Fantasía. Cap. 3: los dientes del lobo
La bestia y el hombre son iguales: míos. .
Con el cielo sin nubes, la Luna era un enorme farol que colmaba el monte de luz plácida. Los árboles estaban quietos en la sombra más allá del borde de la colina, pero bajo ellos los ruidos subían y bajaban mientras la manada empezaba el ritual de la noche.
Detrás de mí Licos se revolvió en la cama; podía escucharlo murmurar y llamarme por lo bajo. Lo ignoré un rato antes de volver a la cueva, porque entre los árboles comenzaban a encenderse las primeras hogueras de los que esa noche se quedarían esperando; hijos, esposas y esposos, amantes de todo tipo. De a poco comenzaron a escucharse los primeros aullidos.
Licos me llamó en voz alta, una sola vez. El tono de su voz era perentorio y no me detuve un momento más. Salté sobre la cama casi al instante que terminó de pronunciar mi nombre y mi boca fue al encuentro de la suya. Sabía lo que quería; si afuera la manada tenía rituales, nosotros aquí dentro teníamos los nuestros.
El beso fue extenso y profundo. Buscábamos dentro de la boca del otro la confirmación constante del amor que nos profesábamos. Y además su lengua y saliva sabían tan bien que era imposible desear separarme. Cuando nos detuvimos, unidos e inmóviles, me miró fijamente a los ojos. Ya el color comenzaba a oscurecérsele en lo profundo de las pupilas azules. Sus manos me desnudaron el culo lentamente, hurgando entre los glúteos para acariciarme el ano con delicadeza pero lo detuve al sentir el creciente filo de sus uñas.
Los colmillos se estiraron lentamente, aguzándose en puntas temibles. Su piel bajo el vello del pecho se le oscureció levemente, mientras las uñas se estiraban y crecían como garras afiladas. De a poco, mientras la transformación cambiaba su aspecto del hombre fornido a la bestia velluda fue rotando el abrazo sobre la cama empujándome para depositarme sobre las mantas y cubrirme con su cuerpo. Lo sentí curvar las piernas y la garra de su pie me rozó el empeine derecho con el ardor de un arañazo sangrante. Me estremecí, pero él se movió más rápido. Volteó el rostro hacia mis pies y olisqueo con los colmillos asomándose bajo el labio. Antes de que pudiese detenerlo se deslizó en un movimiento fluido y su lengua me cubrió la herida con lambetazos ansiosos que me hicieron reír por las cosquillas. Se detuvo ante mi risa y me miró fijamente con los ojos ya completamente negros y las orejas distraídas por los aullidos del exterior. “Vete ya” le susurré con una sonrisa ante su evidente impaciencia. Sonrió y saltó de la cama atravesando el portal hacia la luz de Luna; una sombra más entre las sombras.
Tardaría algunas horas hasta el amanecer, así que me di vuelta y me quedé dormido con el culo descubierto a la brisa de la primavera.
Me despertaron sus resuellos y resoplidos en la puerta, mientras se sacudía a cuatro patas antes de entrar chorreante de sudor y barro. A mitad de la transformación era tanto lobo como hombre, manos y garras por igual, los ojos aún oscurecidos pero ya entornados por el cansancio de las correrías.
Lentamente sus ojos cambiaron, primero hacia el azul oscuro perdiendo esa negrura intensa que caracterizaba la transformación, y luego aclarándose hasta que nuevamente ya solo pude distinguir al hombre en ellos. La bestia se había ido, pero quedaban sus marcas en la piel. Su hombro sangraba de arañazos superficiales y sus manos y rostro brillaban enrojecidos. Además, apestaba.
Sin miramientos por sus quejas lo empujé directamente hacia el baño, donde el agua humeaba lentamente mientras la noche terminaba. Un crepúsculo tímido hacía que su piel reluciera blanca y tersa de músculos hinchados. Aunque comprometido con mi tarea, no pude evitar fijarme en sus muslos y en el par de bolas colgantes entre ellos. Sin darse cuenta de mi atención, se masajeo ligeramente el paquete acomodándolo al sentarse para que no le estorbara. Verlo hacer me hizo salivar.
Con el agua tibia limpié amorosamente cada parte, frotando su espalda y el pecho, acariciándolo sin detenerme. Su cabello estaba enredado y me dio trabajo quitarle las pajas secas que se escondían entre los rizos. Al final solo me faltaron sus piernas, embarradas hasta las rodillas. Él sonrió y se reclinó hacia la pared estirando los pies hacia mi regazo para que se los limpiara. Lo hice prolijamente, cuidando de que estuviera cómodo sin posarse en el frío suelo de piedra.
Ambos disfrutábamos especialmente esta parte del baño. Yo cuidando sus piernas poderosas, acariciando sus grandes pies que me fascinaban. Él por mi evidente sumisión ante su cuerpo, que yo limpiaba devoto mientras descansaba una pierna sobre mi hombro cubriéndome con ella en plena confianza.
Cuando ambos pies estuvieron limpios se los envolví suavemente con una toalla para secarlos, pero me distraje frotando los dedos que terminé llevándome a la boca para recorrerlos chupándolos. Cerró los ojos y sonrió levemente disfrutando de mi boca así que chupé sus dedos con más interés y lamí con toda la lengua tratando de que las caricias no le hicieran cosquillas en las plantas. Cuando me aburrí de mi capricho lo dejé ponerse de pie y lentamente fuimos hacia la cama de la mano.
Todavía era temprano, el cielo apenas comenzaba a clarear en el borde de su distancia, lo que nos daba aún varias horas de sueño. Pero después de una noche de esas ninguno de los dos pensaba en dormir aún. Se sentó en la cama y sin más preámbulos separó las piernas plácidamente recostándose sobre los cojines para ofrecerme su entrepierna ante la cual inmediatamente me arrodillé y hundí la cara entre sus muslos buscando las bolas con la boca. Él suspiró y me acarició la cabeza, dejándome chuparlas tal como le gustaba. Lamí y chupe glotonamente, tratando de dedicarle atención a sus gemidos para guiarme en su placer recorriendo su miembro y frotando mi nariz bajo sus testículos empapándome de su aroma.
Amaba esos momentos íntimos y nuestros sumidos en la penumbra de la cueva; me esmeré en brindarle placer hasta que su verga se levantó rígida y ligeramente curvada hacia su abdomen reluciente de mi saliva que chorreaba. Sin prisas acomodé los pies a los lados de su cintura y fui sentándome lentamente apoyándome en el pecho de mi hombre que con los ojos cerrados parecía dormir. Solo la expresión de su rostro revelaba que estaba despierto aún, concentrado en las sensaciones de nuestros cuerpos unidos por la penetración. Me enderecé aún prendido del pectoral, pero sus manos me rodearon la cintura presionándome hacia su miembro que me llenaba por completo las entrañas mientras ambos gemíamos. Aun con los ojos cerrados fue lentamente moviéndome sobre su verga, deslizándose en mi recto a su placer.
El resto fue una cabalgata hacia el orgasmo, obligándome a seguirlo en su ritmo que enloquecía de a momentos buscando el máximo de disfrute con mi interior. Su verga entraba y salía ligera, rozándome el ano con sus vellos y fustigándome las nalgas cada tanto para mantenerme concentrado en el ritmo. Cada golpe me hacía estremecer, estrechando el culo mientras lo veía fruncir el entrecejo.
El ritmo era rápido y seco, mis nalgas chocaban contra sus muslos estallando en el silencio del alba y los gemidos de ambos se alzaban ahora juntos como un compás. Estando al borde me masturbé rápidamente sobre su abdomen, descargándome mientras el culo se me estrechaba por el placer aumentando sus sensaciones. Me apretó la cintura con sus manazas y se corrió dentro de mí a raudales. El semen se estrellaba en mi interior dejándome la sensación de pequeños golpes de calor en las entrañas que subían por mi espalda enloqueciéndome de gusto.
Sostenido en la monta, cerré los ojos tirando la cabeza hacia atrás disfrutando la sensación del viento suave que volvía con el sonido de los pajaritos recién despiertos. El culo aún me pulsaba por el placer, lleno de su verga chorreante y caliente entre las piernas.
“¿Estas bien?”, su voz llegó lejana por el susurro. “Maravilloso” respondí enamorado de su ternura. Se rió suavemente y me atrajo a su pecho para otro beso profundo, mientras su miembro se deslizaba fuera de mi culo y el esperma comenzaba a correr libremente sobre nuestros cuerpos. Al sentir las gotas me apartó depositándome suave en la cama y trepándose a mi espalda. Acomodo las piernas a mis costados, dejando un pie al alcance de mis chupetones para entretenerme aplastado por su peso, y me lamió el ano y los muslos hasta dejarlos limpios de semen.
Lo dejé hacer, agotado hasta que volvió a mi boca para regalarme más besos húmedos, pero lo aparté para mirarlo enamorado. Le brillaban los colmillos blancos y puntiagudos y los ojos eran azules como el cielo. Ese hombre era la bestia más hermosa del mundo y era todo mío. Me dormí sobre su pecho retozando alegremente mi mente sobre ese pensamiento.
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