El Pepe (I): Así me convertí en hombre
El cumpleaños número 13 es una celebración especial en mi familia. Esta fue mi experiencia..
Durante mucho tiempo me habían dicho que cuando cumpliera trece años sería una fecha especial, aunque nunca me habían explicado por qué o qué implicaba la celebración especial. Sin embargo, yo contaba los días con gran impaciencia hasta que llegara ese día. Cuando eso ocurrió ya me habían quitado los frenos y mi mamá decía que mi sonrisa era perfecta.
Yo ya podía sentir que mi cuerpo comenzaba a desarrollarse. Tenía una bonita mata de vellos que llegaba justo encima de mi pene, aunque todavía no había encontrado ni un solo pelo creciendo en mis pequeños huevos.
La víspera de mi cumpleaños, mi papá me llevó a que me cortaran el pelo. Al terminar, se detuvo a comprar en un McDonalds, de regreso a casa. Y tan pronto como devoré la hamburguesa y las papas, me dijo que me fuera a mi cuarto a dormir un poco.
«Pero no tengo ganas de irme a acostar», le dije, en un tono molesto.
«No, pero necesitas descansar esta noche. Hazme caso», me contestó, golpeando juguetonamente mi trasero. «Ándale».
Obedecí la orden. Una vez en mi cuarto, me quité los zapatos, los pantalones y la camiseta y me acosté en la cama en calzoncillos. La anticipación me mantuvo completamente despierto durante casi treinta minutos, pero finalmente el sueño me venció y dormí pacíficamente.
Ya estaba oscuro cuando mi papá me habló. El reloj de mi teléfono indicaba que eran poco más de las once de la noche.
Cuando abrí la puerta del cuarto él me dijo:
«Ve a darte un baño», me ordenó. «Y lávate bien».
Hice lo que me dijo. Yo quería saber más de lo que iba a pasar, pero recordé que solo los niños seguían preguntando cuando sus padres les daban órdenes. Si estaba a punto de ser un hombre, necesitaba empezar a actuar como tal.
Inflando el pecho, agarré la bata antes de dirigirme al baño. Sentí mi erección en los calzoncillos… siempre era así cuando me despertaba en los últimos meses… y consideré jugar con ella en la regadera. Pero, consciente de que mi papá me había dicho que me diera prisa, dejé correr el agua fría para calmarme y apenas toqué mi pene cuando llegó el momento de lavarlo.
Mi papá no había especificado qué debía ponerme, así que le hablé para preguntarle.
«No importa, no lo tendrás puesto por mucho tiempo».
Sin estar seguro de lo que eso significaba, me puse unos liváis limpios y otra camiseta. Acababa de comenzar a usar desodorante en las recientes semanas y me pasé el tubo por ambas axilas antes de rociar un poco de la loción de mi papá en la muñeca izquierda y frotarla en la derecha, tal como él me había mostrado.
Eran las 11:30 cuando nos marchamos. Yo no recordaba haber salido de casa tan tarde por la noche, pero mi papá me había dicho que la celebración especial de los trece años en la familia siempre comenzaba a la medianoche. Ya sabía que al día siguiente toda la familia se reuniría para una fiesta especial y habría pastel y regalos. Pero esa noche mi papá me dijo: «Se trata de que los hombres hagan lo que hacen los hombres».
Yo no estaba muy seguro de lo que me quería decir, pero no tendría que esperar mucho para saberlo.
Faltaba un cuarto para las doce cuarto cuando nos detuvimos frente a la casa de mi primo Celso. Adentro, estaban él, su papá, nuestro abuelo y mi tío Tomás, todos esperándome.
«¡Hola, cumpleañero! ¿Estás listo para tu gran noche?», me preguntó mi abuelo.
«Supongo que sí», le respondí, inseguro.
Observé pasar muy lentamente esos últimos minutos irritantes antes de la medianoche. Finalmente, justo cuando cuando ya daban las doce, mi abuelo habló.
«Está bien, es hora», dijo. «El Celso te llevará a la primera parte de la celebración, ya que es su casa y su puto el que usaremos esta noche».
Mis ojos casi se me salieron al escuchar eso y de repente me sentí más confundido que nunca. Mi primo pareció sentir eso cuando tomó mi mano y me condujo lentamente fuera de la sala.
El Celso me puso ambas manos en los hombros y se agachó un poco para mirarme a los ojos. Tenía una piel suave color chocolate y ojos profundos en forma de almendra. No pude evitar notar que también tenía labios gruesos y carnosos que se separaban fácilmente para revelar su deslumbrante sonrisa.
«Ahora no tengas miedo, Pepe», me dijo. «Lo que no entiendes lo aprenderás pronto y no te dejaré. Te ayudaré con todo lo que necesites. Y cuando termines, serás un hombre. Un verdadero hombre Cásares».
Yo ya sentía mariposas en el estómago.
«Quieres ser un verdadero hombre, ¿no es así, Pepe?», me presionó.
«Sí», le dije, reuniendo toda la valentía que pude.
«Está bien, entonces. Es hora».
Me indicó que abriera la puerta de su cuarto. Yo no tenía idea de lo que encontraría adentro, pero lo que me esperaba era lo último que hubiera imaginado. Allí, sobre la cama, había un hombre. Un hombre desnudo. Estaba boca abajo, apoyando el pecho sobre sus brazos cruzados. Y su trasero se levantaba en el aire. Entonces, de repente, sin hablar, el hombre comenzó a mover el culo y a frotarse contra la cama.
Petrificado, yo no me había movido. Luego, después de unos segundos, el Celso me dio un codazo.
«Ahí está tu puto», dijo. «Bueno, en realidad él es mi puto. Pero esta noche es todo tuyo… Adelante, Pepe. Te está esperando».
Después de otro pequeño empujón, entré de mala gana en el cuarto. Mis ojos permanecieron pegados a la cama, desde donde el agujero del trasero del hombre parecía guiñarme. Cerré los ojos y sacudí la cabeza durante unos segundos, pensando que tal vez todavía estaba dormido y teniendo el sueño más extraño jamás visto. Un pellizco en el cuello me convenció de que, en realidad, estaba completamente despierto.
Enseguida, mi primo empezó a desnudarme. Sus dedos rozaron mis pequeños pezones hinchados, que sobresalían ligeramente de mi suave pecho, mientras subía mi camiseta por la cabeza.
Yo permanecí allí en silencio, con las manos sobre sus hombros, mientras levantaba las piernas una a la vez, permitiendo que me quitara los zapatos y los calcetines. El Celso me desabrochó los pantalones y me los bajó, y el pequeño bulto en mis calzoncillos le hizo saber que estaba preparado para esto, incluso si me sentía todavía completamente nervioso.
«¿Estás listo?», me preguntó, y yo, incapaz de hablar, simplemente asentí. Puso sus manos en mis hombros, me acompañó detrás del hombre y me colocó en posición. Le dio un bofetón y este saltó en respuesta.
«No le tengas miedo, Pepe. Es tu puto por esta noche. Puedes usarlo como quieras. Está aquí para que lo disfrutes».
El Celso puso sus manos encima de las mías y las colocó en las nalgas del hombre, separándolas. Luego me indicó que mantuviera las manos ahí, colocó su izquierda sobre mi hombro y envolvió su derecha alrededor de la base de mi pene. Lo empujó dentro del agujero del hombre, que estaba completamente lubricado y, literalmente, calentado, mientras yo continuaba manteniendo abierto ese culo.
Aún no se habían cogido al hombre esa noche. De hecho, mi primo me dijo después que lo mantuvo intacto durante la semana anterior en preparación de la ceremonia. Así que estaba apretado alrededor de mi pene y cuando los labios de su trasero agarraron mi miembro instantáneamente se puso aún más erecto dentro de él.
El Celso movió sus manos ahora hacia mi trasero y me empujó hacia el hombre, repetidamente, con fuerza brutal. Solo necesité diez bombeos, tal vez doce, antes de eyacular una pequeña pero potente porción de leche en ese trasero. El hombre continuó apretando y agarrando mi pene, exprimiendo cada gota, hasta que finalmente mi primo le dio una pequeña palmada juguetona en una nalga para indicarle que lo soltara.
Cuando mi respiración volvió a la normalidad y mi cuerpo comenzó a relajarse, el Celso me sacó del hombre.
«¡Muy bien, chico!», me dijo. «Acabas de sembrar a tu primer macho. Ahora eres un hombre».
Yo me limité a sonreír tímidamente en respuesta.
«¿Cómo lo sentiste?».
«Estaba apretando mi cosa con tanta fuerza que pensé que iba a romperla».
«Eso es lo que se suponía que debía hacer», me explicó. «¿Entonces te gustó?».
«Sí, pero no puedo creer que le hayas metido mi cosa en el culo».
«Es una panocha, Pepe. Los hombres tienen culos y los putos tienen panochas».
Yo desvié la mirada, incómodo con ese tipo de conversación.
«Adelante, dilo», me instruyó. «Di ‘panocha'».
«Panocha», dije con una risita. «Panocha, panocha, panocha».
«Así se habla».
Gentilmente, el Celso me condujo hasta pararme frente al hombre y colocó mi virilidad recién usada sobre los labios de este. Luego, se arrodilló detrás de mí, me rodeó la cintura con un brazo y me sujetó, ya que mis rodillas estaban débiles y claramente tenía dificultades para mantenerme en pie.
El hombre observó por un segundo cómo mi erección continuaba encogiéndose y permitió que se achicara un poco antes de comenzar la tarea de restaurarla a su total dureza. No necesitaba que le dijeran qué hacer, sabía instintivamente lo que se esperaba de él mientras lamía mi saco sin pelos. Me hacía cosquillas con la lengua, lo que provocó que me estremeciera. Sin usar sus manos, lamió delicadamente la hendidura de la cabeza de mi pene antes de que su boca lo abarcara por completo. Mis pelotas descansaban justo debajo de su lengua mientras mi pene yacía encima de ella.
Me hinché dentro de su boca al instante. Él permitió que mis pelotas se deslizaran fuera de su boca y comenzó a besarme la verga. Mis piernas se estabilizaron ahora y el Celso me soltó la cintura, volvió a poner sus manos encima de las mías y esta vez colocó ambas en la parte posterior de la cabeza del hombre. Yo me estaba concentrando en dominar cada aspecto del proceso, en completar este ritual a satisfacción de mi primo.
El Celso se quedó mirando por encima de mi hombro, presionó el peso de su cuerpo contra mí y, sin decir palabra, me enseñó a cogerme la boca de “un puto”, como él decía. Dejó que me moviera libremente durante unos minutos, antes de hablar.
«Cógete otra vez esa panocha, Pepe. Es hora del segundo round«.
Esta vez, me soltó por mi cuenta. Volví a rodear el trasero del hombre, guié mi misil hacia el objetivo y lo desplegué sin ninguna ayuda. En poco tiempo, estaba tan dentro de ese culo como podía alcanzar.
«Tómate tu tiempo, hombrecito», me dijo mi primo. «No hay prisa. Cógetelo a fondo, pero despacio. Es mejor para el puto y mejor para ti. Disfruta de una buena culeada larga. Para eso está un puto aquí».
Le sonreí, agradecido por la instrucción y las palabras de aliento, y luego coloqué mis manos sobre la cintura del hombre. Me mecí suavemente contra él, gruñendo mientras intentaba forzarme a entrar aún más profundamente.
«Voy a dispararle mi leche», grité, pidiéndole permiso a mi primo.
«Sí, eso es todo», me animó él. «¡Llénale la panocha!».
Yo gemí ruidosamente mientras el hombre me sacaba la segunda carga. Temblando, cerré los ojos y me desplomé sobre su espalda.
«Ahora ven aquí para que te limpie la verga», me dijo mi primo tras unos momentos. «Siempre haz que un puto te limpie la verga cuando hayas terminado con él».
Salí con un plop y corrí, ansioso por complacer. Me metí bruscamente dentro de la boca del hombre y me quedé allí sonriendo al Celso.
«Solo dale una buena cachetada cuando estés bien y limpio. No te soltará la verga hasta que lo hagas. Te la chuparía toda la noche si lo dejaras… Así son estos putos».
Segundos después, me solté y él le dio un buen golpe al hombre, agradable y fuerte.
Mirándolo allí en la cama, el Celso le preguntó: «¿Y ahora qué dices?».
«Gracias, Pepe», respondió alegremente el hombre.
Yo sonreí mientras miraba a mi primo, contento pero deseando más.
«Vamos», me dijo. «Vamos a contarles a todos cómo te fue».
Me acompañó, todavía yo desnudo, a la sala de su casa. Allí encontramos a los demás hombres, esperando con una cerveza en la mano.
«Oigan», les dijo mi primo, «el Pepe ahora es uno de nosotros. Ya no es un niño».
Emocionados, todos se pusieron de pie y procedieron a darme una palmadita en la espalda.
«¿Cómo le fue?», mi papá preguntó.
«Es natural», dijo mi primo. «Un verdadero Cásares».
Como sigue?