En la cárcel V: Soy la puta
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por eloalhabla.
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Relatos anteriores de la serie:
En la cárcel I: http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-27603.html
En la cárcel II: http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-27796.html
En la cárcel III: http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-27942.html
En la cárcel IV: http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-28165.html
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Durante los siguientes días, mi vida fue tomando rutinas impensadas dos meses atrás. León hizo que en el pabellón de los homosexuales me depilen completamente y también me consiguió una provisión completa de tanguitas, que las travestis me enseñaron a usar para tapar mi masculinidad. Desde ese momento solo utilicé la ropa interior indicada.
Aunque yo había cambiado mi actitud hacia León, el seguía tratándome como justamente yo era: su puto. Me golpeaba delante de cualquier persona si veía que levantaba la vista en los pasillos o si le soltaba el bolsillo cuando caminábamos por el patio o si, en las duchas, dudaba de arrodillarme y chupársela frente a quien sea.
Pero yo había aceptado con resignación ser castigado y a pesar del dolor, lo aceptaba con un cierto placer que se fue volviendo natural para mí. Los castigos más tremendos y dolorosos fueron cuando intenté querer tener sexo con el apenas entramos a la celda y me castigó furiosamente, ya que el decidía incluso cuando me cogería. Llorando a sus pies besándolos aceptaba los correazos que me marcaron la espalda por días.
Héctor pasó a una celda triple, sus compañeros se hacían llamar "los gemelos" porque además del parecido físico, hacían todo juntos. Yo los veía en el patio, malotes y amenazantes con Héctor detrás de ellos cargando con todo lo que tenían que llevar, una especie de carpa para protegerse del sol, mantas para sentarse, alguna revistas y agua. No era raro ver a Héctor siendo clavado en la carpa por alguno de los dos, o siendo sometido salvajemente por alguno de ellos. Muchas veces veía como charlaban entre ellos mientras uno lo tenía en cuatro patas a Héctor y algunos dedos dentro de su ano. Héctor también era alquilado por cigarrillos o alguna cosa que a los gemelos le interesara. Siempre que nos encontrábamos en el trabajo de la lavandería, Héctor tenía algún golpe nuevo, al igual que yo. Pero ya no hablábamos, los gemelos le habían prohibido la palabra. Pero incluso en horas de trabajo se le acercaba algún guardia con un pañuelo, que era la clave para saber que había sido alquilado. Uno de sus días más duros, vi como a mi compañero lo penetraba un guardia mientras en la boca tenía otro pene y había una cola de cinco polis mas aguardando su turno. Siempre que terminaba la faena, Héctor volvía a su trabajo con resignación.
Yo contaba con la protección económica de mi padre, por lo que el León no me alquilaba. Aunque una mañana, en alguna conversación escueta, me dijo que yo era exclusivo de él, que tenía putos que se encargaba de prostituir para conseguir favores. Ese día enloquecí de deseos por mi dueño, y cuando al fin decidió poseerme me comporté muchísimo mejor que siempre. Ni siquiera me importaba morir atragantando por su pija, sofocada entre sus piernas mirándolo a los ojos, podía matarme en ese momento que no me importaría.
Ese día en el trabajo, me llevó hasta un fuelle y me hizo inclinar, me bajó los pantalones y me apoyó un hierro caliente que tenía una forma, me sujetaron sus cómplices mientras el grito de dolor era apagado por un trapo viejo en mi boca y lleno de grasa. Los minutos que duró el martirio fueron eternos para mi, al concluir me tiraron un balde de agua y me soltaron cayendo desvanecido al piso, desde el suelo vi a León sonriente: "es para que todos sepan que sos de mi propiedad".
Me fui dando cuenta en las duchas que algunas personas tenían la misma marca y supe en ese momento que algún día dejaría de ser de él, para ser un prostituto para el, o algo peor, pero ya estaba perdido. El me cogía por la mañana y por la noche habitualmente. Siempre bestialmente y siempre aceptándolo con gemidos de placer. A él no le importaba si tenía ganas o no y yo había aprendido a no resistirme de ninguna manera. Durante muchas noches, mientras me cogía en la cama de costado, al acabar se quedaba dormido sin sacármela, esas noches dormía atrapado entre sus brazos y con su pene flácido clavándome a él hasta la mañana siguiente que me despertaba con los primeros sacudones de él dentro mío, comenzando a excitarse y a poseerme.
Cada vez que ingresaban nuevos reclusos yo volvía a temblar como la primera vez que me violó, colmado de temor a ser dejado, por el hombre que alguna vez me había violado.
Los domingos que lo visitaba alguna mujer, la pasaba retorciéndome de celos y llorando de pena, desilusionado por no ser el único que le daba placer. Cuando llegaba a la celda, yo me arrodillaba ante él en gesto de súplica, aunque su pene este inundado de olor a mujer, necesitaba tenerlo en mi boca para sentirme atrapado en el.
Pasaron algunos meses hasta que el gitano volvió a aparecer en las celdas comunes. Ya no contaba con ninguna banda, quienes se habían unido a León, algunos en forma voluntaria, otros tuvieron que ser amenazados y quien a pesar de las amenazas no se doblegaban eran enviados al hospital tantas veces fuera necesario.
Al no tener celda asignada, lo primero que tuvo que hacer el gitano fue encontrarse con León. El encuentro se produjo en la sala de televisión, yo estaba sosteniendo el bolsillo de león, mientras jugaba cartas con amigos. El gitano se mantuvo de pié a unos pasos de la mesa, con una energía mínima y con gesto de terror. Luego de unos cuarenta minutos, al terminar la partida, León se levantó, sacándome la mano del bolsillo de un golpe leve, lo miró de arriba abajo y le hizo un gesto lleno de maldad, señalándo la mesa. Mientras el gitano recorría los pocos pasos hacia la mesa, León se tocaba entre las piernas con un gesto libidinoso.
Los amigos continuaban sentados festejando la actitud de su antiguo enemigo, aplaudieron al ver como sumisamente, el gitano dejó caer sus pantalones y bajó su slip, para luego reclinarse sobre la mesa y agarrarse desesperadamente de ella. El primero en violarlo fue león, lo hizo con apenas un poco de saliva, perforándolo hasta lo más hondo mientras el gitano descargaba su dolor por un grito mudo. Grito mudo y gesto de dolor que sostuvo mientras León terminaba su faena para que luego la continuaran sus tres amigos.
me encantan estos relatos me exitan ser dominado y castigado y violado