EL OLOR A CHOTA DEL PIJUDO ARNOLDO, GUACHIN ABRECULOS
Continuación de DEBUT DE UN PIBE DE 14 CON LA ENORME PORONGA DE SU PRIMO DE 17.Y entonces, Arnoldo, el guacho abreculos, peló chota… ¡Uf! Se abrió la bragueta de la bermuda sucia que llevaba puesta, metió la mano en la abertura y sacó tal bestia que casi me desmayo..
Esta es la continuación de mi relato DEBUT DE UN PIBE DE 14 CON LA ENORME PORONGA DE SU PRIMO DE 17.
Por las dudas que no lo hayan leído, les dejo el línk: https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/debut-de-un-pibe-de-14-con-la-enorme-poronga-de-su-primo-de-17-2/
Cuando Arnoldo salió de esa casita prefabricada después de culearse a su primo de 14 años, me vio entre las retamas y me giñó un ojo apretándose el choto, inmenso por encima de la bermuda. Su primo Simón, que había salido primero, no me vio, pero Arnoldo sí. Cuando se manoteó semejante poronga, a la que que yo había visto reventando, recién nomás, el ojete de su primito, me caí de culo en la tierra.
Arnoldo dejó que su primo se fuera sin advertir mi presencia y se me acercó cagado de la risa por mi caída. El pendejo hijo de puta caminaba hacia mí sobándose ese choto que parado le alcanza a 26 cm por 8 de ancho y que yo había visto recién penetrar a Simón. Cuando llegó a mí, me extendió una mano para ayudarme a levantarme del suelo y me dijo de una:
—Dale, tío. No te hagas el boludo que sé que estabas espiando. Se te veía la silueta al otro lado de las maderas rotas.
Yo no salía de mi asombro y mientras yo me limpiaba las ropas, el pendejo desfachatado agregó masajeándose la poronga engomada por encima de la bermuda:
—¿Viste como me lo cogí, tío? Boludo, qué putito que es. Alta poronga se tuvo que comer… Pero se la comió toda, qué hijo de puta. Cómo se le abrió el ojete.
—Uf, —exclamé admirativamente y denunciando que no me importaba que el pendejo me hubiera descubierto espiándolo. Antes bien, siguiéndole el juego, le confirmé: —terrible poronga le metiste. Zarpado choto tenés…
El pendejo me siguió hablando en términos increíbles mientras no paraba de sobarse el bultazo en las bermudas, que se le iba engomando de vuelta, como si recién no se hubiera deslechado. Manoseándose ese choto, mi sobrino Arnoldo me decía:
—Uh tío, que suerte que te guste el choto que tengo. Lo tengo muy grande y este putito se lo bancó bien. ¡No sabés lo estirado que se le veía el agujero del culo cuando le sacaba la poronga y se la volvía a meter! Tengo una idea: si hoy te quedás a cenar acá, con mi familia y la de Simón, depués de la cena te muestro como me lo culeo de vuelta. Dejame que le digo y en un rato nos vemos en una pieza. No sabés cómo vemos a llenar la pieza con el olor a chota mío y el olor a culo de Simón. Todo para vos.
Yo denuncié mi putez exclamando casi como una nena excitada:
—¡Aia, dale! ¡Que lindo verte partirle el ojete a ese pendejo putito!
Arnoldo me guiñó el ojo y se fue corriendo, excitado y con una carpa en la parte delantera de las bermudas, hasta la casa de vuelta. Yo lo seguí, pero para ir al baño, porque después de lo que había escuchado necesitaba otra deslechada a mano porque la cabeza me estallaba de chota.
Al fondo, ya estaba atardeciendo.
*
Cuando los padres de Simón nos invitaron a comer a mí y a mi mujer y a la familia de Arnoldo, yo, por supuesto, dije que sí. Salí al pueblo (estábamos casi en pleno campo) a comprar unos vinos para la cena y cuando volví la mesa estaba dispuesta. Ya estaban todos sentados y solamente faltaba servir la comida. Me estaban esperando y antes de que ninguno de los adultos me dijera algo, el pendejo de 14 años, Simón, me dijo desde su silla, al lado de la de su primo Arnoldo, el guachín porongudo que le había abierto el culo hacía un rato:
—Aia, tiíto. Pensábamos que íbamos a tener que esperarte un montón…
Simón me habló tan aputosadamente que sus papás miraron para otro lado. Además de hablarme así, cuando dijo “pensábamos” apuntó a su primo entornando los ojos. ¡El pendejito ya había hablado con su primo para ser culeado por él delante mío! ¡Seguramente ya habría aceptado y le estaría chorreando el ojete de lo ansioso por ser cogido que estaba!
Que ya habían arreglado todo lo confirmé cuando Simón, el más pendejito, apuró la cena, saludó a todos, miró a su primo y después a mí y se fue para su cuarto moviendo el ojete. ¡La cara de Arnoldo mientras lo veía subir la escalera bamboleándole el culo!
Para disimular un poco, Arnoldo esperó unos veinte minutos y me dijo en voz alta, para que lo escucharan todos en la mesa (que ya estaba copeteada y en otra):
—Tío, ¿me llevás al centro ida y vuelta, que me olvidé la billetera en lo de un amigo? Es un toque nomás.
Obvio que le dije que sí y les aclaré a todos que volvíamos en veinte minutos, si total el centro del pueblo estaba cerca… Pero cada uno siguió en su mambo y nosotros nos fuimos sin que sospecharan nada.
Pero no agarramos el auto. No. Nos fuimos sigilosamente a los cuartos de arriba, a buscar la pieza en donde esperaba el putito de Simón, seguro ya con el culo en pompas y con el agujerito ya medio dilatado por la culeada que le había pegado el primo hacía unas horas nomás. Antes de llegar a la puerta de salida, lejos de la vista de los que se quedaron en el comedor, de sobremesa, subimos por las escaleras, que estaban al lado de la puerta principal. Nadie se dio cuenta de nada.
¡Cuando llegamos a la pieza de Simón! Hijo de puta… En efecto, ¡el pendejo nos esperaba con el culo abierto! Estaba en cuclillas en la cama, con una mano se abría los cachetes y mostraba el hoyo. Cuando nos escuchó entrar, chilló bien putito:
—Aia, primo… me estaba dedeando el agujero del culo. ¡Lo tengo tan estirado al ojete por la culeada que me diste hoy que me entra toda la mano!
Ante ello y el espectáculo, yo dije:
—¡Uh! Qué culo vas a detonar con esa chota, pendejo.
Y Arnoldo dijo en voz alta, como para que su primo supiera que le estaba hablando a él, pero mirándome fijamente a mi:
—Mirá la poronga que te vas a comer.
Y entonces, Arnoldo, el guacho abreculos, peló chota… ¡Uf! Se abrió la bragueta de la bermuda sucia que llevaba puesta, metió la mano en la abertura y sacó tal bestia que casi me desmayo. Ya la tenía gomosa, como de 20 cm de largo. Pesada. De 7 cm de ancho, todavía más hacia la base de la verga. Muy venosa, con una vena gigante en un costado que se ramificaba. Re marrón el tronco. La cabeza estaba cubierta por el prepucio. Apenas asomaba en la abertura el agujero de la cabeza. Sacó todo el aparato, con las pelotas, pesadas y como de 15 cm de largo, colgantes y negras.
Impresionante cómo de golpe se llenó el cuarto de olor a bolas. Tanto que desde la cama, más lejos que yo de esos poderosos genitales, Simón muy aputosadamente dijo:
—¡Aia, que olor tiene esa bolsa de pelotas que tenés entre las patas, primo!
Y si… Era como sentir un toro sudando cerca. Pero lo mejor fue cuando corrió para atrás el cuerito que la cubría e hizo aparecer la cabeza de la poronga. ¡Qué olor a pija reemplazó de golpe todo el aire de la sala! Todo se volvió la chota de Arnoldo, ese pendejo hijo de puta, de 17 años, que corriendo y descorriendo el cuerito que le cubría la cabeza de la verga, entró a sacudir el tronco, que empezó a tener proporciones increíbles. Yo no podía más que repetir «aia, aia, aia, qué choto», muy despacito, como para mí, para mi puto interno. Pero Arnoldo me miró y me dio la orden con sus ojos de que hiciera lo mío.
Y bajé. Y chupé.
Chupé desesperadamente la poronga de ese pendejo de 17 años. Primero la agarré con una mano, que no se pudo cerrar en torno del tronco, que ya medía 22 cm, muy gruesos. El olor que salía de la cabeza era de pis y culo, porque hacía poco se había culeado al putito de Simón y seguramente no se había lavado. Era embriagador y empecé a chupetear la cabeza, que cuando alcanzó la chota sus medidas completas, de 26 por 10 cm en la base (de cerca me di cuenta de que era mucho más ancha de lo que me había parecido de lejos), la cabeza me llenó la cavidad bucal por completo. Era como tener en la boca una frutilla muy grande.
Y ese tronco, bestialmente venoso. Le recorrí toda la vena inflamada en el costado de la poronga. También las venas que salían del tronco mayor.
Además del olor a chota de Arnoldo, me fascinó el espectáculo de su inmenso tamaño peneano, la pesadez y baranda a macho de esa «bolsa de pelotas» y las bestialidades que escuchaba de ambos pendejos.
El putito desde la cama, metiéndose la mano en el culo desesperadamente, gemía:
—¿Viste que olor a pijota tiene Arnoldo, tío? ¿Viste cuánta pija? Aia, que linda esa vergota. ¡Ufff, mi culooo!
El machito pijudo, cada tanto largaba:
—Chupá, putaso. Puto como Simón. Qué pedazos de putos. Esta es una chota, putos. Esta poronga parte culos. Chupenlá, putasos. Chupenlá todo el tiempo. ¡Uh, qué olor a chota!
Por mi parte, cuando me sacaba la cabeza de la boca para respirar un poco antes de encarar las pelotas y el tronco venoso, decía con un gemidito muy de nena:
—Aia, que pijota. Uy, que pendejo porongudo. Qué aparato reproductor. ¡Ay, ese olor!— Y me golpeaba la cara con ese pedazo de carne de 26 por 10 cm, emocionado. Hasta que me acordé de Simón, el putito que esperaba con el culo abierto, y dije: —te la estoy ensalivando para la penetrada, putito.
Desde la cama, la voz de Simón nos llegó quebrada. Supimos que lloraba un poco cuando nos dijo:
—Quiero esa porongota en mi culo, necesito sentirte de vuelta las venas, Arnoldo.
Arnoldo se compadeció, me sacó su bestial poronga de la boca y me dijo mirándome desde arriba:
—Quiero culo, tío. Me lo voy a culiar. ¿Dale?
Lo dejé partir y lo acompañé hasta la cama agarrándolo del choto. Con mi mano direccioné su inmensa máquina de culear hacia el agujero del culo de su primo, que lo esperaba de nuevo en cuchillas abriéndose los cachetes con ambas manos. Lo penetró de una, porque el más pendejito se había dedeado a más no poder viendo como yo peteaba a su machito porongudo y mi saliva le había lubricado la poronga.
Viendo que Simón lloraba de la emoción ensartado por la inmensa poronga de su primo de 17 años, esa maravilla de 26 cm de largo por 10 de ancho en la base, marrón y muy venosa, con una gigantesca masa testicular bamboleándole abajo, yo me fui alejando hacia la puerta de salida para abandonar esa pieza llena de olor a culo y a pija. Comprendí que esos dos pibes estaban conectados por algo que era tan sagrado como ese olor a sexo, algo que a mí no me necesitaba en esa pieza.
Entonces, iluminado por el espectáculo sexual más hermoso del que participé nunca, terminé el asunto con una bestial pajota en el baño de esa casa.
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