Esclavo por elección – Capítulo 1: Perdiendo mi humanidad
Cediendo a la tentación, renuncié a mi libertad para sumergirme en un mundo de pasión desenfrenada como esclavo sexual perpetuo. Sin ataduras ni límites, me entregué al placer absoluto, listo para satisfacer los deseos más profundos con total abandono..
Desde que tengo memoria, siempre supe que mi corazón latía al ritmo de hombres que emanaban una virilidad sin disculpas. Desde la infancia, mis ojos se magnetizaban hacia aquellos que lideraban con brío, aquellos que desafiaban al mundo en el campo de fútbol, aquellos que no temían desafiar las reglas en busca de una emoción más intensa. Había algo en su determinación, en su fuerza, que me atraía de manera irrevocable.
Yo era su opuesto: reservado, callado, obediente. Nunca me emocionaron los deportes o los autos, ni las imágenes provocativas de mujeres. Mi mente nunca se desvió hacia la travesura. Ellos lo notaban, y con el tiempo, dirigieron su atención hacia mí. Bromas crueles, insultos homofóbicos, empujones en los pasillos que culminaron en golpes. Me di cuenta de que era diferente, y las palabras como «maricón», «puto» y «niñita» se convirtieron en mi banda sonora, acompañadas del sonido de mis propias lágrimas. Jamás hablé con nadie, me avergonzaba de mí mismo.
El ciclo se repitió en la secundaria y la preparatoria. Los golpes cesaron, pero los insultos continuaron. Me resigné a mi suerte, anhelando solo una vida en paz. Pero mi atracción hacia los hombres creció, desbordándose en un deseo abrumador. Ahora, no solo me atraía su bravura, sino también sus cuerpos: robustos, marcados por venas en sus brazos, sus voces profundas que resonaban en mi alma, su sudor y su pelo alborotado luego de una sesión de fútbol. En la adolescencia, finalmente acepté la verdad: me gustaban los hombres.
El momento después de la clase de educación física se convirtió en mi paraíso secreto. Allí, podía admirar sus cuerpos por unos fugaces segundos antes de que se desvanecieran en las duchas. A menudo, las burlas y los insultos no me permitían disfrutar plenamente de mi obsesión, pero nunca dejé de mirar, de anhelar, de desear en silencio.
En ese ambiente hostil, experimenté lo que considero los momentos más trascendentales de mi existencia. En una de esas sesiones secretas de contemplación, uno de ellos notó cómo mis ojos se desviaban hacia su entrepierna. Su enfado fue instantáneo, desenfrenado. «¿Eh, puto, quién te crees que soy?», gruñó antes de que su puño encontrara mi mejilla con violencia. Me sujetó del cuello con ambas manos, levantándome de la banca en la que yacía. «¿Acaso crees que nunca te hemos visto observándonos?», vociferó con furia, mientras el silencio pesaba en los vestuarios y mi corazón martilleaba con un miedo paralizante.
Como siempre, ninguna palabra emergió de mis labios. Un escupitajo en mi rostro fue el siguiente acto de su agresión antes de que me arrojara al suelo, donde su compinche se unió a él, golpeándome sin piedad. No sé cuánto tiempo soporté aquel tormento, recibiendo golpes, escupitajos e insultos. Justo cuando pensé que la tortura llegaría a su fin y mi cuerpo dolorido ansiaba el descanso, uno de ellos puso su pie desnudo sobre mi rostro.
«¡A ver si así dejas de ser tan maricón y te conviertes en un hombre de verdad!», sentenció, deslizando su pie por mi rostro enrojecido y adolorido antes de volver a escupir sobre mí. Luego, me dejaron en paz, abandonándome a mi suerte, con el espíritu hecho añicos y el cuerpo marcado por la brutalidad de su crueldad.
De manera inexplicable, en medio del dolor y la humillación, una sensación hasta entonces desconocida empezó a burbujear dentro de mí. La saliva de aquel hombre, depositada en mi rostro, me provocaba una extraña excitación. Cada gota se sentía como una caricia, como una marca de su dominio sobre mí. A medida que el shock inicial cedía paso, una nueva e inesperada emoción comenzaba a brotar en mi interior.
Mis sentidos se agudizaban con cada burla, con cada golpe. Cada escarnio, cada insulto, me sumergía en un estado de trance donde la vergüenza se mezclaba con un oscuro deleite. Y entonces, en otro cruel giro del destino, me encontré desnudo ante el mismo bully que me había atacado previamente. Su mirada de burla, sus risas mordaces, perforaban mi ser.
Sin embargo, algo dentro de mí se encendió. Mientras sus ojos escrutaban mi desnudez, mientras sus bromas pesadas llenaban el aire, me di cuenta de que los ojos de otros hombres se habían posado en mí. No era solo la mirada de desprecio lo que recibía, sino también el deseo oculto, la lujuria velada.
Y en medio de aquella escena de humillación, experimenté un placer retorcido al darme cuenta de que, de alguna manera, disfrutaba de la atención masculina, incluso en su forma más degradante. Cada risa, cada mirada, cada gesto de desdén se convertía en un tributo a mi propia revelación, una confirmación clandestina de mi verdadera naturaleza.
Con el paso del tiempo y el advenimiento de la adultez, mi vida tomó un giro inesperado y excitante. Al descubrir el mundo de Grindr, una ventana se abrió hacia un universo de posibilidades que anteriormente solo había soñado en secreto. Los encuentros furtivos con hombres desconocidos se convirtieron en mi escape, en mi liberación.
Fue en esas noches clandestinas que perdí mi virginidad, entregándome por completo a la experiencia de ser un pasivo entregado. Cada roce, cada susurro, cada arrebato de placer me sumergía más profundamente en un mundo de deleite carnal del que no quería escapar.
Pero pronto, mi curiosidad me llevó más allá de los límites convencionales. Descubrí el fascinante mundo del BDSM, un reino de dominación y sumisión que me llamaba con una fuerza irresistible. A medida que investigaba y exploraba, descubrí que no estaba solo en mi deseo de ser humillado, de ser sometido.
Mis lecturas me llevaron a descubrir prácticas y fetiches que antes apenas podía imaginar. Aunque aún no había experimentado mucho más allá de algunas cachetadas suaves o algún ahogamiento por parte de mis amantes, el deseo de sumergirme en lo desconocido crecía dentro de mí, alimentando una sed insaciable de nuevas sensaciones y placeres más oscuros.
A los 19 años, mi búsqueda de emociones intensas me llevó a descubrir un perfil en línea que anunciaba una fiesta de orgía en su casa. Intrigado y excitado por la idea, me aventuré a contactar al anfitrión y recabé toda la información necesaria para asistir. La idea de sumergirme en un ambiente de desenfreno y placer me hacía palpitar con anticipación.
Al llegar a la fiesta, mis sentidos fueron abrumados por una escena surrealista: en medio de la orgía, un chico se entregaba al puppy-play con su amo. Fascinado por la dinámica, comencé a interactuar con el amo, descubriendo que eran una pareja que disfrutaba del BDSM. Intercambiamos números y el hombre me introdujo en grupos donde podría buscar amos o sumisos como yo.
Aunque hablé con muchos candidatos sin éxito, finalmente encontré a uno que despertó mi interés. Un hombre casado de treinta y dos años, quien tras definir los detalles, me llevó a mi primera sesión de BDSM. Los látigos y las ataduras simples fueron solo el comienzo antes de ser penetrado por un dildo de tamaño considerable. La única condición que mi amo impuso fue que comenzara a trabajar en mi físico, obteniendo un cuerpo más tonificado.
Con el paso del tiempo, las sesiones de BDSM se volvieron más intensas. La cera de las velas, los golpes, el uso de poppers, todo se convirtió en parte de nuestro ritual. Sin embargo, a mis 22 años, mi único deseo era experimentar más y más sexo rudo, la idea se mantenía en mi cabeza todo el día, un deseo que parecía no ser compartido por mi amo.
La repetición de las mismas prácticas sin avances me llevó al aburrimiento y a la insatisfacción. Mi mente solo anhelaba nuevas experiencias, nuevas emociones. Así, me aventuré en la búsqueda de un nuevo compañero de sesiones, ansioso por explorar territorios aún más oscuros y excitantes.
Impulsado por una idea que había estado incubando en mi mente durante años, me sumergí en un mundo de fantasías eróticas que ahora cobraban vida con una intensidad avasalladora. Un post en Reddit despertó en mí la obsesión por la idea de convertirme en un esclavo sexual, una entrega total, sin reservas, a un amo que dominaría cada fibra de mi ser.
Después de semanas de búsqueda, encontré a mi amo ideal: un joven ingeniero industrial de 27 años, con una mente aguda y una determinación feroz, un cuerpo trabajado por su afición al gimnasio, con suficiente dinero para auto sustentarse. Prometió proveerme todo lo necesario para mi existencia como esclavo, y nuestras conversaciones se convirtieron en un torbellino de anticipación y deseo. Incluso tuvimos algunos encuentros frenéticos en su departamento, donde nuestros cuerpos ardían con la promesa de lo que estaba por venir.
Con el tiempo, nuestros acuerdos se solidificaron. Acepté usar un cinturón de castidad como símbolo de mi entrega total. Después de intensas negociaciones, llegamos a un acuerdo: dejaría la universidad para convertirme en su esclavo sexual las 24 horas del día, los 7 días de la semana. A cambio, recibiría todo lo necesario para subsistir, entregándome incondicionalmente a mi amo, sin límites, sin resistencia.
La idea parecía una locura, y lo era. Sabía que mi vida cambiaría para siempre, pero la promesa de sumisión absoluta me llamaba con una fuerza irrefrenable. Después de días, semanas de deliberación interna, finalmente tomé la decisión: aceptaría convertirme en su esclavo.
Sin avisar a nadie, tomé solo lo esencial y me dirigí a la casa de mi amo. No llevaba nada conmigo, pues todo lo que necesitaría sería provisto por él: ropa, comida, agua, artículos personales. Con cada paso hacia su morada, sentía cómo mi destino se sellaba irrevocablemente, entregándome a un mundo de placer y sumisión del que ya no habría retorno.
Al cruzar el umbral de su departamento, mi amo me recibió con una mirada intensa que parecía leer hasta el último rincón de mi alma. Sin demora, me ordenó desnudarme por completo en el pasillo de entrada, dejando mi ropa en el suelo como señal de mi sumisión absoluta. Solo llevaba puesto mi cinturón de castidad, un recordatorio constante de mi entrega.
Con manos firmes, mi amo colocó un collar alrededor de mi cuello, un símbolo tangible de mi nueva condición como su propiedad. Una cadena se unió al collar, sellada para siempre con un candado que resonó con un clic ominoso. Mi corazón latía con fuerza, mezclando el miedo y la excitación en una espiral vertiginosa.
«Bienvenido a tu nueva vida», declaró mi amo con voz firme, su dominio palpable en cada palabra. «Desde hoy, serás para siempre mío. Solo hablarás cuando yo te lo ordene y harás lo que yo ordene, ¿entendido?»
Un «sí» fuerte y claro escapó de mis labios antes de que pudiera siquiera procesar la magnitud de lo que estaba sucediendo.
«¿Dónde está tu teléfono?», preguntó mi amo con un tono imperioso.
Indiqué el bolsillo de mi pantalón donde yacía mi teléfono, solo para escuchar la sentencia implacable: «Nada de contacto con el exterior. Eres mío, solo mío».
La adrenalina se apoderó de mí, una sensación electrificante que nunca había experimentado antes. Mi cuerpo respondió con una erección ansiosa, pero la presencia constante del cinturón de castidad recordó cruelmente la limitación de mi placer, imponiendo un dolor que solo aumentaba mi deseo de servir a mi amo.
Con una voz firme y seria, mi amo me ordenó arrodillarme ante él, aceptando mi lugar como su sumiso sin cuestionar. Con el sonido de la cadena resonando en mis oídos, me llevó a través de su dominio, mostrándome los rincones de lo que sería mi vida de ahora en adelante.
«Este será el lugar donde cocinarás para mí por el resto de tus días», declaró, señalando la cocina con autoridad. «Aprenderás a preparar mis comidas exactamente como yo las deseo, sin error y sin demora».
Luego, me condujo al baño, donde me explicó con claridad: «Aquí te mantendrás limpio y presentable en todo momento. Debes estar siempre listo para satisfacer mis deseos, sin excepción».
El cuarto de lavandería y aseo fue el siguiente destino, donde me instruyó con severidad: «Este será tu dominio diario. Mantendrás este lugar impecable y ordenado, cumpliendo con tus tareas sin quejas ni demoras».
Finalmente, me llevó a mi habitación, un cuarto meticulosamente ambientado lleno de máquinas y dispositivos de BDSM. Mi cama consistía simplemente en una manta en el suelo y una almohada, como si fuera un simple perro, una clara manifestación de mi lugar en su mundo.
Con cada palabra y gesto, mi amo reafirmaba su dominio sobre mí, estableciendo las reglas y expectativas de nuestra relación de manera inequívoca. Era un nuevo comienzo, una vida dedicada por completo a servir a mi amo, y no había espacio para la duda o la vacilación.
Con una voz imperturbable, mi amo repitió las reglas estrictas que ya habíamos acordado entre ambos, pero esta vez su tono llevaba un matiz más oscuro, como si su objetivo fuera quebrar mi mente y mi espíritu hasta sus cimientos.
«Recuerda, tu única función es servirme», susurró con un aire amenazante. «Nunca cuestionarás mis órdenes, nunca desobedecerás mis deseos. Tu voluntad pertenece ahora a mí, y la obedecerás sin dudarlo».
Cada palabra resonaba en mi cabeza como un mantra ominoso, recordándome mi lugar y mi propósito en esta nueva vida de servidumbre. Mi amo continuó, detallando las consecuencias de cualquier infracción, prometiendo castigos severos y dolorosos si osaba desobedecer sus mandatos.
«Tu sufrimiento será mi placer», declaró con una sonrisa siniestra. «Y no tengas dudas, encontraré formas creativas de asegurarme de que cumplas con tus obligaciones».
Con cada palabra, sentía cómo mi determinación se desmoronaba, reemplazada por un miedo profundo y paralizante. Mi mente se llenaba de dudas y temores, pero sabía que ya no había vuelta atrás. Había sellado mi destino al aceptar convertirme en su esclavo, y ahora debía enfrentar las consecuencias de mi elección.Con una autoridad inquebrantable, mi amo estableció las reglas estrictas que gobernarían mi existencia como su esclavo, cada palabra resonando con un tono severo que no dejaba lugar a la interpretación.
«Escucha y obedece», comenzó, su voz como un látigo cortante en el aire. «No hablarás ni actuarás sin mi consentimiento. Cada movimiento que hagas será bajo mi dirección y supervisión».
«Estás prohibido de usar ropa a menos que yo lo ordene», continuó, su mirada penetrante taladrando en mi conciencia. «El cinturón de castidad será tu constante recordatorio de tu sumisión. No te permitiré la autosatisfacción o cualquier placer sin mi consentimiento explícito».
«Tu teléfono, cuenta bancaria y redes sociales son ahora propiedad mía», proclamó, su autoridad envolviéndome como una prisión invisible. «No tendrás contacto con el exterior a menos que yo lo autorice».
«El agua será tu única indulgencia, pero comerás solo bajo mi permiso exclusivo», dictaminó con implacable determinación. «Decidiré qué comerás, las raciones y los horarios. Y en cuanto a tus necesidades fisiológicas, defecar en el baño está permitido, pero para la orina, solo la primera orina del día irá al inodoro. Las siguientes serán recolectadas en una botella para mi decisión».
«Los horarios de sueño y ocio serán decididos por mí», anunció con autoridad. «No interactuarás con ningún dispositivo electrónico, libro, juguete o artículo sin mi permiso. No abandonarás el departamento sin mi autorización».
«Realizarás tres horas de ejercicio diarias», sentenció, su mandato resonando con una finalidad implacable. «Usarás un plug anal proporcionado por mí y te dirigirás al gimnasio del edificio. No interactuarás con nadie, solo te dedicarás a entrenar y regresar al departamento».
«Me reservo el derecho de crear cualquier regla en el futuro», declaró con una voz que no admitía objeciones. «Y cualquier infracción será castigada con severidad, para recordarte tu lugar como mi esclavo».
Después de establecer las reglas con una firmeza inquebrantable, mi amo me miró fijamente y me preguntó si entendía. Asentí con la cabeza, una mezcla de temor y anticipación palpable en el aire.
«Es todo por hoy», anunció, indicándome que la jornada había llegado a su fin. «Mañana tendrás tu horario colgado en la pared de tu habitación. Ahí es donde comenzará tu vida como esclavo».
Siguiendo sus instrucciones, me condujo a mi nueva morada para descansar por la noche. Mientras él se retiraba para buscar algo, me dejó solo en la habitación, observando con ojos curiosos mi nuevo entorno.
Las paredes, pintadas de negro, parecían absorber la luz, creando una atmósfera íntima y misteriosa. En el centro de la habitación, una tenue luz iluminaba una repisa repleta de plugs y dildos de diversos tamaños, cada uno prometiendo sensaciones intensas y deliciosas.
Una cama en el centro de la habitación atrapó mi atención, con ataduras en cada una de las patas, prometiendo momentos de éxtasis y sumisión. Una silla roja descansaba en una de las esquinas, invitándome a explorar nuevos niveles de placer y dolor.
En una repisa cercana, cadenas y cuerdas se entrelazaban, esperando ser utilizadas para satisfacer los deseos de mi amo. Velas dispersas por la habitación prometían una atmósfera ardiente y sensual, mientras los poppers agregaban un toque de desinhibición y excitación.
Mis ojos vagaron por los múltiples posters de actores porno que adornaban las paredes, cada imagen un recordatorio constante de los placeres que me aguardaban. Y en el suelo, una manta y una almohada me esperaban humildemente, recordándome mi lugar como un simple perro, listo para obedecer y servir a mi amo en todo momento.
Mi amo regresó a la habitación, sosteniendo unos audífonos en sus manos. Con una voz suave pero firme, me ordenó recostarme sobre la manta estirada, con la cabeza en la almohada y mirando hacia arriba. Mientras tanto, tomó unas cuerdas y comenzó a amarrar mis pies, su tacto experto y preciso transmitiendo una sensación de seguridad y sumisión al mismo tiempo.
«Mañana debo ir a trabajar», dijo con dulzura, sus palabras acariciando mi mente y mi alma. «Es tu primer día como esclavo, así que espero que te portes bien en mi ausencia. Recuerda el horario y sigue mis reglas».
Tomó ambas de mis manos y las colocó sobre mi abdomen, asegurándolas con habilidad. «Trabajaré por nosotros dos para que seamos muy felices a partir de ahora», añadió, su voz resonando con una promesa de un futuro compartido.
Mientras tanto, intentaba calmar mi respiración, consciente de la posición incómoda en la que dormiría. Mi abdomen se inflaba y desinflaba con cada respiración, atrayendo la atención de mi amo. Sus dedos comenzaron a acariciar mis abdominales, provocando un cosquilleo de placer y anticipación.
«Me encantaría jugar contigo esta noche, pero debes descansar», susurró, su aliento cálido rozando mi piel.
Una vez que terminó de asegurar mis manos, tomó mi cabeza por un momento antes de colocarme una mordaza con un pequeño dildo en el interior. Me ordenó abrir la boca y lo introdujo antes de sellarla con decisión. «De todos modos, no necesitas hablar», agregó, su tono lleno de autoridad y posesión.
Luego, me vendó los ojos, privándome de mi sentido de la vista. «Buenas noches», deseó, antes de indicarme que volvería por mí alrededor de las seis de la mañana.
Finalmente, me colocó los audífonos en las orejas, inundándome con un loop de gemidos masculinos de alguna recopilación de porno gay. Sentí cómo se alejaba de la habitación, dejándome solo en una posición incómoda, ciego y con gemidos en mi cabeza.
Comencé a llorar, cuestionando mi decisión, pero prometiéndome que me acostumbraría a todo. Juré ser el mejor esclavo del mundo antes de tratar de disponerme a dormir en la incómoda posición en la que mi amo me había dejado.
Me encanta, espero que sigas con la historia
Esta buenisimo, por favor sigue!