El regalo perfecto.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Cuando tenía diecinueve años, casi por cumplir los veinte, me sucedió un hecho que me cambió la vida y gusto por siempre. Siempre que pensaba en sexo, me dirigía a las chicas de mi edad, y aunque tuve relaciones más de una vez, lo que sucedería me haría pensar solamente en mujeres mayores.
Estaba en casa encargándome de los deberes, los cuales incluían la limpieza de la cocina. Estaba con mi hermana mayor, quien a su vez tenía de visita a una amiga. Yo usaba solamente unos shorts, tennis y una camisa por el calor que hacía, y para no remojarme me puse un delantal amarillo que combinaba con el par de guantes de hule del mismo color. Limpiaba la mesa, y lavaba platos, y casi por terminar, cuando todo estaba limpio, sentí unas ganas inmensas de masturbarme, que sin lograr contenerme, me bajé los shorts no sin antes cerciorarme que estaba solo. Aquello era más placentero, sabiendo que había un riesgo. Así, sin quitarme el delantal y con los guantes puestos y húmedos, comencé a frotarme el pene.
Me recargaba sobre el fregadero y aquella fricción me ponía más ardiente. Sentía un loco deseo cuando veía de reojo el color de los guantes y la humedad de estos en mis partes; de manera que sin darme cuenta, me observaba la amiga de mi hermana. Yo tenía los ojos cerrados, pero los abría cuando sentí algo blando en mi boca, y sorprendido, noté que era un pezón de ella. Quise levantarme, pero ella lo impidió, y dejándome sentado, subió sobre mí y comenzó a moverse atrás y adelante con gran placer. Con un simple “chist” me dijo que todo estaba bien, que no había de que preocuparse. Yo seguí la corriente, de modo que poniéndome de pie, me llevó junto al fregadero. Buscó ella entre los cajones, y extrajo otro par de guantes de color rosa y colocándoselos les derramó un poco de aceite. Inmediatamente, comenzó a masturbarme.
Me veía con malicia y lujuria, yo no podía con su mirada, y me derretía al ver las muecas ardientes de sus labios rojos. Miraba de vez en cuando abajo, y veía los suaves movimientos de sus manos rosas sobre mi erecto pene. Entonces, me inclinó. Yo puse mis manos sobre el fregadero, y ella, retrocediendo, me sujetó el pene jalándolo hacía mi trasero, y comenzó a nalguearme. Tras esto, rodeo mi esfínter con delicadeza con sus dedos, y sin pedirme permiso, me penetró con un dedo, lo dejó ahí unos segundos, pero aquello fue tan placentero, que eyaculé con gran explosión. Sentí venir a mi hermana, pero al llegar había limpiado todo, sin percatarse de lo sucedido.
__ Tu hermano dejó limpio este sitio – dijo la ardiente amiga de mi hermana.
__ ¡Si es un buenazo y acomedido! –respondió mi hermana.
Observé la sonrisa que escondía tal lujuria, así como su maliciosa mirada, y sentí ya de nuevo una fuerte erección.
__ Además cumplirá veinte años dentro de pocos días – añadió mi hermana.
__ ¡Pues le daremos un sorprendente regalo! – Afirmó Luisa, que tal era el nombre de la deseosa mujer.
Así, antes de despedirse de mi hermana, me entregó una tarjeta y me dijo que si deseaba un lindo presente, acudiera a donde venía la dirección adjunta.
Pasaron los días, pero no mi impaciencia, más al fin arribé a la dirección de la tarjeta, que no era sino el domicilio donde residía Luisa. Abrió la puerta, pero no la reconocí, pues lucía un entallado vestido rojo de látex, unas botas altas del mismo color y unos guantes negros largos. Su cabello estaba peinado en un fino tocado, y sus labios rojos invitaban lujuriosamente con su atrevido sonreír. Alzó su mano resplandeciente, y con un dedo me invitó a pasar. Inmediatamente llevó una de sus enguantadas manos a mi entrepierna, y mirándome con aquellos ojos bajo su profunda sombra, me dijo:
__ ¡Tendrás un regalo inolvidable!
Tras esto, me indicó el camino al lavabo de su cocina, donde pretendía que recordase la anterior visita. Mirándome, justo donde el fregadero, se llevó un dedo al mentón, y observándome de arriba abajo, me dijo que tenía que obedecerla. Se acercó entonces, y tocándome lentamente por todo el cuerpo, llevó sus manos a mi pantalón el cual me bajó hasta los pies. Acariciaba mis nalgas, las sobaba, y de vez en cuando llevaba sus manos atrevidas a mi entrepierna. Esto me ponía con tal ardor, que cerraba mis ojos pensado la delicia de esto. Me hizo inclinar, y abriendo mis nalgas, comenzó a llevar su lengua hasta mis partes pudendas. Ahí, su lengua se paseaba gustosa y libre, con tal vehemencia, que sin poder contenerme, comencé a jadear. Tras su quemante lengua, empezó a pasear sus atrevidos dedos negros y ahulados sobre mi ano. Luego, con suave movimiento, introducía uno y otro con tal movimiento, que me sentía reventar. Hizo alto a su travesura, y me propinó una serie de nalgadas, que me pusieron todavía más deseoso. Entonces, me despojó de mi ropa hasta quedar todo desnudo. Me dijo que aguardara, pues pronto regresaría. Así lo hizo.
Ahora vestía diferente, pues se había despojado del entallado vestido y usaba un corpiño ajustado de látex, unas largas medias negras también de látex, los mismos guantes y su rostro portaba un seductor cubre bocas negro y calzaba unas zapatillas de aguja enorme muy atractivas. Traía consigo varias prendas. Una de ellas, era un delantal de vinil corto, una peluca rojiza, varios collares de bisutería, unas sandalias negras de tacón alto y un par de guantes rosas hasta los codos. Me ordenó vestirme con tales prendas, y ya con ellos en mí, me sentí muy bien. Dijo que debía ponerme a gatas, y ya en esa posición, me invitó a donde ella, quien me había preparado una delicia. Me indicó lamerle sus partes, lo cual hice con gran lujuria. Ella me apretaba por la nuca, mientras yo introducía y paseaba mi lengua en su entrepierna. Dijo que lo hacía muy bien, pero que me faltaba lo mejor. Se alzó de su sitio, y tomándome de la mano, me llevó consigo a un cuarto justo bajo el piso inferior. Era una especie de consultorio de dentista, y sobre un sillón reclinable, como los de ginecología, me ordenó recostarme. Ya ahí, me ató los tobillos una vez con las piernas separadas.
Entonces, se despojó del atrevido y sexy corpiño, y se colocó una bata ajustada de hule, con lo cual aumentaba su sensualidad. Observé como preparaba los instrumentos para hacerme un enema, y con gran destreza, me introdujo aquella manguera sobre mi ano. Entonces, se fue y al paso de quince minutos regresó. Esta vez vi como colgaba de su cintura una polla larga de color marrón, y que al andar se mecía en un suave vaivén.
Al llegar a mí, me quito los instrumentos, y desatándome me envió a limpiarme. Regresé en breve, y de nuevo me ató al sillón. Esta vez, comenzó a hurgar con sus enguantadas manos todo mi ano. Introducía un dedo, luego dos, después tres, y cuando este se hubo dilatado, introdujo toda su mano. Fue ese un dolor agudo, pero muy placentero. Al poco tiempo, cuando todo su antebrazo estaba dentro de mí, sentí el más loco deseo, me ató con un cordón los testículos ya depilados, lo cual retardaba mi impulso de eyacular. Continuaba con su loco fisting, mientras la otra mano libre se introducía en mi boca, y yo la escuchaba jadear tras aquel cubre bocas sexy. Poco después, poniéndose de pie, comenzó a penetrarme con su dildo, lo cual fue un regalo precioso. Por espacio de cinco minutos me penetró con tal furia que sentí aquello un verdadero placer. Me desató entonces, y yo, loco de placer, le brinde un sexo oral muy atrevido, y deseando más, me monté sobre ella gustoso de que su dildo marrón me penetrara de nuevo.
Entonces, para sorpresa mía, el dildo eyaculó gran cantidad de semen, lo cual me pareció la culminación perfecta. Ahí, todo vestido con aquel delantal, los guantes, las sandalias altas y aquella peluca, viéndome impregnado del dulce líquido, me vi en la necesidad de ser un sumiso de aquella mujer llamada Luisa, quien por muchas otras ocasiones me hizo sentir el mejor sexo de mi vida.
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