ATENCION: Contenido para adultos (+18), si eres menor de edad abandona este sitio.
Sexo Sin Tabues 3.0
  • Inicio
  • Relatos Eróticos
    • Publicar un relato erótico
    • Últimos relatos
    • Categorías de relatos eróticos
    • Buscar relatos
    • Relatos mas leidos
    • Relatos mas votados
    • Relatos favoritos
    • Mis relatos
    • Cómo escribir un relato erótico
  • Publicar Relato
  • Menú Menú
1 estrella2 estrellas3 estrellas4 estrellas5 estrellas (7 votos)
Cargando...
Dominación Hombres, Fantasías / Parodias, Gays

El sheriff Capitulo 1

La historia del sheriff más arrogante de pueblo se enfrenta un reto difícil .

Bajo el calor agobiante del pueblo, un encuentro prohibido y dominante redefine la relación entre un sheriff orgulloso y su oscuro perseguidor. Poder, sumisión y deseo se entrelazan en un juego peligroso.

El sol caía a plomo sobre el Pueblo de los Jinetes, quemando la tierra agrietada y haciendo brillar el sudor en los cuerpos de quienes osaban caminar bajo su furia. El viento arrastraba arena entre las casas de adobe, silbando como un fantasma entre los callejones polvorientos. Las mujeres del pueblo, con sus vestidos ceñidos y pañoletas al cuello, susurraban entre sí mientras colgaban ropa en los tendederos, sus miradas fugaces siguiendo el movimiento de una figura imponente que patrullaba la plaza central.

Rogelio Torres, el sheriff, avanzaba con la arrogancia de un hombre que sabía que cada paso suyo hacía temblar el suelo. Su camisa vaquera, ajustada hasta el punto de amenazar con reventar sobre sus bíceps hinchados, brillaba con el sudor que resbalaba por su piel bronceada. El cinturón con la pistola colgaba bajo sobre sus caderas, y cada vez que ajustaba el arnés, los músculos de sus antebrazos se marcaban como cables de acero. Su corte de cabello al estilo César, impecable a pesar del calor, le daba un aire de autoridad militar, y su barba recortada enmarcaba una sonrisa que era mitad desafío, mitad promesa.

—Oye, sheriff, ¿no tienes calor con esa camisa pegada como segunda piel? —le gritó Marisol, la dueña de la cantina, mientras se abanicaba con un trapo sucio. Sus ojos se detuvieron un segundo demasiado largo en el bulto que se insinuaba entre sus piernas.

Rogelio se detuvo, girando lentamente para enfrentar a las mujeres reunidas cerca del pozo. Flexionó los brazos, haciendo que las venas se marcaran como ríos bajo su piel.

—¿Calor? —ronroneó, pasando una mano por su pecho—. Esto no es nada, mi amor. Un hombre como yo no siente el calor… lo genera.

Las risas nerviosas de las mujeres se mezclaron con suspiros. Rogelio sabía que eran suyas. Todas. Desde la joven Lucía, que mordía su labio inferior cada vez que él pasaba, hasta Doña Carmen, la viuda de sesenta años que le llevaba tortillas frescas «por si acaso se le antojaban». Pero hoy no estaba de humor para juegos. Algo en el aire olía a peligro, algo más que el sudor y el polvo.

Lo que no sabía era que, entre las sombras de la casa abandonada junto al corral, dos ojos pequeños y brillantes lo observaban con una intensidad enfermiza.

Humberto García se lamió los labios gruesos, sintiendo cómo el sudor resbalaba por su papada y se perdía entre el vello espeso de su pecho. Su camisa, manchada de grasa y estirada sobre su barriga prominente, se pegaba a su piel como una segunda capa de suciedad. El sombrero vaquero, desgastado y torcido, le daba un aire de ranchero venido a menos, pero su sonrisa… ah, su sonrisa era lo que delataba la podredumbre dentro.

—Mira cómo se pavonea el cabrón —murmuró, apretando el puño alrededor del cuello de una botella de mezcal vacía—. Como si este pueblo fuera suyo.

Sus dedos, gruesos y cubiertos de cicatrices, se crisparon. Llevaba semanas planeando esto. Semanas de espiar a Rogelio desde las rendijas de las puertas, de recolectar sudor de sus camisas robadas, de imaginarse cómo sería doblar esa fuerza bruta bajo su voluntad. Porque Humberto no quería solo tener a Rogelio. Quería romperlo. Quería que ese hombre que se creía intocable supiera lo que era arrodillarse.

Rogelio se acercó al pozo, ajustando el cinturón de su pistola con un gesto que hacía resaltar el contorno de su paquete. El agua fresca que sacó con el cubo brilló bajo el sol cuando se la echó sobre la nuca, haciendo que los músculos de su espalda se contrajeran. Un gemido bajo escapó de su garganta, y Humberto sintió cómo su propia entrepierna se endurecía al escucharlo.

—Eso es, mi sheriff —susurró, arrastrando las palabras como una caricia sucio—. Date un respiro… porque pronto no tendrás fuerza ni para gemir.

Con una agilidad sorprendente para su tamaño, Humberto se deslizó entre las sombras, acercándose sigilosamente. El olor a cuero sudado y a polvo se mezclaba con el aroma ácido de su propia excitación. Rogelio, distraído por el agua que resbalaba por su pecho, no lo escuchó llegar.

Hasta que una mano gruesa y sudorosa se cerró alrededor de su cintura como una trampa.

—¡Qué—!

Rogelio intentó girar, pero Humberto ya lo arrastraba hacia la cantina abandonada, sus dedos hundiéndose en la carne dura de su abdomen. La puerta crujió al ser empujada con un hombro, y el olor a cerveza agria y madera podrida los envolvió al entrar. Rogelio tropezó, pero antes de que pudiera reaccionar, su espalda chocó contra la pared de adobe con un golpe seco.

—¡Maldito hijo de puta! —rugió, intentando zafarse, pero Humberto ya estaba sobre él, su aliento caliente y cargado de mezcal golpeando el rostro del sheriff.

—Ahora, ahora, sheriff —ronroneó Humberto, presionando su cuerpo contra el de Rogelio, haciendo que este sintiera cada pliegue de su grasa, cada centímetro de su obsesión—. Vas a aprender quién manda aquí.

Rogelio forcejeó, pero Humberto era más rápido de lo que parecía. Con un movimiento brusco, le arrancó el cinturón de la pistola y lo tiró al suelo, donde el metal resonó como un presagio. Luego, sus dedos gruesos se abalanzaron sobre el botón del pantalón de Rogelio, desabrochándolo con una urgencia que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones.

—¡No te atrevas, gordo de mierda! —Rogelio gruñó, pero su voz se quebró cuando sintió cómo Humberto liberaba su polla, dura y palpitante, del confinamiento de su ropa interior.

—Oh, pero si ya lo estoy haciendo —Humberto susurró, su voz un arrullo obsceno mientras sus labios se cerraban alrededor de la cabeza del miembro de Rogelio.

—¡Joder! —Rogelio arqueó la espalda, sus manos golpeando la pared detrás de él. El calor húmedo de la boca de Humberto lo envolvió, su lengua trazando círculos alrededor del glande antes de hundirse más, tragándose cada centímetro con una habilidad que hablaba de años de práctica sucio.

Humberto no era gentil. Sus dientes rozaban la piel sensible, su garganta se contraía alrededor del miembro de Rogelio como un puño, y sus manos, mientras tanto, se deslizaban hacia atrás, explorando el trasero duro como roca del sheriff. Un dedo grueso se deslizó entre las nalgas de Rogelio, presionando contra su entrada apretada.

—¡No… no, carajo! —Rogelio jadeó, pero su cuerpo traicionero empujó hacia adelante, buscando más de esa boca hambrienta.

—¿No qué, mi sheriff? —Humberto se retiró solo lo suficiente para hablar, su saliva brillando en los labios hinchados de Rogelio—. ¿No te gusta cómo este viejo venezolano te chupa la verga como si fuera la última vez?

Rogelio gruñó, sus músculos tensándose, pero no pudo evitar un gemido cuando Humberto volvió a hundirse, esta vez con más fuerza, su garganta abriéndose para tomar hasta el fondo. Sus dedos, mientras tanto, seguían jugando con el agujero de Rogelio, presionando, frotando, hasta que finalmente uno se deslizó dentro, estirando la carne apretada con un dolor delicioso.

—¡Ah, puta! —Rogelio maldijo, sus caderas moviéndose instintivamente, empujando su polla más adentro de esa garganta caliente mientras el dedo de Humberto se curvaba dentro de él, rozando algo que lo hizo ver estrellas.

—Eso es, mi fuerte sheriff —Humberto murmuró alrededor de su miembro, su voz vibrando contra la piel sensible—. Gime para mí. Demuéstrame lo mucho que te gusta ser usado.

No esperaba resistencia. Sabía que Rogelio, por muy macho que se creyera, no podría negar el placer que su cuerpo le estaba dando. Y cuando el sheriff jadeó, sus manos cayendo a los lados en señal de rendición, Humberto supo que había ganado.

Con un último chupón ruidoso, se retiró, dejando que la polla de Rogelio, brillante de saliva, se balanceara en el aire. Antes de que el sheriff pudiera reaccionar, Humberto lo giró bruscamente, empujándolo contra la pared con el pecho.

Sus manos bajaron para desabrochar su propio pantalón, liberando su propia erección, gruesa y oscura, que palpitaba con necesidad.

—Vas a sentir lo que es ser realmente dominado —gruñó Humberto, escupiendo en su mano antes de frotar el líquido sobre su miembro.

Rogelio intentó resistirse, pero Humberto ya estaba allí, presionando la cabeza de su polla contra la entrada apretada del sheriff. Con un empujón brutal, se hundió dentro, estirando a Rogelio de una manera que lo hizo gritar, sus músculos luchando contra la invasión.

—¡Hijo de la gran puta! —Rogelio maldijo, sus dedos arañando la pared mientras Humberto comenzaba a moverse, sus embestidas duras y sin piedad, cada una más profunda que la anterior.

—¿Quién manda ahora, sheriff? —Humberto jadeó, sus caderas golpeando el trasero de Rogelio con un sonido húmedo y obsceno—. Dímelo. Dímelo.

Rogelio no respondió con palabras. En cambio, un gemido roto escapó de sus labios, su cuerpo traicionero empujando hacia atrás para encontrar cada embestida, su polla goteando pre-semen contra la pared. Humberto sonrió, sintiendo cómo el cuerpo de Rogelio se tensaba alrededor de él, cómo sus músculos se contraían en un intento inútil de resistir el placer que lo inundaba.

—No puedes negarlo —susurró Humberto, sus labios rozando el oído de Rogelio mientras sus movimientos se volvían más erráticos, más desesperados—. Te gusta. Te gusta ser mío.

Y entonces, con un grito ahogado, Humberto se corrió, su semen caliente y espeso llenando a Rogelio hasta el borde, marcándolo por dentro de una manera que no podría lavarse. Rogelio jadeó, su propio orgasmo arrancándose de él en oleadas de placer prohibido, su semen chorreando contra el adobe mientras su cuerpo temblaba con la fuerza de su clímax.

Humberto se quedó allí, dentro de él, saboreando el momento. Sus labios rozaron el hombro sudoroso de Rogelio antes de susurrar, con una voz que era pura oscuridad:

—¿Quién manda ahora, sheriff?

Continuará

Espero que les hayan gustado mi primer historia pronto continuare la historia y ver que pasara el destino de nuestro sheriff

681 Lecturas/1 noviembre, 2025/1 Comentario/por EdSS sex
Etiquetas: hijo, joven, metro, militar, orgasmo, polla, puta, semen
Compartir esta entrada
  • Compartir en Facebook
  • Compartir en X
  • Share on X
  • Compartir en WhatsApp
  • Compartir por correo
Quizás te interese
MARÍA: HERMANAS (3 de 3)
HISTORIAS DE UN MADURO
MI COMPAÑERO DE VIAJE
Con mi profesor
Ayudando a …..
El Embajador (Capítulo 4)
1 comentario
  1. Erecautor Dice:
    3 noviembre, 2025 en 10:03 pm

    Excelente historia, ya Quero saber más, espero con grandes ganas

    Accede para responder

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta Cancelar la respuesta

Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.

Buscar Relatos

Search Search

Categorías

  • Bisexual (1.300)
  • Dominación Hombres (3.905)
  • Dominación Mujeres (2.899)
  • Fantasías / Parodias (3.129)
  • Fetichismo (2.585)
  • Gays (21.709)
  • Heterosexual (7.981)
  • Incestos en Familia (17.743)
  • Infidelidad (4.406)
  • Intercambios / Trios (3.054)
  • Lesbiana (1.132)
  • Masturbacion Femenina (914)
  • Masturbacion Masculina (1.804)
  • Orgias (1.982)
  • Sado Bondage Hombre (443)
  • Sado Bondage Mujer (174)
  • Sexo con Madur@s (4.118)
  • Sexo Virtual (251)
  • Travestis / Transexuales (2.371)
  • Voyeur / Exhibicionismo (2.420)
  • Zoofilia Hombre (2.177)
  • Zoofilia Mujer (1.653)
© Copyright - Sexo Sin Tabues 3.0
  • Aviso Legal
  • Política de privacidad
  • Normas de la Comunidad
  • Contáctanos
Desplazarse hacia arriba Desplazarse hacia arriba Desplazarse hacia arriba