El pequeño Uriel: la playa 2.
Probando nuevos manjares..
Aburrimiento, eso es lo que sentía Uriel al caminar por la gran casa de playa que sus padres tenían. Muchas habitaciones, personal de servicio, sus padres ocupados en sus cosas y el niño siempre anda solito. Se pone a platicar con cuánta persona se topa pero no duran mucho pues están con los preparativos de la fiesta, el niño extraña a su amigo Andrés el chófer con quién pasaría un muy buen rato para variar.
Sale a recorrer el lugar y encuentra una puerta trasera abierta, se aventura a salir del sitio seguro. La puerta lo lleva a un callejón de servicio y a lo lejos Uriel contempla la playa. Asi que se dirige hacia allá, llegando ve que la playa está solitaria, blanca arena bajo sus pies y un tranquilo oleaje que invita a meterse a nadar. Camina por la orilla y a lo lejos atisba una pequeña lancha, anclada a la orilla. Se acerca y dentro de la pequeña embarcación ve una garrafa de agua, un sombrero de paja y ropa que fue abandonada. Una radio pequeña y un machete.
Al seguir caminando ve como un hombre se sumerge entre las piedras que sobresalen del mar, una y otra vez. Uriel se queda en la orilla esperando al que podría ser su nuevo amigo. Cuando el sol se encontraba en todo lo alto del cielo el hombre sale del mar, lleva en su mano una pequeña red llena de frutos del mar, un snorquel colgando de su cuello, una navaja brillante y como única prenda de vestir un traje de baño color rojo.
Al ver al niño, el hombre voltea a todos lados esperando encontrar a más personas.
– Pero que haces aquí, estás solito? – cuestionó el hombre moreno mojado por agua salada. Se acerca a su balsa y toma la garrafa de agua, bebé un sorbo grande de agua y escupe un poco que cae cerca de los pies descalzos de Uriel.
– Me das? – pregunta Uriel viendo aquel hombre semidesnudo con una navaja brillante colgando de su muñeca.
El hombre sabe lo que es tener sed en medio del mar así que se agacha poniendo una rodilla en la arena, dejando a la vista un enorme bulto cubierto por una delgada tela color rojo. Uriel tomo las manos de aquel amable hombre que al estar tan cerca pudo apreciar mejor. De ojos verdes pero piel canela, su cabello rizado y corto. Unos labios gruesos y unas manos fuertes con dedos grueso. Sus piernas son gruesas pero el bulto que había entre ellas era lo que más llamó la atención de Uriel. Que solo bebió un poco de agua.
– Cómo te llamas? – pregunta el niño al separar sus labios de la garrafa, pero sin quitar la mirada de encima del bulto del pescador. – Me llamo Rafael pero me conocen más por Rafa, tú cómo te llamas ? – volviendo a tomar un sorbo grande de agua
– Yo me llamo Uriel, qué haces con esa navaja? – pregunta el niño, apartando su mirada del bulto y señalando la navaja que Rafael lleva en la muñeca. – Este cuchillo…!? – señalando su herramienta de trabajo.
– Con este cuchillo desprendo las conchas del fondo y abro los peces por toda su panza – lo dice Rafael mientras que con su dedo índice recorre el abdomen de Uriel de Sur a Norte en línea recta hasta llegar a su garganta donde le hace cosquillas. El niño se ríe entre dientes, tipo jijijijiji, y da un paso hacia atrás para no caer.
– Y que hace un niño tan lindo en la playa, sólo y sin compañía? – le pregunta Rafa mientras mira a todos lados y dándose la media vuelta, de una, bajando su ropa interior. Desde donde está Uriel puedo contemplar como aquel hombre sin pena alguna se agacha y tomando el elástico de su traje de baño lo baja hasta sus tobillos para luego ver cómo lo arroja dentro de las pequeña embarcación. El niño vio también un par de nalgas igualmente morenas pero muy grandes, redondas y sin pizca de vello. Vuelve a darse la media vuelta quedando de frente nuevamente, al pequeño Uriel se le abrieron sus ojos más grande de lo que los tiene pues ante su presencia un par de webos cuelga hasta casi la mitad de la pierna del adulto y por pene, un espécimen que pese la pequeña y gran experiencia de Uriel, nunca había visto.
Rafael esboza una pícara y pequeña sonrisa – No es la primera vez que vez una? Verdad nene? – mientras que su mano morena toma el tolete dormido, moreno más aún que el resto de su piel y sacudiendo lo un poco lo mueve para todos lados. Su mano se afianza alrededor de su pene que comienza a ganar grosor. La mirada de Uriel no puede separarse de lo que está contemplado, cada segundo el pene de Rafael va ganando grosor y longitud. Rafael escupe una generosa cantidad de saliva sobre su pene y con movimientos lentos la esparce. El tiempo se detiene para Uriel quien no da crédito a lo que ve. En su total magnitud el pene de Rafael es por mucho lo más grande que él ha visto.
Rafael se tuerce un poco alcanzando del interior de su lancha el pequeño morral lleno de conchas y frutos del mar. Saca unos cuantos. Toma su cuchillo y con movimientos certeros abre las conchas, descubriendo el tesoro que ellas se encuentra. De otro morral pequeño saca lo que al parecer es un salero de mesa y un par de limones. – Ven, acércate para que pruebes lo que he pescado hoy – mientras mueve su mano y su navaja al mismo tiempo.
Uriel avanza decidido hasta encontrarse a escasos centímetros de Rafael que permanecía de pie recargado en su embarcación. Con sus piernas gruesas ligeramente abiertas, sus manos se movían ágilmente abriendo varias conchas y acomodando las en el madero de su lancha. Cuando ya había abierto una buena cantidad de mariscos, cortó los limones por la mitad y clava su cuchillo en la madera lastimada de la embarcación. El pequeño Uriel mira al robusto hombre, observa como con sus manos abre cada una de los moluscos, mientras su pene groso se contonea de un lado y otro. El glande del pene de Rafael ha alcanzado su máximo, teniendo el tamaño del puño de un niño de 6 años, con un color rojo y por su uretra empezando a escurrir la miel que tantas veces a probado Uriel.
– Abre – le dice Rafael al niño y dejando caer unas gotas de limón en el molusco se lo da a tragar. El niño descubre un nuevo sabor. El sabor del mar aderezado con la acidez del limón verde. En su boca puede notar como el molusco se mueve aún. Pero aún así lo traga. Rafael por su parte repite la dinámica con el mismo. – Quieres más? – pregunta y tomando otro molusco repite todo y el pequeño niño abre grande la boca para recibir el alimento extraído del mar.
Rafael ríe para sus adentros. Pues mira como el niño no pone cara de asco al tragar los moluscos, mientras otros miran con repulsión el comer los moluscos directos de la concha, el pequeño abre grande la boca para recibir el viscoso manjar.
Al terminarse todo el marinero toma su carne caliente con su mano y vuelve a masajear – Aún tengo más, pero me vas a tener que ayudar a sacarlo, quiere? – continúa el masaje a su pene y Uriel sin pensárselo dos veces abre su boca grande y se mete la verga del marinero.
Igual que con los moluscos el niño reconoce el sabor del mar. Su boca se abre tanto como puede pero no es suficiente, si mucho su boca logra meterse un tercio de todo lo que marinero trae. Rafael toma la cabeza del niño y empuja para que logre tragar más, pero es una misión casi imposible. El niño se separa y de su boca cuelga un grueso hilo de saliva que conecta con el glande del marinero. Rafael viendo hacia todos lados le toma la mano a Uriel y lo lleva a unos matorrales cercanos para mayor privacidad, en el lugar le quita la parte inferior de la ropa dejándole solo su camiseta al niño. Lo recarga al tronco de un árbol, con la corteza áspera y llena de sal marina. El marinero se coloca detrás y mojando la cabeza de su pene lo introduce entre las suaves piernas de Uriel. Él sabe que meter su pene sería riesgoso, sabe que ese manjar no es para él pero que aún así hay maneras de disfrutar. El nene puede sentir el calor del tolete entre sus piernitas, experimentando una nueva sensación de placer, cruza sus pies para lograr más presión en el animalón que tiene entre piernas.
Rafael besa y muerde el cuello de Uriel, pregonando le palabras sucias y frases obscenas. Su cadera se mueve a un ritmo constante mientras solo de vez en cuando restriega su verga entre las nalgas de Uriel.
Rafael se pone de pie hace que Uriel se de la media vuelta quedando ambos de frente. Toma su verga con su mano derecha y la manosea a buena velocidad, el niño sabe lo que pasará así que sin que nadie se lo pida abre grande su boca con lo cual está dispuesto a recibir un último manjar. Rafael con su frente mojada por el sudor y sus músculos tensos, coloca su glande en los labios de Uriel y con un gemido silencioso escupe de su uretra uno… Dos… Tres… Y cuatro chorros viciosos directo a la garganta del pequeño Uriel. Quién con paciencia recibe en su boca el semen recién extraído.
Cierra su boca y saborea el líquido caliente, mueve su lengua y termina tragando lo todo. Cuando no quedó resto alguno esboza una pícara sonrisa y dice – Sabe igual que las conchitas –
Rafael sale del lugar y llevándose consigo la soga que mantenía anclada su lancha se hace a la mar, sube a su lancha aún desnudo. Mira al pequeño y le dice adiós. Uriel de devuelve por dónde llegó y en pocos minutos está devuelta en casa.
como sigue?
Excelente… Ese pequeñito cada vez es mas putito.
Me encanta la inocencia de Uriel… Siempre me pone muy cachondo.
Como sigue? Estoy muy enganchado a tus historias.
Gran relato… Me encanta como escribes.
Como sigue?
Que delicia… me encanta Uriel y lo putito que es. Me encanta como disfruta con una buena polla.