El sueño profundo de Martín
Un ladrón droga a un niño, este no se despierta a pesar de que lo utilizan de formas cada vez más pervertidas..
El aire de la noche de verano era fresco, lo sentí en mi cara cuando llegué a la casa. Crucé el patio delantero y me guié por la tenue luz de una farola de unas casas más abajo. Fue suficiente para encontrar mi camino. Lo suficiente como para ver que no había ningún sistema de seguridad. Lo suficiente como para ver que todas las luces estaban apagadas.
Una ventana del primer piso estaba abierta, lo que me ahorró el tiempo de forzar la cerradura. No fue difícil subir la cubierta y entrar. A las 2 de la madrugada, en la oscuridad, nadie me vio. La bajé nuevamente detrás de mí, con las manos enguantadas asegurándome de que no hubiera huellas dactilares que pudieran delatarme después.
Perfecto.
La sala de estar estaba limpia y ordenada. Había un televisor, pero llevárselo sería una molestia. No, estaba buscando computadoras portátiles, joyas y otros objetos pequeños pero de alto valor. Pero fue en la cocina, sobre el frigorífico, donde vi algo más que inesperadamente llamó mi atención.
Una foto familiar.
Mami, papá y… según la boleta de calificaciones de primer grado… el pequeño Martín López
.
Él estaba allí con esta pequeña camiseta polo y era la cosita más linda. Piel morena suave, ojos muy abiertos, nariz ancha y las mejillas hinchadas más hermosas. Tenía una sonrisa traviesa, bueno una sonrisa y ya, y un cabello ancho y salvaje que fluía por todas partes a pesar de que habían tratado de domarlo para la foto.
Suspiré para mis adentros. Debería entrar, salir y terminar. Pero sentí una tensión en mis pantalones y sabía lo que eso significaba. Tenía que probar a este chico.
Jugueteé con mi bolsillo, palpé el frasco. Un compuesto sencillo. Uno que haría todo esto muy fácil, tan solo tenía que suministrarlo.
El proceso era sencillo. Unas pocas gotas en la boca de alguien y lo mantendrían en un sueño profundo durante horas. Saqué un gotero y entré sigilosamente en la habitación de los padres del pequeño Martin. Me deslicé silenciosamente sobre el suelo alfombrado hasta llegar al lado de la cama de papá y luego extendí la mano con el gotero. Colocándolo con cuidado entre sus labios, lo apreté y un chorro de líquido entró en su boca. Volvió la cabeza hacia un lado y luego se sumió en un sueño más profundo.
Me deslicé hasta el otro lado de la cama y pronto el líquido también estuvo en la boca de mamá. Tardaría unos diez minutos en surtir su efecto completo.
La siguiente habitación que encontré fue el estudio. Bien. Tenía una laptop.
Luego la siguiente habitación era la de Martin.
La habitación estaba a oscuras, entraba una brisa fresca por otra ventana abierta. A través de la tenue luz de la luna, pude distinguir sus sábanas de color azul claro, algunas figuras de acción en un rincón y algunos legos. Y allí estaba el niño, durmiendo boca arriba en su cama doble, con el rostro tranquilo y quieto, el cabello extendido y alborotado sobre la almohada. Apretado contra él había un osito de peluche con una nariz enorme.
Dios, yo estaba tan cachondo.
Me acerqué sigilosamente a él. Se movió ligeramente, pero no ante mi silencioso acercamiento. Me acerqué con el gotero y separé sus labios marrón pálido. Empujándolo hacia adentro, lo apreté, derramando el líquido somnífero en toda su boca.
Saqué el gotero y lo volví a colocar en el vial. Revisando mi teléfono para ver la hora, me senté y solo miré al chico. Su estómago subía y bajaba suavemente con cada respiración tranquila. Era muy bajo; no podía haber medido más de 1.10 más o menos. Dios, cómo quería quitarle esa sábana y esa manta, pero sabía que no podía. Todavía no. Todavía no.
Su vientre subía y bajaba. Suavemente, con facilidad, el sueño tranquilo de un niño inocente. Me levanté y miré su plácido rostro, que parecía aún más oscuro a la luz de la luna.
Saqué mi teléfono. Todavía quedaban un par de minutos.
Mi verga desgarró mis pantalones, desesperada por salir.
Queda un minuto.
Extendí la mano. No pude evitarlo. Pasé el dorso de mi mano por su suave mejilla. Fue el toque más sedoso; casi sin fricción, con la delicada calidez de un niño. Podía sentir su aliento mientras salía de su nariz, ondeando alrededor de mis dedos.
Tiempo.
Con el corazón acelerado, alcancé sus mantas.
El niño estaba ahora profundamente dormido; cuando se despierte saborearía la frescura mentolada de la droga, pero por ahora, si tenía alguna sensación, era sólo en sus sueños. Con mis manos en la parte superior de sus mantas, comencé a bajarlas suavemente. Le debe gustar Spider-Man; su pijama también era de este personaje, con un ajuste ceñido alrededor de su esbelto cuerpo. Bajé las mantas, y bajé, y bajé, hasta que todo su cuerpo quedó al descubierto.
El pequeño Martín López yacía durmiendo en su cama, con el cuerpo perfilado por su pijama. Sostuvo su osito de peluche cerca de su lado, con las manos apretadas alrededor de él de manera protectora. Sus lindos pies estaban descalzos, apenas llegaban a la mitad de la cama y estaban acurrucados juntos. Quizás tenía un poco de frío.
Martin tenía un escritorio y me acerqué y encendí la luz. Eso sería suficiente para ver. Quería una toma de antes, saqué mi teléfono y apunté al chico. Encuadré todo su cuerpo y luego tomé la foto del angelito dormido.
Caminé hacia el niño una vez más y me agaché, dejando mi mano descansar sobre su mejilla. Suavemente lo acaricié de un lado a otro. Mi corazón se aceleró ante la perspectiva de este niño. Moví mi mano e inserté un dedo en su cálida boca. Su lengua era suave, pero floja. Esta cavidad suya estaba húmeda, cálida y un poco pegajosa.
Sacando el dedo, lo pasé por su mejilla y por su nariz, esto dejó un rastro de saliva. Lo vi brillar a la luz de la luna y la lámpara.
Dios… oh Dios. Me arrodillé junto a él. Levanté la mano y mis manos temblorosas alcanzaron el primer botón de la blusa de su pijama. Fue sorprendentemente difícil pasar el botón por el agujero, pero finalmente lo logré. La parte superior de su pijama se abrió un poco, dejando al descubierto su suave piel de color marrón tostado. El segundo botón llegó más fácilmente y luego el tercero. Me agaché y sentí la suavidad de su pecho, de su vientre. Se soltó el cuarto botón y luego el último. Extendí su camisa, dejando al descubierto su pecho lleno y su suave vientre. Todavía subía y bajaba con cada una de sus respiraciones profundas.
Inclinándome, comencé a lamer suavemente su pezón izquierdo. Era suave y cedió fácilmente a mi lengua, pero unas cuantas lamidas más hicieron que se endureciera un poco. El cuerpo del niño se movió ligeramente bajo mis cuidados. Presioné, chupándolo, sorbiendo contra su pezón mientras el niño seguía durmiendo. Mi verga empujó tan fuerte contra mis pantalones que me dolió, pero seguí chupando un poco más.
Volviendo a acercarme a su boca, acumulé un poco más de saliva en mi pulgar y mi dedo índice, y lo usé para masajear suavemente su pezón derecho, dándole también una suave dureza. El pequeño cuerpo del niño respondió a cada toque mío incluso mientras dormía, obedeciendo mis deseos mientras estimulaba sus muchas partes.
Me levanté y pasé la mano por su cabello rizado, voluminoso y salvaje.
–Así es, Martín –dije, seguro de que todos en la casa estaban dormidos–. Por esta noche, serás mi pequeña zorra, ¿no es así? Mi propia y pequeña zorra.
Y entonces caminé hasta su cintura y tomé la banda de sus pantalones de pijama en mis manos.
–Y ahora –continué– es hora de que te vea un poco más, ¿no crees, Martin? No te preocupes, dejaré lo mejor para el final.
Y tiré y le bajé los pantalones. Sus calzoncillos (calzoncillos de color azul brillante) los dejé en su lugar. Pero sus pantalones bajaron, bajaron sobre los suaves muslos, bajaron sobre la curva de sus pantorrillas, bajaron más allá de sus tobillos y llegaron hasta sus pies. Tiré sus pantalones a un lado y miré para observar al niño de seis años cada vez más desnudo.
Sus piernas no eran, en un sentido técnico, largas. Pero *se sintieron* largas. Eran hermosas; No demasiado delgadas, no demasiado gordas, pero tal vez con un poquito de grasa de bebé. Eran marrones pero prácticamente brillaban con un tono más claro que el resto de su cuerpo. Tenía unas rodillas bonitas y llenas; no abultadas, sólo una extensión natural de esos hermosos muslos y pantorrillas.
Sus pies eran pequeños y lindos. Las suelas se curvaban de la manera más hermosa; pequeños dedos de los pies agrupados con uñas de los pies perfectamente cortadas. Debió haberse bañado antes de acostarse, porque había un leve olor a chicle. Lamí la planta de su pie izquierdo y su cuerpo tembló un poco, incluso mientras dormía; Debía haber tenido cosquillas. Lamí de nuevo y su cuerpo dio una pequeña sacudida.
–Oh –dije–, eso es muy lindo, Martin. Sabes exactamente cómo excitar a tu abusador.
Extendí la mano y pasé suavemente mis dedos por los dedos de sus pies. Luego agarré su dedo gordo.
–Este cerdito –dije con una sonrisa–, fue chupado.
Y luego envolví mis labios alrededor de él y chupé su dedo del pie, sintiendo sus movimientos inconscientes en mi boca mientras tiraba y tiraba de él.
Por fin solté su dedo del pie. Mi ropa interior estaba completamente empapada en líquido preseminal, pero aun así pasé suavemente mis dedos hacia adelante y hacia atrás a lo largo de su pie.
–Así es, Martín –dije–. Esta noche, cada parte de tu increíble cuerpo es mío. Espero que no te importe.
Me levanté de nuevo y miré a mi hermoso niño dormido. Dando un paso adelante, levanté su osito de peluche por un momento y luego levanté su torso para poder sacar sus brazos de las mangas. Dejando caer la parte superior de su pijama junto a la parte inferior, reorganicé sus brazos alrededor del osito de peluche. Ahora el niño dormía con nada más que esa ropa interior azul brillante. Sonreí.
Dando un paso atrás, tomé una foto de la segunda etapa. El chico expuesto, con el más mínimo brillo aún visible en los dedos de sus pies. Sonreí.
Una vez más me acerqué al niño indefenso y ahora me acerqué a su ropa interior.
Suavemente, envolví mi mano alrededor de su entrepierna y comencé a frotar de arriba a abajo, arriba y abajo, a través de su ropa interior. Empezó a moverse en la cama; Gemí; él gimió. De un lado a otro froté mi mano sobre esa ropa interior, de un lado a otro, sintiendo su diminuto, diminuto pene comenzar a moverse. Froté de un lado a otro y se removió más. «Hmuuuuuuh», gimió el niño.
–Así es, Martín –dije–. Sé mi pequeña zorra. Ponte agradable y duro para mí.
Uhhhhh», gimió de nuevo, su pene finalmente se puso completamente firme.
–Oh, sí –lo elogié–. Justo así, justo así.
Ahora había una tienda de campaña en esos calzoncillos azules. No podía haber medido más de cinco o seis centímetros, incluso en plena erección, pero era inconfundible. Y cuando di un paso atrás para tomar la siguiente foto, también era inconfundible en eso.
–Te voy a desvirgar, Martín –le dije–. Voy a usar cada parte de tu lindo cuerpecito. ¿Veremos qué tienes para mí a continuación? –Sonreí–. Por supuesto que lo haremos.
Me acerqué a él una vez más y dejé el teléfono. Me agaché y pasé los dedos por la punta de su verga erecta.
–Qué buena putita –dije, mientras el chico se movía bajo el toque– Qué buena putita –pasé de nuevo por la punta de su verga–. Pero en realidad –continué–, una puta no los necesita, ¿verdad?
Agarré el elástico de sus calzoncillos, lo levanté y dejé que volviera a caer sobre su suave piel.
–Me pregunto qué pensarías si estuvieras despierto –dije, mientras bajaba el elástico, revelando su pequeña verga erecta y sus bolitas en su pequeño y apretado saco. Todavía estaba duro, por supuesto, y su pene surgió una vez que estuvo libre del elástico. Sonreí.
Dejando la ropa interior parcialmente quitada, tomé mi mano y la pasé suavemente por su verga nuevamente. «Guh», dejó escapar un suspiro. Lo pasé de nuevo y siguió otro gruñido de niño. Luego me acerqué y suavemente bajé su prepucio.
–Ahí está –dije–. Ahí está mi pequeña paleta.
Pasé mis dedos en un suave círculo alrededor de la punta y escuché el más mínimo gemido en voz baja. Su respiración se había acelerado; Vi su suave vientre subir y bajar más rápido que antes. Tenía las mejillas sonrojadas, con un ligero matiz rojizo.
–Puta –repetí, pasando mis dedos alrededor de la punta nuevamente. Luego lo solté y finalmente bajé la ropa interior por sus hermosas piernas, sobre sus pies descalzos y luego se la quité. La olí y finalmente la dejé junto a su pijama.
–Todo mío –dije, y tomé otra foto del niño. Desnudo, sosteniendo su osito de peluche. Cara sonrojada. verga dura.
Mío.
Por fin me quité la ropa. Dejé que mi verga finalmente se liberara, tan dura como puede ser, ansiosa por el chico. Desnudo, con la verga afuera, caminé de regreso a su lado y me subí a la cama, sentándome a horcajadas sobre sus muslos. Eran cálidos y sedosos debajo de mí.
Empujé mis caderas hacia adelante, dejando que la punta de mi verga descansara sobre la suya. Era un lugar de encantadora calidez. Algo de precum se filtró, fluyendo desde su punta hasta la base.
–Bueno –dije, comparando mis 20 cm con los 5 de él–, eres un poco pequeño –agarrando mi verga con la mano, comencé a pasar la punta hacia arriba y hacia abajo a lo largo de su erección, esparciendo líquido preseminal en un flujo constante–. Pero todavía te ves bien.
Entonces me acerqué y agarré su verga, usando el líquido preseminal para lubricar mi mano mientras comenzaba a acariciarlo. Él gimió y el rubor de sus mejillas se hizo más profundo. Sujetó con más fuerza su osito de peluche y comenzó a balancearse suavemente hacia adelante y hacia atrás. Intensifiqué mis sacudidas. «Mhuuuuuhhhh», gimió.
–Ay Martin –le dije–, ¡eres un niño cachondo! Sólo tienes seis años. ¿Qué pensarían tus padres?
Aún así lo acaricié. El niño comenzó a arquear inconscientemente sus caderas, el osito de peluche estaba prácticamente estrangulado en su agarre; y fue entonces cuando lo solté un gruñó, frustrado: “No” yo dije. “Todavía no. Todavía no».
Avancé arrastrando los pies a lo largo de su cuerpo desnudo, pasando por su vientre y pecho, hasta llegar a su boca.
–Está bien, Martín –dije–. Es hora de cumplir con el deber de una puta. Ahora ábrete.
Me agaché y abrí su boca, y luego coloqué mi verga delante de ella.
Aferrándome a la cabecera detrás de su cabeza, bajé mi verga dentro de su boca suave y cálida. Se sintió increíble. Aunque tenía la boca floja, podía sentir su lengua, podía sentir su saliva, podía sentir su energía. Comencé a empujar hacia adentro y hacia afuera, empujando más profundamente cada vez, dejando que mi verga se abriera camino hacia su pequeña garganta. Él tuvo arcadas, pero permaneció dormido mientras yo entraba y salía.
–Así, así –jadeé–. Toma mi verga, chico zorra.
Empujé mis caderas más profundamente hacia él. Podía sentir mi semen acercándose y dejé de moverme, solo sosteniéndolo en su boca, sintiendo el calor por un rato más, sintiendo el líquido preseminal rezumar. “Así es», dije, con un profundo suspiro. Y luego comencé a violarlo de nuevo, empujando más profundamente, saliendo, empujando, saliendo, el chico dormido incapaz de hacer nada para detenerlo, sin siquiera darse cuenta de lo que le estaba pasando.
La ola de un orgasmo comenzó a llegar y me retiré, aunque un poco tarde. Semen disparado desde mi verga, derramándose sobre su cara, dentro de su boca abierta. Goteó por su linda y pequeña barbilla y fluyó por sus mejillas. Algunos aterrizaron en su pecho. Más cayó en su cabello, empapando sus rizos. Y dos hebras sólidas de semen empapaban su osito de peluche.
–Fuuuuuuck –dije, mientras la energía se me escapaba por la punta de la verga–. Mierda, Martín, mierda.
Me incliné en la cama, acostándome al lado del chico. Con nuestras cabezas una al lado de la otra, sus pies sólo llegaban a mis muslos. Me presioné contra él, sintiendo el calor de su cuerpo desnudo y sonrojado contra el mío. Alzando la mano, usé mi dedo para sacar un poco de semen de su mejilla y meterlo en su boca, empujándolo contra su lengua.
–Bébelo, zorra –le susurré al oído–. Teddy ya lo hizo.
Con eso, mi mano se acercó al pene del chico. Mis dedos jugaron suavemente a lo largo de él, bajando su pequeño prepucio nuevamente. Suavemente comencé a acariciarlo.
–Bueno, Martín –dije–. Me pregunto si alguna vez has tenido este sentimiento antes.
Mi mano subía y bajaba sobre su pene. Arriba y abajo. Ya estaba duro; pronto estuvo más duro, jadeando. Su cuerpo, esclavo de sus sentimientos, comenzó a retorcerse bajo mi toque.
Sonreí cuando mi energía comenzó a regresar y me subí a cuatro patas, dejando su pene solo por un momento. Con la cabeza sobre su pecho, me incliné y lamí su pezón, evitando el semen que le había derramado. Luego lamí más abajo, a lo largo de su vientre, metiendo mi lengua en su ombligo. Sentí su respiración intensificarse ante la presión. Luego lamí hacia abajo, hasta su entrepierna, y finalmente me enfrenté a su pene de seis años, palpitante y erecto.
–Ya no es tan privado –le dije al niño dormido, y me incliné, tomando todo en mi boca y succionándolo mientras levantaba mi cabeza, tirando de ella conmigo mientras lentamente luchaba contra la succión de mi boca. finalmente escapó con un plop. Martín gimió. Bajé más abajo, lamiendo sus diminutas pelotas, y sentí las piernas de Martin temblar, los muslos moviéndose hacia adentro y hacia afuera.
–¿Quieres correrte, Martin? –Dije con voz de bebé–. ¿Lo haces, eh? ¿Es eso lo que quieres? –Lamí las pelotas del chico nuevamente y él dejó escapar un gemido agudo–. ¿Es eso lo que quiere mi bebé dormido? Muy bien, entonces.
Subí, volví a su entrepierna y me incliné. Con un sorbo, tomé su verga en mi boca y comencé a chuparla, con fuerza, y a lamer a lo largo del eje.
–¡NEEEEEEE! –gritó Martín, todavía dormido. Su cuerpo se sacudió. Sentí su pene alargarse y palpitar en mi boca; y luego el niño tuvo su primer orgasmo. Todo su cuerpo se tensó y se retorció. Fue duro como una tabla mientras los sentimientos fluían a través del niño dormido. Apretó su oso con tanta fuerza que temí que lo rompiera, y todo su cuerpo tembló.
Y en mi boca, su verga palpitaba, palpitaba y palpitaba.
Y finalmente terminó. El aire salió con un silbido de su boca. Se acomodó en su suave cama. Sonreí.
–¿Ves? –dije–. ¿Ves por qué tuve que venir aquí cuando te vi? –sonreí–. Dios, eres hermosa.
Me levanté y me puse en fila para la siguiente foto de Martin. Este capturó al niño de seis años desnudo, sonrojado por su orgasmo y con semen por todas partes. Un río de semen corrió por su mejilla. El semen se acumulaba en su cara, en su boca, en su cabello, en su pecho y, por supuesto, en su oso. Verifiqué dos veces que la resolución de mi cámara estuviera al máximo antes de tomar esta foto.
–Bueno, Martin –dije–, tengo que terminar de robar a tus padres. Pensé que iríamos solo una vez, pero creo que volveré aquí después de un breve descanso. Así que prepárate para la segunda ronda, cariño.
Dicho esto, salí desnudo a la casa para encontrar qué podía robar.
Regresé con una computadora portátil, algunas joyas y algo de dinero en efectivo. Fue lo suficientemente bueno. Además, mi corazón simplemente no estaba en los artículos. Lo había tomado el pequeño Martín López.
–Está bien –le dije al niño dormido, bostezando y estirándome mientras regresaba a la habitación de Martin–. Juguemos un poco más. Pero creo que quiero un poco más de tiempo para prepararme –Dejé mis nuevas pertenencias y caminé de regreso hacia el chico, todavía desnudo–. Veamos, veamos…
Empecé a buscar en la habitación de Martin y encontré algunos marcadores mágicos.
–Perfecto –dije acercándome al niño dormido, saqué un marcador morado–. Sabes, Martin –le dije–, quiero asegurarme de que recuerdes lo que hicimos aquí.
Me agaché, abrí el marcador y comencé a escribir en el pecho y el vientre de Martin. «PEQUEÑA», escribí primero, en grandes letras mayúsculas, a lo largo de su pecho. Su suave piel cedió fácilmente debajo del marcador, suave y sedosa, y el púrpura apareció fácilmente contra su piel marrón dorada. Luego escribí la segunda línea a lo largo de su vientre: «PUTA».
–Espero que no te importe ESO cuando te despiertes –dije, sonriendo mientras apoyaba mi mano sobre la cálida piel del chico. Saqué un marcador rojo y garabateé perezosamente pequeñas rayas y fuegos artificiales que salían de las palabras, y mi erección regresó lentamente.
Eso me dio una nueva idea.
–Bueno, ahora –dije–, vamos a ponerte duro otra vez.
Lamí mi mano y luego me acerqué al pene del chico y comencé a acariciarlo suavemente de nuevo. Martín, a pesar de todo el abuso que ya le había sucedido, o quizás a causa de ello, respondió rápidamente. Ah, las alegrías de la juventud.
–Arriba y abajo –dije–. ¡Arriba y abajo, y Martin se pone duro otra vez! ¡Vamos, Martin! ¡Ponte bien y duro para mí! ¡Agradable y duro otra vez!
“Hmuuuuuuh», gimió Martin, su cuerpo moviéndose hacia adelante y hacia atrás. Vi los dedos de sus pies curvarse ante la estimulación y su respiración se detuvo suavemente.
–Ahí vamos –dije–. Ahí vamos. Agradable y duro. Eso es todo. Buen chico.
Una vez que los aproximadamente 5 cm del niño volvieron a estar correctamente duros, asentí ante un trabajo bien hecho. “¿Ves? Sabía que lo tenías dentro de ti». Luego sostuve la punta de su pene mientras tomaba el marcador rojo e hice un bucle rojo grueso y curvo hasta la punta. Luego, entre las líneas gruesas del bucle rojo, tomé un marcador verde y lo coloreé de verde. «Ahí vamos», dije. «Ese es tu pequeño bastón de caramelo ahora. ¡Tal vez otro niño de primer grado quiera chuparlo!
Suavemente, le di unas palmaditas en el vientre a Martin.
–Estoy seguro de que te ENCANTARÁ eso cuando te despiertes –dije–. Ahora bien, volvamos al trabajo, ¡esto es un asunto serio!
Metí la mano debajo del chico y le di la vuelta. Fue mi primera mirada a su trasero y su hermoso trasero desnudo, un montículo absolutamente encantador que se elevaba desde su suave espalda y se curvaba hacia sus muslos.
–Oh, Martín –dije–. Sí… –me agaché y masajeé sus dos globos, sintiendo la suave carne ceder bajo mi mano. Luego le di a cada uno de los dos globos un par de suaves azotes y los vi moverse en respuesta–. Así es. Ahora vamos a ponerte en posición.
Levanté su cintura, forzando su trasero a levantarse en el aire, luego empujé sus rodillas hacia adelante para que pudiera soportar su propio peso. Su cara aplastada contra la almohada, el osito de peluche apretado debajo de él, pero su trasero apuntaba hacia mí y estaba perfectamente expuesto.
Di un paso al frente. El primer disparo de mi cámara captó la posición del chico, con el culo levantado, esperando ser penetrado. Luego me acerqué, coloqué el pulgar y el índice en sus dos globos y los separé. Allí estaba su arrugado agujero rosa.
–Te lo dije, Martín, que cada parte de tu delicioso cuerpecito es mío –y luego tomé una foto de primer plano de ese agujero expuesto y vulnerable. Y por si acaso, después de soltarle el trasero, le di otra pequeña palmada.
Permítanme hacer una pausa por un momento para que aprecien plenamente la escena. Este hermoso, desnudo e inocente niño de seis años, dormido e indefenso, tenía su trasero en el aire para que yo lo usara. Su cuerpo suave y esbelto estaba curvado en la posición más vulnerable; Pequeños y tentadores pliegues en su piel donde sus rodillas y caderas dobladas solo enfatizaban su hermosa suavidad. Su cuerpo usado brillaba a la luz.
–Bueno, Martin –dije–, me estás invitando a pasar.
Mi verga estaba dura otra vez. Estaba produciendo precum. Y aunque no iba a ponérselo (él era demasiado pequeño para eso), había otras cosas que podían entrar. Me agaché y tomé un poco de líquido preseminal con mis dedos, y lo usé para lubricar. Luego puse un dedo justo delante de su pequeño agujero.
–¿Estás listo para convertirte en un hombre, pequeño? –yo dije–. ¿Estás listo para que te use correctamente? –le hice cosquillas en el agujero con la punta del dedo–. Porque es hora de que tu mierda realmente comience.
Y con eso, comencé a empujar la punta hacia adentro.
Martin gimió ante la penetración. Su verga verde y roja, que se había estado ablandando, volvió a endurecerse, colgando hacia la cama. Cambió de posición, sin darse cuenta moviendo su trasero frente a mí.
–Joder, eso estuvo caliente –dije, y luego empujé más profundamente.
“¡UUH!» Se escuchó un chillido tan fuerte, incluso amortiguado por la almohada, que pensé que se había despertado. «Muh muh muh», gimió. Pero no, todavía estaba dormido. Y mi dedo se hundió más profundamente en su apretado y virgen agujero.
–No creo que haya habido nada aquí antes –dije–. ¿No es así? Soy el primero.
Aún así, el dedo se hundió más.
Martin dejó escapar otro chillido y sentí su culo contraerse fuertemente en mi dedo por un momento antes de que se aflojara nuevamente. El niño de seis años movía las caderas de un lado a otro. Pero nada desprendió mi dedo y empujé aún más profundamente.
Aún dormido, Martin babeaba sobre la almohada. Su cuerpo se balanceó y vi sus pies curvarse en una sensación abrumadora. Y luego giré mi dedo hacia adelante, encontré su próstata y la rocé.
«Neeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee…» fue su respuesta larga y sin aliento. Su cintura se elevó en el aire, balanceando su trasero más alto. Su verga palpitaba mientras colgaba de su cuerpo.
Froté dentro de él nuevamente con la yema del dedo. Otro gemido, otro movimiento de sus caderas, otro latido de su pene. Me froté el bulto de nuevo.
Extendí la otra mano y agarré su palpitante pene. Nuevamente froté su próstata; de nuevo gimió; y luego comencé a acariciar. «¡Neee-ah!» gritó. «¡Neee-ah!» Su culo se movía en el aire; su verga palpitaba en mi mano; su tobillo izquierdo se levantó bruscamente; su cuerpo comenzó a temblar. Y mientras tanto, frotaba de un lado a otro su pequeña y sensible próstata. Mientras tanto, tiré de su pequeño pene.
–Así es, Martín –dije–. Jodido por el culo. Mi pequeño maricón de seis años. Mírate ahora, ¿eh? ¡Mírate!
El niño estaba sudando, balanceándose hacia adelante y hacia atrás y gimiendo constantemente, pero no podía despertarse incluso cuando su cuerpo respondía a mi estimulación. De repente, se sacudió hacia adelante y yo lo sujeté con fuerza mientras los músculos se contraían y su segundo orgasmo de la noche sacudía su cuerpo. Gritó en la almohada.
Pero lo abracé fuerte. Lo sostuve. Le acaricié la verga. Acaricié su próstata. Y de repente, su tercer orgasmo recorrió su cuerpo. Sudando profusamente, todo su pequeño cuerpo se sacudía hacia adelante y hacia atrás, empujando contra mi agarre. Lo sostuve.
Y todavía lo acaricié.»¡Más, Martín!» Yo dije. «Muéstrame lo que un chico como tú puede hacer, pequeña zorra cachonda. ¡Muéstrame cómo te vienes!»
Y lo hizo, su cuarto semen de la noche destrozó su cuerpo, se sacudió, su pene saltó en mi mano, su cuerpo se balanceó hacia adelante. Y finalmente, lo solté. Empujé mi dedo hacia adentro y hacia afuera una vez más y luego lo saqué.
–Buen chico –dije. Un gemido constante salió de su boca mientras el chico exhausto exhalaba–. ¿Ves? –dije, alcanzando mi cámara–. ¿Ves cómo juego con tu cuerpo, Martín? Eres mi pequeño juguete.
Y con eso, tomé el teléfono y tomé un hermoso primer plano de su trasero abierto. Con la resolución, se podía ver el brillo de sudor que cubría los globos de sus nalgas; se podían ver las gotas individuales de sudor por la tensión por la que había pasado su cuerpo.
Y luego dejé la cámara, tomé el marcador negro y lo metí.
–Dejemos eso ahí, ¿no te parece?
Y con eso, lo solté y sus músculos flojos colapsaron, dejándolo boca abajo en la cama, respirando pesadamente, con el marcador sobresaliendo de su trasero.
Tomando un marcador azul, me acerqué a su espalda y comencé a escribir. «ESTA PUTA SE VINO CUATRO VECES ANOCHE». Me pregunté distraídamente cuándo, o si, lo vería, o si serían sólo sus padres. De cualquier manera, sonreí y tomé una foto.
Eran casi las cinco de la mañana y necesitaba irme antes de que saliera el sol, aunque deseara que esta noche durara para siempre. Con el marcador todavía en el trasero de Martin, giré su pequeño y encantador cuerpecito de lado, disfrutando especialmente de la suave curva y flexión de sus piernas. Una vez que estuvo de lado, lo agarré por las piernas y lo levanté, empujando su cintura fuera de la cama, y luego lo giré boca arriba. Me empujé hacia adelante entre sus piernas y mi pecho sostuvo sus piernas en alto, asegurándome de que su trasero se levantara de la cama (y sin empujar el marcador demasiado profundo). Sus pequeños y hermosos pies colgaban en el aire justo encima de mis hombros; su vientre, todavía hermoso, tenía suaves pliegues que lo recorrían hasta las costillas.
–Bueno, Martin –dije–, nuestro tiempo casi está llegando a su fin. Estoy seguro de que eso debe entristecerte. Pero tienes un deber más, mi pequeña putita.
Mi verga colgaba en el aire justo encima de la suya. Miré al chico; De alguna manera, todavía estaba agarrando a ese oso. Aparté una de sus manos y la bajé, luego la envolví alrededor de mi verga. Mientras dormía, me rodeó con sus brazos.
–Buen chico –dije, y comencé a empujar su mano hacia adelante y hacia atrás a lo largo de mi verga palpitante, obligándolo a masturbarme.
¿Cómo describo la sensación de esa pequeña y cálida mano alrededor de mi verga? Martín estaba sonrojado; semen y baba mezclados en su cabeza; su cabello estaba enmarañado con semen y sudor y tirado sobre la almohada; su respiración era rápida; y, debido a todo ese flujo de sangre, su mano era cálida, delicada y simplemente asombrosa. Observé su cuerpo, su pequeño, dulce, dorado cuerpo mientras brillaba con la luz, brillaba con todos los líquidos que tenía; Vi cómo sostenía su osito de peluche con la mano que le quedaba; Lo observé mientras dormía, tal como lo había hecho durante toda la noche. Y sentí sus pequeños y cálidos dedos mientras movía su mano hacia adelante y hacia atrás a lo largo de mi verga.
–Así, zorra –dije–. Así. Masturbame. Tal como lo hice contigo. Haz que me venga.
Moví su mano arriba y abajo sobre mi verga. Lo sostuve en la punta de mi verga, haciéndolo girar en líquido preseminal; Lo moví hacia abajo hasta la base, luego hacia arriba y hacia abajo a lo largo de toda la longitud palpitante. Arriba, abajo, arriba y abajo. Envolví mi mano alrededor de la suya y la apreté con más fuerza; Lo deslicé una y otra vez.
–Sí –gemí–, muy bien. Muy bien.
Mi verga palpitaba con más fuerza. Me sentí inclinado hacia adelante, empujando contra sus piernas abiertas. Sus pies se movieron en el aire mientras los presionaba. Presioné su mano con fuerza contra mí y la deslicé de lado a lado, apretando y masajeando mi verga.
–Mmmmmm –gemí–, bien… cúbrete con mi semen, pequeña puta. Cúbrete con él.
Y con eso, vine por segunda vez. El semen brotó en espesas gotas; Hilos de semen cubrieron el vientre del pequeño niño, sus pelotas y su pene de bastón de caramelo. Sentí que la energía fluía fuera de mí mientras él estaba cubierto de esa sustancia pegajosa.
–Muy bien –gemí de nuevo.
Suspiré con satisfacción cuando lo último del semen goteó de mi verga y salpicó su cuerpo, y solté su mano, que volvió a sostener su osito de peluche.
–Ohhhh mierda –dije–. Oh, sí –miré al chico cubierto de semen– Sabes, Martin –continué mientras dormía–, te amo así cubierto de mi semen, pero realmente mi leche pertenece a un lugar más. Incluso si no eres lo suficientemente grande como para recibirme por ahí todavía.
Dicho esto, me agaché y saqué el marcador. Su enorme trasero estaba listo, recogí pegotes de semen con mi dedo y lo inserté, dejándolos dentro de él. Un dedo lleno; un segundo; un tercero, llenando su culo con mi semen. «Justo como se supone que debes ser», dije. «¿No te sientes como una buena puta?. Y luego, con el culo lleno de semen, volví a colocar el marcador. El chico dormido gimió suavemente mientras se deslizaba en su agujero lleno de semen. Sería interesante encontrarlo por la mañana.
Me levanté y dejé caer sus piernas. Retrocedí y tomé otra fotografía de mi hijo. Semen seco en la cara y en el cabello; semen húmedo en su vientre, verga y pelotas; «PEQUEÑA PUTA» escrita en su pecho; un pene pequeño con forma de bastón de caramelo. Una putita perfecta y usada.
Y luego puse los marcadores restantes donde los encontré. Lo vestí, le subí los pantalones del pijama y luego le puse la parte superior de esta, viendo cómo el semen derramado lo empapaba. Esta vez, mis dedos estaban perfectamente firmes mientras abrochaba los cinco botones. Pero esa ropa interior de color azul brillante la guardé para mí y la puse con el resto de lo que saqué de la casa. Eran un recuerdo y podía preguntarse adónde irían mañana.
Retrocedí para tomar otra foto y, mientras lo hacía, lo vi finalmente quitar una mano de su oso. Se lo llevó a la boca y empezó, muy suavemente, a chuparse el dedo.
Mi verga palpitaba.
No, pensé, tenía que irme.
Tomé una última foto. Recogí mis cosas. “Buenas noches, Martín», le dije. «Has sido un buen chico.» Y luego, lamentablemente, me fui.
Mientras me dirigía a casa, me preguntaba qué traería la mañana para la familia López. Me pregunté qué pensaría Martin cuando se despertara sin ropa interior y sintiera algo pegajoso. ¿Cuándo notaría la escritura en su pecho, su pene e incluso en su espalda? ¿Qué pasa con el objeto que invade su pequeño culo? Me preguntaba cómo lo procesaría el niño de seis años. ¿Pensaría que un hada lo visitó por la noche o alguna otra criatura? ¿Qué pensaría de la evidencia de cuán minuciosamente fue utilizado? ¿Se lo diría a su familia o lo mantendría en secreto por su vergüenza? O si tal vez su mamá lo vistiera cada mañana, ¿lo vería de todos modos? ¿Y ella qué diría?
En cualquier caso, la mañana sería muy interesante para la familia López.
gran relato como sigue
Como sigue?
Excelente relato… como sigue?
Que delicia de relato… así da gusto masturbarse. Estoy ansioso por saber mas.
Muy buen relato… como sigue?
Soberbio!!! Qué bárbaro!!! Qué manera tan rica de escribir!!! Me desleché como nunca al leerlo e imaginar…Felicidades y sigue así!!!!