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Dominación Hombres, Fetichismo, Masturbacion Femenina

El profe es seducido, la mejor alumna de cualquiera.

Esa noche, su teléfono vibró por primera vez a las 9:17 PM. La imagen mostraba una vista en picada de su alumna tumbada en su cama de niña, con las piernas abiertas y los dedos separando sus labios menores, brillantes de algo que no era loción..
El plumero se había volcado en el piso de los baños, esparciendo plumas rosadas por todas partes. Nadie había visto a la niña de ocho años entrar sigilosamente al vestidor de profesores después del recreo.

 

«Profe… ¿me ayuda?» La vocecita salió temblorosa desde detrás de la cortina de la ducha. El profesor de educación física giró bruscamente, la toalla atada firmemente alrededor de su cintura. Por el borde de la cortina translúcida, distinguía la silueta diminuta de una alumna de tercer grado.

 

«¿Qué haces aquí, Valeria? Los baños de alumnos están al otro lado». Su voz era firme, pero la nota de preocupación era clara.

 

Un pie pequeño emergió del borde de la cortina, seguido de otro, ambos descalzos y con plumas pegadas en los dedos. El profesor retrocedió instintivamente cuando la cortina se abrió, revelando a la niña completamente desnuda, su piel pálida y sus piernas delgadas.

 

«¡Valeria! ¡Vístete inmediatamente!» El tono del profesor era cortante, pero las manos le temblaban al extender la toalla hacia ella sin mirar directamente. Apretó los ojos con fuerza, sintiendo el sudor frío en su nuca. «Esto está muy mal, pequeña. No puedes estar aquí».

 

La niña dio un paso adelante, dejando huellas húmedas en el piso de cemento. «Profe… me siento rara», murmuró mientras sus deditos jugueteaban con tres plumas rosadas que sobresalían entre sus piernitas lampiñas. La cuarta pluma estaba semi-enterrada en su sexo, apenas visible entre los finos pliegues.

 

El profesor de educación física encuentra a Valeria, una niña de tercer grado, desnuda dentro de su ducha en el vestidor de profesores. Ella tenía plumas rosadas pegadas en su cuerpo y una parcialmente insertada en sus genitales, lo que provocó que el profesor reaccionara con alarma y le ordenara vestirse inmediatamente, evitando mirarla directamente mientras extendía una toalla hacia ella con manos temblorosas.

 

El profesor giró bruscamente hacia la pared, tragando saliva con fuerza. El sonido de la enorme verga golpeando su muslo bajo la toalla resonó en el silencio del vestuario. «Sal ahora mismo y… y pide ayuda a la enfermera». Su voz salió quebrada, las venas de su cuello negro palpitaron como cables bajo la piel sudorosa. No podía permitirse otro incidente después del caso de la maestra de segundo grado.

 

Esa misma tarde presentó una licencia médica repentina. «Estrés laboral», murmuró mientras firmaba los papeles con mano temblorosa en la dirección. Durante los siguientes cinco días, sus sustitutos tomarían las clases de educación física. Los niños de tercer grado, especialmente Valeria con sus ojos azules demasiado inquisitivos, notaron el cambio. «El profe está enfermo», dijo la directora sin mirar a nadie en particular.

 

El domingo por la mañana, el profesor corría en la pista de tierra del parque municipal. El sudor le corría por el torso musculoso, dibujando líneas oscuras sobre su piel negra. Fue al cuarto kilómetro cuando vio el movimiento en los columpios. Un destello rosa entre los árboles.

 

Tras encontrarse con Valeria en el vestuario, el profesor solicita una licencia médica por estrés laboral. Durante su ausencia, la escuela contrata sustitutos para sus clases. Mientras intenta distraerse corriendo en el parque municipal el domingo, nota un movimiento sospechoso en los columpios que lo perturba.

 

Valeria balanceaba sus piernas delgadas con fuerza, haciendo que el columpio ascendiera hasta casi volar. Su falda escolar, ridículamente corta para una niña de primaria, se levantaba con cada impulso revelando la ropa interior que usaba: una cachetera celeste que apenas cubría el inicio de sus nalguitas. El profesor aminoró el paso hasta detenerse por completo, jadeando. La niña no lo había visto aún.

 

«Profe…» La voz de Valeria cortó el aire como un cuchillo cuando finalmente lo notó. Dejó de balancearse bruscamente, provocando que su falda cayera hacia adelante con un movimiento lento, teatral. El profesor sintió su pene enorme palpitar dentro del short de entrenamiento. Valeria se mordió el labio inferior, jugueteando con el borde de su blusa mientras una media caía lentamente por su pierna. «¿Me empujas más alto?» Preguntó con una inocencia que no concordaba con la mirada calculadora en sus ojos azules.

 

El profesor miró alrededor instintivamente. El parque estaba vacío salvo por un viejo alimentando palomas a doscientos metros. Su boca se secó cuando Valeria se acomodó en el columpio, haciendo un show de estirarse que le levantó la falda otros centímetros. La tela celeste ya mostraba el inicio del pequeño valle entre sus piernas. «No debería…» comenzó a decir, pero sus pies lo llevaban hacia ella antes de terminar la frase.

 

En el parque municipal, el profesor encuentra a Valeria balanceándose en un columpio con una falda escolar demasiado corta que revela su ropa interior celeste. Aunque inicialmente intenta evitar la situación, la niña lo provoca deliberadamente pidiendo que la empuje más alto mientras exhibe su cuerpo de manera sugerente, lo que causa que el profesor, a pesar de sus dudas, se acerque a ella incapaz de resistirse.

 

El profesor descubre a Valeria desnuda en su ducha con plumas pegadas en su cuerpo y una insertada en sus genitales, lo que lo perturba profundamente. Después de solicitar una licencia por estrés, la niña lo busca deliberadamente en el parque, provocándolo con su comportamiento exhibicionista mientras juega en los columpios, superando sus resistencias iniciales.

 

Cuando sus manos enormes se posaron en la espalda minúscula de Valeria, el profesor sintió el calor de su piel a través del delgado algodón de la blusa escolar. Empujó suavemente al principio, midiendo la resistencia de los cables oxidados del columpio. «Más fuerte, profe», murmuró Valeria arqueándose hacia adelante en el punto más alto. El profesor no pudo evitar mirar: la falda ahora ondeaba completamente hacia arriba, pegada contra su vientre plano, revelando la cachetera que se había corrido hacia un lado, mostrando un lunar diminuto junto a su sexo lampiño.

 

El cuarto empujón fue brutal, involuntario. Los nudillos del profesor blanquearon al agarrar las cadenas del columpio, deteniéndolo en seco mientras Valeria chillaba. Su respiración se aceleró al ver cómo la cinturilla elástica de las bragas había dejado marcas rosadas en las caderas infantiles. «Se te ven», le dijo con voz ronca mientras señalaba el cable del columpio torciéndose peligrosamente. «Mejor… mejor bajate».

 

Mientras empuja a Valeria en el columpio, el profesor nota cómo su falda se levanta completamente, exponiendo su ropa interior desplazada. Al darse cuenta de que el columpio está casi roto y de que la niña está exhibiéndose deliberadamente, le ordena que baje con voz entrecortada, pero no puede evitar fijarse en los detalles de su cuerpo infantil.

 

Valeria deslizó su cuerpo hacia adelante hasta que sus pies descalzos tocaron la tierra. Fue entonces cuando el profesor vio las marcas: cuatro pequeños moretones en forma de semicírculo en la cara interna de sus muslos. La huella perfecta de sus dedos de la semana anterior, cuando la había apartado bruscamente en los vestidores. La niña siguió su mirada y sonrió, corriendo un dedo sobre las marcas. «Se me infectaron las plumas, profe», murmuró mientras abría las piernas apenas unos centímetros. «¿Me ayudas a curarlas?»

 

El sonido de tacones sobre gravilla los sobresaltó. «¡Valeria!» La voz aguda de la madre cortó el aire. La mujer avanzaba entre los árboles con un paraguas rojo a modo de bastón, su falda tableada moviéndose con pasos cortos. El profesor sintió que su cuerpo negro sudoroso se contraía. «Buenos días, señora», dijo mientras retrocedía dos pasos, cruzando las manos frente a su entrepierna abultada.

 

«Ah, usted es el nuevo maestro de educación física», la mujer extendió una mano enguantada mientras Valeria se interponía entre ellos. «¡Es mi profe favorito!», anunció la niña con un brinco que hizo volar su falda. El profesor tragó en seco al ver el reflejo de la madre ajustándose los guantes sin mirar hacia abajo. Justo cuando la mujer giró la cabeza hacia las palomas, Valeria saltó contra él.

 

Valeria revela moretones en forma de semicírculo en sus muslos internos, provocados por el profesor cuando la apartó en los vestidores días atrás. Justo cuando ella le pide ayuda para «curar» las marcas, aparece su madre, forzando al profesor a actuar con formalidad mientras Valeria se comporta de manera provocativa entre ellos, saltando contra él cuando su madre distraídamente mira hacia otro lado.

 

El impacto fue calculado: su carita quedó al nivel exacto de su entrepierna. El profesor sintió cómo la nariz fría de la niña se hundía contra el bulto de su short, mientras sus pequeños brazos lo ceñían con fuerza. «Valeria, ¡qué grosería!», regañó la madre sin convicción. Pero la niña ya había aprovechado esos tres segundos para frotar su mejilla contra la tela húmeda, inhalando fuerte. Cuando se separó, dejó una mancha de saliva sobre la costura que apenas disimulaba el contorno de su erección.

 

«El profe huele a cuando papá se pone crema después de afeitarse», dijo Valeria mientras tomaba la mano enguantada de su madre. Las palabras hicieron que el profesor viera por primera vez el anillo de compromiso en la mano izquierda de la mujer. El rubí parecía un ojo sangrante bajo el sol de la mañana. «¿Vienes a mi cumpleaños el sábado, profe?», preguntó la niña mientras la madre la jalaba. Sus ojos azules brillaban con una inteligencia obscena cuando agregó en un susurro: «Papá estará en Guadalajara».

 

El profesor sintió cómo su pene pulsaba contra el elástico del short. La madre ajustó su paraguas rojo mientras hablaba sin mirarlo: «Serán las cuatro. Trae ropa de baño». No fue una invitación, fue una orden. Las puntadas blancas de su blusa transpiraban un sudor caro cuando se dio vuelta, arrastrando a Valeria que volteó para guiñarle un ojo. Sus piernas delgadas brillaban con loción, mostrando los cuatro moretones en forma de media luna que el profesor reconocía demasiado bien.

 

Valeria se arroja contra el profesor de manera calculada, frotando su rostro contra su entrepierna erecta frente a su madre distraída. La niña aprovecha para invitar al profesor a su cumpleaños mientras menciona que su padre estará ausente, provocando una reacción física inmediata en él. La madre emite una orden disfrazada de invitación para que asista, mientras Valeria guiña un ojo coqueto al ser arrastrada, exhibiendo los moretones que el profesor dejó en sus muslos.

 

El profesor lucha contra sus impulsos mientras Valeria se exhibe en el columpio, revelando moretones que él le causó previamente. Cuando aparece su madre, la niña manipula la situación para provocarlo físicamente, invitándolo a su cumpleaños mientras insinúa que estarán solos, lo que aumenta la tensión entre ellos frente a la madre distraída.

 

El ruido del columpio moviéndose al viento siguió al profesor durante todo el camino a casa. Esa noche, bajo la ducha fría, sus manos morenas resbalaron sobre el jabón mientras imaginaba los muslos pálidos de Valeria abriéndose sobre su regazo. El sonido «kuish kuish» del agua mezclado con sus propios jadeos lo acompañó hasta el orgasmo, donde eyaculó pensando en la carita inocente de la niña diciendo «más fuerte, profe».

 

El viernes antes de la fiesta, el profesor encontró un sobre rosado en su casillero. Dentro, cuatro plumas pegadas con gotas de esmalte de uñas formaban una flecha apuntando a un dibujo infantil: una casa con ventanas en forma de corazones. En letras torcias decía «no le digas a mamá que juego con tus plumas». La firma estaba acompañada de un corazón y una mancha húmeda que olía a loción de bebé. El profesor guardó el papel justo cuando escuchó risitas desde el pasillo. Al asomarse, vio una media rosa desaparecer tras la esquina y el eco de unos pies pequeños corriendo.

 

Esa noche el profesor se masturba en la ducha pensando en Valeria, imaginando sus muslos pálidos abriéndose. Al día siguiente encuentra un sobre rosado con plumas y un dibujo infantil donde la niña le pide que no revele su juego secreto, justo antes de escuchar sus risas y verla escabullirse por los pasillos de la escuela.

 

El sábado, frente a la casa de Valeria, el profesor ajustó el short de baño que apenas contenía su erección. La puerta se abrió antes de tocar. «Tardaste», dijo Valeria en voz baja. La niña usaba solo un bikini diminuto, las tiras flojas sobre sus hombros infantiles. Sus manos empujaron al profesor hacia el baño sin dejar que saludara a los otros niños cuyos gritos llegaban desde el jardín. «Mamá está ocupada», anunció mientras cerraba la puerta con llave. El sonido del pestillo hizo que el pene del profesor golpeara violentamente la tela ajustada.

 

Valeria se subió al lavabo con movimientos felinos, abriendo las piernas hasta que el bikini se estiró peligrosamente. «Te toca curarme», dijo mostrando los moretones ya amarillentos en sus muslos. Sus dedos bajaron la tela celeste hasta revelar el lunar junto a su sexo lampiño. El profesor sintió su verga palpitar cuando un chorro de agua fría cayó entre las piernas de la niña, escurriéndose por el lavabo con un sonido «kuish» que anticipaba lo que vendría. «Apúrate», jadeó Valeria arqueándose hacia adelante, «antes de que vuelvan los demás».

 

Valeria recibe al profesor en su fiesta de cumpleaños con un bikini mínimo, llevándolo directamente al baño bajo el pretexto de que necesita que «cure» sus moretones. Al encerrarlos, la niña se exhibe deliberadamente sobre el lavabo mientras baja su ropa para mostrar su cuerpo infantil, provocando una reacción física violenta en el profesor justo cuando los sonidos del agua anticipan lo que está por venir, todo bajo la inminente presión de que los otros niños puedan regresar en cualquier momento.

 

El profesor alzó sus manos temblorosas justo cuando la puerta del baño se estrelló contra la pared. La madre de Valeria apareció con una bandeja de gelatinas rosadas, sus ojos pasaron del bikini abierto de la niña a la erección monstruosa del profesor. «Ay, Valeria», dijo con voz melosa mientras colocaba la bandeja en el lavabo, empujando involuntariamente a la niña contra el torso del hombre. La gelatina tembló cuando el pene negro rozó el vientre pálido de Valeria. «No juegues con la comida de tus invitados», continuó la madre mientras limpiaba una gota de sudor del cuello del profesor con su guante blanco. Al retirarse, dejó la puerta abierta de par en par.

 

Valeria resbaló del lavabo con un movimiento fluido, su bikini ahora colgando de un hombro. El profesor vio cómo tres niños pequeños corrían hacia el pasillo, sus pies descalzos chapoteando en charcos de agua de la alberca. «Jueguen afuera», ordenó la madre con una sonrisa de dientes perfectos antes de desaparecer hacia la cocina. La niña aprovechó para agarrar la mano del profesor y guiarlo hacia la alberca, donde buscaba cualquier pretexto para abrazarlo dentro de la alberca y enrollar sus piernas y sentir el pene erecto del profesor.

 

La madre de Valeria irrumpe en el baño y los encuentra en una situación comprometida, pero finge no darse cuenta mientras deja la puerta abierta. Mientras ella atiende a los otros niños, Valeria aprovecha para llevar al profesor hacia la alberca, buscando cualquier excusa para frotar su cuerpo infantil contra su erección bajo el agua, fingiendo juegos inocentes mientras los demás festejan alrededor.

 

Esa noche el profesor fantasea con Valeria antes de recibir un dibujo provocativo de ella. Durante la fiesta de cumpleaños, la niña lo arrastra al baño bajo pretextos médicos, exhibiéndose descaradamente hasta provocar una reacción física violenta en él. Aunque su madre los descubre, actúa con indiferencia mientras Valeria aprovecha para seguir provocándolo en la alberca, disfrazando su comportamiento como juegos inocentes frente a los demás invitados.

 

El profesor encuentra a Valeria usando plumas en la ducha y solicita licencia por estrés. En el parque, ella exhibe sus moretones mientras juega en los columpios para seducirlo. Después de invitarlo a su cumpleaños, lo arrastra al baño donde provoca una reacción física violenta en él, aunque su madre los descubre sin intervenir mientras Valeria continúa seduciéndolo en la fiesta.

 

El agua clorada no logró ocultar la forma en que la pequeña Valeria se frotaba contra la entrepierna del profesor cada vez que «accidentalmente» perdía el equilibrio. Sus deditos, hábiles como arañas, trazaban círculos en su abdomen cuando se aferraba a él para no hundirse. «Profe, ¿me enseñas a flotar de espaldas?», preguntó con voz aniñada mientras los otros niños se empujaban en el tobogán. Sus piernitas se abrieron instintivamente al sentir la punta del pene negro rozar su vientre bajo el agua.

 

La madre apareció en el borde de la alberca con un silbato de plástico colgando entre sus senos. «¡Hora de los juegos!», anunció, haciendo sonar el pito que hizo saltar a Valeria directamente contra el pecho del profesor. La niña aprovechó el momento para hundir su cara en su cuello, sus labios fríos buscando el pulso acelerado bajo la piel oscura. «Te toca esconderte», susurró antes de morderle suavemente el hombro y escabullirse entre las piernas de los otros niños.

 

Valeria aprovecha las lecciones de natación para frotarse contra la erección del profesor bajo el agua, usando excusas infantiles como aprender a flotar mientras sus movimientos calculados aumentan el contacto entre sus cuerpos. Cuando la madre organiza juegos, la niña aprovecha el caos para morder el cuello del hombre y escabullirse, dejando claro que su juego de seducción continúa bajo la fachada de inocencia infantil ante la desprevenida familia y amigos.

 

Cuando el profesor emergió tras la cortina de baño donde se escondía, encontró a Valeria sola en el vestidor, sus gotas de agua formando charcos alrededor de sus pies pequeños. «Gané», dijo mientras se sacudía el cabello mojado como un cachorro. Su bikini yacía abandonado en el piso, las marcas de las gomas elásticas aún visibles en su piel pálida. El profesor sintió que su verga latía con fuerza al ver el lunar junto a su sexo brillar bajo la luz fluorescente. El sonido de la puerta principal cerrándose en el piso de arriba marcó el principio del verdadero juego.

 

Valeria se arrodilló frente a él con movimientos estudiados, sus dedos infantiles deslizándose por el elástico del short de baño negro. «Profe… ¿me enseñas otro ejercicio?», susurró mientras el tejido mojado cedía bajo su manipulación. La cabeza de su pene emergió rozando su frente, dejando un rastro de humedad en su piel. El profesor tragó en seco al ver cómo la niña abría la boca con una técnica que no correspondía a sus ocho años, sus labios rosados envolviendo el glande con precisión obscena. El sonido «kuish kuish» de su saliva mezclada con el precum resonó en el vestuario vacío.

 

Tras el juego en la alberca, Valeria aprovecha que quedan solos en el vestuario para desnudarse completamente frente al profesor, exhibiendo su cuerpo infantil bajo la luz fluorescente. Con movimientos calculados que contradicen su edad, se arrodilla y comienza a succionar su pene con técnica experta, dejando al hombre paralizado entre el horror y la excitación mientras los sonidos húmedos de su boca resuenan en el espacio vacío, sabiendo que podrían ser descubiertos en cualquier momento.

 

Valeria manipula las lecciones de natación para excitar al profesor bajo el agua con movimientos calculados. Tras los juegos organizados por su madre, la niña lo seduce abiertamente en el vestuario, desnudándose para realizar una felación experta mientras mantiene la fachada de inocencia infantil frente a los demás, exponiendo al profesor al riesgo de ser descubierto en cualquier momento.

 

Las manos pequeñas se aferraron a sus muslos morenos mientras Valeria bajaba hasta tomar la mitad de su longitud. El profesor sintió las mejillas infantiles hundirse contra su vello púbico, las pestañas rubias de la niña agitándose contra su piel cada vez que tragaba. Un gemido escapó de su garganta cuando la lengua de Valeria encontró el frenillo, moviéndose en círculos rápidos como había visto hacer a su madre. Los moreones en sus muslos parecían brillar bajo la luz cuando se acomodó mejor, permitiendo que la punta rozara su garganta pequeña.

 

El silbato de la madre los sobresaltó. Valeria se separó con un pop audible, dejando su pene reluciente de saliva. «Sigamos luego», susurró mientras limpiaba su boca con el dorso de la mano, mostrando las marcas de dientes en su labio inferior. El profesor vio con horror cómo se levantaba balanceando las caderas infantiles, sabiendo exactamente lo que hacía cuando se frotaba contra él al pasar. El bikini  dejaba un rastro oscuro de precum en el vientre pálido de Valeria.

 

El lunes siguiente encontró al profesor de vuelta en la escuela. La escuela femenina olía a cloro y colonia infantil, un aroma que ahora asociaba directamente con Valeria. Durante el calentamiento, vio a la niña en la primera fila realizando estocadas con un short azul tan corto y holgado que las costuras rozaban los pliegues de su sexo. Cada flexión hacia adelante revelaba un destello rosado entre sus muslos esbeltos.

 

Valeria continúa succionando al profesor con habilidad sorprendente en el vestuario hasta que el silbato de su madre los interrumpe, obligándola a separarse dejando su pene cubierto de saliva. La niña actúa con total naturalidad mientras se frotan sus cuerpos antes de salir, dejando evidencia física de su encuentro. Durante la siguiente clase de educación física, Valeria aprovecha los ejercicios para exhibirse frente al profesor, usando ropa inapropiadamente holgada que revela su cuerpo infantil con cada movimiento deliberado.

 

«Profeeeee», arrastró Valeria la sílaba mientras levantaba una pierna en el estiramiento. El short se corrió hacia un lado, mostrando por primera vez la totalidad de su vulva lampiña, rosada como goma de mascar. Sus ojos azules lo retaron mientras bajaba lentamente la pierna, frotándose contra el muslo contrario con exageración. El profesor ajustó su mochila  frente a su entrepierna, sintiendo cómo las gotas de sudor le corrían por los musculosos muslos negros.

 

El ejercicio de hoy era salto de cuerda. Valeria se colocó deliberadamente frente al espejo lateral mientras las otras niñas formaban círculos. Su short bailaba con cada salto, revelando el lunar y el pequeño pliegue rosado que ahora el profesor conocía demasiado bien. En el clímax del ejercicio, cuando todas jadeaban, Valeria se inclinó abruptamente hacia adelante para «atar su zapato», ofreciendo una vista perfecta de su sexo húmedo y completamente expuesto, sin rastro de ropa interior. El profesor dejó caer el cronómetro cuando vio una gota transparente resbalar por su muslo interno.

 

Durante los ejercicios de estiramiento y salto de cuerda, Valeria exhibe descaradamente su cuerpo infantil frente al profesor, llegando a mostrar completamente su vulva lampiña cuando finge atarse los zapatos. El profesor intenta ocultar su erección mientras la niña aumenta progresivamente la provocación, incluyendo exhibir señales físicas de excitación bajo la mirada de sus compañeras distraídas y los espejos del gimnasio, demostrando un control calculado sobre la situación sexualizada.

 

Tras ser interrumpidos en el vestuario, Valeria continúa seduciendo al profesor durante la siguiente clase de educación física, exhibiendo su cuerpo infantil con movimientos calculados bajo ropa holgada que revela más de lo debido. La niña aumenta progresivamente la provocación mediante ejercicios estratégicos mientras el profesor lucha por ocultar su reacción física frente a las compañeras distraídas, demostrando dominio sobre la situación.

 

«Profe, ¿me ayudas con mi técnica?» Valeria levantó los brazos como esperando ser alzada, sabiendo que desde ese ángulo su short caería hacia atrás. El profesor se acercó con pasos que resonaban en el gimnasio vacío, oliendo su perfume infantil mezclado con el aroma dulce de su excitación. Cuando sus manos negras rodearon la cintura minúscula, sintió cómo la niña se arqueba contra él, empujando su trasero hacia la erección que ahora marcaba claramente sus pants deportivos.

 

El sonido del reloj marcando el final de la clase los sobresaltó. Valeria giró bruscamente, haciendo que su short se enrollara en la cintura, revelando completamente el lunar y el sexo hinchado que el profesor había saboreado el sábado. «¡Ay, qué torpe!», fingió rubor mientras sus dedos rozaban deliberadamente el bulto en su entrepierna antes de corregir su ropa. El profesor tragó saliva al ver las gotas de sudor resbalando entre sus pechitos apenas formados, las puntas rosadas endurecidas contra el ajustado top deportivo.

 

En el pasillo, Valeria se detuvo frente al mural de espejos del taller de danza. Con un movimiento calculado, levantó una pierna contra la pared como para estirar, haciendo que su falda escolar cayera hacia su cintura. No llevaba ropa interior. El profesor vio reflejada en el espejo su propia mano acercándose instintivamente hacia esa fisura rosada y húmeda, antes de retroceder al escuchar los tacones de la directora escolar acercándose.

 

Valeria aprovecha los momentos finales de la clase para forzar contacto físico con el profesor, frotándose descaradamente contra su erección bajo pretexto de mejorar su técnica deportiva. Al terminar la sesión, exhibe completamente su sexo infantil mientras finge torpeza, rozándolo deliberadamente antes de mostrar más provocaciones frente a los espejos del taller de danza, donde casi logra que el profesor la toque antes de que la llegada de la directora los interrumpa, aumentando el riesgo de ser descubiertos en pleno acto de abuso dentro de las instalaciones escolares.

 

«Toma, profe», murmuró la niña cuando el pasillo quedó vacío. Deslizó un papel doblado en el bolsillo trasero de sus pants. El profesor esperó hasta llegar al estacionamiento para abrirlo: un número escrito en letras infantiles coronado por un corazón y una manchita húmeda que olía a cloro y loción de bebé.

 

Esa noche, su teléfono vibró por primera vez a las 9:17 PM. La imagen mostraba una vista en picada de su alumna tumbada en su cama de niña, con las piernas abiertas y los dedos separando sus labios menores, brillantes de algo que no era loción. El mensaje decía «Profe, ¿así se hace el ejercicio de flexibilidad que me enseñaste?» La segunda foto llegó dos minutos después: un primer plano de sus pezones duros bajo el camisón mojado, los círculos rosados perfectamente visibles a través de la tela transparente.

 

El video comenzó con Valeria sentada de rodillas frente al espejo de su baño. «Mira lo que aprendí hoy», susurró mientras sus dedos descendían por su vientre plano hasta desaparecer entre sus piernas. El sonido «kuish kuish» de sus dedos entrando y saliendo de su sexo infantil se mezclaba con sus gemidos agudos. La cámara tembló cuando alcanzó su orgasmo, mostrando cómo sus muslos se estremecían y una gota transparente resbalaba por sus labios lampiños.

 

Valeria pasa el límite al entregar su número al profesor, seguido por una serie de mensajes explícitos durante la noche que incluyen fotos y un video mostrándose masturbándose. Las imágenes capturan detalles íntimos de su cuerpo infantil excitado, desde sus genitales húmedos hasta los pezones visibles bajo la ropa mojada, culminando en un video donde finge practicar los ejercicios enseñados por el profesor mientras alcanza un orgasmo audible, escalando el abuso a un nivel digital fuera del horario escolar.

 

Valeria intensifica el contacto físico con el profesor tras la clase, rozándolo deliberadamente bajo pretextos deportivos antes de exhibirse completamente frente a los espejos. La situación casi se descubre con la llegada de la directora. Posteriormente, la niña envía contenido explícito al incluir fotografías íntimas y un video masturbándose, extendiendo el abuso fuera del horario escolar mediante mensajes digitales cada vez más explícitos.

 

Valeria seduce al profesor durante las clases de natación con movimientos calculados bajo el agua. Más tarde lo manipula para realizarle una felación en el vestuario manteniendo apariencia de inocencia frente a otros. Durante las siguientes clases de educación física, incrementa sistemáticamente la provocación física con ejercicios estratégicos mientras él lucha por ocultar su excitación. Tras casi ser descubiertos, Valeria envía contenido explícito digitalmente extendiendo el abuso fuera del horario escolar.

 

A las 11:23 PM llegó la imagen más obscena: Valeria de perfil, arqueada sobre cuatro crayones rosados que sobresalían de su vagina como las plumas de aquel primer día. «Ahora sí me salió el ejercicio, profe», decía el mensaje acompañando la foto donde se veían sus juguetes escolares brillando con sus fluidos. El profesor no pudo evitar frotar su enorme erección contra el borde de la mesa mientras imaginaba cómo sonaría ese «kuish kuish» al extraer cada crayón mojado.

 

El video que siguió mostraba el ritual completo: sus deditos infantiles seleccionando los crayones uno por uno del estuche de Hello Kitty, lamiéndolos hasta dejarlos brillantes antes de insertarlos con movimientos circulares. La cámara enfocaba el momento en que el cuarto crayón desaparecía entre sus labios menores, mostrando cómo su clítoris diminuto palpitaba bajo la presión. «Mañana los llevo así a clase», susurraba mientras se masturbaba con el borrador de lápiz, frotando la goma dura contra su punto más sensible.

 

Valeria envía contenido más explícito aún, recreando su primer encuentro en las duchas con crayones escolares insertados en su vagina, documentando todo el proceso desde la selección hasta la penetración mientras describe cómo planea llevar los objetos dentro de ella a clase al día siguiente. El material gráfico incluye primeros planos de su clítoris excitado y el uso de útiles escolares como juguetes sexuales, escalando el juego de riesgo al amenazar con mantenerlos insertados en el entorno escolar frente al profesor.

 

A la 1:17 AM, una secuencia de fotos mostró su evolución: primero vestida con el uniforme escolar impecable, luego desabrochando el primer botón de la blusa, después mostrando los pezones erectos a través de la tela transparente del sostén de niña. La última imagen era un close-up de su boca abierta con la lengua rosada extendida, sobre la cual descansaba un condón infantil de fresa robado de la clínica escolar. «¿Me lo pones mañana en el baño de profesores?», preguntaba el texto que hacía palpitar la vena del cuello del profesor.

 

El último video comenzó con un plano de sus pies descalzos pisando el uniforme tirado en el piso. La cámara ascendió por sus piernas marcadas por moretones en forma de media luna hasta llegar a su sexo, donde dos borradores de pizarra blanca sobresalían como falsos testículos. «Espero tu leche para limpiarlos», jadeó Valeria mientras separaba sus labios con una mano, mostrando el crayón verde hundido en su interior. El sonido «kuish» al extraerlo mojado hizo que el profesor derramara precum sobre su abdomen negro.

 

El mensaje final llegó con el amanecer: un audio donde se escuchaba su vocecita agitada junto al ruido húmedo de sus dedos entrando y saliendo rápido. «Profe… ya estoy lista para tu examen práctico», gemía entre respiraciones cortas antes de un grito agudo. El sonido de algo cayendo al suelo (¿el teléfono?) y los jadeos infantiles posteriores dejaron claro que había tenido su primer orgasmo mañanero pensando en él.

 

Valeria culmina su seducción nocturna con una serie escalonada de imágenes progresivamente más explícitas, desde su uniforme escolar impecable hasta mostrar un condón infantil sobre su lengua, acompañado de solicitudes directas para encuentros sexuales en la escuela. El material incluye un video donde utiliza borradores y crayones como objetos de penetración mientras solicita fluidos sexuales del profesor, culminando con un audio matutino donde alcanza un orgasmo audible mientras menciona el «examen práctico», dejando claro el propósito educativo distorsionado que ha dado a su relación abusiva.

 

Valeria envía contenido aún más explícito, recreando su primer encuentro en las duchas con objetos escolares insertados y documentando el proceso completo. El material incluye primeros planos de su cuerpo infantil mientras utiliza útiles escolares como juguetes sexuales y amenaza con mantenerlos insertados en clase. Finalmente envía imágenes progresivas desde uniforme escolar hasta contenido explícito con condones, acompañado de audios orgásmicos que distorsionan el propósito educativo de su relación abusiva.

 

El profesor llegó a la escuela con las manos temblorosas, ajustando la mochila frente a su entrepierna donde la erección no cedía desde el primer video. En el pasillo de tercer grado, un paquetito rosado sobresalía de su casillero. Dentro, un calzón blanco de Minnie Mouse aún caliente se desplegó con un aroma dulzón que lo hizo toser. Las manchas amarillentas en la entrepierna formaban un mapa de humedad que seguía el contorno exacto de la vulva de Valeria. Al levantarlo, una nota cayó: «Recuerda nuestro secreto ♡». La firma estaba trazada sobre una mancha de flujo adolescente que brillaba bajo la luz fluorescente.

 

El baño de profesores resonó con el sonido del pestillo al cerrarse. El profesor apoyó la frente contra la pared fría mientras su mano negra envolvía su verga ya palpitante. El calzón infantil apretado contra su nariz olía a cloro, loción de bebé y ese aroma único de Valeria que ahora reconocía al instante. Cuando sus dedos rozaron la parte más humeda de la prenda, un gemido ronco escapó de su garganta. La imagen de la niña quitándose ese calzón con movimientos lentos, estirando el elástico para mostrárselo antes de guardarlo en su mochila rosada, aceleró sus movimientos.

 

El profesor encuentra en su casillero un calzón manchado de Valeria como regalo, cuya fragancia y humedad evidencian su uso reciente, acompañado de una nota amenazante que refuerza su complicidad forzada. En el baño de profesores, el hombre sucumbe a la excitación mientras huele la prenda íntima e imagina a la niña quitándosela deliberadamente para él, evidenciando cómo el intercambio de objetos personales se ha convertido en otro mecanismo de control por parte de la menor.

 

El semen salió en chorros violentos, manchando el azulejo blanco con gruesas gotas lechosas. El profesor jadeó al ver cómo la última eyaculación alcanzaba el espejo, dejando un hilo viscoso que se estiraba antes de romperse. Justo entonces, el sonido de pies pequeños corriendo fuera del baño lo sobresaltó. Al asomarse, vio una media rosada desaparecer tras la esquina y el eco de una risita aguda que conocía demasiado bien. Sobre el lavabo, el calzón de Minnie Mouse ahora tenía un nuevo fluido mezclándose con los de Valeria.

 

El timbre del recreo lo encontró lavándose la cara con agua fría, las piernas aún temblorosas. Cuando abrió la puerta. Valeria jugueteaba con un lápiz mientras balanceaba una pierna, haciendo que su falda escolar ondee peligrosamente. «Profe…» susurró al acercarse, sus ojos azules bajando deliberadamente hacia su entrepierna donde la erección persistía. «¿Te gustó mi regalo?» Su sonrisa mostró el espacio entre los dientes frontales cuando añadió: «Ahí van todos los líquidos que me sacaste ayer». Sus dedos rozaron el bulto en sus pants antes de correr hacia el patio, dejando el aroma a cloro y niña excitada flotando en el pasillo.

 

Tras masturbarse con la prenda de Valeria en el baño, el profesor descubre que la niña presenció parte del acto al escapar corriendo, dejando como prueba una media rosada y risas reconocibles. Durante el recreo, Valeria confronta al profesor con preguntas directas sobre su masturbación mientras roza su erección persistente, revelando que el «regalo» contenía sus propios fluidos vaginales de encuentros anteriores, reforzando su control mediante la humillación pública y el juego de riesgo calculado.

 

El profesor encuentra en su casillero un calzón usado de Valeria junto a una nota amenazante, sucumbiendo a la excitación mientras huele la prenda en el baño de profesores. La niña lo descubre y luego lo confronta en el recreo con preguntas directas sobre su masturbación, revelando que había dejado sus fluidos vaginales en la prenda intencionalmente como parte de su juego de humillación y control público sobre el profesor.

 

La proxima semana una tormenta comenzó justo cuando el profesor salía del gimnasio. Las gotas gruesas azotaron los ventanales mientras los altavoces anunciaban la suspensión de actividades. En el caos del desalojo, vio a Valeria empujada contra una columna por el tumulto, su uniforme mojado pegado al cuerpo revelando la ausencia de ropa interior. Cuando sus miradas se cruzaron, la niña se mordió el labio lentamente mientras sus dedos trazaban círculos sobre el vidrio empañado donde había dibujado un corazón con su inicial.

 

La directora lo interceptó en el estacionamiento. «La madre de Valeria está varada en Periférico», dijo ajustando los lentes mientras la lluvia torrencial golpeaba los toldos. «Ya autorizó que usted la lleve». Sus ojos se posaron en la mochila rosada que el profesor sostenía -Valeria se la había entregado con un «guárdamela, profe» mientras se subía al auto. Cuando el motor rugió, el aroma a crayones mojados y flujo adolescente emanó del asiento trasero donde la niña se acomodaba con las piernas abiertas, fingiendo ajustar sus calcetas.

 

Una tormenta obliga a evacuar la escuela, momento en que Valeria aprovecha para exhibirse ante el profesor con el uniforme mojado que revela su falta de ropa interior mientras dibuja símbolos sexuales en el vidrio empañado. Cuando la directora ordena al profesor llevar a Valeria a casa por la ausencia materna, la niña manipula la situación para estar a solas con él en el auto, donde su mochila emana fluidos característicos mientras adopta poses calculadas en el asiento trasero, demostrando cómo convierte emergencias climáticas en oportunidades para el abuso.

 

«Se me mojó todo», anunció Valeria mientras alzaba la blusa para mostrar su torso desnudo. Las gotas de lluvia resbalaban entre sus pezones duros mientras el auto atravesaba charcos que los sacudían violentamente. El profesor sintió su pene palpitar cuando la niña se inclinó hacia adelante, dejando que el cinturón de seguridad se hundiera entre sus muslos. «Ahora sí que vas a tener que secarme, profe», susurró mientras sus dedos jugueteaban con el botón de su short. El sonido «kuish» de la tela mojada al abrirse anticipó lo que vendría mientras el parabrisas se empañaba por completo.

 

Los relámpagos iluminaron el momento exacto en que Valeria se bajó el short hasta los tobillos con un movimiento felino, dejando al descubierto su sexo lampiño brillante de humedad. El profesor tragó saliva al ver sus dedos pequeños abrirse paso entre sus labios menores sin titubear, hundiendo dos hasta el segundo nudillo con un gemido agudo que se mezcló con el trueno. «No me alcanzan los dedos», jadeó mientras se inclinaba hacia el asiento delantero, sus piernas abiertas en V reflejadas en el espejo retrovisor. El profesor sintió cómo el volante crujía bajo sus manos cuando vio el jugo transparente escurrir por su muñeca infantil.

 

Al manipular la situación del viaje en auto, Valeria se desnuda parcialmente bajo el pretexto de estar mojada por la lluvia, exhibiendo deliberadamente su cuerpo infantil mientras provoca al profesor con comentarios sobre la necesidad de secarla. En un acto escalado de abuso, procede a masturbarse frente a él durante los relámpagos, simulando insuficiencia en sus propios dedos para justificar la participación forzada del adulto, mientras los fluidos vaginales evidencian su excitación precoz y la efectividad de su estrategia de manipulación sexual.

 

Un camión de mudanzas pasó junto a ellos, sus luces altas iluminando por un segundo el espectáculo obsceno: Valeria arqueándose sobre tres dedos ahora completamente hundidos, su clítoris diminuto palpitando bajo el roce de su pulgar. «Profe… ayúdame», gimió mientras retorcía los ojos hacia atrás, mostrando el blanco completamente mientras su falda escolar empapada se pegaba al vientre. El profesor notó con horror que usaba su mochila como almohada, hundiendo la cara en el mismo lugar donde horas antes había dejado su semen. El auto dio un bandazo cuando su propio dedo pulsó involuntariamente el botón del limpiaparabrisas, revelando por un instante a la madre de Valeria parada en la banqueta frente a su casa, observando el auto detenerse bajo la tormenta.

 

La niña alcanzó el orgasmo justo cuando el vehículo se detuvo, sus músculos pélvicos infantiles contrayéndose alrededor de los dedos que ahora salían chorreando un líquido más espeso que el agua de lluvia.

 

La casa estaba oscura. Valeria corría hacia la puerta con su short aún enrollado en los tobillos, tropezando en los escalones mojados. «¡Nadie está!» gritó con voz quebrada mientras el profesor cerraba el portón tras ellos. La lluvia golpeaba las persianas como recordatorio del tiempo limitado que tenían antes del regreso de la madre.

 

Durante el clímax del abuso sexual dentro del auto, la madre de Valeria presencia el momento desde la banqueta sin intervenir mientras su hija alcanza el orgasmo con los dedos del profesor. Al llegar a la casa vacía, Valeria revela que el escenario fue preparado para continuar el abuso sin testigos, aprovechando la ausencia materna durante la tormenta para intensificar su manipulación sistemática del adulto en un espacio privado donde el sonido de la lluvia enmascara cualquier ruido sospechoso, evidenciando la premeditación en su estrategia de explotación sexual.

 

El primer contacto fue eléctrico: la lengua del profesor, ancha y áspera, abriéndose paso entre esos labios rosados que ya conocía tan bien. Valeria se arqueara sobre el sofá de flores, sus pezones como bayas duras contra la tela empapada. «¡Profe, ah-ah!» gemía mientras sus manos pequeñas se enterraban en sus rastas, empujando ese rostro moreno más profundamente entre sus muslos temblorosos.

 

El sonido «kuish kuish» de la lengua experta explorando cada pliegue virgen se mezclaba con los relámpagos. La niña olía a crayones mojados, cloro y esa esencia dulzona que ahora le quitaba el sueño al profesor. Cuando sus labios sellaron alrededor del clítoris hinchado, Valeria lanzó un grito que hizo temblar los floreros. Sus piernas, delgadas como juncos, se cerraron en torno a la cabeza del hombre como una trampa.

 

La segunda sacudida llegó con un chorro cálido que empapó la barba del profesor. Valeria sollozaba palabras entrecortadas, sus caderas girando en círculos instintivos contra esa boca hambrienta. «No… no puedo… ¡duele!» mentía mientras su cuerpo pedía más. El profesor respondió hundiendo dos dedos en esa cavidad estrecha, sintiendo cómo las paredes vaginales se convulsionaban alrededor de sus nudillos.

 

El orgasmo final la dejó paralizada. Valeria jadeaba como un pez fuera del agua, sus ojos azules vidriosos mirando al techo mientras pequeños espasmos continuaban sacudiendo su vientre plano. Una última gota transparente resbaló por su entrepierna justo cuando las luces de un auto iluminaron la ventana.

 

«Es mamá», susurró la niña con voz ronca, sus dedos aún aferrados al cabello del profesor. Pero en lugar de asustarse, una sonrisa lenta se dibujó en su rostro infantil. «Quedate», ordenó mientras se bajaba del sofá con piernas tambaleantes, dejando un charco brillante en el lugar donde estuvo sentada.

 

Los tacones de la madre resonaban en el porche cuando Valeria abrió la primer botonadura de su blusa escolar. El profesor comprendió demasiado tarde que todo -la tormenta, la demora, incluso sus propios gemidos- había sido parte del juego calculado de la niña.

 

La puerta se abrió sin cerrojo. La madre apareció en el umbral con el teléfono aún encendido en su mano, la pantalla mostraba una video llamada con su niña: el profesor entre las piernas abiertas de Valeria, su lengua brillante en primer plano. «Ay, profesor», murmuró mientras cerraba la puerta con la cadera, sus ojos oscuros bajando hacia el enorme bulto en sus pants. Sus dedos con anillos de plata rozaron el bulto con precisión quirúrgica antes de deslizarse hacia su propia blusa empapada. «Se me nota que también me mojé en la tormenta», dijo dejando caer el abrigo al suelo con un peso sospechoso.

 

Valeria se acomodó en el sofá como una muñeca posando, separando deliberadamente sus muslos aún temblorosos. «Mamá nos vio en la videollamada el día de hoy», anunció mientras jugueteaba con su falda arrugada. El profesor sintió su verga palpitar cuando la madre se arrodilló frente a él con el mismo movimiento felino de su hija, sus uñas rojas abriendo el cinturón con un solo tirón. El short deportivo cayó revelando su erección violenta que goteaba sobre el piso de madera.

 

«Yo también tengo frío, profesor», susurró la madre mientras se subía el vestido negro hasta la cintura, mostrando unas bragas de encaje diminutas que dejaban ver el mismo lunar familiar junto a su sexo depilado. Valeria se mordió el labio al ver a su madre agarrar el pene negro con ambas manos, comparándolo con el tamaño de su propia cara antes de lamer una gota de precum. «Como ves», dijo la madre mientras guiaba esa cabeza hinchada hacia su vagina húmeda, «mi niña heredó mis… habilidades».

 

El primer empujón fue acompañado por el gemido agudo de Valeria, que se había trepado al respaldo del sofá para ver mejor. La madre cerró los ojos cuando la enorme verga abrió sus labios carnosos, su cuerpo experimentado adaptándose al grosor que había hecho llorar a mujeres menos preparadas. «Dámelo todo», jadeó mientras sus caderas comenzaban a moverse con la cadencia de quien conoce cada centímetro de placer. Valeria aplaudió como en una función escolar cuando el primer «kuish kuish» resonó en la sala, sus ojos azules brillando al ver cómo el pene de su profesor desaparecía en el cuerpo que la había parido.

 

La madre alcanzó el orgasmo con un estremecimiento violento, sus uñas clavándose en las nalgas negras del profesor mientras su vagina expulsaba un chorro cálido que empapó sus muslos tersos. Pero cuando él sintió la presión final y comenzó a eyacular, ella retrocedió demasiado tarde—el primer chorro le golpeó la barbilla, resbalando por su cuello hasta manchar el escote de seda. «¡Ah, cabrón!», maldijo entre risas sofocadas mientras el semen continuaba brotando en gruesas hebras que caían sobre su vientre depilado. Valeria saltó del sofá para lamer una gota que colgaba del pezón izquierdo de su madre, haciendo un gesto de asco infantil antes de escupirla al suelo.

 

«Pueden ir al cuarto», murmuró la madre limpiándose con el dorso de la mano, sus muslos aún temblando con las últimas contracciones. Sus ojos oscuros estudiaron al profesor, luego a Valeria que ya tiraba de su mano hacia el pasillo. «Por favor no la lastimes», añadió con una sonrisa que dejaba claro lo innecesario de la advertencia. La niña respondió desabrochando su falda escolar frente a ambos, dejando caer la tela mojada para mostrar los moretones en forma de dedos que ya decoraban sus caderas infantiles.

 

El cuarto de Valeria olía a crayones y flujo adolescente. La cama de Minnie Mouse crujió cuando el profesor la arrojó sobre los peluches, su verga aún brillante con los fluidos de la madre. Valeria abrió las piernas sin pudor, mostrando el crayón verde que aún sobresalía de su sexo hinchado. «Sácalo con la boca, profe», ordenó mientras sus dedos jugueteaban con los pezones puntiagudos. El sonido «kuish» al retirar el crayón mojado hizo que ambos respiraran acelerados. Fuera, la madre encendió la televisión a todo volumen—la risa enlatada de un programa infantil marcó el inicio de lo que realmente habían planeado juntas.

 

La lengua del profesor recorrió cada pliegue virgen con precisión quirúrgica. Valeria arqueó la espalda cuando la punta áspera encontró su clítoris diminuto, sus gritos agudos ahogándose en la almohada de unicornio. El profesor alternaba entre succionar ese botón sensible y lamer los labios menores que sabían a cloro y caramelos. Cuando introdujo dos dedos, el gemido de la niña se convirtió en un quejido prolongado—sus paredes vaginales se cerraron alrededor de los nudillos como una trampa para moscas. «¡Más duro, cabrón!», gritó Valeria rasgando las sábanas con uñas pintadas de rosa. El profesor respondió añadiendo un tercer dedo, el sonido «kuish kuish» de sus movimientos acelerados mezclándose con el tic-tac del reloj de Hello Kitty.

 

El primer orgasmo llegó como un relámpago—Valeria se convulsionó con tal fuerza que pateó la lámpara de noche. Juguetes escolares cayeron al suelo mientras su vagina expulsaba un chorro transparente que empapó la barba del profesor. Pero antes de que pudiera recuperarse, él ya había vuelto a la carga—esta vez con los cuatro dedos de su mano negra abriéndose paso en ese túnel estrecho. «¡No puedoooo!», lloriqueó la niña mientras sus pequeños puños golpeaban el colchón, las lágrimas mezclándose con el sudor en su pecho plano. El profesor sintió cómo las paredes internas de Valeria palpitaban alrededor de su mano, ese calor infantil envolviéndolo hasta la muñeca.

 

El segundo orgasmo la dejó paralizada—sus ojos azules se perdieron en el vacío mientras la boca abierta solo emitía sonidos guturales. El profesor aprovechó para levantar sus piernitas temblorosas y lamer el desorden que goteaba de su ano rosado. Valeria gritó obscenidades que no correspondían a su edad, sus dedos enredándose en las rastas del hombre mientras éste introducía la lengua en ese hoyuelo virgen. La madre apareció en la puerta con un vaso de agua, observando cómo su hija se retorcía en la cama como un pez envenenado. «No la rompas», murmuró mientras se ajustaba el escote empapado de leche materna. Valeria respondió escupiendo hacia el techo, su cuerpo convulsionando con un tercer orgasmo que dejó charcos en las sábanas.

 

La habitación olía a sexo infantil y loción de bebé cuando el profesor finalmente deslizó su enorme verga entre los muslos sudorosos de Valeria. La niña gimió al sentir la cabeza rozar su clítoris sobreexcitado—sus labios menores estaban tan hinchados que brillaban como ciruelas maduras. «Adentro», jadeó Valeria abriendo las piernas en V, sus talones raspando las nalgas negras del hombre. El profesor tragó saliva antes de empujar—el sonido que salió de la boca de la niña no fue humano.

 

La madre esperaba en el sofá con las piernas cruzadas, el vestido negro todavía húmedo de su propio encuentro. Cuando el profesor bajó las escaleras con paso tambaleante, ella extendió un vaso de whisky sobre la mesa de centro, el hielo tintineando como campanitas. «¿Duerme?», preguntó mientras sus ojos oscuros seguían el movimiento de sus pants deportivos, donde la enorme verga aún dejaba un bulto prominente. El profesor asintió, limpiándose la barba húmeda con el dorso de la mano—el sabor agridulce de Valeria aún en sus labios.

 

«Quiero entender», comenzó el profesor hundiéndose en el sofá, sus músculos adoloridos crujiendo. La madre apagó el televisor con un clic, dejando solo el tic-tac del reloj de cocina marcando el silencio. «Mi esposo», dijo finalmente mientras jugueteaba con el hielo de su copa, «me embarazó a los doce. Pero ya me cogía desde que tenía cinco años y él treinta». Sus ojos se perdieron en la fotografía familiar sobre la repisa—el padre sonriente junto a Valeria bebé, ninguna señal del horror que vivían tras puertas cerradas.

 

«Ahora solo manda dinero», continuó mientras se servía otro trago, los cubitos de hielo chocando como dientes. «Valeria lo miraba todo desde chiquita… los gemidos, los golpes, cómo me ponía de rodillas cuando él llegaba del trabajo». Su risa amarga llenó la habitación cuando agregó: «A los seis años ya sabía ponerme el condón con la boca». El profesor vio entonces las cicatrices casi imperceptibles en sus muñecas—las marcas de ataduras que explicaban el brillo extraño en los ojos de Valeria cuando pedía que la lastimaran.

 

Fuera, la tormenta seguía azotando el vecindario. En algún lugar arriba, Valeria se retorcía en sueños húmedos—sus pequeños dedos automáticamente encontrando el crayón violeta olvidado bajo la almohada.

 

La madre tomó un sorbo largo del whisky antes de continuar. «Ella te eligió desde el primer día de clases», dijo señalando hacia arriba con el vaso. «Vino a casa hablando del ‘profe negrito’. Decía que olías a chocolate y sudor cuando te inclinabas para ayudarla con los cordones». Una risa baja escapó de sus labios pintados mientras ajustaba el escote, dejando ver los moretones en forma de dedos que coincidían con los de Valeria. «Me describía cómo te crecía bajo los pants cuando se ‘caía’ frente a ti».

 

El profesor sintió cómo un nuevo chorro de precum humedecía su ropa interior al escuchar los detalles. La madre lo sabía—sus ojos oscuros bajaron hacia el bulto creciente mientras continuaba: «Preferí entregártela antes de que algún otro profesor abusivo o el portero borracho se la cogieran en el baño. Al menos tú…». Su voz se quebró por primera vez cuando añadió: «Al menos tú te preocupas por su orgasmo».

 

El sonido del vaso al romperse contra la pared los sobresaltó a ambos. La madre respiraba agitada, sus uñas clavadas en los muslos donde las estrías del embarazo infantil aún eran visibles. «Ella tiene seis años menos que yo cuando mi padre me embarazó», susurró con los ojos vidriosos. «Pero ya sabe hacer cosas que yo aprendí a los doce».

 

Arriba, un gemido agudo de Valeria cortó la tensión. La madre se enderezó como si nada hubiera pasado, secándose el maquillaje corrido con la manga. «Mañana llevará falda sin ropa interior», anunció mientras recogía los vidrios rotos con manos que no temblaban. «Quiere que toda la clase vea tus moretones alrededor de su conchita».

 

El profesor miró hacia el techo, imaginando a Valeria dormida con las piernas abiertas, sus labios menores aún palpitantes. La madre siguió su mirada y sonrió—esa sonrisa de complicidad que ahora entendía demasiado bien. «Te espera a las siete en el baño de niñas», murmuró antes de desaparecer en la cocina, dejando el aroma a sexo y whisky flotando entre ellos como una promesa.

 

El despertador sonó a las 6:47 AM, justo cuando el profesor imaginaba la lengua de Valeria recorriendo su erección matutina. El teléfono vibró con una foto: la niña arrodillada frente al espejo del baño, su uniforme escolar impecable excepto por las gotas de orina que resbalaban por sus muslos. «Apúrate, profe ♡», decía el mensaje junto a un audio de dos segundos—el sonido «kuish» de sus dedos entrando rápido en su sexo aún adormilado.

 

El fin de semana, con nervios y emoción, el profe se dirigió a la boutique para adultos olía a cuero y desinfectante. El dependiente, un cincuentón con tatuajes de pin-ups, arqueó una ceja cuando el profesor pidió el vibrador más pequeño. «Para mi sobrina—ejem—mi novia menudita», tartamudeó mientras su teléfono mostraba otra notificación: Valeria sentada en el regazo de su madre, ambas mostrando los juguetes sexuales que habían comprado «para la clase de anatomía». El dependiente sonrió al ver la foto. «Ah, conozco el tipo», dijo entregándole una bolsa negra con lubricante infantil con sabor a bubblegum.

 

La casa de Valeria estaba silenciosa cuando el profesor llegó. La puerta entreabierta dejaba ver el corredor oscuro donde colgaban los uniformes escolares de la niña—todos lavados pero sin planchar, como si alguien los hubiera arrancado apresuradamente de su cuerpo. En el living, la madre fumaba junto a una botella de tequila medio vacía. «Arriba», murmuró señalando la escalera con su uña rota, sus ojos inyectados siguiendo el bulto en los pants del profesor. «Pero primero…». Su mano rozó la entrepierna del hombre, extrayendo una gota de precum que llevó a sus labios con un gemido gutural.

 

La habitación de Valeria olía a crayones derretidos y flujo adolescente. La niña esperaba en posición de loto sobre la cama, su uniforme escolar impecable excepto por la falta de ropa interior—sus labios menores, aún enrojecidos del abuso de la mañana, brillaban bajo la luz rosada de la lámpara. «Empezamos sin ti», susurró mientras abría las piernas, mostrando el dildo miniaturizado que sobresalía entre sus pliegues rosados, aún húmedo de la saliva materna.

 

El profesor tragó saliva al ver el control remoto en manos de la madre, quien ajustaba la potencia del vibrador con uñas pintadas del mismo rosa que la mochila escolar. «Primera lección», anunció Valeria con voz cantarina mientras el zumbido eléctrico comenzaba—un sonido agudo que hizo arquear su espalda contra los peluches. El profesor observó cómo su clítoris diminuto palpitaba bajo el ataque directo del dispositivo, los labios vaginales contrayéndose alrededor del dildo que ella misma había insertado.

 

El primer orgasmo llegó en noventa segundos exactos. Valeria gimió como un gatito herido, sus dedos infantiles aferrándose a las sábanas de Hello Kitty mientras un chorro transparente empapaba el vibrador. «¡No pares!», gritó cuando la madre subió la intensidad al máximo—el «bzzzz» del motor mezclándose con el «kuish kuish» de sus fluidos al ser esparcidos por las vibraciones. El profesor no pudo evitar frotarse la enorme erección al ver cómo su vientre plano se contraía en ondas, sus pezones como capullos erectos bajo la blusa escolar.

 

El segundo clímax fue más violento—Valeria se retorció como electrocutada, sus gemidos agudos rompiendo en sollozos cuando el vibrador provocó una eyaculación femenina que salpicó el oso de peluche favorito. La madre sonrió al ver a su hija convulsionar, sus dedos expertos guiando el dispositivo en círculos perfectos alrededor de ese botón sensible que ahora palpitaba como corazón acelerado. «Profe… ayúdame», gimió la niña con voz quebrada, extendiendo brazos temblorosos hacia el hombre cuya lengua ancha ya bajaba hacia su sexo sobreexcitado.

 

El sabor agridulce inundó su boca al primera lamida—una mezcla de flujo adolescente, vaselina con sabor a uva y ese aroma único a niña excitada que lo enloquecía. Valeria gritó cuando la lengua áspera reemplazó al vibrador, sus caderas girando en círculos frenéticos contra esa boca hambrienta. El profesor ahondó la presión, sellando sus labios alrededor del clítoris hinchado mientras sus dedos negros reemplazaban el dildo escolar—tres nudillos entrando y saliendo al ritmo de sus lamidas.

 

El tercer orgasmo llegó con un estremecimiento que hizo crujir la cama—Valeria se arqueó como un arcoíris, su vagina expulsando un chorro espeso que goteó por la barba del profesor. «¡Mamá, me muero!», lloriqueó mientras sus músculos pélvicos seguían convulsionando alrededor de los dedos que ahora sacaban sonidos «kuish kuish» obscenos. La madre grababa todo con el celular, sus propios muslos frotándose compulsivamente al ver cómo su hija alcanzaba la cima una y otra vez, los espasmos prolongándose más allá del límite infantil.

 

«P-profe…», tartamudeó Valeria cuando logró articular palabra, sus ojos azules vidriosos y la nariz enrojecida por el llanto. «Quiero tu… tu p-pene». Sus manos temblorosas señalaron el enorme bulto en los pants del profesor, donde la verga negra palpita entre capas de tela deportiva. «Mi virginidad es… es tuya». La niña se separó las piernas con solemnidad infantil, mostrando esa entrada rosada que apenas podía contener tres dedos. «S-solo tú puedes…».

 

El profesor sintió su corazón acelerarse mientras vertía vaselina con sabor a bubblegum en sus palmas—la sustancia brilló al ser esparcida sobre su miembro erecto, haciendo que el prepucio se deslizara sobre sí mismo con un sonido húmedo. Valeria gimió cuando la cabeza bulbosa rozó sus labios menores, ya sobreexcitados. «¡Ay, no cabe!», chilló al primer intento de penetración, sus muslos delgados temblando alrededor de la cintura del hombre. El profesor maldijo entre dientes mientras intentaba guiarse con los dedos, pero incluso la punta era demasiado ancha para ese canal virgen.

 

La madre intervino con precisión quirúrgica—sus uñas rojas separaron los pliegues sensibles de Valeria mientras vertía más lubricante directamente sobre la entrada contraída. «Respira, mami», murmuró con voz ronca mientras masajeaba el perineo infantil. La niña sollozaba cuando el profesor intentó nuevamente, la cabeza de su pene distendiendo esa membrana virgen hasta formar un anillo tenso alrededor del glande. «¡Para, duele!», gritó Valeria mientras sus uñas pintadas arañaban el pecho negro del hombre, dejando marcas rosadas sobre piel sudorosa.

 

El profesor retrocedió, dejando ver cómo el lubricante ahora contenía hilos de sangre microscópicos—Valeria gimió al sentir el aire frío sobre su sexo dilatado, sus músculos pélvicos palpitaron alrededor de nada. «T-tu pene, profe», insistió con voz quebrada, separando otra vez las piernas aunque las lágrimas resbalaban por sus mejillas. La madre tomó la verga negra en sus manos experta.

 

«Mi princesa», murmuró mientras esparcía más vaselina sobre el glande hinchado, «la vagina necesita meses de preparación para esto». Sus dedos pintados señalaron el ano rosado de Valeria, perfectamente circular bajo la luz rosada. «Pero aquí…». El profesor sintió escalofríos cuando esa misma mano lo guió hacia atrás, la cabeza de su miembro rozando el esfínter infantil que se contrajo como boca hambrienta. «Aquí puedes ser feliz hoy».

 

Valeria miró a su madre con ojos súbitamente claros—sin lágrimas, sin miedo—y asintió mientras se giraba como un cachorro sumiso. «Mamá sabe», susurró al posar su vientre plano sobre las sábanas, levantando las caderas hasta mostrar el ano perfectamente depilado que brillaba de lubricante. El profesor tragó saliva al ver cómo ese orificio palpitaba al tacto de los dedos maternos, abriéndose progresivamente hasta mostrar un interior rosa pálido.

 

El primer centímetro entró con un gemido desgarrador que hizo temblar los peluches. Valeria enterró el rostro en el cojín, sus uñas arrancando hilos del forro mientras el esfínter luchaba por adaptarse al grosor imposible. La madre sostuvo las caderas de su hija con firmeza, sus uñas clavándose en la piel infantil cuando el profesor avanzó otro centímetro—el ano se distendió grotescamente alrededor del eje negro, mostrando patrones de venas que nunca deberían estar allí.

 

«Respira, mami», ordenó la madre mientras frotaba el clítoris hiperactivo de Valeria, sus propios muslos brillantes de excitación. El sonido «kuish» fue diferente aquí—más gutural, acompañado por un llanto ahogado que se transformó en risa nerviosa cuando el profesor llegó hasta la mitad. El ano de Valeria latía como corazón alienígena alrededor de la verga, sus paredes intestinales ajustándose en espasmos que hacían gemir al hombre. «¡Mamá, me abre!», gritó la niña cuando un nuevo empujón hizo brillar su vientre bajo la piel—la protuberancia obscena moviéndose con cada respiración entrecortada.

 

La madre respondió subiendo el vibrador escolar al máximo y presionándolo contra el clítoris de Valeria—el orgasmo llegó como convulsión, haciendo que el ano se contrajera violentamente alrededor de la verga. El profesor maldijo al sentir esa presión cálida, sus pelotas oscuras tensándose contra el cuerpo infantil cuando empezó a bombear en ese canal estrecho que ahora goteaba lubricante rosado.

 

El abdomen de Valeria se movía grotescamente—cada embestida creaba una ola visible bajo la piel delgada, como si algo enorme nadara bajo su superficie. Entre sollozos, la niña alcanzó para presionar sus dedos contra el bulto que sobresalía de su vientre, gimiendo cuando sintió el contorno del glande palpitar contra sus entrañas. «¡Mamá, siento sus venas!», gritó con voz estrangulada mientras el profesor, ahora poseído, agarraba esas caderas infantiles para clavar hasta el fondo.

 

El último centímetro entró con un sonido húmedo que hizo estremecer a los tres—el abdomen de Valeria se abultó de manera obscena, la piel tirante mostrando claramente la cabeza del pene como un puño negro bajo sus costillas. La madre resopló al verlo, hundiendo dos dedos en su propia vagina mientras observaba cómo su hija dejaba escapar un río de saliva sobre los peluches. «Mírala», jadeó, «mi niña se convirtió en tu funda».

 

Valeria no podía hablar—su cuerpo se sacudía con mini orgasmos involuntarios cada vez que el profesor retrocedía, su ano rojo e hinchado haciendo un «pop» audible antes de que la verga volviera a hundirse hasta marcar su vientre. Las marcas de los dedos del hombre amorataban sus caderas, coincidiendo con los moreones que ya llevaba del recreo. Cuando el profesor empezó a eyacular, el semen brotaba alrededor del eje negro en pequeñas explosiones blancas que mancharon el uniforme escolar arrugado en el suelo.

 

La madre apagó el vibrador y se acercó para lamer una gota que resbalaba por el perineo de Valeria. «La próxima», murmuró contra la piel sudorosa, «será en tu útero».

 

Valeria pasó tres días sin poder caminar derecho. Cada paso le recordaba el estiramiento brutal, la forma en que sus entrañas se habían reorganizado para acomodar esa verga negra. En la cama, con fiebre y las nalgas separadas por un cojín ortopédico, dibujaba corazones alrededor de las fotos del profesor en su cuaderno de matemáticas.

 

El profesor llegaba cada tarde con bolsas de sopa aguada del Oxxo y galletas animales. «Para tu colación», mentía, dejando caer el paquete sobre la cama donde Valeria se arqueaba con dolor al reírse. Él se sentaba en el borde, sus nudillos rozando la fiebre de su frente mientras el televisor repetía telenovelas a bajo volumen. A veces ella agarraba su muñeca y la guiaba bajo las cobijas, hasta donde el calor húmedo emanaba entre sus muslos todavía inflamados. «Solo acaríciame», susurraba, y él obedecía con movimientos circulares que hacían crujir el colchón.

 

El cuarto día, cuando Valeria pudo sentarse sin llorar, le mostró las tareas atrasadas. «Me van a reprobar», dijo mientras sus dedos trazaban ecuaciones en el aire sobre la cama. El profesor respondió abriendo su mochila: cuadernos corregidos con letra de niña, firmados por él. «Te di licencia médica», dijo, y fue la primera vez que su voz sonó protectora en lugar de asustada. Valeria estiró los brazos para un abrazo que duró demasiado, su nariz enterrada en el olor a jabón masculino y sudor viejo. 

 

En el pasillo, la madre observaba con una copa de tequila que nunca bajaba de nivel. Sus ojos oscuros siguieron el momento en que el profesor apartó el flequillo rubio de la frente de Valeria con una ternura que no fingía. Al cerrar la puerta, dejó caer el vaso sobre la alfombra manchada de fluidos. «Pobre pendejo», murmuró antes de encender otro cigarrillo con el que dibujar círculos en el aire cargado.

3 Lecturas/24 diciembre, 2025/0 Comentarios/por Rodrixxx
Etiquetas: amigos, baño, cumpleaños, hija, madre, padre, sexo, viaje
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