El pequeño Mohamed y sus hermanos
Me enamoro de tres moritos y los secuestro llevándolos a mi isla, donde les convertiré en esclavos sexuales.
MOMAHED
Moha o Mohamed tenía 11 años cuando lo raptamos. Tenía un problema familiar: mucha familia que alimentar y poco dinero para comer. Así que pasaba los días en las calles de Marrakch mendigando limosnas a los turistas, o robando carteras.
Estaba yo de turista en Marruecos cuando lo vi. Y la verdad es que, aunque estaba mugriento, porque no se podía bañar al no disponer de agua corriente en su chabola del arrabal de las afueras donde convivía con sus 7 hermanos, era un muchacho que estaba muy follable.
Las 4 hermanas de Moha no me interesaban, nunca me han gustado las chicas, y aunque sus dos hermanos eran mayores para secuestrarlos, vi que Ibrahim, de 15 años, no estaba mal –¿podría reeducar a un chaval a tal edad? Sería complicado porque a esta edad solían ser más rebeldes, menos dóciles, más difíciles de domar, algo que se conseguía mejor con mentes a medio formar–. Los chavales de 6 a 12 años eran más fáciles de domesticar, engañar, subyugar, controlar, y hacer un lavado mental. A parte yo los profería por estrenar, que no se la hubiesen cascado y no hubiesen aún ninguna relación sexual, porque era más fácil cambiarles su centro de placer al ano y hacerlos homosexuales, que vieran ser gay lo normal y habitual –y para eso influía el ambiente de la isla donde no había ni una sola chica–. Abdul, su hermano mayor, con 17 años, ya era muy mayor de edad. De hecho no sólo se había cascado pajas como Ibrahim, sino que se había follado a Irina… y aunque era heterosexual también estaba muy follable.
Moha también tenía un pene grande. Me gustaban los chavales morenos, y la raza árabe siempre se ha destacado por sus grandes penes. Mucho más que los negros –que son los que se llevan la fama–. Por eso los árabes tienen harenes: con esos penes tan grandes cargados de semen necesitan varias mujeres para descargar toda su fogosidad.
Moha a sus once años, no había tenido tiempo aún de cascarse pajas. Se pasaba el día, como el resto de sus hermanos, buscando cómo ganarse la vida para llevar a casa algo que comer. Siempre me han dado morbo los chicos de los arrabales. Moha no tenía padres… le iba a cambiar la vida, a mejor… iba a ser rico y no iba a tener jamás que preocuparse por buscar dinero para comer.
Pero estaba loco con Abdul. Me gustaba su torso y su buen rabo, así que decidí que mi equipo, por separado, les secuestrase a los tres. Al niño lo entrenaría… y al mayor le intentaría convertir por la fuerza o usando métodos drásticos, y con el hermanito del medio aún no tenía pensado qué hacer.
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SECUESTRADOS
Un pañuelo con cloroformo pilló por detrás a Abdul, quien gritó para separarse de su agresor, lo que le hizo respirar más rápido y caer desmayado.
Cuando despertó ya lo tenía en mi isla.
–¡Hijo de perra! –clamó Abdul cuando despertó en una estancia blanca donde yo lo había encerrado. Yo estaba solo con él. Fuera mis guardianes.
Abdul no sabía donde estaba ni que también había secuestrado a su hermano pequeño.
Le traje a mis habitaciones y le empecé a adoctrinar. Abdul ya era un muchacho que seguro se había estrenado con alguna morita.
Cuando despertó le dí un beso con lengua
–Aparta! Puto maricón de mierda! –me gritó el muchacho.
Me gustaban bravos, y me excitaba la furia.
Le arranqué su camiseta blanca hecha trapos que tenía y observé su precioso pecho.
Abdul intentó escapar de la estancia dándose cuenta que estaba solo e indefenso. Ignoraba que cuando le había secuestrado le había adormecido y mientras estaba inconsciente le había aplicado mi crema gel relajante en su ano y en sus pechos en un masaje y en su pene. La crema era también estimulante cuando era absorbida por la piel, hipersensibilizando la zona. Disfruté clavándole una jeringuilla en su precioso culete, cargada de viagra, que le iba a poner a mil todo el rato.
Le abracé y le metí mi lengua en su boca y el me apartó empujándome.
–Puto cerdo pervertido! –clamó el muchacho
-jajaja ¿quién? ¿yo? -le respondí. Si te gusta
–¡Eso es mentira, puto maricón de mierda!
–Mira, muchacho… Le señalé su entrepierna. –Sus pantaloncitos caqui insinuaban una gran tienda de campaña.– Eres tú el que se ha empalmado con mi beso.
–¡¡Eso es mentira!! Yo soy muy macho. Me gustan las mujeres
–Jajaja, ya veo, ya veo.
La verdad es que el joven Abdul, de 17 años, tenía una erección muy grande. Tanto que parecía que le iban a estallar los pantalones.
–Bueno. Te dejo en paz y te libero, si no te gusta lo que te hago ¿Trato hecho?
Abdul, que era un buen comerciante, y había intentado escapar momentos antes, sabiendo que estaba encerrado en mi habitación y que no tenía escapatoria, aceptó el trato dando por seguro que con su hombría ganaría mi apuesta. Lo que él ignoraba era que le había inyectado una gran dosis de viagra que le había empezado a hacer efecto empalmándole como él nunca había visto. E ignoraba que yo había inventado una crema gel transparente, que una vez frotada en su cuerpo, de que en unos minutos era absorbida por la piel, hipersensibilizaba la zona en donde la habías aplicado, y yo, en las horas que permaneció Abdul inconsciente desde su secuestro en Marraquech, se la había aplicado con mi dedo en su ano, en su pene, y en sus tetas.
Cogí a Abdul y lo senté en una camilla médica que tenía en mi cuarto. Sus piernas balanceaban porque no tocaban el suelo. Su tienda de campaña evidenciaba un largo pene que ya había visto antes de secuestrarlo, y ahora su pecho expuesto, exuberante, estaba a mi entera disposición.
–Vale, Abdul. Si te como las tetas y no te corres, eres muy macho… pero si te chupo los pezones y te corres es que eres un puto maricón de mierda –le reté.
Él estaba seguro que el maricón era yo, y aceptó la apuesta. No le parecía mucho daño a su hombría que le chupase las tetas. Otro reto igual no lo hubiese aceptado.
Me acerqué y le soplé en sus tetas y sólo el aliento mío rozando su cuerpo pareció excitarle. Pasé mi lengua por su pezón masculino (hipersensibilidad previamente por mi crema). Abdul, que intentaba pensar en cosa que no le gustaban para desempalmarse, no pudo más, y se corrió de gusto.
–¿Ves? jajaja ¡Y tú te llamabas macho y a mí maricón!! Un tío de mierda que se corre porque le muerden las tetas.
–Nunca me había pasado –se quedó ojiplático Abdul.
–Eres gay, como yo, lo que pasa es que nunca lo habías probado. Y encima un pasivazo enorme, le volví a retar atacando su hombría.
Abdul estaba confuso. Su pantalón corto caqui sucio, con el que le había raptado de Marraquech estaba mojado, empapado de su semen. Nunca había tenido tan abundante corrida. (Yo podía hacer que se corriesen más). Su pene seguía empalmado como nunca antes lo había visto.
Le bajé su pantalón mojado de la abundante corrida. Su pene enhiesto brincó. Sin darle tiempo a pensar al chico, que aún seguía en shock, me metí su pene en la boca y se lo empecé a lamer como si no hubiera mañana. El contacto de mis labios con su pene le excitó como nunca antes. Ni cuando se había follado a la puta del barrio, Irina, una chica de 15 años que se dejaba follar por todos en el arrabal en el que malvivían, había estado tan excitado.
–¿ves como te gusta? Es que eres muy maricón, pero aún no lo sabías. Tú estabas confundido y crees que ser gay estaba mal, por eso tu odio hacia mi… pero te estas dando cuenta que tú eres tan gay como yo, y como todos los niños y hombres del mundo, lo que pasa es que tú no lo sabías.
–No puede ser! Yo soy muy macho! Me gustan las tetas. Me has hecho algo, seguro. Me he follado a Irina. Me corrí dentro de ella. Me gustan los chochos y las tetas.
–¿Nunca habías probado con otro chico?
Abdul negó con la cabeza
–Entonces ¿cómo sabes lo que te gusta o no?
continuará
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