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Dominación Hombres, Fetichismo, Gays

El Taller del Mecánico

Santiago domina a Andrés y sus hijos..
Pero Santiago reaccionó con furia. Le hundió el pene con una brutal embestida hacia arriba, tan fuerte y profunda que Andrés sintió un *CRAC* sordo en su interior. El pobre gritó como una hiena herida.

«¡CALLATE, PERRA!» rugió Santiago, dándole una bofetada seca en la mejilla. El sonido resonó en el taller. «¡Eres mi puta y haces lo que YO diga! ¡La próxima vez que te rebeles, te reviento a trompadas!» Tras la amenaza, le dio una fuerte palmada en la nalga. «¡Ahora sigue cabalgando! ¡Muévete en círculos, así! Ufff… perrita, lo haces mejor que una mujer.»

Aturdido por el dolor, la humillación y la lujuria que extrañamente persistía, Andrés obedeció. Volvió a mecerse sobre la polla, gimiendo ahora de una mezcla de agonía y placer. Sabía que sus hijos lo veían. La vergüenza era abrasadora, pero la orden de su «macho» era ley.

Santiago miró directamente a los chicos, una sonrisa triunfal y lasciva en su rostro. «Acérquense, muchachos. Vengan a ver cómo su papá es una hembra ahora. Mírenlo bien, montándome como la puta sedienta que es.»

Hipnotizados, Dany y Aron dieron unos pasos adelante, incapaces de apartar la vista del espectáculo. Sus rostros mostraban una mezcla de asombro, confusión y una curiosidad malsana que empezaba a brotar.

Andrés, en medio de sus gemidos de dolor-placer, escuchó a Santiago rugir: «¡Diles, puta! ¡Diles quién es el nuevo macho de la casa! ¡Quién es su nuevo papito!»

La locura del momento, la sumisión extrema, el dolor transformado en placer perverso, se apoderó de Andrés. Miró a sus hijos y, con voz temblorosa pero clara, gritó: «¡Santiago! ¡Santiago es su nuevo papito! ¡Su papito rico!» Y sin pensarlo, giró y plantó un beso apasionado, sumiso, en los labios de Santiago, quien correspondió con avidez, agarrándole fuertemente el culo, amasándolo mientras Andrés seguía moviéndose sobre él.

Los niños observaron, fascinados. Dany fue el primero en romper el silencio, su voz temblorosa por la excitación y la sorpresa. «Tu… tu pene es enorme.» Lo dijo con puro asombro, sin censura. «Es… es como un brazo.»

Santiago rio, orgulloso. «¡Así es, hijo!» Le dijo directamente a Dany. «Este es tu nuevo papi. Y esto…» Se señaló su polla, aún profundamente enterrada en Andrés, que seguía moviéndose lentamente. «…es la herramienta que mantendrá a tu papá como una buena perra.»

Aron, con sus ojos grandes fijos en el falo descomunal, añadió tímidamente: «Es… es mucho más grande que el nuestro.» Su voz suave contrastaba con el ambiente crudo.

«Claro que sí, gordito lindo,» dijo Santiago con una sonrisa burlona pero atractiva. «Ven aquí, acérquense. Toquen a su nuevo papi, vean lo fuerte que es.»

Tentados, los niños se acercaron más. Dany extendió la mano y tocó primero. Agarró la mano enorme y curtida de Santiago, comparándola con la suya. «Tu mano es gigante, papito,» murmuró, acariciando los nudillos duros, la piel áspera.

«¡Y fuerte!» Agregó Santiago, flexionando el bíceps. Dany lo apretó, sintiendo la roca sólida bajo la piel. «¡Woou!» Exclamó. Aron, más tímido, tocó suavemente el músculo, sus dedos regordetes apenas abarcándolo.

«Tus piernas también son grandes,» dijo Dany, bajando la mirada. Pasó una mano por el muslo poderoso de Santiago, sintiendo la dureza del cuádriceps. Aron se atrevió a tocar el otro, admirando la masa.

«Y los pectorales… son como piedras,» murmuró Dany, extendiendo la mano hacia el pecho peludo de Santiago. Sintió la dureza bajo el vello. Santiago gruñó de placer.

«¡Muy bien, mis bebés!» Dijo Santiago acariciando la cintura de Andrés, como si apreciará sus curvas.

Dany, embriagado por la nueva dinámica y el dominio del macho. Levantó la mano y dio una palmada seca en la nalga a su padre. «¡Muévete más rápido perra! ¡Complace a tu macho!» Ordenó, con un atisbo de autoridad aprendida.

Santiago se rio, disfrutando. «¡Oíste, perra! ¡El nene quiere lo mejor para su nuevo papi!»

Andrés, estimulado por la orden de su hijo y la bofetada, aumentó el ritmo, cabalgando con furia desesperada. «¡Sí, papito! ¿Así está bien? ¿Te gusta?» Gritaba, metiéndose el pene entero cada vez, el dolor transformado en pura necesidad.

En eso, Dany, se agachó y agarró las bolas pesadas de Santiago. Las apretó suavemente, luego las masajeó como había visto hacer a su padre. Santiago gruñó profundo. «¡Malditas perras! ¡Van a matarme del gusto!» Le dio otra nalgada fuerte a Andrés, seguido de un fuerte apretón. «Chúpame los huevos. Dale un gusto a tu nuevo papito.»

Dany, sin dudar ahora, se metió entre las piernas de Santiago. Hundió su rostro y empezó a lamer y chupar el escroto oscuro, jugando con la piel arrugada, degustando el sabor salado y viril. Su lengua era inexperta pero entusiasta.

Al mismo tiempo, Aron, sintiendo un impulso extraño, se agachó junto a los pies de Santiago. Le quitó una sandalia, exponiendo un pie grande, ancho, con la planta dura y callosa por el trabajo y el caminar descalzo. Estaba sudoroso. Aron puso el pie sobre su muslo y empezó a masajearlo lentamente, con dedos suaves, explorando la dureza del pie, cada curva, la textura de la piel seca. Disfrutaba de la intimidad del toque.

«¿Puedo lamerlo también, papito?» preguntó Dany, apartándose un momento de los testículos, ya brillantes por su saliva.

«Claro que sí, mi amor. A tu papito le encanta,» gruñó Santiago, disfrutando de la atención. Dany fue y le quitó la otra sandalia. Luego, para mostrarle a Aron, empezó a lamer la planta del otro pie, pasando su lengua por la piel dura y sudorosa. Aron siguió el ejemplo tímidamente.

Santiago gimió, una mezcla de placer y diversión. «¡Muy bien, mis bebés! ¡Qué buenas perras son! ¡Ahora también pueden disfrutar a su macho!»

Encima de él, Andrés seguía cabalgando frenético. «¡Que rico papi! ¡Dame más verga! ¡Qué rico!» Gritaba, cada vez más femenino en sus gemidos y súplicas.

Los niños dejaron los pies de Santiago relucientes de saliva. Santiago, sintiendo la adoración de su nueva «familia», suspiró profundamente. La veneración a su cuerpo, física y sexualmente, era un elixir embriagador. Disfrutaba de ser el centro absoluto, el dios al que adoraban con sus lenguas y sus manos. Su placer era una olla a presión a punto de estallar.

De repente, apartó a Andrés. El pene se deslizó fuera con un sonido húmedo, dejando el ano de Andrés abierto, rojo e hinchado, palpitando visiblemente. Andrés gimió de pérdida. «¿Por qué, papi? ¿Por qué la sacaste?»

Santiago se rio burlonamente. «Solo un rato, perra viciosa. No llores.» Le dio otra fuerte palmada en las nalgas. Se puso de pie con agilidad, su polla monumental y jugosa sobresaliendo obscenamente. Caminó con sus sandalias hacia la puerta del cobertizo y la cerró con un portazo. «¡No quiero interrupciones! ¡Me la estoy pasando demasiado bien!» La familia, Andrés desnudo y jadeante, sus dos hijos expectantes, lo observaron caminar. Su desnudez era poderosa, escultural. Sus músculos jugaban bajo la piel sudada, su polla, aún plenamente erecta, chorreaba una mezcla de fluidos, brillando bajo la luz que entraba por las rendijas. Era Adonis y Pan fusionados en un dios de la carretera.

«¡Síganme, mis perras!» ordenó, dirigiéndose hacia el cuarto de donde había salido. Andrés, Dany y Aron, como hechizados, lo siguieron.

El cuarto personal de Santiago era un contraste sorprendente. Pequeño, pero inmaculadamente ordenado. Una cama individual con sábanas limpias, aunque viejas, que guardaban su olor intenso a hombre – sudor, grasa, testosterona pura. Un ropero de madera barata, cerrado. Una mesa con un televisor y un pequeño estante con revistas de autos y unas pocas de mujeres, menos explícitas que las del taller. En el aire flotaba el mismo olor masculino que impregnaba a Santiago, reforzado aquí. Todo hablaba de orden dentro del caos, de disciplina masculina. Santiago se dirigió al ropero. «¡Quiero a todas mis perras desnudas!»

Andrés, aún ardiendo, se puso de rodillas frente a Santiago y, sin pedir permiso, tomó la polla chorreante en su boca, chupando las gotas que resbalaban. Santiago se sobresaltó, luego rio con ganas.

«¡Joder, perra! ¡Ni me dejaste buscarlo!» Se burló, acariciando la cabeza de Andrés mientras este le mamaba con devoción. «Tan ansiosa que estás por mi leche…»

Sacó bruscamente su pene de la boca de Andrés, dejándolo con los labios brillantes. Miró a los niños, que estaban desnudos como se les había ordenado. «¡Eso es perras!» Rugió, satisfecho. «¡Qué lindas putas son! ¡Vengan con papi!» Los niños corrieron hacia él, atraídos por su magnetismo. Santiago tomó a Dany por la nuca. «Tú primero, grandecito.» Le metió la punta de su enorme polla en la boca. Dany solo pudo chupar el glande, sintiendo su tamaño descomunal, su textura suave y dura al mismo tiempo, su sabor salado y único. Era abrumador, extraño, pero fascinante. Lo tocó con una mano, masajeó las bolas con la otra. Santiago acarició su cabeza. «Así, perrito… qué buena boquita…»

Mientras Dany le chupaba el pene, Santiago sacó del ropero lo que buscaba: una botella de plástico grande llena de aceite lubricante transparente. La destapó y vertió un generoso chorro sobre el pecho de Aron, justo en sus grandes y prominentes tetitas de niño gordito. El aceite frío hizo que Aron diera un respingo.

«Espárcelo, puerquito,» ordenó Santiago. «Por todo tu pecho. Así…» Le guió con la voz. Aron obedeció, frotándose el aceite en su pecho liso, su pancita redonda, sintiéndose extrañamente expuesto. Su pequeño pene, sin querer, empezó a endurecerse.

Santiago se puso en cuclillas frente a Aron. Agarró uno de sus pezones y lo apretó suavemente, luego lo agitó de arriba abajo. «Tienes unas tetas riquísimas para ser un varoncito,» gruñó con una sonrisa lasciva. «Unas tetitas de hembra.» Luego, sin más, hundió su rostro barbudo en medio de las dos pechugas aceitosas del niño. Hizo sonidos obscenos de succión, mordisqueándole la piel suave, aplastando las tetas contra su cara. Aron gimió, la sensación era extraña pero no desagradable, la barba áspera contra su piel.

Santiago se separó. «Ahora, hazme una rusa, puerquito. Con tus tetitas.»

«¿Cómo?» preguntó Aron, confundido.

«Con tus manos, juntalas, aprietalas una con otra,» explicó Santiago, vertiendo más aceite en el pecho del niño. Aron obedeció, juntando sus pechosp con las manos, apretándolos, haciéndolos parecer un poco más grandes sobre su barriguita brillante y redonda. Su penecito estaba completamente erecto ahora.

Santiago sonrió, satisfecho. Sin más, metió su enorme pene entre las tetas apretadas de Aron y empezó a frotarse vigorosamente, follando el pequeño surco. El glande rojo oscuro aparecía y desaparecía entre la carne juvenil. Aron miraba fascinado, hipnotizado por el gigantesco miembro adulto tan cerca de su cara. Veía el glande enorme, la uretra, las venas. Tentado, inclinó la cabeza y empezó a darle lamidas cada vez que el pene aparecía cerca de su barbilla. «¿Te gusta, papito?» Preguntó tímidamente. «Sabe rico… me gusta.»

«¡Derrama aceite!» Ordenó Santiago de repente pasándole la botella a Dany. «¡En mí, en tu padre, en tí! ¡En todos! ¡Cúbranme bien, perras! ¡Quiero brillar como un dios!»

Andrés y Dany obedecieron. Vertieron el aceite sobre el torso de Santiago, sus brazos, su espalda, sus piernas. Pronto, su cuerpo poderoso resplandecía bajo la luz, cada músculo delineado como una estatua de bronce aceitada, resaltando su masculinidad hercúlea. Luego cubrieron a Andrés, su espalda, sus nalgas. Finalmente, Santiago vertió aceite sobre Dany. «¡Tú también, perra! ¡Debes verte como las putas del porno, aceitada y deseosa de pene!» Dany se cubrió todo su cuerpo delgado, brillando. «¡Muy buena perra!» gruñó.

El aceite lubricante era frío y espeso, resbalaba por los cuerpos de la «familia» bajo la luz tenue del cuarto de Santiago. El aire olía a grasa, sudor masculino y lujuria cruda. Santiago, convertido en una estatua viviente de bronce aceitado, resplandecía. Cada fibra muscular, desde los pectorales peludos hasta los gemelos poderosos, estaba delineada con obscena perfección. Su polla, seguía entrando y saliendo de entre las tetitas aceitosas de Aron, quien jadeaba con cada embestida del surco que formaban sus pechos apretados.

«¡Así, puerquito! ¡Aprieta esas tetitas!» rugió Santiago, agarrándole los pezones con dedos engrasados y tirando de ellos hasta hacer gritar al niño. Aron obedeció, apretando con más fuerza sus pequeños senos, sintiendo la piel suave deslizarse bajo el aceite contra la carne abrasadora del pene. Su lengua lamía el glande cada vez que asomaba, saboreando el presemen salado. «Sabe rico, papito… me gusta ser tu perrita,» murmuró, sus ojos vidriosos de sumisión.

Santiago gruñó de placer, vertió más aceite sobre su propio abdomen, dejando que el líquido resbalara hasta su vello púbico.»¡Ahora, perras, arrodíllense!» Su voz era un trueno de autoridad. 

En segundos, obedeciendo como autómatas excitados, Andrés, Aron y Dany se pusieron en fila, a cuatro patas sobre las sábanas limpias pero ahora manchadas de aceite. Sus culos aceitosos brillaban bajo la luz, ofrecidos: el de Andrés, ya abierto y rojo de la follada anterior; el de Aron, pequeño, virgen y prometedor; el de Dany, estrecho y tenso.

Santiago se colocó detrás de Andrés. Su mirada, cargada de lujuria depravada, se clavó en Dany. «¡Tú, pequeña puta! ¡Ábrelo para tu papito!» Ordenó, dándole una nalgada que resonó en la habitación. Dany, electrificado por la orden y el dolor-placer, se apresuró. Se colocó frente a su padre, separando con sus manos las nalgas de Andrés para exponer completamente el ano dilatado, rojo e hinchado, aún palpitable.

Santiago escupió. Un esputo grueso y caliente golpeó el centro del ano expuesto. «¡Toma, cerda!» Luego, sin ceremonia, enterró su polla hasta las bolas en un solo embate brutal. 

«¡AHHHHH, SANTO DIOS!» gritó Andrés, arqueándose como un gato en celo. El dolor fue agudo, punzante, pero rápidamente se mezcló con el placer familiar de la plenitud extrema. Su interior, ya sensibilizado, se ajustó a la invasión monstruosa.

«¡Grita, puta! ¡Grita como la perra que eres!» rugió Santiago, agarrándole del pelo y tirando hacia atrás, exponiendo su cuello. Andrés obedeció, chillando con cada embestida salvaje que Santiago le propinaba, su pelvis golpeando las nalgas de Andrés con fuerza compacta. «¡Sí, papi! ¡Rompe a tu perra! ¡Más duro! ¡Revientame el culo!» suplicaba Andrés, haciendo presión con su ano para darle más placer al macho.

Los niños, Dany y Aron, observaban fascinados. Dany acariciaba los muslos poderosos de Santiago, sintiendo los músculos contraerse con cada embestida. Aron, de rodillas al lado, lamía la espalda baja del mecánico, saboreando la mezcla de sudor y aceite. Santiago gruñía, un sonido animal de posesión absoluta. Besaba el cuello de Andrés, mordía su hombro, marcándolo. «¡Tienes la vagina bien rica, mamacita!» jadeaba contra su oído. 

De repente, Santiago sacó su pene con un sonido húmedo y obsceno. El ano de Andrés quedó abierto como un cráter rojo, palpitando, escurriendo líquido blanco espeso. «¡Ufff, mami, qué coño más rico!» suspiró Santiago, satisfecho. Se dirigió a los niños. «¡Miren, perras! ¡Miren cómo ha quedado esta cerda!» Empujó suavemente a Andrés para mostrarles mejor el destrozo anal. 

Dany hizo un sonido de admiración. «¡Está enorme, papito! Parece que le cabe un puño.» 

Aron, con ojos asombrados, añadió: «Hasta mi brazo podría entrar, creo.» 

Santiago se rio, una carcajada llena de perversión. «¡Jajaja! ¡Todavía no, puerquito!» Su mirada se posó entonces en Aron, en su culito pequeño y aceitoso. Un brillo de lujuria depravada iluminó sus ojos. «Pero este culito virgencito… este sí está listo para ser reventado.» Se agachó, agarrando las caderas diminutas de Aron. «¿Listo para ser una buena puta como tu mami, gordito?» 

Aron, temblando de excitación y miedo, asintió. «Sí, papito… rómpeme la colita. Quiero ser tu perra.» Él mismo se abrió las nalgas con las manos, exponiendo su pequeño orificio rosado. 

«¡Sí, Papito! ¡Dale fuerte a mi hermanito!» animó Dany, abrazando a Santiago por la cintura, acariciando sus abdominales aceitosos. 

«Relájate, puerquito,» musitó Santiago antes de derramar un chorro generoso de aceite directamente sobre el ano de Aron y en su propia polla. Luego, posicionándose con la punta del glande rozando la entrada virgen, empujó con fuerza bruta. 

«¡AAAAYYYYYYY!» El chillido de Aron rasgó el aire. Arañó las sábanas, pataleó, su cuerpo entero se convulsionó ante el dolor desgarrador. El enorme pene de Santiago violaba su estrechez con implacable fuerza. «¡Me duele, papito! ¡Pero qué rico!» gritó entre lágrimas, una contradicción que solo el éxtasis perverso podía explicar. 

«¡Revientalo, papi! ¡Que rico se lo metes!» jadeó Dany, excitado hasta el límite. 

Santiago gruñía, una mezcla de placer y esfuerzo. Veía cómo su polla desaparecía lentamente en la cola del niño, cómo el centro de las nalguitas se estiraba para acomodarlo. Aron incluso se nalgueaba a sí mismo en un intento de aliviar el dolor y aumentar el placer. Dany le acariciaba suavemente la espalda, nunca en su vida había sido tan bien atendido. 

De repente, Santiago sintió que Dany le acariciaba una nalga y se le ocurrió una idea. «¡Andrés!» ordenó, sin dejar de follar a Aron. «¡Ven y lámeme el culo! ¡Enséñale a tu hijo cómo se hace!» 

Andrés, aún aturdido y jadeante, se arrastró hacia Santiago. El mecánico, sin sacar su pene de Aron, se puso en cuclillas, exponiendo su trasero poderoso y su ano rosado rodeado de vello oscuro. Andrés se hundió entre sus nalgas, lamiendo y chupando el ano con devoción perruna, metiendo la lengua profundamente, limpiando el sudor y el aceite. 

Santiago suspiró de placer. «¡Así, cerda! ¡Límpiame bien el culo!» Pero pronto, la sensación de placer se intensificó demasiado. Sacó su polla chorreante de las entrañas de Aron, dejando al niño con el ano abierto y palpitante, similar al de Andrés. «¡Solo un momento, perras!» 

Sin previo aviso, Santiago se sentó directamente sobre la cara de Dany, restregándole todo su culazo sudado y aceitoso. Pasó su ano por la boca del niño, incluso le metió la nariz, asfixiándolo parcialmente. Dany gimió y nalgueó instintivamente los musculosos glúteos de Santiago. «¡Gluck! ¡Papito… no puedo…!» 

Santiago solo gruñía de placer dominante. «¡Huele, perra! ¡Huele mi culo de macho!» Mientras Dany luchaba por respirar, Santiago señaló a Andrés y Aron. «¡Pónganse juntas, culo con culo! ¡Que se vean los anos!» 

Ambos obedecieron, volteándose y levantando sus nalgas. Los dos anos, igualmente destrozados, rojos e hinchados, palpitaban bajo la luz. Santiago, incorporándose y dejando a Dany como una toalla usada, se alternó entre ellos. Su pene resbaladizo por el aceite pasaba de un ano castigado a otro, cada movimiento acompañado por gemidos y órdenes soeces. 

«¡Este culo de cerda está más abierto!» Exclamo, embistiendo el de Andrés rápido y violento, luego salía de él y con la misma brutalidad, penetraba el siguiente ano. «Pero este culito virgen… ¡Ufff, cómo aprieta todavía!» Rugía mientras se cogía brutalmente a Aron de nuevo. «¡Muévanse, perras! ¡Empujen contra mi verga!» 

Más aceite cayó sobre sus espaldas, mezclándose con sudor y fluidos corporales. Cambiaron de posición: Santiago se acostó de espaldas en la cama. Levantó a Andrés primero y lo hizo sentar sobre su polla. Andrés cabalgó el tronco, arqueándose con cada estocada profunda, gimiendo como una actriz porno. «¡Ah, papi! ¡Me llega al alma!» 

Mientras tanto, Dany, siguiendo órdenes tácitas, se metió entre las piernas de Santiago y empezó a chupar sus bolas aceitosas, lamiéndolas y masajeándolas con las manos. Aron, por su parte, débil por la reciente cogida, bajó y empezó a lamer las plantas callosas de los pies de Santiago, besando cada dedo, pasaba la lengua por los talones, sintiéndose atraído por su enormidad y dureza. 

«¡Chupa estos huevos, perrito!» ordenó Santiago a Dany. «¡Y tú, gordito, lame esos pies como si fueran caramelos! ¡Así, perras! ¡Qué gusto, carajo!» 

Santiago estiraba los brazos, sintiendo el paraíso: su polla hirviendo en la comodidad de un ano apretado (el de Andrés), las lenguas y manos acariciando todo su cuerpo.

«Este ano ya no da para más” dijo el macho dando las últimas estocadas al débil esfínter de Andrés antes de salir lentamente. «Te lo he reventado, putita, tienes una vagina muy rica. Descansa, amor»

Le dijo y lo hizo a un lado, Andrés cayó como un muñeco de trapo al costado, fue cuando Santiago se incorporó y agarró la cabecita de Aron y lo jaló hacia sí para plantarle un beso profundo y posesivo. Al separarse, Aron, con ojos enamorados, murmuró: «Te amo, papito.» 

Santiago rio, una risa ronca y vulgar. «¡Y yo te amo a ti, mi puerquito lindo!» Le devolvió el beso con lengua. 

Finalmente, el macho no pudo contenerlo más. Se levantó bruscamente, dejando a Andrés y Aron con sus culos rotos sobre la cama. Vio a Dany, aceitoso y jadeante, y lo levantó como un fardo. «¡Tú, pequeño! ¡Conmigo! Dejemos a estas perras descansar» Lo llevó cargado fuera del cuarto, de vuelta al taller, y lo puso contra el capó frío del Ford F-150 desguazado. 

«¡Enróscate, pequeño!» ordenó, apuntando con su polla al ano virgen de Dany. «¡Recibe a tu papito!» 

Dany, por lo que había visto, ya sabía qué hacer. Se inclinó, apoyando las manos en el capó metálico, y arqueó la espalda, ofreciendo su pequeño trasero. Santiago escupió en su mano, mezcló saliva con el aceite que aún rezumaba de su polla, y untó generosamente el ano de Dany. Luego, encontrando la entrada tensa, empujó. 

La polla fue penetrando el culito virgencito del niño suspendido. Dany gritó, un sonido agudo de dolor y sorpresa. «¡AHHH! ¡Eres tan grande, Papito!» Chilló, acariciando sus propias nalgas, abriéndolas instintivamente para facilitar la entrada. 

Andrés, vicioso, había alcanzado al macho. De rodillas junto al Ford, empezó a lamer los testículos oscilantes de Santiago mientras este follaba a su hijo. El taller se convirtió en un coro de jadeos obscenos: los gritos agudos de Dany, los gruñidos de Santiago, los gemidos de Andrés lamiendo bolas. 

La follada de Dany fue la más violenta, la más posesiva. Santiago lo sujetó por las caderas con manos de hierro y lo empaló sin piedad, cada embestida buscando el fondo de sus entrañas juveniles. «¡Grita, perrita! ¡Grita que te gusta!» 

«¡Me duele, papito! ¡Pero me encanta! ¡Fóllame más!» gritaba Dany, llorando y riendo al mismo tiempo, completamente poseído. «¡Eres mi papito rico! ¡Mi dueño!» 

Santiago cambiaba ángulos, levantando las piernas de Dany, follándolo contra el capó con una fuerza que hacía temblar el vehículo. «¡Este culo es mío! ¡De mi perra nueva!» Le hablaba con crudeza extrema: «¡Aprieta, cerda! ¡Aprieta ese culito para tu papito! ¡Sí!… ¡Más fuerte!… ¡Te voy a dejar preñado de leche, perro!» 

Dany respondía con gritos de sumisión extasiada: «¡Sí, papito! ¡Hazme tuya! ¡Lléname! ¡Soy tu perra! ¡Tu perra sucia!» 

La coronación llegó cuando Santiago, con tres embestidas finales que resonaron como martillazos en el taller, se desató. Salió bruscamente del culito de Dany, su pene palpitando como un corazón enfurecido. Allí estaban sus tres perras: Andrés, Aron y Dany, jadeando, aceitosos, con sus culos abiertos y palpitantes, mirándolo con adoración. 

«¡Carajo, tomen su leche, mis perras!» rugió Santiago, su voz un estruendo que hizo vibrar las chapas del techo. 

Varios chorros espesos y blancos, como géiseres de virilidad cruda, brotaron con fuerza. El primer chorro golpeó la cara de Aron, cegándolo momentáneamente, llenándole la boca abierta de un sabor salado y amargo. «¡Gluuuck!» atragantó, pero tragó instintivamente. 

Andrés recibió un chorro directo en el pecho. Frotó el semen espeso en sus pectorales como ungüento sagrado, embadurnándose, gimiendo de placer. «¡Tu leche, papi! ¡Es bendita!» 

Dany, con los ojos inundados de esperma, apenas podía ver. Un chorro le golpeó directamente en la frente, resbalando por su rostro joven. Santiago gruñó, exhausto pero triunfante: «¡Esta semilla hará más hijos para su papito!» 

Exhaustos y cubiertos de fluidos – aceite, sudor, semen – la «familia» se derrumbó al suelo del taller, entre herramientas y charcos de grasa. Santiago, con su pene todavía semierecto y chorreando un último pegote de semen de la punta, los miró con posesión absoluta. 

«Escuchen, perras,» dijo, su voz ronca pero llena de autoridad. Tomó a Andrés del mentón, levantando su rostro manchado. «Su nuevo papito va a follarlas todo lo que quieran. Pero tú…» Le clavó la mirada. «…serás mi hembra principal. Mi esposa.» 

Lo cargó en brazos con sorprendente facilidad, como si fuera una novia. Andrés se aferró a su cuello, enterrando el rostro en el pecho peludo. «Sí, papi… seré tu mujer,» murmuró, completamente sumiso. 

Santiago miró a Dany y Aron, que los observaban desde el suelo. «Y ustedes, mis perritas… serán mis hijos y mis amantes. Esta es su casa ahora. La casa de su papi.» 

Caminó hacia su cuarto, cargando a Andrés. La puerta se cerró tras ellos, pero los gemidos de Andrés, transformados en gritos agudos de «esposa» follada, pronto resonaron, mezclados con los rugidos de satisfacción de Santiago. Dany y Aron, aún en el suelo del taller, se miraron. Sin palabras, se arrastraron el uno hacia el otro y se abrazaron, temblando, cubiertos de la esencia de su nuevo padre, sintiendo que sus vidas habían cambiado para siempre bajo el dominio del macho de la carretera. La semilla de Santiago, literal y figurativamente, había echado raíces. El taller ya no era solo un lugar para reparar autos; era el templo de un nuevo dios, y ellos, sus devotas perras.

10 Lecturas/21 noviembre, 2025/0 Comentarios/por ALxx1
Etiquetas: anal, follando, follar, hermanito, hijo, padre, semen, vagina
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