El pequeño futbolista 5: el viaje
Lo estaba masturbando mientras lo follaba intensamente y sin avisar, en menos de 5 minutos chorros largos y espesos de su leche cayeron sobre la palma de mi mano.
¡Hola queridos lectores! Me pidieron que continuara con esta historia, así que les daré un capítulo más 🙂
Si les gusta y quieren que continúe con este u otros relatos, háganlo saber dejando un comentario.
Xo.
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Luego de aquel fin de semana nuestra relación cambió bastante. Nos hicimos mucho más cercanos, obvio, pero también nos obligamos a mantener algo de cautela en espacios públicos y básicamente cuando hubiera gente a nuestro alrededor, cosa que ocurría bastante seguido. Al enano le estaba costando. Imagino que por todo eso de las hormonas y cambios hormonales quería hacer «cosas» todo el día y a cada rato. Y no es que yo no lo deseara, pero era más consciente de que no sería bien visto si se llegaba a revelar nuestro pequeño secreto.
Tuvimos varios encuentros a escondidas en las duchas después de entrenamiento y algún que otro tocamiento cargado de adrenalina en frente de todos pero con discreción. Nos pasábamos pegados casi todos los días. Ya se había hecho un hábito que pasáramos juntos los fines de semana en su casa o en la mía. Nuestros padres nunca sospecharon nada (menos mal), mientras nosotros teníamos un desmadre de amor, sexo y descubrimiento casi a diario.
Pasaron los meses y llegaron por fin las vacaciones. Por un lado sabíamos que eso significaba más tiempo libre y por lo tanto, más tiempo para pasar juntos. Sin embargo, también sabíamos que sí su familia o la mía decidían salir de viaje, entonces pasaríamos semanas o meses sin vernos. Lo habíamos conversado un par de veces, pero decidimos simplemente esperar lo que pudiera ocurrir y no comernos el coco especulando.
Lo que no vimos venir fue una brillante propuesta de nuestras madres: vacaciones familiares… ¡Ambas familias! Cuando nos lo dijeron dimos un grito de felicidad y el enano corrió a abrazarme en posición de koala. Ellas solo nos veían divertidas. Ese mismo día comenzaron los preparativos y en cosas de 2 semanas ya íbamos rumbo al sur del país por 3 semanas. Haríamos una ruta por 5 ciudades bellísimas con paradas en distintos pueblos, cada uno con su «algo especial». Nos íbamos a alojar en casas de algunos familiares y en hoteles. Apenas supimos eso, cruzamos los dedos para que nos tocara compartir habitación y si el destino nos tenía algo de cariño, también cama.
Las semanas pasaron volando y llegó el gran día. El viaje se hizo largo porque cada familia iba en un vehículo, así que nos tocó ir separados. Cuando llegamos al primer destino quedamos maravillados por la inmensidad de todo lo verde y azul: árboles de todo tipo, vegetación, animales, cerros, volcanes, lagos; todo era hermoso.
Con Mati nos quedamos observando un volcán que se veía cerca pese a estar a varios kilómetros de distancia, así de grande era. Nuestras familias se alejaron un poco, siguiendo un sendero. «No tarden tanto» dijo mi madre.
Me sentí pequeño ante la inmensidad de la naturaleza. El enano observaba embelesado el paisaje y con solo verlo a él mi corazón comenzaba a latir con fuerza. Sentía que me saldría por la garganta. Me aproximé unos centímetros, pegando nuestros cuerpos por el costado. Tomé sus dedos entre los míos y apreté suavemente su mano. Instintivamente, apoyó su cabeza en mi hombro. Y así nos quedamos por casi un minuto. Escuchábamos a la gente pasar por detrás nuestro pero no nos importó. Era un trance perfecto, una postal de película.
Alcanzamos al resto del grupo y seguimos por el sendero hasta que acabó. Cuando la noche amenazaba con caer la temperatura descendió. Pese a ser pleno verano se sentía como una noche de invierno. El padre de Mati explicaba que así era en el sur: frío o calor. Sin puntos medios.
Llegamos a la primera casa donde nos íbamos a quedar. Nos recibieron amablemente. Era de un tío del padre de Matías que vivía solamente con su esposa y una de sus hijas mayores. Sin embargo, la casa en algún momento estuvo habitada por unos 5 niños, todos hijos de ellos que ya habían hecho sus vidas lejos. Disponían de 3 habitaciones para visitas: una tenía una cama matrimonial, otra dos camas individuales y la tercera un camarote de 2 plantas. A nosotros nos tocó la de las 2 camas individuales, mi madre se quedó con la del camarote y mis «suegros» con la que tenía la cama matrimonial. Estaríamos ahí por 4 días y 4 noches, contando la que llegamos.
Nos acomodamos y cenamos con la familia que nos recibió. Fue un momento ameno, pero Mati estaba un poco ansioso, tanto, que aprovechándose de la estrechez de la mesa y del largo mantel, me tocó el culo y las piernas en varias ocasiones. En una, de hecho, tocó mi bulto y le dio un apretón, gesto que me obligó a permanecer sentado un largo rato hasta que mi erección disminuyó.
Llegó la hora de dormir. Nos bañamos por turnos y yo fui el último después de Mati. Como de costumbre, dejó su ropa tirada por el piso del baño y entre sus prendas estaba el bóxer que había utilizado durante el día. Sin embargo, ya no necesitaba conformarme con tan poco. Me apresuré en la ducha y me dirigí toalla en la cintura hacia el cuarto. Mati ya se había acostado y jugaba en su teléfono. Cuando entré me quedó viendo, y cuando me saqué la toalla comenzó a poner caras y hacerme gestos obscenos. Era una situación caliente pero graciosa también. Nuestra relación seguía teniendo esa chispa de espontaneidad infantil que me traía loco.
Quitó las cobijas y dejó a la vista un apetecible bulto en un bóxer de color verde un poco ajustado. Cuando terminé de secar mi cuerpo y ponerme una camiseta gris y boxer del mismo color, el enano seguía acariciando su bulto que ahora estaba completamente erecto y dibujaba una carpa de buen tamaño por debajo de la tela. Esa herramienta había estado en mi boca casi a diario durante los últimos meses. Sin embargo, me costaba acceder a la retaguardia de Mati. Desde aquella primera vez repetimos una vez más y le dolió bastante, así que ya no quiso seguir probando. Sí me dejaba acariciar su agujero o jugar con él, pero nada de penetración. Por su parte, había mostrado interés en penetrarme en algunas ocasiones, pero imagino que no se atrevía a pedirlo por la propia negativa de él.
Me acosté a su lado y ni bien puse un músculo en la cama comenzó la acción. Me jaló de la camiseta hasta hacer chocar nuestros labios y comenzó a besarme con intensidad.
– Estuve aguantándome las ganas todo el día — susurró.
– Yo igual.
Nos seguimos besando de manera intensa. Se nos iba la respiración pero a penas recuperábamos algo de aire, volvíamos a la carga. Frotaba su entrepierna con la mía mientras con una de mis manos recorría su cuerpo por completo. Me puse de rodillas y me quité la camiseta. Él hizo lo mismo. Su torso tenía todavía un aspecto infantil mientras que el mío estaba más desarrollado, claro, por la diferencia de edad. Mati estaba apenas entrando en la adolescencia y abandonando la pubertad.
Bajé la tela de su boxer dando pequeñas lamidas en su pubis lampiño. El aroma del jabón invadió mi nariz y su verga pronto rebotó contra mi rostro cuando fue liberada. Escurría precum en grandes cantidades. Con la punta de mi lengua tomé el líquido desde la rajita de su glande. Mi compañero se estremeció en respuesta mientras se llevaba ambas manos a la boca para ahogar sus gemidos. Sonreí y volví a hacerlo mientras apretaba con fuerza el tronco de su falo, haciendo que con cada jalada una gota abundante de líquido saliera por la punta. Su miembro palpitaba salvajemente demandando atención, así que lo engullí y comencé a chupar como si fuera el helado más delicioso de la tierra. En todo este tiempo había descubierto cosas que ponían muy cachondo a Mati, como que le comiera los huevos o que metiera toda su verga en mi boca hasta que estos chocaran en mi barbilla. En más de una ocasión se había salido de control y me había follado la boca con fuerza, y si bien me pedía disculpas luego de correrse, a mí me encantaba que fuera un enano salvaje, que dejara ir sus impulsos y que me utilizara para su placer. Darle placer era, definitivamente, una de las cosas que más me gustaba hacer.
Cuando sentí sus manos en mi nuca supe que venía uno de esos momentos. Me incorporé un poco más y comenzaron las embestidas. Presionaba mi rostro con fuerza mientras mi nariz golpeaba su pubis y sus caderas tomaban un ritmo infernal. Se escuchaba un leve chapoteo que se ahogaba en las paredes de concreto. Su rostro no se veía como se debería ver el de un pequeño de 12 años: estaba poseído, se veía tan caliente y sexy. Se mordía el labio inferior o hacía gestos con la lengua, cosa que me fascinaba y me esmeraba en darle todavía más placer. De vez en cuando, justo antes de correrse, descendía el ritmo y luego volvía a la carga con todavía más fuerza. Buscaba mi mirada en todo momento y me sonreía mientras yo hacía lo mismo en aprobación. Eso sí, jamás verbalizó nada obsceno. Esa raya no la cruzaba, aunque me hubiera encantado escucharlo.
Así estuvimos por varios minutos hasta que, presionando su culo para que no se saliera o detuviera, se corrió en mi boca. Sentí varios chorros calientes de su deliciosa leche en mi garganta. Si bien no tenía un sabor más que un salado suave, para mí era el néctar más exquisito que podía beber. Sabía que era producto de un placer que hasta ese momento solo yo había sabido entregarle; que lo que vivía conmigo no lo había experimentado antes con nadie y por eso todo entre nosotros era tan especial y candente. Todo era novedoso y aunque ciertamente habíamos tenido sexo una docena de veces, cada una se sentía distinta, con algo nuevo, un descubrimiento, una forma de placer diferente, y todo lo hacíamos sin miedo a equivocarnos porque por sobre todo había sentimientos, confianza y una ganas enormes de seguir explorando juntos los placeres que la vida sexual deparaba para dos adolescentes de 12 y 15 años.
Seguí lamiendo su miembro cuando estaba flácido. Esa era otra cosa que me encantaba hacer: jugar con su verga dormida, mientras a él le provocaba cosquillas por la sensibilidad post eyaculación. Estuve así un rato más hasta que sus labios pidieron ser atendidos. Me daba mucho morbo besarlo después de tragarme su leche. El sabor quedaba ahí y él lo podía sentir tanto como yo. Me despegué de su boca y apoyándome en la marquesa de la cama, subí mis caderas hasta la altura de su rostro. Arrimaba mi bulto semi erecto por su nariz y boca mientras iba ganando tamaño con el contacto.
– Abre — le dije, posando la punta de mi verga en sus labios. Hizo caso de manera inmediata y comencé un suave mete y saca aún con mi falo guardado en el bóxer. Estuve así unos minutos mientras Mati me miraba hacia arriba y daba pequeñas mordidas sobre la tela. Me daba mucho morbo tenerlo así de sumiso. En su día a día era el típico chiquillo que gozaba de la atención, popular y encima futbolero. La altanería le salía casi por los poros. Sin embargo, conmigo era otra cosa. Un pequeño tierno, a veces celoso, sumiso y obediente que se podía poner salvaje por ratos.
Por iniciativa propia liberó mi hombría para engullirla como sólo el sabía hacerlo. Era grande en comparación a su boca pequeña y desproporcionada para el tamaño de su cabeza, pero intentaba hacerlo bien y había mejorado bastante respecto de aquella primera ocasión en la ducha de mi casa. No tarde mucho en correrme en sus labios y, como ya era costumbre, compartimos mis fluidos con un beso caliente y morboso. Había aprendido a mover muy bien su lengua, y había una desesperación en sus besos cuando estaba muy caliente que provocaba que me mordiera los labios o que intentara capturar mi lengua o buscar el interior de mi boca con desesperación, como si pudiera estar más adentro de lo que realmente podía. Esa agresividad me encantaba, me traía en las nubes.
Nos estuvimos besando un par de minutos hasta que caímos exhaustos. Lo abracé por su espalda, su respiración era profunda. Acariciaba mi mano derecha con su pulgar. Mi bulto yacía dormido en sus posaderas y al cabo de un rato comenzó a ganar tamaño otra vez. Sabía que habría una respuesta negativa si se lo pedía, pero no podía resistir más. Quería; necesitaba imperiosamente volver a estar en su interior. Desde la última vez habían pasado meses y cada vez que teníamos sexo me quedaba con las ganas de seguir avanzando. Tampoco lo quería presionar más de la cuenta porque sabía que le causaba dolor. Su agujero realmente era muy cerrado y apretado. Tenía un color hermoso, un aroma sexy y una forma que invitaba a invadirlo, a ser abierto y explorado. Pero sabía que el tamaño de mi verga era mucho para su cuerpo pequeño y para su hoyito que lo era todavía más, pero mi herramienta no entendía de razones. Sentía como palpitaba y pronto un suave vaivén de mis caderas comenzó a meterle presión a mi compañero.
– ¿Lo intentamos? — susurré en su oído, con poca esperanza.
Resopló y luego suspiró profundo. Unos segundos más de silencio.
– Está bien si no q-
– Ok, pero si te digo que pares, paras, ¿Bien?
Mi rostro se iluminó por completo.
– Te lo juro. Jamás te haría daño, amorcito.
Esas cosas se nos escapaban a veces. No teníamos un «apodo» cursi como las parejas. Siquiera teníamos una relación formal, sí exclusiva, pero nada a lo que le hubiéramos puesto nombre. Me miró hacia atrás con esa expresión pícara y tierna tan propia de él y le di un beso suave en los labios como respuesta.
Lo arrastré hasta que quedó por encima de mi cuerpo. Sus piernas estaban abiertas por encima de mi abdomen. Me encantaba tenerlo así, y raudo puse mis manos sobre sus glúteos para comenzar a masajear y recorrer sus suaves y turgentes posaderas. Soltó un respingo, podía ver el nerviosismo en su rostro y seguramente el veía la ansiedad en el mío. Busqué su boca y comenzamos a besarnos con parsimonia, disfrutando el calor del momento. Sus labios eran suaves, su aliento cálido y su respiración entrecortada. Pronto mis manos bajaron la tela que cubría su retaguardia y mis dedos encontraron el calor y humedad de su raja. Pronto, con uno de mis índices comencé a presionar su entrada. Procuré poner mucha saliva para que no le doliera. Aún así, hizo unas pequeñas muecas de dolor que me hicieron recular y avanzar con más cautela, así que guiando sus movimientos lo puse en cuatro patas, le pedí que separara sus piernas y con ambas manos abrí sus mejillas cuanto pude. Era una vista simplemente sensacional. Su pequeño agujero cerrado y liso invitaba a mi lengua y así ocurrió. Primero una lamida por toda la extensión y un gemido se escapó de sus labios. Pronto, comencé a besar su interior con el rostro perdido en su cavidad. Su verga había vuelto a ponerse dura, señal de que disfrutaba el contacto. Después de unos minutos, mi lengua comenzó a abrirse paso en ese estrecho agujero tal como hacía meses no ocurría. Sentí de inmediato la extrema calidez de su interior y la forma salvaje en que sus entrañas apretaban a la invasora. Un leve mete y saca que le sacó un par de suspiros y pronto movimientos circulares en su interior que ayudaron a dilatar un poco su intimidad.
– Voy con un dedo — susurré. Él solo asintió en respuesta.
Me puse bastante saliva en el dedo además de escupir en su huequito y comencé a introducir mi extremidad. Una pequeña mueca de dolor apareció otra vez, pero no me pidió parar ni se quejó. Cuando logré introducir la mitad del dedo, me pidió parar. Pensé que ahí terminaba todo, pero al cabo de unos segundos me dijo que siguiera. Feliz lo hice y, haciendo ligeros movimientos circulares, logré introducir un dedo completo. Veía que le dolía, pero estaba aguantando.
– Lo estás haciendo excelente, amor — le dije mientras besaba su espalda baja. Una sonrisa se dibujo en su rostro.
El mete y saca del dedo fue lento, y la introducción del segundo lo fue todavía más. No le quería hacer daño y esperaba que gozara del momento tanto como yo, por lo que procedí con sumo cuidado y delicadeza. Cuando se acostumbró al segundo dedo, volví a comerle el culito una vez más. Ahora mi lengua entraba con facilidad y se deslizaba en su interior como una experta. Mati había comenzado a masturbarse cuando acomodé mi verga en su entrada.
– Recuerda pujar — le pedí. Hizo caso, y entonces comencé a entrar.
Carajo. Había olvidado lo rico que se sentía. Su cavidad ahorcó mi glande apenas entró y con ansias metí la cabeza de golpe: suave, pero en un solo movimiento de unos 5 segundos. Se aguantó un alarido cerrando los ojos con fuerza y volvió a pujar. Cuando lo sentí, empujé un poco más. Cuando iba cerca de la mitad sentía que lo rompía por dentro, que no podía avanzar más. Sin embargo, cada ciertos segundos de adaptación me pedí avanzar y así lo hice hasta que solo mis huevos estaban afuera. El calor en su interior parecía quemar pero de una manera muy rica y excitante. Nos quedamos en esa posición unos minutos mientras acariciaba y besaba su espalda y cuello. Pasado un rato se relajó y comencé el mete y saca, llegando solo hasta la mitad de mi tronco y volviendo a empujar, aumentando el ritmo cada vez. Sentía mis huevos rebotar cada vez que entraba por completo y pronto las embestidas aumentaron de ritmo. Veía como la expresión en su rostro cambiaba de dolor a placer y luego a dolor de nuevo, hasta que deje de mirarlo y me concentré en darle la mejor cogida de su vida. Si le gustaba, entonces me dejaría hacerlo más seguido. Mi falo salía casi por completo y volvía a entrar buscando más profundidad que la que había. Me sorprendía que la estuviera aguantando y parecía estarlo disfrutando. Mis manos alternaban entre sus caderas y glúteos, para luego ir a su entrepierna y comenzar a darle atención. Lo estaba masturbando mientras lo follaba intensamente y sin avisar, en menos de 5 minutos chorros largos y espesos de su leche cayeron sobre la palma de mi mano. Impedí que cayera sobre la cama de milagro y sin dejar de cogerlo, observé la posa de leche en mi mano. Era abundante y Mati me miraba con cara de perdón. El morbo me ganó y sin asco me llevé su leche a los labios. En dos movimientos con mi lengua, de su néctar no quedó ni rastro. Pude ver lo mucho que lo calentó verme hacer esa guarrada y aumenté el ritmo de la embestida. Quería acabar y llenar sus entrañas y bastaron solo un par de minutos hasta que solté una cantidad enorme de leche en el interior de mi pequeño amante.
No pude contener un gemido que no alcanzó a despertar o alertar a nadie, por fortuna. Mi verga bombeaba por su cuenta, soltando líquido hasta que comenzó a perder tamaño y se salió sola. Un pequeño ‘pop’ sonó entre medio de nuestras respiraciones agitadas. Yo estaba en la gloria, y Mati tenía una extraña expresión de placer en el rostro. Vaya si le había gustado. Su pecho cayó exhausto sobre la cama y sus caderas elevadas dejaban ver un agujero abierto, aunque solo un poco, y algo enrojecido que comenzaba a chorrear leche. Sin pensarlo recogí un poco con mi lengua y lo llevé a sus labios en un intenso beso. Abrió los ojos grandes y se puso rojo. Se veía bellísimo, tierno y caliente, y aquello solo me hizo aumentar la intensidad. Buscaba su lengua con desesperación mientras mis dedos comenzaban a penetrar su ya usado agujerito. Por la sensibilidad le ha de haber dolido, pero pronto sus gemidos se ahogaban en mi boca. Buscaba entrar más y más profundo. Sentía su calidez acompañada de mi líquido que continuaba escurriendo desde su interior, lo que servía como un muy buen lubricante. Cuando metí 3 dedos sin avisar, el enano dio un brinco y apretó el culo, ahorcando en su cavidad. Al mismo tiempo, apretó con fuerza uno de mis brazos, enterrando sus uñas en el proceso. Abrió los ojos como plato y pude notar cómo su verga volvió a coger tamaño en segundos. Sería acaso que…
Volví a meter 3 dedos y de nuevo: esta vez apretó mi espalda con intensidad. Sentí sus dedos clavados en mi espalda. A la tercera mordió mi labio inferior fuertemente. Por lo visto, ese toque de «violencia» le causaba un grado importante de excitación. Mi verga estaba como un mástil lista para la acción. Sin dudarlo, lo cogí con firmeza por las piernas, las puse sobre mis hombros, acomodé mi verga en su entrada y sin avisar, lo ensarté hasta que mis huevos chocaron en su culo.
En respuesta apretó los dientes con furia y sus manos presionaron mis brazos. Comencé a embestirlo mientras desesperado apretaba el culo. Ahora sí sentía que su interior me raspaba, pero quería más, me encantaba esa sensación en un nivel que jamás creí posible y deseaba aumentar ese placer.
Sus manos se fueron a mi rostro y cogiéndome con firme por los laterales, juntó nuestros rostros para darme un beso violento, apasionado y lleno de morbo. No pensé que algo así fuera posible con mi pequeño amigo, todo parecía un sueño y entonces, el clímax del morbo: con su pulgar abrió mi boca y escupió en el interior. Dios. Lo embestía con fuerza, casi con rabia. Su saliva tenía un gusto dulce, casi neutral muy característico de él. Tragué y entonces lo volvió a hacer. Lo besé jugando con su abundante saliva entre nuestras lenguas. Sentía un hormigueo en todo el rostro. Jamás había estado tan excitado como en ese momento. Su verga palpitaba en su abdomen y pronto la tomé con una de mis manos. La apretaba desde la parte inferior del tronco. Su cabeza estaba roja por la presión, y comencé a masturbarlo lento pero con fuerza.
Yo me corrí antes que el, aunque antes de hacerlo, salí de su interior y sin avisar ni pedir autorización, me vine en su rostro. Mierda, se veía tan rico, sexy… Casi salieron más chorros que en la primera eyaculación. Cerró los ojos por instinto y cuando los abrió su rostro estaba cubierto casi por completo del espeso líquido. Con su lengua saboreó un buena cantidad, y con sus dedos, comenzó a limpiar el resto, llevándose un poco a su boca y otros a la mía.
Volví a besarlo y aumenté el ritmo de la paja que le estaba haciendo. Cuando sentí su abdomen contraerse, bajé hasta su entrepierna para recibir mi premio. Engullí su exquisita intimidad y pronto comenzó a disparar al menos 4 chorros grandes de leche que tragué sin dificultad. El resto fueron más pequeños y procuré esperar a que saliera hasta la última gota para luego llevarlo a su boca. Estaba en el paraíso. Apenas podía mantener mis ojos abiertos, el placer era descomunal pero estaba agotado. Sólo recuerdo que sus ojos se cerraron antes que los míos. Lo último que hice fue lamer sus labios con delicadeza. Con mis últimas fuerzas, me acomodé a su costado y así, desnudos, llenos de leche y con un intenso olor a sexo invadiendo la habitación, cubrí nuestros cuerpos con dos mantas, lo abracé por la espalda y nos dormimos en posición de cucharita.
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Al amanecer, sentí el cuerpo pesado, como si una locomotora me hubiera pasado por encima. Mati continuaba durmiendo plácidamente…
¿Continuará?
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Hasta aquí este capítulo. Recuerden que si quieren que continúe, deben dejar sus comentarios 🙂
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Besos.
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