no sé porque, pero tuve una rápida erección.
Justo entonces, decidí cooperar, y ayude con movimientos voluntarios y mi tía lo notó.
Caminando aún mientras me cargaba, tomó asiento en una silla sin que el dildo saliese de mi ano, y ya en esa posición, cuando mis pies lograron tocar el suelo, empezó a manipularme el pene.
__ ¡No mi niño sucio, aún no debes explotar; móntate en mí y cabalga como si fueras sobre el lomo de un corcel!
Hice yo lo que me pedía, y colocando mis manos enguantadas sobres sus hombros, me desaté en un loco frenesí de movimientos de arriba abajo y de un lado a otro, mientras aquel dildo me penetraba constantemente.
Luego, mi tía me hizo poner de pie, y con algo de brusquedad, me giro de modo que mi espalda quedase ante su pecho, y sujetándome nuevamente de las coyunturas tras las rodillas, me alzó y esta vez me penetró de espaldas mientras me cargaba sobre sí.
Lo miré todo frente a un espejo y aquello me puso muy ardiente, de modo que gemí a más no poder, y ella, dejándome poner ya ambos pies en el suelo, pero teniéndome sujetado aún por su mano izquierda en mi vientre, con su derecha me masturbaba hasta que sin más exploté.
Aún tenía aquel dildo dentro de mí, lo cual supuso no sólo el fin de mi inocencia, sino el principio de una feminización voluntaria.
Entonces, sintiéndome débil, pero feliz, llevó sus enguantas manos negras a su sexo y adhirió aquel mi semen aun tibio.
Me tomó por los cabellos y me indicó que lamiese su vagina, depilada finamente, lo cual fue obedecido de mi parte.
Tuve otra erección y notando esto, me colocó a cuatro patas, y penetrándome con sus ahulados dedos, sujetaba mi pene hacia atrás y me masturbó nuevamente donde conocí el paraíso de aquel mundo de dominación.
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