El Submundo – Conociendo a Clara
Como conocí a Clara. La chica del remedio..
Hace un par de días, por temas de trabajo, a media tarde de un lluvioso sábado, tuve que salir hacia un sector rural, cercano a mi ciudad de residencia. Teníamos una falla que debíamos reparar a la brevedad y esto implicaba enviar personal a terreno. La idea de mi visita era ver las condiciones del lugar para saber si era o no seguro enviar gente, dadas las condiciones del tiempo.
En el camino hacia el lugar, tomé una ruta alternativa, asfaltada, pero poco concurrida, para acortar el camino hacia donde mi dirigía. Iba tranquilo, a una velocidad media, cuando en el camino, luego de una curva, veo a una persona a la orilla del camino, con un abrigo de polar pidiendo aventón (como le dicen en mi país, “haciendo dedo”). A la distancia la reconocí como una persona joven, en medio de la lluvia, por lo que me detuve para ver si podía acercarla a algún lugar. En ese sector era casi puro campo y había pocas casas alrededor.
Al detenerme y ver de cerca, me di cuenta de que era una mujer, de unos 25 o 30 años, de cabello rubio oscuro y ojos claros. No pude identificar el color en ese momento. Me pidió si la podía acercar a una ciudad ubicada a unos 30 km del lugar. Iba hacia allá a comprar remedios para un amigo que estaba con mucho dolor.
La chica, de nombre Clara, según me dijo, hablaba muy bien, se notaba educada, pero tenía un tono extraño. Tenía un dejo como de estar drogada o algo ebria. Sin embargo, dado que estaba lloviendo y muy lejos de la ciudad, la invité a subirse y acercarla.
En cuanto se subió, comenzó a conversarme de su amigo que se había accidentado y se había herido el pecho con un fierro, por lo que necesitaba algo para el dolor. Que había salido a buscar remedios hacia casi una hora y no pasaba nadie.
Y acá comenzó a ponerse entretenido el cuento. Me dijo que antes de pasar yo, había pasado otro auto con unos jóvenes a los que les había pedido llevarla. Ellos le habrían exigido para llevarla, bajarse el pantalón y mostrarles las nalgas. Ella me contó que lo hizo y que incluso ellos la tocaron, pero que luego de unos momentos de sobajearla, se pusieron a reír y entre risas y gritos de “eres una puta”, “maraca”, se habían ido, dejándola en el camino.
Quedé descolocado cuando me dijo que se había bajado los pantalones y había dejado que la tocaran. ¿Será verdaderamente una prostituta?, me pregunté. O tal vez anda drogada y por ello la desinhibición.
Ella siguió hablando de que los jóvenes eran unos desgraciados, que creían que ella era prostituta, pero que ella no era prostituta… que ella era una “diosa”. Que ella se acostaba con tipos, pero no por plata. Así que no era puta. Su conversación era extraña. Se le iban las ideas y cambiaba de tema frecuentemente, para luego repetir temas ya conversados.
Tras toda esta conversación, que se extendió 10 o 15 minutos, decidí acercarla hasta donde yo iba, ya que me quedaba de camino, pero dado que estaba rara la historia, quería bajarla de mi camioneta luego. Al llegar al lugar donde iba, sólo tardé 2 o 3 minutos. Sólo debía observar las condiciones del lugar y sacar unas fotografías.
Le dije que hasta ahí llegaba yo, que ya le quedaban como 10 km para llegar a la ciudad y que la ruta en la que la iba a dejar era mucho más transitada, lo cual era cierto, por lo cual le sería más fácil que la llevaran.
Me pidió que la llevara hasta la ciudad para comprar el remedio y que, al volver pasábamos a algún lado. Que ella tenía permiso hasta las 12 de la noche…. Eran las 19:00 hrs aproximadamente, y debo reconocer que acá me entró el bicho de la calentura. Si bien hablaba algunas incoherencias, la chica era joven y atractiva y yo un hombre maduro de ya más de 50. Como dije antes, tenía cabello rubio oscuro y ojos claros. Su piel era clara y su cara bastante bonita. Además, era delgada y andaba bien vestida.
Derechamente le pregunté. ¿Cuánto me vas a cobrar? A lo que respondió que nada. Que íbamos a comprar el remedio y pasábamos a cualquier lugar de vuelta y no me cobraba.
Para asegurarme de que entendía lo que le estaba proponiendo, le dije. -Te llevo, pero a la vuelta pasamos a un motel. Te compro el remedio y compro preservativos y pasamos a un motel. ¿Estás de acuerdo? Ella asintió.
Así emprendí el viaje nuevamente. Con un sentimiento de culpa por aprovecharme de la situación, pero a la vez caliente por la situación. En algún momento, estiré mi mano para ponerla en su pierna, para ver su reacción. Al sentir mi mano, su primera reacción fue alejarla, pero luego volvió a su posición y me dejó poner mi mano sobre su muslo.
Pasaron sólo unos instantes para que ella nuevamente comenzara a conversar, para lo cual era muy buena. Me habló de temas diversos. De su amigo, su mamá que no vivía con ella, de su casa en la ciudad, pero que se quedaba a veces en casa de su amigo en el campo. Hablaba mucho, siempre mirándome. Yo le contestaba a sus consultas y le hacía algunas preguntas, pero era más ella la que hablaba. Yo seguía con mi mano en su pierna, acariciándola. Ella, ya más relajada se dejaba hacer.
Al llegar a la ciudad, mi dirigí a una farmacia. Ella estaba inquieta y me dijo que ella no podía pasar a la farmacia porque la conocían. Que el remedio lo compráramos en otro lado. Le recordé que era yo quien compraría el remedio y los preservativos. Que me dijera que comprar y yo me hacía cargo.
En este momento vino la segunda sorpresa. La “medicina” que ella quería comprar la vendían en una esquina en una población de dudosa reputación. Era claro… ella quería comprar droga.
Le dije que yo no estaba para eso, que dejáramos las cosas así y que ella siguiera su camino. Yo no quería relacionarme con el tema de las drogas. Nunca lo he hecho, salvo un par de veces que probé la marihuana en la universidad, pero sólo un par de fumadas cada vez y ya.
Trató de convencerme con historias de raras y más y más incoherencias, pero me mantuve firme, por lo que cambió su estrategia a pedirme que por favor no la dejara sola. Que estaba muy lejos de la casa de su amigo, a lo que le dije que según ella me había dicho, su casa estaba en la ciudad, por lo que podía volver a su casa. Ella no quería volver. Según dijo, su madre la iba a retar y dar un sermón y otras cosas sin sentido.
Yo me mantuve en la negativa. Al verme decidido a no seguir con ella y aprovechando que por la hora ya estaba oscuro y con la lluvia casi no había gente en la calle, se acercó más a mi y comenzó a acariciar mis piernas. Además, tomó mi mano y, tras abrir su chaqueta, la puso entre sus senos, que se notaban medianos, con un pezón durito. Esto me puso a 100 en solo segundos. Ella, al estar acariciándome las piernas, notó mi erección, por lo que comenzó a tocarme el miembro por sobre el pantalón.
Ya no había vuelta atrás. Abrí mi pantalón y la ayudé a sacar mi pene, el cual comenzó a acariciar, sin quitar la vista de él. Si decirle nada, enredé mis dedos en su cabello y haciendo una presión suave, pero sin pausa, comencé a acercar su cara a mi pene. Se resistió un poco, pero sólo una fracción de segundos. Luego, se entregó e introdujo mi pene en su boca. La sensación fue espectacular. No sólo por la felación en sí, sino también por la situación. Estábamos en el centro de la ciudad, a metros de la farmacia de la que entraba y salía gente. Tenía a una mujer joven y atractiva dentro de mi camioneta, jugueteando con su lengua alrededor de mi glande. Dejé de hacer presión en su cabeza y comencé a acariciar su cabello, el cual se notaba sedoso, a pesar de estar aún algo mojado. Mi mano pasó de su cabeza a su espalda, la cual igual acaricié durante unos momentos y luego a sus nalgas. Se notaban sus redondeces apretadas y con buena forma. Casi sin proponérmelo, le di una nalgada. Ella respondió con un leve quejido y, para mi sorpresa, se metió todo mi pene en su boca. Noté su garganta presionando el glande. Fue una sensación magnífica. Siguió con fuerza metiendo y sacando mi pene de su boca, atragantándose y tosiendo de vez en cuando. Luego, bajó nuevamente la intensidad y volvió a acariciar el glande con su lengua. Era muy buena para mamarla. Se notaba la experiencia y, según intuí, le gustaba hacerlo. Tras unos minutos de lo mismo en los que seguí acariciando su cabello, espalda y caderas, volví con mi mano a sus nalgas, las cuales apreté fuertemente, a lo que ella respondió con una nueva garganta profunda. Volvió a acelerar los movimientos y a meterse mi pene hasta la garganta. En esta segunda oportunidad ya no pude contenerme y so lo hice saber. -Voy a acabar.
Tomó mi pene desde la base con su mano y comenzó a subirla y bajarla más rápido, mientras sus labios y lengua jugaban con el glande. Una sensación de electricidad recorrió mi espalda cuando sentí que el primer lechazo iba a parar a su garganta. Ella continuó con el movimiento de la mano y no mostró ninguna intensión de querer sacar el pene de su boca.
Dos, tres, cuatro lechazos… no lo sé. Tenía ambas manos en su cabeza y la movía hacia arriba y hacia abajo, mientras levantaba y bajaba mis caderas. Fue un orgasmo como pocos que recuerde.
Me quedé quieto, aún con mis manos sobre su cabeza. Ella seguía subiendo y bajando sobre mi pene, pero de manera suave, como saboreando. Acto seguido, se levantó y mi miró a los ojos. Se acercó un poco a mi y abrió su boca. Toda la leche estaba ahí, sobre su lengua. Luego, simplemente cerró la boca y tragó. Me volvió a mirar a los ojos con una mirada extraña. Ni uno de los dos dijo nada. Ella volvió a tomar mi pene y bajó nuevamente su cabeza para terminar de limpiar mi pene con su lengua. Lo hizo por un buen rato, hasta que ya no había rastros de mi corrida y mi pene comenzaba a perder dureza.
Nuevamente se levantó y me dijo. -Vamos por los remedios.
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